Especial
José León TapiaJosé León Tapia

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Allá en 1972, José León Tapia abrió, delante de todos nosotros, una ventana con su libro Por aquí pasó Zamora. Aquel libro nos puso a pensar que la memoria del General del Pueblo Soberano era, como en efecto es, algo vivo para las mayorías empobrecidas y traicionadas por las élites. Se iniciaba una escritura febril, concebida “para reventar el mundo” —como dijo poco después Orlando Araujo. Y no pudo parar Tapia, el resto de sus días, aquella experiencia dictada por el dolor.

Autor de numerosas obras narrativas que indagan y registran, a caballo de la ficción, la crónica y la prosa memorialística, la historia menuda de su Barinas natal desde la época colonial hasta la actualidad, igualmente Tapia escribió algunos textos sobre su profesión de médico, recreando la historia de la medicina en su región y avanzando angustiosas consideraciones sobre la ética médica en la Venezuela de hoy, sin obviar una soterrada condena a la oprobiosa circunstancia de la privatización/deshumanización de la profesión a que entregó casi 60 años de su vida.

En casi todos sus libros, Tapia deja oír la voz de la gente. Él les da la palabra a sus informantes. Por ello en esa obra hay un muestrario de voces y visiones encontradas, abismos expresos que, en la conciencia colectiva, sobreviven como huellas desgarradas de la “otra historia”. La “verdad histórica” oficial ha solido ser distinta, acomodaticia, interesada.

Evoco a José León desde mis doce o trece años, conversando con mi padre, J. E. Ruiz Guevara, y con Humberto Febres Rodríguez, siempre sobrio él entre rones, chimó y palabrotas en la babel donde me crié, peleando, discutiendo como carajitos, rodeados de papeles viejos, cassettes, croquis de batallas, manuscritos...

Los libros más importantes de Tapia son, entre otros, en mi recuerdo, Barinas y su medicina en tiempo pasado y presente, Por aquí pasó Zamora, Maisanta: el último hombre a caballo, Tierra de marqueses, El tigre de Guaitó, La música de las charnelas, La heredad, La casa de los Pulido, Viento de huracán, Los vencidos, El compromiso de ser médico, Retazos del olvido. Relatos de vida y muerte, el libro de memorias El tiempo indetenible, Bajo el sol de los siglos, La ciudad de las mansiones blancas y El embrujo de los Palacio. Hay más. Debe haber más. Yo llegué hasta ese último título, especie de síntesis de su mirada histórica sobre Barinas y sobre sí mismo. Que yo sepa, mantiene inéditos un volumen sobre su experiencia como diputado a la Asamblea Nacional Constituyente de 1999 y otros relatos. Me sé de memoria páginas enteras de esas. Siento el orgullo de haber sido editor de Bajo el sol de los siglos, con el que iniciaba su mirada de una totalidad que fue suya desde siempre, a su modo, en la entrecortada sintaxis que era espejo fiel de sus inveteradas desazones. Como hizo con no pocos amigos y colaboradores, en más de una ocasión me concedió el honor de realizar algunas lecturas, críticas o de simple corrección, previas al envío de sus libros a la imprenta; después, claro está, que lo hiciera Carmen Dolores, su eterna lectora y compañera.

Fue político muy a su manera. En 1957, finalizando la dictadura perezjimenista, fue diputado a la Asamblea Legislativa de Barinas; algunos han querido injustamente oscurecer su condición política con ese paso efímero por el gobierno de Pérez Jiménez aquí en Barinas, presidido por aquel García Monsant que sacó a Humberto Febres y Jesús Enrique Guédez varias botellas de vino para atenuar la espera de su huida en las horas previas a la rabia popular de enero de 1958. En los años 70, sus libros lo convirtieron en una referencia política, un tanto hacia la izquierda en la medida que reclamaban —aquellos libros— cierto lugar de justicia para los “vencidos”, como él mismo los llamó en el título de una de sus obras. En realidad, su visión de la historia era más conservadora de lo que siempre pareció, y quizás por ello sus amigos Luis Beltrán Prieto Figueroa, José Vicente Abreu, José Vicente Rangel u Orlando Araujo, socialistas incorregibles que escribieron prólogos o notas sobre sus primeros libros (los más encendidos e ideologizados en el corpus de su obra), siempre procuraron conminarlo a mayores compromisos, los cuales Tapia constantemente sorteó. Sin embargo, lo recuerdo acompañando a José Vicente en su campaña electoral de 1973, en una tarima frente a la casa de altos de la Plaza Sucre en Barinitas, a la que habían subido, entre otros, Juan de Dios Moncada Vidal, Juvencio Pulgar, mi padre y otras figuras que se borran.

Algunas de sus obras posteriores a Viento de huracán (novela que pinta el desdibujamiento de la cultura y la vida tradicional ante la penetración del “american way of life” en Barinas), reflejan precisamente ese su desapego voluntario y definitivo de cualquier compromiso con las ideas socialistas o izquierdistas. No es, como dicen algunos, que Tapia se fue de la izquierda cuando se desilusionó del chavismo tras su paso por la Constituyente de 1999, en la que participó convencido por Hugo Chávez, Luis Miquilena y José Vicente Rangel. Tapia había abandonado todo signo izquierdista diez años antes, al aceptar ser homenajeado por el recién estrenado segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez en 1989. Fue constituyentista en el 99 (me lo dijo muchas veces) creyendo que podía incidir en la redacción de aquellos artículos relacionados con la aberración de la medicina privada, la que conocía desde las entrañas mismas del monstruo. Y de la Constituyente volvió a Barinas también horrorizado ante la pretensión de dos o tres diputados de imponer en la Carta Magna la pena de muerte, pretensión que gracias a todos los dioses y a Hugo Chávez fue sofocada antes de nacer (me lo dijo también José León muchas veces).

Pero sobre todo, Tapia estaba angustiado por la violencia que supuso caracterizaba todavía al presente período político venezolano. Y tenía razón. La violencia está ahí. Si alguien sabía perfectamente quiénes fabricaban y fabrican violencia aquí, en Venezuela, ese era Tapia, que la tuvo como tema vertebral de casi todos sus libros.

No entendí nunca su rechazo al Premio Nacional de Literatura. Las cartas manuscritas que remitió al ministro de Cultura revelan un titubeo. Primero, quiso recibir el premio si no era de manos de Chávez, e incluso me planteó que fuésemos el cronista de Barinas (Alberto Pérez Larrarte) y mi persona a recibirlo en su nombre, a lo cual no se negó en ningún momento el otrora viceministro Francisco Sesto. Eso es bueno decirlo, porque él sabía que ese máximo galardón siempre lo habían entregado los presidentes de la República, al menos en las décadas de la democracia representativa. Ana María Oviedo y yo fuimos correos de aquellas cartas, que después fueron manipuladas con insania por la prensa antichavista. Por cierto, las instituciones y personalidades que postularon a Tapia para el Premio Nacional de Literatura no eran ni son chavistas, con la excepción del poeta Luis Alberto Crespo; lo hacían como un justísimo e inobjetable reconocimiento a su obra y a su trayectoria de escritor éticamente intachable; fueron escuchados y el dictamen del jurado fue aceptado sin la mínima censura de parte de las autoridades culturales. Si Tapia hubiese querido alzar su voz contra lo que no le gustaba del gobierno de Chávez (quien por cierto nunca se enteró de esa postulación), pudo tener allí una estupenda tribuna, que descartó al expresar no querer que su obra escrita se asociase a la política; aunque a mi modo de ver, su obra escrita era y es política e ideológica por donde se la lea. Otros, desafortunadamente también y para todos (incluido el propio Tapia), hicieron de eso un festín politiquero y mediático que a él (me lo confesó indignado) le hizo más daño que gracia. Finalmente, ¿qué era sino un gesto absolutamente político rechazar el máximo galardón literario que otorga el Estado venezolano?

De cualquier modo, para todos nosotros acá en Barinas y para muchos venezolanos que supieron leer entre líneas lo que la manipulación desvirtuó por egoísmo o lo que sea, José León Tapia está sentimentalmente premiado como un escritor de primera línea si pensamos en su prosa nacionalista y revolucionaria sin epítetos.

Creo que la vida, los libros, la condición ciudadana, profesional y la militancia humanística de José León Tapia, hablan y hablarán por sí solas siempre. Les rindo tributo con la humildad y el pesar que puede sentir, a la hora de su partida, quien vino al mundo en sus manos, y quien lo admiró y quiso profundamente.