Artículos y reportajes
Luis Hernández CamareroEn el Tercer Planeta
A propósito de los 30 años de la partida de Luis Hernández Camarero

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A diferencia de Vallejo y su postura adusta en esa su famosa foto, la no menos conocida foto de Luis Hernández encendiéndose un pucho me impresionó sobremanera, algo de hedonismo griego y bacanería peruana en su gesto me llamaron la atención, sus textos me sorprendieron, no había leído nada así hasta entonces, cuando era feliz e indocumentado. Me acuerdo y no cito de memoria nunca muchos de sus versos; de los primeros que leí, la historia de Billy the Kid, que por la espalda va herido, eso de corajudo de andar recorriendo los condados de Ducal y Hamilton y Premier a pesar de la tristeza y el dolor me pareció genial y sobre todo bacán. Muchas veces, todas las veces que de amor hablé con mi amor, recurrí a sus versos, sobre todo a sus varias versiones de la Chanson d’amour, cuando dice el cielo son dos. Dije también “entra en mi casa / mira el mar conmigo / una a una las olas / gastarán / nuestras vidas”, total más que de sus autores los poemas son de quienes los necesitan.

Las historias sobre su persona, sus anécdotas y su genio completaron esa imagen que del autor me hice, entre el estoicismo y la fragilidad una vida sui generis, siendo médico el hecho de no cobrar por sus consultas o cobrar en especies, dar recetas a cambio de pan o gaseosas, o ni siquiera dar recetas sino sólo conversar con sus pacientes y regalarles cuadernos de poemas de su puño y letra, poner altoparlantes en la última selva de Perú, con música clásica a todo volumen para ver entre la frondosa vegetación volutas de humo y aves y así nunca entendí exactamente qué habría pasado para que termine con sus días como se dice, arrojándose a un tren hace exactamente 30 años este octubre, en Argentina, lejos de su patria, y con un amor que lo esperaba para ver el mar. Difícil imagen, y ahora que reviso las crónicas sobre los 30 años de su partida me sorprende que la mayoría de críticos literarios ponga énfasis en esa parte de su historia, “nadie lo culpe de su sueño” dicen, parafraseando unos versos suyos: “Habiendo robado / Lluvia de tu jardín / Y tocado tu cuerpo / Me duermo / No se culpe a nadie / De mi sueño”.

Los más de los textos de Hernández son un canto a la vida a pesar del dolor, así lo dice muchas veces, como en su elogio a la medicina “lo único que no tiene sentido es el dolor” y frente a ello no opone el escape, el adiós a la fiesta sino la búsqueda del goce, la iluminación, el nirvana en una puesta de sol, o en la contemplación de un letrero luminoso de cine de barrio. En la historia de su suicidio —para mí incomprensiblemente— se ha querido ver un último acto de rebeldía, el ejercicio de la libertad máxima, esa de disponer de la propia vida o de la propia muerte que es lo mismo aunque no sea igual, y cosas así. Nunca entendí cómo alguien que escribiera sobre las chelas frente al mar, sobre el jardín de los cherrys, pudiera haberse saltado de este mundo así como así a pesar de lo difícil que es entender la mecánica de la existencia. Estos últimos días en que se hace justa memoria de su obra y de su vida me parecen más oportunas las reflexiones sobre sus escritos y su gran aporte a la renovación del lenguaje literario nacional, comparto la idea de que la obra de un escritor debe verse muy aparte de su vida. Pedro Granados hace un erudito comentario sobre el tema: “La obra de Luis Hernández, en cuanto atenta a la forma, sería análoga a la de Jorge Guillén: ‘En la tenaz búsqueda del sentido [...] Hernández, poeta, respondió desde esta condición al reto de la forma. En medio de ese mar que borra y desagrega (la vida simplemente), ¿no existe acaso, como Jorge Guillén lo vio y dijo, el salvavidas de la forma?’ (...) renueva y otorga contemporaneidad ilimitada —vía el humor— a una estética signada por el refinamiento, la paradoja y el misterio de raigambre simbolista o existencial”. Uff, terrible seguirle el hilo a los críticos, mejor vayamos a un texto de Hernández: “TETRAILIADA CANNABINOL: Era un gordo y tímido / Violinista niño. / Luego creció y tornóse / En el adolescente / A quien ninguna mujer / Rechazara: / Atlético, vivaz, analfabeto. / Sólo alguien lo rehusó: / Una que en su corazón / Soñaba / Con un lento y músico gordo. / Así perdió Menelao a Helena, / La chicoyita de Troya”.

Por eso me ha removido los esquemas un último artículo de Edgar O’Hara, crítico literario que ha hecho importantes trabajos sobre la producción de Luis Hernández, al parecer esa historia de su suicidio es cuestionable, habiendo hecho una pesquisa casi policial sobre un caso de hace treinta años y en una época de la Argentina sometida a una de las peores dictaduras del siglo veinte en América Latina, llega a la conclusión de que todo parece indicar que el poeta fue víctima de ese aparato de asesinatos y desapariciones del nefasto tiempo de Videla. O’Hara arguye que el lugar donde se encontró el cuerpo del vate fue un sitio recurrente donde los militares arrojaban a sus víctimas, un paraje desolado en Santos Lugares, además hay detalles que caen por su propio peso, como las sospechosas notas periodísticas sobre el hecho, al parecer provenientes de una misma fuente, retrucadas, y así por el estilo. Entonces a pesar de que vida y obra van por senderos opuestos y que además se bifurcan, la imagen de Gran Jefe Un-Lado-del-Cielo que persevera en su ser cambia mucho y trastoca totalmente ese mito de la comuna literaria que ve en él la reencarnación de un Apolo desolado y tristísimo, y su obra misma —pienso— después de una revelación así es susceptible de otras lecturas.

Me imagino entonces a un Lucho Hernández, que como O’Hara sugiere, se pone sabroso en una redada de rutina ante los milicos, cachacos autómatas de una Argentina sometida a una dictadura terrible, qué habría dicho: “...che sus...” como en ese su celebrado verso. Esa otra historia, la de un poeta que jala más para este mundo que para el otro me parece mucho más interesante y ejemplar que la del escapista, porque después de todo la obra —sobre todo una obra tan encumbrada— no puede prescindir de la historia personal del creador. No había leído hasta ahora este poema que va a continuación: A un suicida en una piscina, se me han hecho inolvidables estos versos: “Quédate en el tercer planeta / Tan sólo conocido / Por tener unos seres bellísimos / Que emiten sonidos con el cuello / Esa unión entre el cuerpo / Y los ensueños”.