Letras
Hoy por la mañana

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—Hoy por la mañana enjuagué mi pálido rostro con el agua fresca del estanque, tomé mi cartera y salí a hacer unas compras. Llegué hasta el mercado. Compré unas naranjas rojas que se veían saladísimas, unas fresas azules con sabor a mango y huevos de ornitorrinco. De regreso, mientras la boca se me hacía agua al pensar en el sabor de las naranjas, adquirí también un vaso para no tirar baba en la calle y me detuve en el puesto de periódicos. Una veintena de viejitos encuerados cruzaron corriendo la calle y desaparecieron en el horizonte. Conseguí el periódico de ayer, lo coloqué bajo mi brazo izquierdo, saqué mi llave maestra y robé un auto negro que estaba en la acera de enfrente.

”Dejé el auto estacionado a media calle porque no tengo lugar dentro de mi casa. Para entonces, mi boca ya era completamente de agua, mis labios se escurrían por mi barba. Me vi en el espejo y me reí: mi rostro era un Picasso. Dejé las bolsas sobre la mesa, saqué una de las naranjas, la metí toda en mi boca antes de que patinara hasta mi garganta y en efecto: el sabor era el más salado que había probado jamás. Tocaron mi ventana interrumpiendo mi comida: la vecina fastidiosa. Abrí sacando mi lengua que, para aquel momento, ya llegaba hasta mi cintura. Sarita río mucho también y me sacó una foto instantánea que descubrió sus alas y se colgó junto con las demás, en los alambres del teléfono. —Buenas, Sarita, ¿qué se le ofrece? —dije en voz muy alta para que no escuchara mis pensamientos, fue inútil porque se veían a través de mi cabeza como letritas provenientes de un teclado: “Ya viene otra vez a fregar. ¿No se dará cuenta de lo poco deseable que es su presencia? ¿Qué cree? ¿Qué por ser su vecino le tengo que resolver la vida?”.

”—Buenas —su vista fija en mis pensamientos—. No lo vengo a molestar. Necesito su ayuda. Verá, mi abuela está en mi jardín y no puedo meterla a la casa sola... pues usted que es taaaan fuerte...

“Si cree que con halagos me va a convencer...”. —¡No es ninguna molestia! Vamos...

”—Pero antes, ¿me permitiría entrar a su baño? Es que el caimán que habita el mío, se comió la taza...

“¡Aparte gorrona! No, si eso me faltaba: que se metiera a cagar en mi casa”.

”—No faltaba más. Pase —“¿Se notará mucho mi risa fingida?”.

”Mi vecina entró a mi casa meneando su enorme y flácido trasero frente a mis narices. Quise voltear hacia otro lado pero mecánicamente mis ojos regresaban como resortes hasta esas bofas, celulíticas nalgas. Ni siquiera preguntó dónde estaba el baño. Sus inquietos ojos brotaron de sus cavidades y en menos de tres minutos ya habían inspeccionado cada habitación y hallado el baño. Los horribles verdi-azules ojos regresaron a su dueña brincando hasta aquellos huecos donde habitaban. Yo fui a la cocina por un pepto bismol porque después de aquella visión se me había revuelto el estómago.

”Lo peor es que hasta donde me hallaba, podía escuchar que Sarita canturreaba mientras orinaba. Me dieron ganas de vomitar.

”Sarita salió con su habitual sonrisa plástica mostrando todos los falsos dientes de todos colores: rojos, azules, violetas. Toda una gama que se puso de moda hace mucho pero que ahora ya es obsoleto. Le ofrecí algo de tomar y aceptó un refresco con aspirinas. Se recargó sobre la mesa viéndome de frente. Su escote también me observaba de frente. Sucedió lo mismo que con su trasero: mis ojos rebotaban sin poderlos controlar.

”—¿Por qué no te has casado? —inquirió sin delicadeza.

“Porque me da pavor que mi esposa se convierta en usted”. —Estoy ocupado para pensar en eso... —“Y yo me pregunto: ¿por qué su esposo no se ha divorciado de usted?”.

”—Me ama —respondió indiferente a mis pensamientos.

“Pon tu mente en blanco. Así no sabrá lo que pensamos de ella ni de su inmenso trasero y de sus pechos que rebotan como pelotas desinfladas sobre mi mesa...”.

”Vio por un momento el elefante que se acercó a mi ventana pidiendo limosna para el zoológico. Cerré las persianas. Me molestan los pordioseros. Ella me miró de arriba abajo. No era una mirada despectiva, todo lo contrario. No sé si nadie se había fijado antes en sus carnes, pero me vio con deseo. “¡Me lleva la..! ¡Ahora resulta que a la vieja esta se le antoja conmigo!”.

”Salimos de mi casa dos horas después. Al dar un paso en la calle, un niño que lamía una paleta me señaló con el dedo gritando: —¡Trae abajo el cierre! —después desapareció en una coladera. Llegamos hasta el patio de Sarita donde su abuela nos esperaba. Yo no entiendo aún por qué la mandó traer del panteón, se ve muy descompuesta, ni siquiera la cera logró arreglarla bien. La cargué, pesaba tanto o más que las nalgas de su nieta. La llevé hasta la planta alta mientras mi vecina me dirigía como si su abuela fuera un mueble. La colocamos cerca de la ventana, desde afuera parecía que la señora observaba el cielo con ojos soñadores. Ojos de vidrio porque los verdaderos ya se los habían comido los gusanos.

”Mi vecina me agradeció, no sé exactamente por qué, y regresé a mi cómoda casa. En mi jardín me encontré con uno de los viejitos encuerados que andan en las manifestaciones. Estaba en el pasto como muerto, lo moví con una bota; me acerqué a su pecho. El condenado estaba vivo. Con mi antena integrada llamé a una patrulla que tardó horas en llegar (hay cosas que nunca cambian) y se lo llevaron al matadero.

”Justo antes de abrir la puerta de mi casa, un meteorito me cayó en el cráneo, me abrió la cabeza en dos. Mi lado derecho volteó al suelo y observó al lado izquierdo quejarse. Lo levanté, traté de pegarlo. No coordiné bien. Creo que los pegué al revés. Por eso vine al hospital. ¿Ahora si entiende mi urgencia? ¿O debo esperar cuatro semanas más para que me atiendan?”

La enfermera lo ve a través de sus gruesas gafas. Nunca le agradaron los hombres. Decide que lo dejará esperando dos meses más, hasta que el cerebro se le termine de chorrear por el rostro, llegue hasta la boca hecha agua y se lo coma...