Artículos y reportajes
John Junieles nos sorprende y nos atrapa

Comparte este contenido con tus amigos

John Jairo Junieles, escritor joven, seleccionado para hacer parte de Bogotá 39, en Bogotá Capital Mundial del Libro y Hay Festival 2007, acaba de hacer el lanzamiento de su libro de cuentos Con la luz que me queda basta, nueva edición de Panamericana donde incluye ocho cuentos inéditos.

Junieles, antes que escritor, es un monstruo devorador y no precisamente de galletas como el personaje de Plaza Sésamo, sino de libros. Lector compulsivo, apasionado por las letras sin excluir su pasión arraigada por el cine. La lectura y el cine roban quizás gran parte de su tiempo, aunque él sin proponérselo con sus escritos atrapa a los lectores y a los críticos de la literatura invitándonos de alguna manera a degustar sus palabras que se elevan como barriletes en el mes de agosto.

Algo caracteriza a Junieles, su sencillez como ser humano, el lenguaje entretejido en cada línea y los personajes hasta finalizar la historia.

Su procedencia, el haber nacido en Sincé (Sucre), lo hacen portador innato de su narrativa vivencial antes que nada, donde combina la añoranza, la fantasía y la perplejidad de una niñez que indudablemente marca su literatura fresca, descomplicada, con dejos de suspenso que lo enfrentan a los recuerdos que penden del lomo de una mariposa con alas irisadas bajo un sol ardiente o una noche oscura, frente a realidades crudas y aterradoras que vivimos a diario ante la sangre que corre por nuestra tierra y se conjuga con los ríos que clandestinamente lavan las culpas de los asesinos.

“Hombre viejo en un cuarto oscuro”, el primer relato de su libro en mención, vuelve a la casa de un pueblo con la memoria.

Las palabras habían estado esperando por años.

El personaje del abuelo, su voz, su mano apretada a la de él, lo mantienen alerta con las fervientes ganas de quedarse allí prendido y pregnado de ese ser sabio con piel surcada que delira y se debate entre el dolor por esos hombres que bajo la lluvia huyen de otros hombres, que matan, están enfermos, con palabras ponzoñosas por esas noticias que llegan desde lejos y los hacen enemigos mortales.

A la edad del personaje de la historia, éste creía firmemente en las ensoñaciones de su abuelo porque la realidad aún no lo ahogaba...

Cruda realidad la que vivimos... “El hombre es lobo para el hombre” (T. Hobbes); tal vez eso era lo que el abuelo quería manifestarle, él sólo se limitaba a escucharlo boquiabierto, con la ingenuidad de sus primeros años.

No podemos descifrar con precisión quién es Junieles, si es él mismo o es el otro que está en él o si son varios personajes los que habitan en su interior; cuando rescata el pasado que lo mantiene presente y avanza al futuro que lo mantiene en pasado, cuando evoca su orilla y cruza los ríos y vuelve la mirada a su interior bajo el espíritu de Santiago su hermano que muere a las pocas horas de haber nacido, siendo Santiago él mismo. Nos invita a reflexionar sobre el tiempo, lo que sucede atrás, lo que está por suceder o lo que sucedió.

“Lo que me parece claro y evidente, afirma San Agustín, es que ni el futuro ni el pasado son impropiamente, pues, decimos: los tiempos son tres: pretérito, presente y futuro. Con mayor propiedad se diría acaso: los tiempos son tres: presente del pasado, presente del presente, presente del futuro. Estas tres modalidades están en el alma; en otra parte no las veo: memoria presente de lo pasado, intuición presente de lo presente, expectación presente de lo futuro”.

El patio en la vida de Junieles jugó un papel trascendental; para él, en su cuento “El naranjo”, era largo como un callejón al cielo. Había en ese patio muchos árboles, pero sobre todos esos guerreros de extensas jornadas de sol y lluvias esquivas, se destacaba un naranjo dulce, iluminado por una extraña luz como si el sol anidara sobre él.

Ese árbol tenía su historia: un niño que debía ser su hermano mayor y que murió a las pocas horas de nacer porque el cordón umbilical lo traía enredado a su cuello; ese hermano jamás vio la claridad de un patio ni vio la tierra sedienta tragarse las gotas de agua que se escurrían de la ropa acabada de lavar que colgaba de los alambres.

Conoció la historia por boca de su abuelo.

Se podría pensar, como manifiesta el escritor en una de sus líneas, “porque quizá yo no sería Santiago, si Santiago estuviera aquí”, y se pregunta quién habría sido él, si no hubiera sido él.

Echemos una mirada. “El cuerpo es la cárcel del alma, cuando esa chatarra que la contiene muere, el alma empieza a flotar para llegar a su grado de purificación y perfección y cuando lo logra se introduce en otro cuerpo”. Seguramente Platón nos hablaba de la inmortalidad del alma, esa, la de Santiago, la que vino a introducirse en el otro Santiago, él mismo, para que a través de ese nuevo cuerpo pudiera percibir todo lo que él siente, piensa y vive.

La atracción por el naranjo, su complicidad y calidez, aun antes de conocer la historia, es para ambos “ese cielo que flotaba arriba como un globo de cumpleaños”.

“Un día de pesca”, otro de sus relatos, nos enseña en las palabras de su abuelo cómo la pesca “es el arte del silencio y la paciencia”, por eso el abuelo y él se habían inventado un lenguaje del silencio y sin gestos y tactos.

Allí podía estar con su abuelo horas sin moverse y sentía que de él siempre podría aprender algo. Su relación con las cosas que lo rodeaban era armoniosa, el abuelo jamás gritaba por alegre, triste, enojado o borracho que estuviera.

“Lo bello produce alegría y agrado. Pero no todo lo que agrada y alegra puede considerarse como bello”. “Pulcra sunt quaeviso placent” (“Son bellas las cosas que, vistas, agradan”, Tomás de Aquino).

El agrado es fruto de la belleza, no su causa, y quizás Santiago al escuchar todo eso que le decía el abuelo lo hacía quedar inmerso en esa belleza espiritual, esa paz y ese sosiego que le trasmitía en cada palabra.

“Con la luz que me queda basta”, de John Jairo Junieles“Los gritos nunca son necesarios. El mejor cazador del reino animal es el silencio. Un grito es una ofensa contra uno mismo”. Esas palabras tan sutiles y sabias del abuelo envolvían a Santiago en un mundo mágico y quizás utópico para ese ser especial en la vida de Santiago.

“Luces a lo lejos”, inevitablemente esas cosas ocultas que atan a algunos lugares, en el caso específico del personaje en el patio. El niño que fue se halla extraviado en un mundo raudo de horarios, autos y altas paredes, sus ojos se posan hoy sobre una pantalla de televisión y avisos y luces.

¿Tenía miedo Santiago?

Dejar todo atrás, ¿qué sensación le produciría?

¿Enfrentarse a otro mundo siendo el mismo mundo donde los duendes de su fantasía posiblemente se convertirían en demonios?

Y no es que Santiago fuera pesimista, pero de alguna manera, antes de llegar a la ciudad, un pensamiento le advertía que nada sería igual.

Santiago recuerda su intención dormida, la de escapar algún día de casa, pero oyendo a Nazario comprendió que no estaba listo, que aún tenía que enfrentar muchas cosas para poder fumarse un tabaco en frente del mundo, pues de lo contrario se pasaría la vida buscando rincones oscuros.

“¿De qué otro sitio ha tomado Dante la materia para su infierno, si no de nuestro mundo real? Y, sin embargo, llegó a conseguir un verdadero infierno. En cambio, cuando le llegó la tarea de describir el cielo y sus alegrías, se encontró con una dificultad insuperable, porque nuestro mundo no ofrece ningún tipo de material para ello” (Schopenhauer).

En su relato “Cómo paga el diablo a quien bien le sirve”, Nacho le cambió la vida, le enseñó la diferencia entre un infierno imaginario y uno verdadero: la realidad real. Le lavó la ingenuidad y puso malicia y tenacidad en sus acciones, pintó su mundo de un color intenso y mandó el azul celeste al desván del pasado.

Nacho era un verdadero bruto, capaz de arrebatarle al diablo su trinche y hundírselo en la espalda.

“Como una pelota de béisbol”, para un desengañado como él, la filosofía no aportaba mucho, era sólo una postura desde la cual se lanzan rayos de colores que no tienen efecto sobre la realidad, sino que la sobrevuelan como las golondrinas. Su pensamiento encaja en lo que dijo Kierkegaard: “Lo que dicen los filósofos sobre la realidad es a menudo tan decepcionante como un cartel colocado en el escaparate de una tienda en la que se dice: Aquí se plancha ropa. Si llevas tu ropa para planchar, te llevarás un chasco, porque el cartel está a la venta”.

Lo narrado por Junieles, en su oficio de periodista, le dio también la oportunidad de descubrir casos extraños, en un mundo donde los seres de alguna manera somos “extraños”, ya que la mente humana es indescriptible, indescifrable y se anida como bandadas de pájaros que arremeten desafiando el viento en busca de su refugio.

En el caso de “Una voz al teléfono”, donde el asesino a través de sus llamadas en el programa “Veinte minutos para soñar”, su frase favorita era: “Ya saben, deben levantar la cara para que no queden mal degollados”.

Su vida de transitar, sus amores imaginarios o reales, sin preguntas ni miedos, cuando probó por primera vez los labios de Nina, y a pesar del tiempo, ese tiempo inventado en sus días por esa chica que vio alejarse en un autobús que luego descubre su expresión en las primeras sillas de un cine, acompañada de un viejo.

En su libro Con la luz que me queda basta, el personaje odia muchas cosas de él mismo, pero detesta una especial aunque a veces le resulta conveniente para él: su manía de andar siempre entre dos aguas, de no concentrarse jamás en el presente porque su mente divaga en busca de otros mundos, como un pez que en su pecera sueña con el océano, lo podríamos encerrar el poema que Borges escribió:

Descartes

Soy el único hombre en la tierra y acaso no
hay tierra ni hombre.
Acaso un dios me engaña.
Acaso un dios me ha condenado al tiempo,
esa larga ilusión.
Sueño la luna y sueño mis ojos que perciben
la luna.
He soñado la tarde y la mañana del primer
día.
He soñado a Cartago y a las legiones que
desolaron Cartago.
He soñado a Lucano.
He soñado la colina del Gólgota y las cruces
de Roma.
He soñado la geometría.
He soñado el punto, la línea, el plano y el
volumen.
He soñado el amarillo, el azul y el rojo.
He soñado mi enfermiza niñez.
He soñado los mapas y los reinos y aquel duelo del alba.
He soñado el inconcebible dolor.
He soñado mi espada.
He soñado a Elizabeth de Bohemia.
He soñado la duda y la certidumbre.
He soñado el día de ayer.
Quizá no tuve ayer, quizá no he nacido.
Acaso sueño haber soñado.
Siento un poco de frío, un poco de miedo.
Sobre el Danubio está la noche.
Seguiré soñado a Descartes y a la fe de sus
padres.

Jorge Luis Borges (1989), La cifra

Los dejo entonces con este abrebocas de la obra de John Junieles, Con la luz que me queda basta. Y los invito a leer sus historias porque de alguna manera se identifican con el vivir cotidiano de cada persona.