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El carguito

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Siempre he sido fiel a los míos. Nadie podrá reprocharme haber nunca vacilado en el cumplimiento de mis deberes con el partido y con la sociedad. Me he entregado al ejercicio de mi responsabilidad hasta el punto de haber sacrificado mi vida familiar y mi carrera profesional al servicio de un ideal, de un hermoso proyecto, de una gran empresa; pero jamás me ha importado porque nuestros talentos valen de poco si no los ponemos a disposición de los demás.

Y, en efecto, así sigo después de tantos años: disponible. Preparado para, una vez más, arrimar el hombro y seguir contribuyendo al progreso de este país si es que los electores nos vuelven a otorgar su confianza. Dispuesto para acometer las tareas que se me encomienden, por arduas que parezcan. Firme, como siempre, en mis convicciones. Leal con mis superiores y, ante todo, con los ciudadanos de a pie, de quienes somos simples servidores y cuya esperanza nunca podemos traicionar. ¡Qué buen pueblo el nuestro cuando encuentra un buen gobernante!

En estas elecciones ¡vamos a arrasar!

 

Las campañas ya no son lo que eran en mis tiempos. Pasó todo aquello de pegar carteles, cantar himnos en los mítines con las manitas o los puñitos levantados, hacer pintadas... En fin, se ha perdido romanticismo, pero hay que reconocer que todo resulta más técnico, no sé: más higiénico, más cómodo. La empresa de imagen que ha contratado el partido es, además, muy eficiente; ha diseñado un eslogan muy pegadizo, y nos ha dejado al candidato que parece un chico de Operación Triunfo: ya sabemos que muchas señoras votan preferentemente a hombres atractivos, y está comprobado que un líder demasiado viejo, calvo o intelectual vende más bien poco, por no decir nada. Con todo, yo no he participado mucho en la campaña porque, por algún motivo que desconozco, el partido decidió incluirme en uno de los últimos puestos, sin posibilidades de ser elegido. Estuve, cómo no, en el acto de cierre de campaña, pero no en el lugar de honor, detrás mismo del líder, en parte porque no me gustan los protagonismos, en parte porque esos lugares suelen reservarse a jovencitos y jovencitas sonrientes, que quedan más lindos en las pantallas (hay que comprenderlo).

Nuestro candidato estuvo brillante, y todo el auditorio vibró con sus demoledoras alusiones a la oposición. Los hombres y mujeres de este país nos necesitan, y este humilde militante, aun en contra de su bienestar personal, seguirá colaborando con este ilusionante proyecto político desde la responsabilidad que se le adjudique.

Al final hubo bocadillos y bebidas para todos.

 

Uff, los resultados han sido más ajustados de lo que pensábamos. Quizá no hemos sabido transmitir nuestro mensaje y contagiar nuestro entusiasmo; tal vez no fuimos lo suficientemente pacientes como para reservar para el final de la legislatura las medidas políticas más rentables electoralmente: las rebajas de impuestos, las subidas de las pensiones, las inauguraciones de obras vistosas y cosas así, ya se sabe, de contenido social. Y eso que hay que reconocer que los medios afines se han volcado con nosotros y han mantenido a nuestro candidato a todas horas en el “candelabro”, como dijo aquella pobre estúpida; además, la jugada de airear el pasado etílico del candidato de la oposición nunca se la pagaremos suficientemente (jeje). También es cierto que los medios opositores no han ahorrado espumarajo a la hora de descalificar nuestra tarea de gobierno: ¡lo que hay que aguantar! Si no están a gusto, ¡que se vayan a otro país!

Bueno, agua pasada no mueve molinos. El caso es que podemos seguir trabajando sin mayores complicaciones, porque gracias a la ley electoral los partidos pequeños desaparecen y las mayorías sólo pueden ser absolutas (aunque sean por los pelos). Claro que nosotros estamos abiertos al diálogo permanente y que vamos a gobernar para todos, los que nos han votado y los que no, pero lo de tener la última y definitiva palabra da una soltura y una libertad cojonudas.

Ahora toca esperar. El partido sabe que, como siempre, estoy disponible, que no conozco otra forma de vida que estar al servicio de los demás. Quizá sea sólo un peón en esta partida de ajedrez que es la arena política, pero un peón capaz de sacrificarse ciegamente para derrotar al enemigo.

 

Últimamente no me encuentro demasiado bien. Duermo mal, he perdido el apetito, me cuesta concentrarme y me noto como hinchado. Mi nombramiento como Delegado Provincial de Abastos está pronto a vencer; el relevo en las responsabilidades es inminente, y todo funciona con cierto aire de provisionalidad. Achaco mis achaques (valga la cacofonía, je) a la emoción que me embarga por ver la próxima culminación de mi tarea política. A fin de cuentas, han sido muchos años en la vida pública. Por otra parte, creo que me he ganado el afecto de mis subalternos; las puertas de mi despacho han estado siempre abiertas, y, en fin, alguno de ellos más de un favorcillo me debe.

Hasta ahora no me han comunicado mi nuevo destino. No sé, algunos de mis allegados ya me miran con cierta sorna. ¿Me estaré volviendo paranoico?

 

Paranoico o no, pero el caso es que aquí me tienen para vestir santos. Ya han nombrado a Alfredito, a Ginés, y hasta al bobo de Salmerón, que todo el mundo sabe que su único mérito es ser cuñado del Secretario Provincial y padecer los cuernos en silencio. Encima es que con esto de la paridad de los cojones y con la manía de, para que no se nos enfaden, colocar a los tránsfugas y a los neófitos, resulta que los de siempre, los que hemos estado dando el callo toda la vida, los que sacamos el partido de las cloacas, ahora nos quedamos compuestos y sin novio. ¡Bien caro vamos a pagar el voto femenino, y el de los jóvenes, y el de las minorías étnicas, y el de los votantes de centro, y el de la madre que los parió a todos y a todas!

 

No debo exaltarme y, sobre todo, no debo ser injusto: el partido siempre ha sabido valorar mi honestidad y mi espíritu de entrega. Ya sabemos que a veces las circunstancias exigen contención, expectación, para al final sorprender con un golpe de efecto. No me cabe duda de que aún me esperan años de servicio a la causa. Debe ser la gastritis o el estrés lo que me hace estar así de irritable. Las noches se me hacen interminables; me las paso enteras dando vueltas en la cama y levantándome cada cinco minutos, como un zombi, para ir al servicio y orinar apenas cuatro gotas. Tengo los ojos enrojecidos, me sudan las manos y me tiembla el pulso igual que a una vieja. Como mi situación no se solucione pronto, “doblo la bisagra” en cualquier momento.

 

He ido al médico, le he contado mis problemas y lo primero que ha hecho ha sido meterme dos dedos por el culo, hasta las trancas, el muy cabrón, para hacerme un examen prostático. Me ha recetado unas pastillas para la dichosa próstata y me ha recomendado reposo, paseos al aire libre y vida sana. Le haré caso: ¡tengo que recuperarme para dar buena imagen en el destino que, seguro, ya me tienen asignado! Aún quedan Industria, Turismo y alguna otra cosilla vacante. No corras, decía siempre mi abuelo, que tengo prisa.

 

¡Ni paseos ni leches! ¡A mí me va a dar algo! ¡Así me recompensan mi entrega incondicional al partido! ¡¿Cuándo he discutido yo una consigna?! ¡¿Cuándo he escamoteado una estrategia?! ¡¿Cuándo he flaqueado en mi apoyo al aparato?! ¡¿Cuándo he revelado información alguna que comprometiese a nuestros líderes o nuestra estrategia?! Y siempre he trabajado alegremente, disciplinadamente, sabiendo que para ganar la guerra a veces hay que retroceder o sacrificar parte de los efectivos. Y siempre poniendo la jeta para recibir hostias que iban dirigidas a los de arriba, como en el caso del vertedero, y la macrourbanización, y el campo de tiro..., para que ahora lleguen cuatro advenedizos con el carnet recién plastificado a lucirse en un despacho que no se han “currao”. ¡Y mientras tanto un servidor aquí, a mi edad, a volver al colegio a lidiar con los putos chiquillos, y con los jodidos padres que han sido incapaces de educarlos, y con esa mierda de leyes que hemos hecho y que no hay dios que las entienda! ¡Bien se podían haber esperado hasta la jubilación para darme una patada en el trasero!

Esto ha tenido que ser cosa de los del clan de los golillas, que se han hecho con las riendas del partido y se dedican a colocar a los suyos.

 

Esta noche he quedado con Manolín a echar unos cubatas, a ver si nos camelamos algunas pibas y olvidamos las penas. Y, chico, me están entrando los gintónic como la seda; se conoce que combinan bien con las pastillas de la próstata, porque todas las tías me parece que están buenas y yo me veo así como muy resuelto y muy bien. Manolín es compañero de fatigas desde los tiempos heroicos de la transición, un buen elemento, uno de los que más hicieron para convencer a nuestras bases de la necesidad de superar los viejos conceptos y aceptar todo esto nuevo que tenemos ahora; es decir, un buen tipo, un buen amigo que soporta pacientemente mis neuras:

—Te digo yo que los voy a mandar a tomar por saco: que esto no es forma de pagar mis servicios, ¡que gente como tú y yo merecemos un respeto!

—Los tiempos cambian, querido. Estos chicos nuevos saben idiomas, han viajado por Europa con los Erasmus esos, manejan las nuevas tecnologías... Tú y yo somos la prehistoria, somos como los “pacomartínezsoria” del partido: representamos el pasado, no el futuro. Lo importante es que las cosas funcionen y España vaya bien, y, si son otros los encargados de hacer el trabajo, pues más tranquilos nos quedamos. Aquí nadie es imprescindible. Además, ya no les tienen que quedar despachos... ¡Como no ensanchen las plantas de las delegaciones construyendo voladizos o algo así!

—Venga, ¡no me toques los cojones con el progreso de España, que unos cuantos mítines he dado yo también en mi vida! Esto que nos han hecho no tiene perdón de Dios. ¿Con qué cara vuelvo yo ahora al colegio? ¿Qué van a pensar mis compañeros?, ¿que soy un puto fracasado?, ¿un inútil del que se han deshecho porque ya no vale ni para llevar el botijo? Te digo yo que me paso a la oposición; verás cómo ellos me valoran y me exhiben como un trofeo. Tiene que dar un poco corte al principio, pero luego la gente se acostumbra a verte en otro lado y santas pascuas. Ni sería el primero ni, seguro, el último. Si quieres, te vienes.

—Estás loco. Estar de jefe tantos años te ha reblandecido los sesos. No te tomes más cubatas que no le conviene ni a tu próstata ni a tu cabeza.

—¡Bueno! Yo la semana que viene convoco una rueda de prensa y entrego el carnet, y luego, poco a poco, ya iré iniciando maniobras de aproximación a la otra gran fuerza política, el otro gran pilar sobre el que se sostiene nuestro modélico sistema político... A fin de cuentas, tampoco hay tantas diferencias: aquí todos somos monárquicos, constitucionalistas, europeístas, atlantistas y demócratas de toda la vida.

—¡Que te digo que no “soples” más! ¡Que estás desvariando más de lo normal!

La verdad es que he bebido demasiado. Tengo la vejiga a reventar, pero, ¡ah!, las ideas claras y el ánimo decidido. Este Manolín es buen muchacho pero un idealista, un huevón: le falta carácter, y en eso a mí nadie me gana, ¡faltaría más! En fin, voy a desaguar y a seguir con la jarana; hay en aquella esquina unas tías que no hacen nada más que mirarme. No me extraña, ¡anda que no me favorecen a mí los trajes de Armani!

¡Coño! ¿Quién me llama a estas horas? Con los gintónic ya ni veo la pantalla:

—¡Aló!, ¡¿qué pasó, mi amor?!... Ah, ¡perdone, don Mariano! ¡No le había conocido, don Mariano!... ¿Cómo está usted?... ¿Y su señora?... ¡Cómo no!, ¡claro que podemos hablar!, ¡siempre a su servicio, don Mariano!... Ya sabe usted que el partido siempre me ha tenido a su disposición..., ¡será para mí un honor!... ¡Ah!, no, no es un simple carguito, cualquier oportunidad para trabajar por el progreso de mi tierra me hace inmensamente feliz... Que no le quepa duda de que ejerceré mis responsabilidades con total lealtad y entrega, y con la misma ilusión que siempre... Muy bien, hablamos el próximo lunes... En su despacho, sí señor... Póngame a los pies de su señora, don Mariano... Un honor, un honor...

Jeje, ya sabía yo que no se podían olvidar de mí. Era don Mariano. Menos mal que no podía verme así, con esta pinta, con el cubata en la mano y la mancha de humedad que poco a poco, a pesar de mis esfuerzos, ha ido extendiéndose a ambos lados de mi entrepierna como una marea cálida y placentera. Porque, en fin, quizá no es la imagen más adecuada para un nuevo y flamante Delegado para las Relaciones con las Entidades Menores.