Letras
Fernanda Fernández, te había olvidado

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No sé cuándo fue la última vez que volviste a mi memoria. Ya han pasado cerca de veinticinco años. Ya no soy el mismo de aquellos días: las sienes se me están emblanqueciendo, y si me vieras ahora, tal vez te echarías a reír, porque aquella vez yo era bastante flaco. El tiempo y los malos hábitos me han abultado la barriga y los cachetes. Creo que hoy hace un año cuando te traje a mi mente por última vez. Sí, y fue porque leía el periódico y vi un rostro parecido al tuyo. Fernanda Fernández, la vida es un verdadero misterio. ¿Por qué motivo te soñé en la madrugada? De verdad que tu rostro se me hacía borroso en el recuerdo, pero volvió a ser muy claro y prístino a partir del sueño que tuve: te acercaste a mí y me acariciaste el mentón mientras me mirabas sonriente con tus ojos hermosos y brillantes, me dijiste: “Hola, corazón. Espero que no me guardes rencor. La vida es así. Me tocaba irme hacia otros lugares. Me tocaba pertenecer a otras manos, a otras voces, a otras circunstancias. Sin embargo, aquí estoy de nuevo, haciéndote recordar que la eternidad puede caber en tres minutos”.

¿Qué quiere decir eso? Necesito saber. Hay un personaje de la Biblia que interpretaba los sueños, y que gracias a esa habilidad salvó a millares de personas. ¿Quizás falleciste, Fernandita? Coño. Espero que no, mi amiga. ¿Estarás enferma? Bueno, le ruego a Dios que te dé salud en caso de que estés viva. Y quiero que sepas que no te guardo rencor. Quizás lo hubo alguna vez, pero ya no lo hay. El dolor de los enamoramientos se borra con otros enamoramientos. Me besabas mucho y largo. Me besabas como si el mundo se fuera a acabar en siete minutos. Fue intenso el amor. Fue intenso el sufrimiento. Fue enorme la soledad. Es un dolor que poco a poco se va disipando. Te confieso que contigo esa pasión y esa fuerza fueron mucho más grandes. Me quedé quizás como un niño que se deja abandonado en el medio del desierto. El tipo del auto rojo te arrancó de mi existencia. La lógica se inclinó a su favor, porque yo, simple y llanamente, no tenía nada qué ofrecerte. De puro amor no se vive. Y necesitabas de alguien que pudiera acercarte más a las estrellas, porque con un pobre diablo como yo apenas podías llegar a la esquina.

Recuerdo aquel embarque. Creo que fue el mejor embarque de mi vida. Te esperé en la esquina del hotel a las ocho de la noche y nunca llegaste. Te aguardé hasta las nueve y media y lo que me cayó encima fue un tremendo palo de agua. Hasta un rayo se estrelló en la punta del poste que estaba a mi lado. Fue como si el cielo me dijera: “Muchacho pendejo, vete a casa. Esa jeva ya no viene”.

Fernanda Fernández, ¿dónde andarás? ¿Tienes hijos? Yo he tenido dos, y ya están algo grandes. Una es hembra y, por casualidad, tiene parte de tus cosas: es alegre, se sonríe todo el tiempo y adora maquillarse y arreglarse los cabellos de mil maneras. Fernandita, te juro que en vacaciones volveré a mi pueblo a preguntar por ti. Te había olvidado, pero ahora hay cierta voz que me pide a gritos que no te deje en el olvido.