Letras
El juego

Comparte este contenido con tus amigos

Delfino Flores Mascote no podía creer lo que escuchaba de la boca de Fidedigno López... tan sólo habían pasado veinticuatro horas desde su último encuentro, todavía tenía el mal sabor del cigarro y de la cerveza en la boca, aún no aliviaba su cruda, seguramente él tampoco, y ya estaba traicionándole de esa manera. Estaba mandando al caño la confianza que puso en él un día antes, toda su confianza. Abiertamente le mostró todo su pensamiento, lo guió hasta que creyera, lo encaminó al salón del conocimiento y, hoy, a tan pocas horas, “ya enseñaba el cobre”. Cómo no advertirlo, se le veía inmediatamente que era un traicionero, había sido una estupidez hablarle de aquello, fue una tontería decirle precisamente a él aquellas verdades tan ocultas. Ya se lo habían dicho, ya le habían hablado de Fidedigno, todos lo conocían menos él y, precisamente él, tuvo que entregarle todo.

***

Aquel tres de mayo, aquel día que (¡por Dios!) quería ver lejano y que hacía apenas unas horas atrás llegaba a su término, era el desgraciadísimo tiempo en que dio y perdió todo. Sólo iniciaron una conversación cuando aquél se ofreció amablemente a destaparle una cerveza, entre todos los presentes fue el primero y único en todo el día y parte de la noche que se arrimó con él a disfrutar de la fiesta.

—¿Qué —dijo Fidedigno—, le destapo una cerveza?

—No, gracias, todavía tengo algo —le respondió cortantemente Delfino, mientras daba un sorbo a la modelo que, en realidad, ya estaba amarga.

—Échesela, un trago más y la suya va a chupar faros. Aquí “sta”, usté sabrá si quiere seguir tomando esa que segurito ya escalda la lengua.

—Bueno, gracias, Fidedigno, ya decía yo que no eras lo que la gente habla de ti. Te he visto en la obra y eres serio, creo que vas por buen camino, eres joven y si sigues así, pronto, llegarás a “maistro” de obra.

—No quiero ser “maistro di obra”, la verdá sólo pienso estar aquí poco tiempo. Sabe, ya me inscribí a la primaria, dicen que echándole retiartas ganas uno llega a terminar de estudiar pa empezar una carrera a lo más en cinco años. Quiero llegar a inge.

—Eso está bien, Fidedigno, lo vas a hacer, yo sé deso y lo vas a ser. Mira, yo no estudié pos porque mis padres no tuvieron lana pa darme l’estudio; no les reprocho porque yo sé que si viera tenido ganas lo viera hecho —haciendo una pausa e inhalando el polvo de la cal don Delfino continuó:—. Pero pos yo creo que no se trata de hablar de penas, menos hoy que tamos tan a todas margaritas.

—Sígale diciendo, don Delfi, ya todos sabemos que usté es el mero mero pa eso de los consejos, déme chanza, toy chavo y necesito alguien como usté pa alivianarme. Además siempre andamos en la friega, usté cree que vamos a tener otra oportunidá como la diora.

—Es como todo, mi Fide —continuó Delfino—, nomás que pus, unos tamos más viejos quiotros y eso es lo que hace que la cosa parezca que sabemos más, pero sí, como te decía, tú, echándole ganas llegas a donde quieres.

—La neta que sí, don Delfi, sólo espero terminar la primaria y ya verá, hasta le voy a dar trabajo porque usté me cai retebien, no es sorna, es la neta don Delfi, ya verá.

Las horas transcurrieron hasta las tantas de la mañana mientras Delfino y Fidedigno platicaban sin tomar en cuenta a nadie, hablaron de la vida, de los recuerdos, de la cerveza, la ingeniería, política y, por supuesto, de fútbol; tomaron una cerveza tras otra y llegaron hasta el punto de hermanarse, no como una cosa de borrachera sino como una verdadera fraternidad.

—Mira, Fide, me caes rebien tú también, sé que eres buena persona... me cai... yo creo que la vas hacer... mira... me caes re bien... me cai... bueno... la cosa es que... bueno... como me caes bien... pos... mira ... pus ya... la verdá es que quiero que conozcas a mi hija Eustolia... es bien chula y la traigo cortita... me cai... esa muchacha es una buena muchacha y muy decente ... si tú quieres es pa ti... bueno... porque me cais bien...

Esa mañana amanecieron juntos sobre los bultos de cemento dentro de la obra negra. Primero el festejo al santo y luego el colado. El interior de la finca que se levantaba estaba repleto de fichas de cerveza, pedazos de papel de estraza, las latas y envases de modelo se esparcían como parte de un “performance” sobre el suelo del inmueble. Los castillos coronados de bolsas de chicharrón de harina y las tarimas conservaban aún las pisadas pegajosas de quienes se animaron a bailar sobre ellas algún danzón. Cuando por fin despertó el maestro de la obra, tuvo que levantar a algunas de las muchachas del barrio que habían llegado a acompañar, fraternalmente, a los encargados de la construcción. Una botella de salsa botanera derramaba, gota a gota, su contenido, mientras se tambaleaba de un lado a otro, en un poético vaivén, decorando las botas de Juan Nepomuceno, primo hermano del chalán del chalán, quien estaba aún inconsciente. Una tortilla endurecida, con carne seca de barbacoa y un chile jalapeño avinagrado y repleto de sal despertó el olfato de Fidedigno que, animado por el aroma, se levantó para beberse de un solo trago el resto de su “caguama” Victoria que, si bien estaba caliente, le alivianó la sed. Comenzó a enterarse de dónde se encontraba y recordó la agradable noche de bohemia que pasó junto a su futuro suegro Delfino. Trataba de recordar si efectivamente había sido verdad el ofrecimiento de Eustolia, él ya la conocía, en la obra siempre se hablaba a escondidas de lo buenísima que estaba la hija de don Delfi. Despertó a Delfino y le guardó un trago de su “caguama”.

Delfino se despidió, llegó a su casa donde se encontró con que Eustolia estaba embarazada... ¿de quién? No supo, no le dijeron... se durmió. Eran las siete de la tarde en punto cuando abrió los ojos y, afortunadamente, la cruda había desaparecido, claro, no del todo, el mal sabor y un cierto golpeteo en las sienes siempre queda por unos días, total, todo con tres cervezas se relaja. Mientras destapaba su Victoria y daba un sorbo, ese agradable disfrute se vio interrumpido por el recuerdo matutino... ¡Eustolia estaba embarazada y no sabía de quién! Qué afrenta le representaba haber estado hablando bien de ella toda la noche, incluso habiéndole conseguido un buen partido, cómo lo pudo haber imaginado. La vergüenza que le produciría ver a la cara al Fidedigno, quien le había demostrado la noche anterior ser de la mejor clase de hombre. ¡No era posible! ¡Eustolia!

Mientras miraba a su alrededor buscando a alguien, mientras se pasaba el coraje con un trago de cerveza y la vergüenza se le escapaba en la exhalación del humo de sus “delicados”, prendió la tele. Pasó uno por uno los seis canales que se receptaban en su televisión hasta llegar al noticiero de deportes... Había un entrevistador que rondaba la zona peatonal del centro, preguntaba a los transeúntes su opinión sobre la selección mexicana, nadie sabía contestar correctamente —a los ojos de Delfino—, nadie de los entrevistados había hablado de la realidad del fútbol mexicano. Se alegró al ver que entrevistaban a Fidedigno, ahí precisamente estaba aquel muchacho con el que hoy, debido a las circunstancias, se sentía avergonzado; Delfino sintió una emoción que no pudo describir al ver precisamente en red nacional a la persona con quien hacía unas horas había fraternizado. Ahí estaba, dando su punto de vista sobre la selección tricolor, la sonrisa de Delfino se fue borrando a medida que avanzaba la respuesta de Fidedigno. No lo podía creer. Todo menos la traición. No era posible.

—¿Qué opina usted de la selección mexicana? —decía el entrevistador a Fidedigno.

—La verdá, pus yo creo que falta realmente una verdadera unión, de los directivos y los jugadores, no deben pensar nomás en el dinero, eso es lo que lleva a la selección a la derrota siempre, deben jugar con el corazón y olvidarse de lo que les van a pagar. Siempre le rezan a Guadalupe, pero con una mano en el bolsillo, deben jugar con fe, esto siempre se los digo a todos y nunca me hacen caso, mire, si me dejaran nomás un día con la selección de veritas que hacía campeones a los muchachos...

Estas mismas palabras, idénticas, una a una, las había confesado Delfino a Fidedigno la noche anterior, el día anterior, hace unas horas, y, hoy, “así como si nada”, se las arrebataba de la boca y las ponía como suyas en la televisión... ¡En la televisión! ¡A nivel nacional! ¡A ojos de todos él era el que lo había dicho y las palabras le pertenecían! Delfino se quedó pensativo, imaginando lo que hubiera sido de la pobre Eustolia compartiendo su vida con un traicionero, le dio sentimiento haberla ofrecido como si fuera una cosa. Ahora tendría un nieto y debía ver por él, sería hombre, tendría que serlo, ¿por qué no?, lo haría futbolista y por lo que respecta a Fidedigno que se fuera al demonio.

Fidedigno no regresó a la obra, Eustolia terminó su embarazo, jamás dijo de quién era el muchacho. Sí, fue varón. El día del bautismo Delfino gritó a Eustolia (ahí junto a la pila de la iglesia, cuando el cura preguntó a la madre el nombre para el niño), que no permitiría que su nieto llevara por nombre Fidedigno, jamás. ¡Eso no!