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Xinef, el Eterno

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Hace siglos que vivo en un espejo, rodeado de vendedores mercuriales de mercancías imaginarias, de cartománticas esotéricas, de tragaespadas translúcidos y de enanos milenarios. Somos conocidos en el mundo entero como LA REAL COMPAÑÍA DE LO NUNCA ANTES VISTO, pues como el nombre lo indica, ofrecemos al público —sobre todo a los incrédulos más recalcitrantes— las maravillas que desafían todas las leyes de la lógica y de la física, para el deleite de una humanidad que cada día es más difícil de complacer.

LA REAL COMPAÑÍA DE LO NUNCA ANTES VISTO fue creada por mí, Xinef, el Eterno, hace cerca de mil años (uso este término por falta de otro, pues el tiempo aquí es elástico, relativo, o a veces inexistente).

El primer siglo lo dediqué solamente a su planeamiento, pues estaba (y estoy) consciente de que sería (y es) una de las tareas más arduas en la historia de la humanidad.

El segundo siglo lo utilicé en la búsqueda de los espectáculos más singulares en la faz de orbe. Recorrí todos los continentes, desde los desiertos africanos hasta las selvas sudamericanas.

Fue durante estos segundos cien años que enlisté la ayuda, entre otros, de los trapecistas subterráneos, de los siameses malabaristas chinos, del manco domador de tigres fosforescentes bengalíes y de un turco inventor de la máquina de movimiento perpetuo inmóvil.

El tercer siglo fue el más arduo. Abrí por primera vez las puertas de LA REAL COMPAÑÍA DE LO NUNCA ANTES VISTO, si mal no recuerdo en la ciudad de Lisboa. Para mi sorpresa, nadie acudió a ver nuestras maravillas.

Se había corrido la voz de que nuestra compañía era obra del diablo. Estas acusaciones tanto me incomodaron que decidí contratarlo a él también (¡¿cómo no se me había ocurrido antes?!), para no desilusionar a los fanáticos religiosos que me acusaban.

Me tomó el resto del tercer siglo conseguir una audiencia con él. No lo consideraba, sin embargo, un tiempo malgastado, pues si lograba contratarlo le daría un gran auge a LA COMPAÑÍA.

Me recibió por el brevísimo tiempo de diez años (uso de nuevo la palabra en un sentido relativo). Me dijo que se sentía honrado de que hubiera pensado en él, pero que ahora estaba más ocupado que nunca con su propia compañía. Antes de salir yo, tuvo la osadía de decirme que si en algún momento yo deseaba ingresar a la compañía de él, me daría un puesto privilegiado. Le di las gracias y en menos de un año salí de su oficina gaseosa.

Me di cuenta de que tendría que cambiar mi itinerario. Desaparecimos de Europa, que todavía no estaba lista para aceptarnos, y reaparecimos, quince años más tarde, en el Oriente Medio.

Pero allí sufrí otro desengaño. Aquellas gentes estaban ya tan acostumbradas a presenciar lo insólito, lo nunca antes visto, que ignoraron completamente nuestro espectáculo, por ser para ellos parte de su vida cotidiana.

Una vez más empacamos nuestras carpas de telarañas lunares y decidimos probar fortuna en la tierra nueva que más tarde se llamaría América. Abrimos nuestras puertas en el año 1453 (tiempo convencional).

Nos recibieron con grandes agasajos, como dioses casi. Y no dudo que muchas de las leyendas mitológicas de esos pueblos hayan sido inspiradas por nosotros. Durante ese mismo siglo los europeos cruzaron el océano y comenzaron su tarea de conquista de esas nuevas tierras. Como es natural, al encontrarnos allí, erróneamente supusieron que éramos parte de ese continente. (¡Necios! ¿No se dan cuenta todavía de que Xinef, el Eterno, y su REAL COMPAÑÍA DE LO NUNCA ANTES VISTO no son de ninguna parte y de todas partes al mismo tiempo?).

En el remolino de la conquista, aquellos hombres audaces nos aceptaron completamente, y las nuevas de nuestra existencia pronto se esparcieron por toda Europa. (Sí, la misma Europa que antes nos rechazó.) Desde entonces no hemos tenido más dificultades —a no ser la de seguir encontrando nuevas maravillas— y nuestro prestigio se ha esparcido por todo el mundo.

Sí, señoras y señores, por cuatro reales pueden ustedes pasar a nuestra carpa confeccionada de sombras lunares, donde verán, entre otras cosas, a nuestros payasos invisibles, que tienen la virtud de hacer desaparecer sus cuerpos, exceptuando —como es natural— las sonrisas artificiales que ostentan, pues éstas no son de ellos, sino pintadas en sus caras. También podrán consultar a nuestras adivinadoras egipcias, que no sólo les dirán lo que ustedes son —que ya es algo pasado de moda— sino también lo que ustedes pudieron haber sido, que es algo más digno de nuestra COMPAÑÍA única. Serán entretenidos por nuestros famosos equilibristas siderales, que caminan sobre cuerdas flojas de arena.

Y si tienen ustedes suerte y no les importa esperar —porque aquí el tiempo no significa nada— podrán verse reflejados en este espejo donde vivo, que en realidad no es un espejo para ver, sino para ser, pues reproduce los sueños del que se encuentre delante de él.

Sí, señoras y señores, todos tenemos un sueño, algo que se nos ha quedado sin realizar en la vida. Es ahora, por primera vez, que LA REAL COMPAÑÍA DE LO NUNCA ANTES VISTO les ofrece esta oportunidad única, por el módico precio de dos reales —porque no lo hacemos con afán de lucro, sino como servicio a la humanidad— de dar vida a esos anhelos ya casi olvidados.

A ver, sí, el señor de los dientes de oro. Pase usted. ¿Cuál es su sueño sin realizar? ¿Que nació usted demasiado tarde y no hay ya tierras por conquistar? Eso se lo resolvemos en un momento.

Inmediatamente creé un continente riquísimo, donde el oro y las piedras preciosas se recogían a flor de tierra. Puse a su disposición un ejército de hombres robustos y expertos en todas las fases de las artes marciales, completamente fieles a él.

Se pusieron en marcha y en dos años tomaron la capital —que estaba edificada sobre un lago— y capturaron al emperador.

Con las riquezas conquistadas construyó palacios de mármol, con docenas de arcadas y terrazas, y cientos de habitaciones, donde sus siervas complacían sus más mínimos caprichos y atendían sus necesidades más insignificantes.

Los jardines eran kilométricos, casi infinitos. Para recorrerlos se hizo construir un carruaje tachonado de rubíes y diamantes, tirado por los corceles más briosos, adornados con cuero repujado y con borlas de la más fina factura.

También se aficionó a la cetrería. Mandó que se le construyera, adyacente al palacio, una halconería de las más nobles y aromáticas maderas, para su uso personal en los días de asueto.

Y así pasó el resto de sus días, gobernando y disfrutando de las tierras que había conquistado mentalmente...

 

Sí, señoras y señores, todos tenemos un sueño, sin exceptuarme a mí, Xinef. El mío, sin embargo, es un sueño que los abarca todos; es un sueño de sueños. Es simplemente ser Xinef, el Eterno, vendedor de sueños y creador de LA REAL COMPAÑÍA DE LO NUNCA ANTES VISTO.