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De mis historias de amor, allá, del otro lado

Conejo mío tan desnudo tocarte hocico miedo Todo está mal bendito seas luna de arlequín bandido Arrimadito a mí descalzo por el día que no viste el trébol que perdimos de agua dulce y estancada lágrima cebra silenciosa tan sin embargo sin pero pudriéndose Ay si supiera yo conejo rabia lo que escribo con qué narrar si todo es blanco un puño blanco invierno sillas la escalera caminito luna tibia atroz por mí por vos mirar Sentirme historia de amor Pelusa instinto a tiempo de morderme y jamás para vos nunca siempre digo siempre uno dos tres contar de nuevo No supe no pude no quisimos Éste es el último El que elegí por vos de mí Por vos conejo amor

Para nosotros.

 

Del perdón

Si las piedras y el agua, si los truenos sin cayados y sin túnicas. Es por el sol que cae del alma fiel, bilingüe. Por el Cristo que perdona el corazón sin abrir la tiranía en cada falta, sacerdote que hace un cielo de los ojos. Como no entiende, me escucha. Pone su mano sobre mí, Padre Nuestro, padre de chinos que trabajan en infiernos de una calle sin andamios, 39 en cada espalda, en barro estás, tripas sin fondo, en pulmones de su cobre, en las almejas, en los perros que han comido aquellos tres que ahora se crecen sin salario, Santificado seas. Perdón por lo que no veo y por lo que sí y no conjuro, que tu Nombre sea en nosotros. Y tu Reino se alce en cuellos que no tengan que romperse. La estola santa, Gloria Aleluya. En Shanghai no hay estrellas, es fácil deprimirse, tirarse bajo un subte. No más paz. Como los viejos comen y no mueren, les dan una escoba de mimbre y uniforme naranja. Y tu Voluntad se cumpla, así en Almagro como en la China, como en los sordos, como en la Bolsa. Los pinchos de gorriones, gusanitos envueltos en canela, ratas hervidas, banquete de la grasa y de los monos, danos el pan, danos cada día un poco de hambre Señor, la libertad de los banquetes que nosotros mutilamos. Tengo tu Cuerpo en mi cuerpo, te como, de mi boca hasta la lengua que te ofende, que tanto deberá aprender a dar a todo lo que sangra y te respira. A los que maltratamos, a los del cross en la mandíbula, al traidor de tanto Hamlet en su Ofelia, danos la fe de perdonar. Y no nos dejes caer en tentación. Correr tras esta nada. Líbranos del mal de ser sin Vos. Amén.

 

Shanghai

Babel de los deseos materiales, Dios la regala y yo lo dejo hacer. La ciudad de los mil Budas bien saciados, cine, museo, los sabores, los ojos a lo bello y lo terrible, piedras cultas y piernas depiladas, cuellos anónimos y hermosos, el tono ruso hablado sobre inglés, mujeres, vinos, las telas frotadas contra fiestas: pieles sudor de nada y lodo, rabia y la prisa de cultura milenaria, de los días espuma que se quejan a lo Vian dentro del peso de las horas trabajadas (por los otros). Siempre a lo chino, claro está.

Comparto mi habitación 1415 con una japonesa que habla coreano, sabe un poco de chino, eso nos sirve para la vida cotidiana, aunque casi no nos vemos. Biblia desagitada de reloj, fin de semana, dónde comer a Cristo, me pregunto.

En el patio interno, la rubia que no me saludó en el ascensor y la boquita pintada de Toulouse se están mordiendo a besos mientras los otros francesitos dan cervezas, diez de la mañana. Yo cuelgo mi remera en el balcón, 39 grados me devuelven hacia el cuarto y la señora fruncida en su dialecto juzga en mueca, deja las toallas limpias en mi cama y me repite el nombre abierto de las cosas, etiquetas de Macondo personal. Saludo en japonés, disculpo en coreano, hablo en inglés, estudio chino y bajo al comedor en ruso. El alemán del café está tímido de mí, se ha corrido de mi taza con su sombra, tiene pena, pero no sé escucharla, su segunda lengua es el francés, me dice quedo y así se va como París Vallejo. Pero algo las personas siempre dejan.

Imagino el dolor del alemán. Imagino un abandono, lo brutal rápido instante de silencio breve. Desgastado. Lo imagino tinta roja, cartas, es de aquellos que regalan gestos y aprendieron a pedir perdón. Ojos nube sabe qué es melancolía. Lo describo ardido abrazo en cierta noche, preocupado por lo que no existe, sin los dioses catecismo ni la muerte. Desobediente, olvidadizo, apasionado. ¿Cómo es la ciudad? Me preguntabas. Como el pecoso lacaniano berlinés: tan goce rico, tan mudo bello, diverso, variable, impersonal. Ideogramas cuando no haya qué decirnos. Dos chicas que se duermen contra el agua: botellas rotas que no nos lastiman: muro de almíbar. Sueño metálico: siempre a punto de: partir, volar, caerse.

 

Soy tu espejo

Soy tu espejo, lapicito que busca su semilla. Pañuelo mío, que jamás lastimes, y que no lo hagan. Así, toda en mí, roja y nuestra la voz, como la cal. Más tarde y tan lejos, hubo un vasto regocijo de espadas, cierta arena de sangre en la fe. Ahora, una noche esparcida en el fuego. Tenemos un antiguo dolor que no aprende a sentir ni rezar.

 

(sin título)

“Viajé durante dos corazones por su vientre”.
César Vallejo.

Hay, madre, una fiebre de abrigo donde puedo ser aquello que podrían ver tus ojos. Una cuerda en el tensado mar de aire, todo un río que se cuece esta única habitación multiplicada donde el fin es ilusorio. Como no estás, debo tomarlo con el justo peso de su cifra, ajustarme cada duda al nacimiento, tributarme el sol sin rostro que di bajo mi pena.

Hay madre, en el mundo un sitio, que se llama Tongling. Un sitio muy grande y muy lejano y otra vez grande.