“La actitud científica es la capacidad de asombro que conlleva a la búsqueda incesante de la verdad, mediante un escepticismo necesario para cuestionarlo todo, criticarlo todo, incluyéndose a sí mismo”.
Un dogma es la expresión de una idea, concepto o creencia, que se afirma como una verdad cierta e indudable, que no está sujeta a ningún tipo de revisión crítica o reflexión, so peligro de ser agredido o maltratado. El filósofo Immanuel Kant se refería al dogmatismo como una actitud natural y espontánea que tenemos los seres humanos desde que somos niños. Es por esta razón que los infantes creen que el mundo que existe es exactamente de la forma como ellos lo perciben, y está bien esto, pero cuando esta misma actitud es manifestada por los adultos, estamos en presencia de una especie de “infantilismo intelectual”. Este defecto del pensamiento se manifiesta cuando los dogmáticos no aceptan, de manera alguna, ningún tipo de intento de diatriba a sus posiciones, apelando a todo tipo de descalificaciones contra aquél que se atreve a criticar, saltándose olímpicamente todos los principios de la razón y la ciencia en lugar de argumentar sus convicciones. Siempre se ha dicho que esta es la actitud clásica de los que defienden los dogmas religiosos, pero como veremos a continuación, el “dogmatismo científico”, también existe en la ciencia de hoy en día, y lamentablemente en nuestras escuelas, universidades, y en todo tipo de instituciones científicas y culturales.
Recientemente asistí al “Primer Curso de Verano” para profesionales y estudiantes del periodismo y la comunicación social, donde se hablaría, entre otros temas, de “Los avatares de la ciencia, la cultura y la teoría de la evolución en la conciencia moderna”, curso que organizado por la Fundación del Valle de San Francisco y la Fundación Cultural Miguel Otero Silva. Asistí pensando que me iba a encontrar con los más recientes criterios y conclusiones relacionadas con esta polémica teoría que ha tenido convulsionada a la conciencia humana durante los últimos 148 años, pero ¡OH desilusión!, el contenido resultó ser del mismo talante, del cual he experimentado, lamentablemente, en todos los foros sobre ciencia biológica que existen en el Internet. Lo interesante fue que me encontraba en una “cátedra libre”, la cual se caracteriza por una serie de ventajas relacionadas con la “libertad de expresión”, ventajas con las cuales no cuentan los estudiantes que se atreven a realizar críticas o expresar opiniones contrarias a las que tienen los profesores por ser esos prácticamente como “dioses en la Tierra” a la hora de evaluar y asignar sus calificaciones, es decir; casi como un auténtico “bozal de arepas”. Efectivamente, en el material de apoyo que nos fue entregado, se encontraba la siguiente “perla”: “...en la sociedad occidental una minoría ruidosa es activamente hostil a las ideas evolutivas...”. ¿Hostil? ¿Ruidosos? Esto es muy suave comparado con otras calificaciones para todo aquel que se atreva a poner en duda las “verdades evolutivas”. Sigamos con la opinión de un reconocido antropólogo español: “...finalmente la fuerza de las pruebas científicas ha hecho que sea aceptada por todas las mentes racionales del mundo, salvo en sociedades o cabezas muy fanáticas, oscurantistas, reaccionarias, ignorantes e intolerantes”. Juan Luis Arsuaga, autor de El enigma de la esfinge. ¿Pruebas científicas de la evolución? ¿Pero en qué libro? ¿Cuál es ese experimento? ¿Qué científico ha demostrado que la evolución es un hecho evidente de la naturaleza, más allá de toda duda razonable? La verdad es que hasta el momento se desconoce el mecanismo de la supuesta evolución de las especies, los expertos evolucionistas no se han podido poner de acuerdo y existen muchas preguntas “problema” que no tienen respuesta en el marco de la teoría de la evolución, la cual está obligada por el método a dar respuestas satisfactorias, pero nada de eso se percibe cuando responden a la crítica. En la ciencia se entiende por método, el conjunto de procesos que el hombre debe emprender para realizar una investigación y así llegar a la demostración de la verdad. Además, la crítica es un método que pretende establecer los límites del “conocimiento cierto” a través de una investigación sistemática de las condiciones de posibilidad de las teorías, además la crítica es esencialmente antidogmática.
No soy un experto, soy solamente un aficionado al tema, pero personas mucho más preparadas, catedráticos de reconocidas universidades del mundo, inclusive evolucionistas, que se han “atrevido” a poner en duda los preceptos principales de esta especie de “dogmatismo científico”, han sufrido el mismo trato despectivo e incluso censura en sus propias casas de estudio, como es el caso del profesor Máximo Sandín, catedrático de la Escuela de Biología de la Universidad Autónoma de Madrid. Los evolucionistas acusan de dogmáticos a los que hacen críticas, por pensar que detrás de ellos se encuentra alguna confesión religiosa, pero la realidad es que ellos también son culpables de dogmatismo, debido a que en lugar de argumentar y presentar sus “evidencias”, insultan y desprecian de lo lindo.
El evolucionismo y el creacionismo son ambas posiciones “dogmáticas” y ambas a la vez deben ser derrumbadas por la objetiva e imparcial naturaleza de la ciencia experimental, en armoniosa correspondencia con la precisión de la lógica, sin preconceptos, ni prejuicios. Los dos métodos en perfecta coordinación, pueden y deben derrumbar estas actitudes dogmáticas en la ciencia, así como lo hizo el personaje bíblico de Sansón al demoler con su poderosa fuerza las columnas del templo de la falsedad.