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Sauna organizacional

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La persigo: a indiferentes lugares internos de nuestra excelsa corporación. Ingenuamente, la celo; inocentemente la acoso; candorosamente la importuno, incautamente la hostigo e, inclusive, la atosigo. Ansío acariciar un sueño húmedo junto a ella: quiero beber de su pezón colorado y puntiagudo que deja ver a través de su 100% cotton, transparente. Lo doy todo por estos senos compactos, nativos, alejados de cualquier cirugía estética. Ella nunca sostiene sus pechos con tela alguna, los deja airearse y bambolearse primorosamente. Las demás, hacen aquí lo mismo. Éste es un país tropical, una organización, del mismo modo, muy tórrida; y a ratos algo húmeda, nunca seca. Aunque, ciertas veces, hace un fortísimo verano.

La persigo: en el piso de labores rutinarias, en el exuberante y ejecutivo despacho, en los largos pasillos atiborrados de obstáculos y ensimismados de miradas pecaminosas. En los apacibles baños para damas de la corporación —donde esté—, corro hacia ella. Apuro el paso y a la vez troto, no queriendo apachurrarla como quisieran unos tantos, más bien amarla. Sueño untar mis labios carnosos junto a su dulce pecho viril, impoluto.

La persigo: a cualquier hora, a la luz de la claridad artificial, o ya, entrada la oscuridad, cuando todos los empleados se marchan a otros escenarios, menos agitados, un tanto más hogareños y familiares: territorios desnudos y sosegados donde sobreviven descomunales cuerpos sicalípticos, esparcidos por todas partes, los cuales, también exigen muchísimo afecto y ternura.

La persigo: dejando de lado mis quehaceres empresariales apegados a cálculos de presupuesto, memorandos y administración de instalaciones... No en balde, la llama interior de contentamiento hiere mis pies, calientes de ardor, por gazuza, apetencia y hambre bonachona, de piel femenina. Al ser descendiente de padres batalladores, ello me permite ascender y descender por todos los rincones organizacionales. En tanto, mi cacería irrumpe toda Ley de Espacios Vitales. Y mi cautivadora silueta me lo permite. La misma, está ganada con profusos ejercicios aeróbicos y anaeróbicos, a cuesta de prisas por soplos abrumadores... Por tanto, constantemente, facturo sobre mí, gotas de sudor quemantes, por ella.

La persigo: la consecución de sus agraciados senos, significa recorrer y regresar de nuevo por el mismo boulevard empresarial, ciertas veces, sin pistas de su persona. Entretanto, dejo de un lado impertinentes pasos aplastantes, pienso, de tanta envidia. Y regreso de nuevo, tantas veces a como hubiere lugar. Así me lo exijo, sin cansancio, sólo para alcanzarla. Sé que este sentimiento hacia sus pechos toca ya casi la fiebre o el quebranto, pero toda mi luna es para ella.

La persigo: en este preciso momento sobrellevo una apasionante sustancia íntima, afrodisíaca, sabrosona, carameliza: resabio a bombones en la más honda adhesión. Y cada vez, sube más la temperatura de mi alma. Mi bilirrubina se acelera. La ansío entre mis manos. Quiero alcanzar la ilusión erógena de sus senos rojizos, siempre estimulados, sin roce ajeno alguno. Y la continúo importunando, no importando si mis jefes desisten de renovarme el contrato o rescindir de mí.

La persigo: hubo un momento de cercanías en el que trato de trotar buscando alcanzarla y ya no puedo. Y de tanto intimar, cuando ya había recorrido todos los pisos, ella, por fin se detiene en un fangoso lodo espeso, hirviente, como yo. Se asemeja a un gran océano pacífico, caliente de tentaciones, presiones, incitaciones, impulsos. Sólo logro seguir mirándola y deleitándome con su primorosa silueta, divergente de metrosexualidades. Pero no menos bella, como las otras tantas que flotan en lo mismo, y no se parecen a ella. Logro apreciarla, está pies arriba, asediada ya de tanta persecución, bronceada por culpa de un ofensivo sol artificial, deshidratada de tanto huirle —me imagino—, a mis atisbos.

La perseguía: sólo padezco que nos distancie un espumante y espeso hervor que me quema, de delicia, a 350 grados Fahrenheit. Lamento no poder llegar ni a rozar sus senos. De sobrevivir a este atrevimiento y candente llamarada interior, me quejaré al Sindicato de Chiripas del Horno, de esta casa de familia de clase media, donde alegremente cantarán ¡cumpleaños feliz! en una excitante torta casera repleta de gotas de chocolate y frutos secos.

—¡Auuu! ¡Uyyy! ¡Ouuu! ¡Sííí! —gime de placer epicúreo.

¡Ahora sí!: un manso ardor nos abraza a ambas. Conquistamos así ahogarnos en su cacao. Finalmente, ella, con su saliva azucarada y su fascinante lengua, nos saborea amablemente. En un estremecedor acto sibarita, todas sucumbimos al esplendor. Mi compañera agoniza de regodeo a mi lado. Finalmente, crujimos de complacencia... Se apagan las velas, pero el sauna organizacional continúa enardecido.