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Los personajes suturados de Oscar Marcano

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Alguna vez tuve la fortuna de disfrutar de Millennium, una serie de televisión magnífica, creada y escrita por Chris Carter, el mismo maestro que tuvo a bien concebir la saga de los Expedientes secretos X. Mientras leía Puntos de sutura de Oscar Marcano, pensé repetidamente en un episodio de Millennium que se me antoja supremo. Una vez terminada la novela, esta referencia toma aun más fuerza.

En ese capítulo de Millennium (titulado Room with no view), tenemos una reminiscencia de la Irene Adler de Sherlock Holmes, una asesina de origen ambiguo (algo nos hace pensar que es el demonio mismo) de nombre Lucy Butler. La Butler reta al serenamente atormentado Frank Black con un misterio agudamente maléfico, que al final se convierte una revelación pavorosa. Black descubre que la Butler secuestraba jóvenes para encerrarlos en una casa donde los mantenía sometidos a un subibaja emocional donde por momentos los trataba con suma crueldad y en otros los mimaba con suavidad de madre buena. A toda hora, para completar el horror, sonaba Love is Blue, de Paul Mauriat, en los ocultos altavoces sobre las oscuras celdas de aquel lugar demente. Esta mujer, representación del mal supremo encarnada en una especie de hippie hermosa, buscaba trepanar sus mentes con dosis sobrecargadas de aislamiento, vacío y locura. Es decir, anhelaba anular la voluntad de aquellos jóvenes, que estaban allí por ser excepcionales. Pero he aquí lo más particular: no se trataba de genios de las matemáticas, ni futuros ingenieros, abogados, médicos, líderes ecologistas, pacifistas prometedores o prospectos de sacerdotes o místicos (a todos ellos el diablo los adora). No, estos jóvenes tenían algo que no se puede definir en palabras, una inteligencia especial, preclara. Digamos que estos muchachos estaban más despiertos que el resto de los seres humanos, y esto los hacía más peligrosos a los ojos del demonio que cualquier otra persona.

¿Por qué recordé esta extraña historia cuando leía la novela de Marcano? Porque creo que el autor está hablando de lo mismo. En Puntos de sutura contamos con una cantidad de personajes que, en gran medida, son luminosos. Personajes diferentes, espirituales a su manera, y más sensibles y humanos que el resto de los mortales. Estos personajes, y como señala Antenore sobre Áyax en su texto de introducción a la historia de Puntos de sutura, son héroes perdidos, héroes que alguna vez tuvieron un peso específico en su sociedad y que, de pronto, con el golpe de biela de la historia, dejaron de tener valor e importancia. Los personajes de Puntos de sutura, estos múltiples Áyax (que en el fondo son un solo gran personaje), están condenados a fracasar en un mundo al que no pertenecen. Nuestro tiempo, ese que se cuenta en Puntos de sutura, no es el de El enano, ni el de Kénidi, ni el de Sayegh ni, mucho menos, el de Moj y el de Alfonso Gabbani. En cada una de sus historias —historias que ramifican el libro en una delicia de savia literaria—, entendemos que estos personajes son diferentes, que no pertenecen, que no están del todo porque quizás son demasiado inocentes, soñadores o idiotas. Simplemente estaban destinados a otro tiempo, a otras vidas. El choque con la realidad los condena. Su alma ligera (en el mejor sentido de la palabra, como la entendía Calvino en Seis propuestas para el nuevo milenio), su alma de héroes destinados a grandes cosas se va llenando de peso, de contaminación, de suciedad de mundo. Sólo les queda dos vías: o dejarse llevar y fracasar, o salir de la historia. En Puntos de sutura sólo Alfonso Gabbani decide dejar el juego: pero antes de partir, se hunde en los meandros propios para contar en parábolas las razones de su muerte. Juzgo que Puntos de sutura tiene una unidad interna hecha a prueba de balas, y tengo la certeza de que no son un grupo de cuentos convertidos en novela, como se pudiera creer, sino una novela convertida en una miríada de cuentos, cuyos significaciones más profundas nos llevan siempre al mismo lugar: al entendimiento de los fracasos heroicos de esta novela. Sus personajes, como Áyax, fueron los más grandes héroes de su preclara existencia; no obstante, como Áyax, también fueron desterrados del mundo por ese nuevo tipo de héroe representado en Ulises, el astuto, el pensador, el pragmático, el que no tiene tiempo para morir en combate con gloria y honor, rechazando así la poesía del antiguo guerrero. No es Ulises el guerrero admirable, sino el padre de este mundo desajustado, de este mundo cambalache, como el tango. De allí que Antenore no termine de entender. El hijo no comprende que su padre es un héroe perdido que se aleja y se mata no por egoísmo, sino para que su hijo no corra el mismo destino de los preclaros. Dice Alfonso a su hijo: “Giacometti afirmaba que la verdadera gran aventura era ver surgir cada día algo desconocido en el mismo rostro”. Concede el padre al hijo la entrada al mundo enemigo y yerto, pero lo sospecha tatuado en la misma luz añeja y condenatoria (la guitarra, su gusto por la poesía...), y le advierte de sus peligros en el ejemplo de sus heridas mal saturadas. Alfonso Gabbani busca, como un predicador en el desierto, que el espíritu de su hijo se mantenga inalterable a pesar de la medianía del mundo. “Lo que intento decirte es que no renuncies a la facultad de la aventura”.

Y en el fondo de todo esto está la vida como género femenino, la vida mujer, la vida como Atenea, enemiga de Áyax, protectora de Ulises; la vida que es esta vida en la que los personajes luminoso-fracasados no caben. La vida-hembra representada en las mujeres que recorren la novela, mujeres que no son como estos hombres las anhelan: su epítome es la mujer alsaciana de Maigret, el famoso detective de Simenon; una esposa dura, centrada, de otro tiempo, como de otro tiempo son ellos. Dice Moj: “No pretendas tener una mujer voluble. No se te ocurra tener una mujer voluble”. ¿Acaso no es voluble esta vida? ¿Acaso no son volubles estos tiempos donde las fidelidades cambian a capricho? ¿No fueron siempre caprichosos los dioses y las diosas de los griegos, regidores del destino de los hombres? De allí que la imagen de la mujer a lo largo de la novela sea protagónica y vital. De allí que, no por casualidad, hemos comenzado a hablar de Puntos de sutura desde una asesina torturadora que al mismo tiempo nos recuerda a la astuta (tan astuta como Ulises), Irene Adler, más enemiga de Holmes que el mismo Moriarty. Espejos de espejos resulta la literatura.

Puntos de sutura es una obra compleja, y hay mucho más que decir de ella. Por los momentos, me quedo con esto, y no dudo en pensarla una de las obras más importantes y poderosas escritas en Venezuela en los últimos años.

Salud.