Letras
Servidumbre de paso

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1

La vida siempre
nos pone en nuestro sitio,
aunque de ir contra corriente
hagamos nuestro sino.

 

2

Como si fuera un cuadro,
mirar mi vida
desde cierta distancia,
para observar esos detalles
que la encauzaron,
hoy puedo.

Detalles,
en apariencia tan insignificantes,
como el torcer un paso
para no chocar con quien avanza de prisa
o no discutir con quien se empeña
en alzar su tienda en la vía pública
pero que le dieron su curso
sin que yo lo advirtiese.

Pasos oblicuos
que van dejando la estela
de mi desvío
a la izquierda,
a la derecha,
tejiendo la red
de mis errores.

 

3

¡Desdoblar las solapas del tiempo
y dejarlo fluir
sin saltos ni remolinos,
sacudir las arrugas de la memoria
y dejar que la luz llegue
a todos sus escondrijos,
si yo pudiera,
ay, si así fuera,
con el peso vacío
de mil cáscaras de huevos
no seguiría cargando!

Como un inmenso pajar
es la memoria.
Si no sabes separar
la paja del grano,
rumias mucho
y te alimentas poco.

Lo rumiado
se repite una y otra vez,
deja mal sabor de boca
e impide que se deguste
otra cosa.

 

4

El rostro envejecido,
con sus arrugas irregulares
y profundas,
que me devuelve el espejo,
lo he ido tallando
con el cincel de mis mentiras
y el martillo de los años.

Esta máscara
que me deforma
con sus profundos tajos,
¿quién me la quitará?
Y las llagas que siguen sangrando
debajo de mi piel,
¿quién las cerrará?

Como la brisa fresca
que sopla a orillas del mar,
llevándose ligera
las goteras de dolor.
Así hace tu presencia
con las espinas de sal
clavadas en las puertas
de mi viejo corazón.

Pero no soy capaz
de seguir tus pasos
ni de mantener los míos,
no soy capaz.
no soy,
no...
Me niego y negándome
corto las ramas
del árbol de la vida,
y envejezco
y me voy muriendo
en esta nada.

 

5

Dicen
que he leído, sentido, reflexionado y meditado,
pero de todo eso que “he”,
poco se refleja
en mis ojos,
porque
con tanto cambio de norte,
soy una línea quebrada,
rota y de incierto destino.
¿Sé?
Sí, puede que sepa algo,
pero a tanta distancia
del hacer
que en mí poco se mueve
sabiendo dónde quiere ir
y por dónde se va.

Hoy,
aquí, sentado
en la estación
de El Puerto de Santa María,
descargados mis hombros
de todo eso que dicen,
con el punzante sol
lamiendo la piel de mis sentidos,
mientras aguardo
por si algún tren
supiese llevarme
de regreso
a mi sitio,
vuelvo la cabeza atrás
y miro
el largo otoño
de mi vida...
¿dónde estoy
y cómo he podido llegar
a tan poco?

Los dulces recuerdos
de cuando perseguía
las cambiantes luces ajenas,
como las secas hojas
de mi lejano ayer,
regresan cortantes
a mi paladar,
haciéndome sangrar
mientras me las trago...

 

6

Esta forma de ser sin ser
y de vivir sin vivir,
esta forma de existir
como una arruga
deforme y nudosa
de tiempo malgastado,
es una malla invisible
que me enreda
en mi laberinto,
y de la que salir
¿no sé o no quiero?

Yo soy,
sé que yo soy,
pero olvidé el atributo
y no sabría pronunciarlo
con la voz de los vientos,
el calor de los fuegos
y la cercanía de las aguas.
Olvidé quién soy
y me conformo siendo algo,
con el existir deambulante
de una sombra
que ignora quién la proyecta.

Pero una voz
se empeña en clamar
como un trueno
en el que se descarga
toda una tormenta,
inquiriéndome
quién soy.
La oigo,
pero no la localizo,
la siento,
pero no entiendo
por qué la tierra
le responde.

Como un vagabundo
que busca dónde reposar,
así busco mi sosiego.
El laberinto
de las demandas sin salida
y de las pulsiones retornantes
agota mi cuerpo
y acalla la voz
que invoca en el desierto
el recuerdo de lo que fue.

 

7

Trabajo.
Como, duermo
y trabajo;
tan sólo eso.

Un día,
no recuerdo cuando,
dejé mi vida
camino del trabajo
tras cualquier esquina,
en cualquier rellano,
y perdí de vista
los besos, los abrazos,
y las alegrías
que hoy a recuperar no alcanzo.

Porque dejé mi camino
por tomar un atajo,
me perdí yo mismo
yendo al trabajo.
            “Había un tiempo
            en que el vuelo de las palomas
            servía de reloj,
            dichoso tiempo,
            cuando en cada hora
            anidaba el amor...”
Por los andenes de este trabajo,
donde nunca volaron las palomas,
sostengo el reloj en la mano
y miro cómo pasan las horas:
si me quedo sentado,
pasan guardando las formas,
y si estoy paseando,
entre ellas se estorban cediéndose el paso.

 

8

La noche tiene varias plantas,
como esta obra,
porque sobre su sustancia
se diseñan y levantan
los sueños o las pesadillas
a las que le pone cada cual
los pilares
con los que ansía alcanzar
la consistencia de la determinación
que palpita en las estrellas,
las plantas,
que señalan la amplitud
de la planificación
del orden con que crea sus cosas,
y los tabiques,
que muestran la forma de la vida
que les dará sentido.
Y este bloque,
con sus noventa y dos viviendas
de sesenta y ocho metros cuadrados,
tiene las mismas vistas,
¡tan estrechas!,
como las que me trajeron aquí.

La noche tiene varias plantas,
aunque nadie las conoce todas.
Yo trabajo en su planta baja,
donde sólo viven las ratas
porque pocos la hollan,
sólo los guardas
de las obras
que nos vamos cada mañana
arrastrando la última hora,
sin saber dónde sumarla
porque siempre nos sobra.

Cada noche, sentados
a la lumbre de una cerveza,
como siempre charlando
sobre qué empresa
da peor trato
con mayor diligencia
a sus empleados.
Las horas lentas
van pasando
mientras los ojos se cierran.

En ese silencio
que no tiene puertas,
justo en ese momento
en el que una rata se acerca
sin reparos ni miedos
a lamer la cerveza
que se ha caído al suelo,
una voz oír se deja
llenando mi silencio:
“¿dónde estás. Cómo has caído
tan bajo;
a semejante sitio,
cómo has llegado?”.

 

9

Mis ojos,
apenas un segundo,
extraviaron las coordenadas
de mi mirar;
lo que antes me era invisible
se me mostró
en medio
de aquel vacío
momentáneo de pensamiento,
y vi una estatua
maltratada y rota
del Sagrado Corazón de Jesús...
Mis ojos,
apenas un segundo,
dejaron de ver
el engaño de mi vida
y vieron el fracaso
que construía con ella.

 

10

Sigo la rutina:
doy la ronda
controlando las vallas
y observando el exterior,
para volver a sentarme;
nunca pasa nada.
Así es esta vida,
como nunca la quise:
rutinaria,

como el erguirse de los pilares
sosteniendo las plantas
y el aporte continuo de materiales
para irles dando contenido,
como mi mente se nutre
de los mismos aportes
sin percatarse del discurrir de las horas;

como los desechos,
que cubren los suelos
y convierten el paisaje
en una ficción,
como el tiempo
sin noches ni días
en que aquí habito;

como el deambular de las ratas,
que se muestran indiferentes
ante mi presencia,
como si me consideraran
otro desecho,
otra rutina...

Tan tranquila, una rata,
dominando la situación,
pasa a dos metros,
se da media vuelta,
pasa a un metro
y libra una pelea con otra,
de la que escapa chillando...
La otra ocupa su lugar
sin mirarme
ni prestarme atención,
sino que sigue a lo suyo.

Y yo sigo con mi rutina:
regreso a casa,
duermo, como
y vuelvo al trabajo,
a ese mundo irreal
donde pago
servidumbre de paso.