Editorial
Tragedias sin solución

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La vida del poeta argentino Juan Gelman ha estado signada por una sucesión de eventos de signos radicalmente opuestos entre sí. La política, y con ella la tragedia —como sucede más frecuentemente de lo que la mayoría de la gente está dispuesta a reconocer—, han abordado sus días con una fuerza sólo comparable con la que el éxito y el reconocimiento general también lo han hecho. Quizás sea pertinente buscar las claves de la obra de Gelman en el temple que las adversidades le han obligado a forjarse.

Han pasado más de treinta años desde que sus hijos Nora Eva y Marcelo Gelman, y la esposa de éste, la española María Claudia Iruretagoyena, fueran secuestrados por el tornado de la dictadura. Desde entonces Gelman ha dividido su vida entre la literatura y la investigación, lo que le ha permitido reconstruir casi en su totalidad el terrible destino por el que transitarían sus seres queridos.

Diez años pasarían entre el descubrimiento de los restos de su hijo Marcelo, embutidos en un tambor lleno de cemento, y el reencuentro con su nieta, de quien el poeta tenía noticia desde 1978. Sólo disponía de datos muy vagos que no incluían, por ejemplo, el sexo o el paradero de la criatura, a la que en 1995 le escribía: “Ahora tenés casi la edad de tus padres cuando los mataron y pronto serás mayor que ellos”. Con temple y dedicación, Gelman tuvo su primera reunión con su nieta el 31 de marzo del año 2000. Había pasado por encima de una dictadura, de años de desconocimiento y de la negligencia, quizás interesada, del gobierno uruguayo durante la presidencia de Julio María Sanguinetti, que se negó a ayudarle en las investigaciones.

Hoy, cuando Gelman es reconocido como uno de los mayores poetas de habla hispana y distinguido con el más importante reconocimiento de nuestra literatura, la tragedia cumple con puntualidad, como siempre, su ecuación. Si bien es cierto que está cada vez más cerca el momento en que sean juzgados los responsables por la pérdida de sus hijos, también lo es que ello no mitigará el dolor. Al menos ahora el poeta tiene el respaldo de su nieta, quien lo acompaña en las gestiones ante la ley.

La justicia es el modo como los hombres intentan en vano restituir el orden correcto de las cosas. En vano, decimos, porque en casos como el de Gelman la justicia siempre llegará a destiempo. Él mismo lo ha dicho en una entrevista reciente: hay tragedias personales que por mucho que se haga no tienen solución. “Me parece importante la justicia”, ha dicho Gelman, “pero no es una reparación. ¿Quién le devuelve a uno un hijo?”.

Maurice Blanchot recordaba que el tiempo es una instancia monstruosa que produce la muerte y la muerte del olvido. Paradójicamente es la conciencia del tiempo lo que nos hace aferrarnos a la vida, sacando el jugo de cada segundo que nos ha sido legado. En estos días festivos —de los que regresaremos, si el tiempo lo permite, el próximo 21 de enero—, tomemos las riendas del tiempo con la suficiente lucidez para que nos sea amable y provechoso.