Letras
Tres relatos

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Suspensión en el aire

La levitación tuvo lugar frente al vetusto edificio del Parlamento, llamando la atención de los escasos transeúntes de ese día más bien frío y nublado. Muchos lo achacaron a un nuevo truco publicitario, a los charlatanes y juglares premunidos de nuevas tecnologías que parecen capaces de cualquier prestidigitación. Algunos turistas chinos —de Taiwán— tomaron fotos. Se acercó un par de policías, luego se retiraron a sus vehículos en espera de órdenes superiores. Poco a poco se formó un corrillo. Llegó una periodista de la televisión local para hacer una nota breve de unos treinta segundos de filmación. El hombre, a sólo unos cincuenta centímetros del suelo, le pasó una mano que ella al comienzo rechazó con algo de aprehensión pero luego aceptó con una media sonrisa. Ambos se elevaron hasta una altura de dos metros. El interés de la gente aumentó. Algunos que se alejaban volvieron sobre sus pasos. Otros que miraban desde lejos, desde la vereda del frente, se acercaron. Una ligera brisa levantaba la falda de la periodista. Ahora estaban a unos cinco metros de altura y ella sin soltar su mano le indicó ese hecho, demostró cierto temor. No tardaría en despertarse el interés de servicios de inteligencia, de multitudes y de adeptos de diversas religiones. El número de policías había aumentado, estaban notoriamente formando un cerco y se acercaban otros vehículos. El hombre que levitaba le ofreció a la periodista una entrevista exclusiva para el día siguiente, en su pequeño departamento del barrio chino. Los agentes que trataron de seguirlo a él y a ella sentían la imperiosa necesidad de ir al baño. Si conducían, tenían que estacionar los autos para echar una siestecita. Si llamaban por teléfono, olvidaban repentinamente de qué estaban hablando.

 

El poeta es un pequeño Dios

Eso no es mío, es de Huidobro. Yo soy ateo, por lo menos ahora. Pero no se puede negar que hay una pizca de verdad en el lema del insigne vate. En cada generación de mi familia se han presentado casos de esquizofrenia, empezando con mi abuelo, que en paz descanse, y hasta ahora terminando con una prima mía que sin embargo no ha tenido problemas en casarse, tener dos hijas preciosas y estar ahora viviendo en Europa. Cuando chico, yo dormía muy mal, tenía pesadillas muy seguido, despertaba gritando. A veces me pasaba que me ponía a conversar con gente que me venía a ver en la noche y se sentaba en la cama, como el seminarista o las dos niñas gemelas, que a veces abrían la puerta del velador y se metían las dos juntitas, una al lado de la otra. Para mí eso era de lo más normal, luego me he dado cuenta de que no es tanto. Mi madre me dosificó por varios años bromuro de calcio bajo una forma que se vendía bajo el rótulo de Calcibronat. Cuando le tocó a mi tía, estuvo internada y en ese entonces le aplicaron electroshock. Pero a lo que vamos. Tengo bastante familiaridad con las enfermedades mentales, varios amigos y amigas mías se cuentan entre la gente aquejada que conozco, fuera de mis parientes. En general, son gente muy creativa e intuitiva, y cuando se dan cuenta de que tienen que hacerse un poco los tontos para que no los jodan mucho, son bastante tratables y una permanente fuente de inspiración.

Pero ninguno como Arturo Méndez, que profesa en la literalidad de Huidobro y que cree a pies juntillas que en sus sueños está creando un universo en el que iniciará otra vida una vez que termine con esta. Pero es muy discreto con esta convicción. Hasta donde yo sé, soy una de las pocas personas que saben este asunto. Incluso a mí me parece a veces que me está tomando el pelo. La cosa es más o menos así, en los sueños de los poetas y los creadores, no de todos, en algunos sueños prácticamente todos los elementos aparecen realzados, espacios más grandes, arquitecturas más vertiginosas y colores más vivos. Él soñó esa vez que dice que se le paró el corazón por la diabetes que era un recién nacido y que a su lado yacía un cuerpo ingente de mujer, se trataba del inicio de su nueva vida. Pero no se murió y despertó. Dice que algunos de los lugares, la misma Batôn Rouge donde vive en Luisiana, adoptan una nueva magnificencia, la flora y la fauna pueden ser monstruosas y de una materialidad agobiante. Tiene la impresión de que a veces puede volar, o que se levanta del suelo, levitando. Yo le digo que todos volamos en sueños, que yo mismo hace décadas soñaba ser una especie de ave de presa que se abalanzaba sobre mujeres jóvenes que paseaban por las calles y los campos, despreocupadas, que el vuelo tiene un significado sexual muy claro en el psicoanálisis y que experimentara para que viera que si se corría una paja no iba a volar en sueños, a lo mejor ni siquiera iba a soñar, es decir que iba a caer como piedra en el sueño de los justos. Pedimos más café, es muy temprano para empezar a tomar, aunque a mí ya me esté empezando la tembladera.

 

Importancia del aire

El verano ya se acaba y con él viene no tan sólo el otoño, con su gama de colores increíbles, pesadilla del pintor y gloria de los fabricantes de postales. Se avecinan ya por la ventana de septiembre las actividades comerciales, políticas y culturales sobre la ciudad como un enjambre de langostas despertado súbitamente por un hambre insaciable. Así es como me había visto de nuevo engatusado, como me habían vuelto a hacer pisar el palito. Me había dejado ir con el calor y la humedad, el florecimiento febril de esta naturaleza siempre a medio podrir, la frecuentación de terrazas y restaurantes con mi compañera, de bares con mis amigos, hasta la gastroenteritis reiterada, parece que ya no soporto por ejemplo los alimentos lácteos. O será el alcohol, o las frituras, o la cafeína. O sinó es que asqueado por la situación a que aludía recién es mi organismo mismo el que se rebela iniciando profundas arcadas. Viendo que no sé distinguir bien el nivel de las cosas, que adopto posiciones extremas y me desahogo lo más pronto posible esos mismos que otrora llegaron quejándose como cabros chicos para hacerme incurrir en pronunciamientos públicos, esos quiltros otra vez se apresuraban a oler el ano de sus maestros luego de que les habían pateado las costillas, por otro lado yo ensimismado en una adrenalina a la vez droga y veneno multiplicaba pronunciamientos morales, caldos de cabeza, tomas de posición olvidando que la justicia es la estatua de una mujer madura, de gris y con los ojos vendados, que vadea un charco. Entonces es que he descubierto nuevamente al aire. Hincho mis pulmones, aspiro y expiro, hago que se corresponda a mi sístole y mi diástole. Me yergo en la noche antes de dormir para ejercicios de respiración, con los brazos abiertos en cruz frente al espejo, tratando de delimitar a mi cuerpo el radio del universo conocido antes de dormirme, pensando en que cuando vaya a ciertas dependencias a buscar el número de una revista llegada del extranjero en que seré poeta invitado me voy a poner una mascarilla. A mediados de octubre voy a limpiar mi sistema a la manera Hata yoga según mi abuelo, ingiriendo una cinta de género para luego irla excretando paulatinamente en un proceso de horas.

(Publicado en el Nº 3 de La Bata del Camaleón).