Letras
La fidela
Micro cuento

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En la boca del monte vive la Fidela.

En lo que llaman casa, ahí vive. Un rancho de barro, paja y ramas.

Hace ocho meses que no llueve...

No hay hombre en el rancho. El “Lacho”, el día que sintió no poder llegar al corazón de la hachada, se levantó oscuro, se vistió, colgó el hacha en el horcón y se sentó a morir bajo el chañar.

Había contado una vez en el delirio de la fiebre que vio la muerte venir, dijo cómo era, pero no llegó. Se quedó a lo lejos mirando.

Demasiadas espinas, demasiadas vinchucas. Aquella araña... ¡Y también la yarará!...

Entonces la Fidela secó con la mano la lágrima de la mejilla y lloró para adentro.

Pero ese día el hombre sí vio venir la muerte derechito hacia él. Montaba en caballo blanco que no asentaba las patas en el suelo, la melena larga al viento y los ojos saltones. Rayó el caballo frente a él y lo señaló con un dedo muy largo.

Fue cuando gritó: ¡Fidela..! Y se inclinó a un costado.

Fue hace tiempo...

Desde entonces Ella llora siempre para adentro.

Ahora, por el cañadón seco viene la Fidela.

Y el vuelo implacable de los jotes.

Cuna hace de sus brazos para llevar su niñita al dispensario.

En el rancho quedaron tres más: Nazaria, Esperanza y María.

¡Parte la tierra el calor..!

Hace ya varios meses que los pájaros abandonaron el lugar.

Las pocas aves de corral fueron muriendo una tras otras. La cabra, el burro.

Ahora, cerquita de la Fidela los reptiles se detienen, quedan estáticos y luego levantan la cabeza.

Por el cañadón seco viene la Fidela...

Y el vuelo implacable de los jotes...

Desde arriba del cañadón la gritan...

—¡Fidela, Fidela!

A contra luz la ve. Una mancha negra agitando los brazos.

Cuando se juntan vienen los reproches:

—¡Pero comadre, cómo sale con este día! ¿Y el burro..?

—Nada quedó comadre, ni burro siquiera.

—¿Y las niñitas?

—En “la casa”...

—Pero, Fidela, qué imprudencia. Déjeme ver la ahijadita.

Calló la mujer...

—Ni aliento tiene —pensó para sí.

Tomó la niñita en sus brazos y comenzaron a correr...

Aún faltaba mucho para llegar al pueblito.

Cuando comprendieron todo comenzaron a gritar. Gritaban y corrían. Corrían y gritaban.

Nadie salió a ver. Como si nada...

Un pueblo fantasma...

Una sequía inusual...

Llegaron así a la puerta del dispensario, un letrero decía: “Cerrado por falta de médico”.

El corazón golpea la garganta y busca salirse por la boca.

Un universo de recuerdos sobrevienen a la Fidela en un segundo: El Lacho delirando. Los animales muertos. Las niñitas solas. Los pájaros huyendo.

La Fidela musita: —¡Ni siquiera está “acristianada”!

Nuevamente comenzaron a gritar... Lloran y gritan. Gritan y lloran...

En el cielo, muy alto, sin que se escuche el ruido, un avión dejaba su estela blanca.

A mi comadre Fidela y a sus hijas.