Sala de ensayo
René DescartesLa duda esencial

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La diferencia entre apariencia y realidad se ha dado en el ser humano desde que éste tomó conciencia de lo absurda que es la vida que percibían sus sentidos, ya que éstos le indicaron a su raciocinio que todo nacía, se reproducía, y moría, siguiendo los dictados de la implacable naturaleza. Desde el momento en que ese absurdo tomó posesión de su existencia, permitió que su exiguo intelecto claudicara ante su desbordante imaginación, aplicando, en consecuencia, esa moderna regla según la cual, lo más siempre es mejor que lo menos, y esa clásica regla según la cual lo bello y poético, es preferible a lo feo y prosaico. Parece que del sentimiento naturalista de la vida que aceptaba el nacer, reproducirse, y morir, este ser humano pasó al sentimiento salvífico de la vida, que esperaba el nacer, reproducirse, y morir, para vivir en otra vida. Según este sentimiento salvífico, era cierto que la existencia podía parecer absurda, pero que tal parecer no era real, ya que la misma vida natural escondía un secreto, una promesa, una esperanza en otro mundo mejor.

Para la religión hindú toda esta realidad era una farsa, un engaño, pues los sentidos y las pasiones eran una trampa en la que caían los ignorantes; la salvación radica en el intelecto, en la contemplación pura, en aniquilar los deseos, única vía mística para escapar, tras el velo de Maya, de la rueda material del Destino en donde las almas transmigran según sus merecimientos. En el caso de la religión órfica que eclosiona con la escuela pitagórica, se desarrolla con la eleata, y madura en la Academia de la escuela platónica, se declaró que existía esta realidad, este reino del Devenir (Heráclito), pero que este reino era una copia de la vida original que era el perfecto mundo de las Ideas, el reino del Ser (Parménides), cuyo epítome perfecto es la metáfora de la caverna de Platón. En el caso de la religión judeocristiana, se aceptó esta realidad física sin dudas, mas como paso o purgatorio hacia otra vida eterna feliz (cielo) o miserable (infierno), dependiendo de la virtud desplegada por cada alma en esta dantesca “selva oscura”; como la hindú, la religión judeocristiana también tuvo sus ascetas y místicos cuyo éxtasis supremo consistía en aniquilar el cuerpo sensitivo, mediante la fusión intelectiva con el fuego divino que es Dios. El paradigma de este sentimiento de ataraxia, lo ofrecen estos versos de San Juan de la Cruz sobre el alma y su amado, Dios:

Gocémonos, amado,
y vámonos a ver en tu hermosura
al monte o al collado
do mana el agua pura;
entremos más adentro en la espesura.

Y luego a las subidas
cavernas de la piedra nos iremos,
que están bien escondidas,
y allí nos entraremos,
y el mosto de granadas gustaremos.

Allí me mostrarías
aquello que mi alma pretendía,
y luego me darías
allí tú, vida mía,
aquello que me diste el otro día:

el aspirar del aire,
el canto de la dulce filomena,
el soto y su donaire,
en la noche serena
con llama que consume y no da pena.

Todo esto pareció real mientras la Tierra siguió siendo el centro del universo. Los nuevos descubrimientos científicos, no obstante, han erosionado los cimientos de este sentimiento salvífico, ya que la Tierra parece que ya no es el centro del universo (Copérnico, Galileo), ni el ser humano parece que sea ya biológicamente divino y separado del resto (Darwin). La razón metafísica parecedecirnos que “Todo es Uno” (Parménides), y que todo forma parte de la misma substancia divina (el “Deus sive natura” de Spinoza). No obstante, respetar la provisionalidad sobre qué es aparienciay qué es realidad, es la principal función de la razón científica de hoy día, pues ésta acepta como realidadfísica lo que una teoría demuestre como tal, según una comprobación empírica certera, y según sea susceptible, o no, de ser modificada por otras nuevas teorías científicas también provisionales (Popper).

La esencia del ser humano es su escepticismo (Descartes), ya que la razón que utiliza el ser humano para comprender la realidad, no es otra cosa que uno más de sus atributos o instintos naturales (Hume). Dudamos, luego existimos.