Artículos y reportajes
Ignacio Ramírez, el Cronomante

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Hubo un Ignacio Ramírez, escritor y humanista, que en su momento fue pertinaz, cual salmón, le llevó la contraria a la corriente fácil, vivió en el siglo XIX, era mexicano y se hacía llamar el Nigromante; por sus ideas revolucionarias casi fue llevado al paredón, fundó periódicos y escribió de todo un poco, hasta versos de amor:

“El tiempo más feliz,
yo supe osado extender mi palabra artificiosa
como una red, y en ella, temblorosa,
más de una de tus aves he cazado”.

Entre los siglos XX y XXI, ha vivido, incluso contra pronósticos y diagnósticos, otro Ignacio Ramírez, colombiano desde y hasta la médula, que al igual que su ilustre homónimo ha sido constante, terco, mi madre-abuela Carmen diría puntilloso, en su misión de llevar la cultura, como bandera, escudo y lanza. A pesar de tantas semejanzas entre estos dos Ignacios, hay una gran diferencia, el Ramírez mexicano escogió como nombre de batalla, Nigromante, es decir, aquel que adivina a través de los muertos, en cambio el Ramírez colombiano, ha escogido desde siempre la vida y a ella se ha aferrado, en contra del discernimiento de especialistas y profanos, para fortuna de los amantes de la palabra. En lugar de convocar a difuntos, diariamente invoca a los vivos, mediante el sagrado conjuro de las letras.

Ignacio Ramírez, el colombiano, tomó uno de los mejores inventos del gran Julio Cortázar, para convertirlo en vehículo de la literatura y el arte en general. Fundó un diario virtual bautizado Cronopios, dirigido a mujeres y hombres de palabra, según su presentación. Este diario siempre ha llegado puntual a nuestros buzones imaginarios, quizás se ha interrumpido en alguna ocasión por un demonio cibernético, mutación contemporánea del antiguo “duendecillo de la imprenta” de los periódicos del pasado, pero la ausencia circunstancial sólo ha reforzado la importancia de su existencia.

Recibir a diario Cronopios, ese boletín amable e ilustrado, es una de las justificaciones de empezar cada nueva jornada. Por eso, nuestro Ignacio Ramírez es un gran Cronomante, lo que también podría entenderse como el amante no sólo del tiempo vital, sino de cronopias y cronopios, alguien que no desea ser fama, ni buscarla, discípulo aplicado del maestro Cortázar, convertido en apóstol al servicio de los demás. Gracias al Ramírez colombiano y a su cotidiano Cronopios, se puede leer a una serie de escritores, no sólo a los reconocidos, sino también a aquellos advenedizos, como este servidor, por fuera de la corriente oficialmente aceptada. Ramírez es la voz de quienes no hacemos parte de roscas ni asociaciones debidamente constituidas, ni quizás jamás apareceremos en las antologías de las letras nacionales, pero no por ello dejamos de aceptar el compromiso con la palabra, el reto de la página o la pantalla en blanco.

Dicen que el nombre Ignacio es de origen latino y significa “ardiente”. Aunque su naturaleza de fuego lo emparentaría con el infierno, tiene antecedentes en el santoral como Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, quien en su vida tuvo que enfrentar el dilema de la vida cómoda o seguir el llamado de su vocación. Ignacio Ramírez, el colombiano, al igual que su tocayo beato, seguramente tuvo la misma disyuntiva, la que planteaba una existencia acomodada, con un horario fijo y cheque al final del mes, al final le apostó a otra opción más difícil, aunque más placentera, la que muchos envidiamos y por nuestra cobardía ante el vacío no tomamos, pero aplaudimos desde la galería. La opción de vivir para la palabra, muy diferente a vivir del cuento.

Algunos pensarán que esta nota es un desvergonzado elogio, una descarada apología. Para enfado de quienes así lo piensan, están en lo correcto. Aunque en este caso, a diferencia de ciertas lisonjas, este homenaje es totalmente merecido. Como mi sabia madre-abuela repetía, las flores sirven para arrancar sonrisas a las personas vivas, no para adornar frías lápidas vacías. Ignacio Ramírez, el colombiano, además ha sido un ejemplo de dignidad, en medio del infortunio, de la fragilidad del cuerpo y los huesos. Un hombre que no pide generosidad para él, sino que entrega generosidad a granel, quien no acude a los bolsillos cerrados, sino a las mentes abiertas. Salud y sonrisas para el cronomante tan profusamente mencionado en esta nota, pero nunca suficientemente ponderado.