Sala de ensayo
Ariel DorfmanCastigar o perdonar
Derechos humanos y transición democrática y social en La muerte y la doncella

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“El derecho básico es el derecho a tener derechos”.
Hanna Arendt

En el mundo contemporáneo las desigualdades socioeconómicas y la violencia política muchas veces han configurado un espacio hostil para que un individuo pueda ejercer sus derechos ciudadanos. Los derechos humanos, discurso crítico cuyo origen se remonta a la revolución francesa y que en la actualidad se ha constituido en una versión más democrática e igualitaria que la originalmente propuesta por la declaración universal de los derechos del hombre y del ciudadano en 1789,i se interesan por establecer las coordenadas éticas para que el individuo moderno usufructúe su libertad. En 1948 la organización de las Naciones Unidas proclama la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la proliferación de diversas organizaciones interesadas por el cumplimiento de los derechos humanos en el mundo es notable; pero al mismo tiempo también nos encontramos con la existencia de regímenes políticos no democráticos en los cuales el gobierno implementa políticas de terror y abuso del derecho individual. Básicamente se podría decir que los derechos humanos constituyen un discurso impulsor de la igualdad social y de la seguridad de los derechos fundamentales de un sujeto democrático y cívico, el hombre de la polis, por medio de la preservación de los valores éticos y de justicia en la praxis sociopolítica.

“Los derechos humanos son, sencillamente, determinadas situaciones favorables para el ser humano como tal, que se suponen derivadas de su ‘intrínseca dignidad’ y que, por tanto, se reclaman como derechos fundamentales de cada hombre frente a todos los hombres y de modo especial frente al Estado y al poder” (Pizza Escalante, 35).

En esta definición de Pizza Escalante, jurista argentino especializado en legislación sobre derechos humanos, encontramos los componentes básicos de lo que se puede entender como derechos humanos. El autor parte de una concepción ética y la amplia en el panorama social en el cual se ejercita el poder y el abuso de éste sobre el individuo. En esta cita la amplitud es una característica de los derechos humanos, ya que éstos tienen un espectro amplio en el cual definirse que cobrará mayor actualidad y trascendencia en el plano de relación entre las fuerzas políticas, los movimientos sociales y el poder (del Estado). Así mismo los estudios de derechos humanos es que éstos poseen diferentes interpretaciones que diversifican sus objetivos y fines. Los derechos humanos son entendidos como derechos-posibilidad, como derechos-valores, como derechos-derechos, como derechos-ideales. En cada una de estas interpretaciones subsiste un trasfondo común: la libertad y la igualdad humana como valores fundamentales o primigenios de la justicia, cuya existencia se tiene que entender al interior del Derecho como doctrina; ya que es el Derecho quien fija los límites entre las libertades e igualdades de todos los individuos. Recordando la sentencia básica que dice: “nuestra libertad empieza donde acaba la del otro” y asimilando a la igualdad como una expresión diaria y posible de la solidaridad humana. Al mismo tiempo no se puede dejar de mencionar que los derechos humanos son caracterizados como parte de un contexto sociohistórico específico en el cual se debe reproducir los fundamentos de la dignidad humana que son entendidos como constantes categóricas universales. Los derechos humanos parten de la satisfacción real de las necesidades humanas al interior de un estado colectivo de derecho que se constituye alrededor del concepto de dignidad humana. Una dignidad que demanda para existir la libertad, la seguridad y la igualdad de todos los individuos entre ellos mismos y especialmente frente al Estado que los acoge, supervisa y regula como elementos útiles de la polis.

 

Los derechos de la mujer ¿son considerados derechos humanos?

Luego de esta introducción a los derechos humanos me interesa hacer otra precisión antes de proceder al análisis del texto; ya que en La muerte y la doncella es un personaje femenino quien se ve desarticulado en su dignidad humana, quisiera efectuar algunas precisiones acerca de los derechos de la mujer y si es que éstos son considerados en la misma categoría de los derechos humanos o son más bien una categoría de éstos. La interrogante es si podemos considerar que la mujer posee o no derechos inherentes a su condición de género. En América Latina existe una tradición dolorosa de la relación entre mujeres y derechos humanos. Casos como el de Chile y Argentina en los setenta, Perú en los ochenta y noventa y la violencia e inseguridad actuales de Colombia y México son ejemplos funestos que demuestran un clima de incertidumbre y negación en la relación civil entre el Estado y la mujer. No obstante este vacío las mujeres también se han convertido en férreas defensoras y promotoras de los derechos humanos. Las madres y abuelas de la Plaza de Mayo, las organizaciones populares y líderes político-sociales como Rigoberta Menchú o María Elisa Moyano son un claro ejemplo de la presencia femenina en el campo de la lucha por los derechos humanos.

A lo que deberíamos añadir que la misma situación de la mujer como sujeto excluido del orden patriarcal complica las perspectivas. Los derechos humanos de la mujer tienen que ver con la postergación y el sometimiento a los cuales es sometida en el ámbito público y en el espacio privado de una sociedad patriarcal. La violencia que se ejerce sobre su cuerpo queda muchas veces impune y sin castigo. Teniendo como corolario la violencia que se encuentra magnificada hiperbólicamente en la violación sexual, siendo este acto una de las muestras más macabras; pero no la única vejación a la que es sometido el sujeto femenino. Una reivindicación fundamental y específica para la mujer es el derecho al propio cuerpo. Es decir, el derecho a disponer de acuerdo a su voluntad de sus propios cuerpos. Existe la necesidad de adquirir una conciencia social (de comunidad y de individuo) de cómo sus cuerpos han sido expropiados tanto en la tradición cultural como bajo el amparo de la costumbre de las leyes.

El derecho que nosotras conocemos de esta civilización occidental es el derecho romano, el patriarcal, por el cual el hombre era el dueño de la vida, de la muerte de toda su familia; es el mismo de la revolución francesa: libertad, igualdad y fraternidad, ¿Para quién?, sólo para hombres. Las mujeres sólo gozaban del derecho de luchar por la revolución y luego ser guillotinadas. El código de Napoleón decía que la mujer debe obedecer al padre, al marido y al hijo (Gonzales, 15).

Este repaso histórico hecho por Gonzales nos demuestra que el punto de referencia para establecer los sistemas legislativos es el hombre. Entonces surge la interrogante de que si estas legislaciones siempre se encuentran en el ámbito público a quien van a favorecer es al hombre pues ese espacio está más ocupado y dominado por él. Sin embargo, la militancia de las mujeres en las luchas sociales y democráticas es un ejemplo que demuestra la fragilidad del modelo patriarcal monolítico de la ley y de la cultura; y muestra la existencia de una voz de género militante que si bien es víctima también se enfrenta al poder patriarcal y a los abusos de los Estados basados en el terror.

Es decir tenemos una situación en la cual la exclusión y la falta de balance presentes en la propia cultura patriarcal es una situación de conflicto entre la falta de equidad para el género femenino. Este orden desigual en el acceso al disfrute de los derechos básicos y de una cultura realmente humana se traslada al ordenamiento legal que han establecido las propias culturas en el mundo y en especial en nuestro caso de estudio en Latinoamérica, y siendo más particulares, un Estado en un clima de dictadura y violaciones de derechos humanos (léase Chile baja la dictadura de Pinochet).

 

Derechos humanos y literatura

Si tratamos de conectar dos campos del pensamiento humano como son la literatura y los derechos humanos entendidos como militancia o lucha política surgirán múltiples interrogantes que pueden llevar a buen puerto un análisis que podría ser muy fértil. Quizá la primera interrogante sería ¿cómo realizar una literatura que revindique y abogue por los derechos humanos, si éstos constituyen un tipo de compromiso político e ideológico? ¿Es lícita una actitud artística en la que se fundan ambas? La historia ha demostrado que es una apuesta necesaria y provechosa para la humanidad, cuando se produce una alianza entre arte y compromiso, y no se puede reducir esta alianza a lo meramente panfletario y mecánico, sino que puede mantenerse la libertad artística y enriquecerse en una visión crítica de la sociedad. Aunque en el caso de la violencia político social la realidad se vuelva imposible de imitar o representar y el escritor termine por recrear con menor destreza que la realidad la crueldad y el dolor de las desapariciones, de las torturas y de otros abusos que atentan contra la integridad del ser humano. “En términos de una teatralidad social, el respeto de la dignidad humana está en el reconocimiento incuestionable del ser humano como agencia legítima en el escenario de la sociedad” (Vidal, 71); en la cita está expresa la idea de concebir a la literatura como una plataforma de denuncia de las inquietudes individuales envueltas en el panorama del cuerpo colectivo. Así mismo en la literatura, encontramos un compromiso de la critica literaria como una defensa de los derechos humanos y es quizá es en este terreno donde la apología es completamente válida y el arte y las disciplinas del conocimiento humano deben comprometerse por defender un mundo igualitario en el cual se respeten los derechos fundamentales del ser humano.

Por otro lado se puede encontrar hoy en día una tradición extensa en la elección de los temas literarios que pueden ser interpretados como una defensa de los derechos humanos, ya que si bien no se menciona directamente el tema, éste está comprendido en el texto literario. El corpus no es reciente y se puede extender a lo largo del tiempo. Por ejemplo, podemos considerar El proceso de Kafka o 1984 de Orwell como alegatos contra la arbitrariedad de los sistemas o estados totalitarios que deshumanizan al individuo; si queremos mencionar un caso más antiguo recordemos los trabajos del padre De las Casas, el defensor de los derechos humanos de los indígenas maltratados y aniquilados en la conquista.

El hombre clásico se está comiendo al romántico. O dicho en otras palabras: el hombre racional acaba con el sentimental y la utopía se traga a la realidad, en lugar de suceder lo contrario. Esta es la visión del futuro, tal como la han tenido, en latitudes espirituales y geográficas distintas, los novelistas del siglo XX. O mejor dicho, lo que nos aconsejan no hacer, atemorizados por el curso viable de la historia. Si esto sigue así, el mundo de mañana será el de 1984 o el de Brave New World (Horia, 230).

Horia muestra que la preocupación humanista y filosófica está presente en la literatura. La necesidad de hacer frente a la deshumanización y al terror se expresa, a veces explícitamente, como en las dos novelas citadas por Horia; pero también en los temas de otras como las ya mencionadas líneas antes. Literatura y derechos humanos van muchas veces de la mano. La muerte y la doncella no escapa a esa preocupación por el bienestar humano y esencialmente por un afán de justicia, como nos lo dice el propio autor en un apéndice que explica las motivaciones de la escritura del texto. Motivos que se relacionan directamente con una militancia a favor de los derechos fundamentales del ser humano. Al mismo tiempo expone los temas que él considera haber desarrollado en el texto, interesándose particularmente por los mecanismos con los cuales la memoria sucumbe ante el acto del perdón como una categoría social y moral que permite la reinserción de la víctima en la colectividad. Sin embargo, en ese idealizado reencuentro social encuentro algunas carencias ubicadas en el espacio asignado al género. Su defensa de los derechos humanos es positiva, pero subordina la voz de la mujer (y de la víctima) al centro masculino, el cual se encarga de usufructuar el discurso del perdón y de los derechos humanos como categoría moral necesaria para el grupo social.

 

La muerte y la doncella

Pieza teatral escrita por Ariel Dorfman, escritor, crítico literario y teórico comunicacional, su primera presentación se realizó el 10 de marzo de 1991 en Santiago de Chile, con una reacción adversa del público y de la crítica. Actuaron en esa primera puesta en escena María Duvauchelle, Harold Pinter, Hugo Medina y Tito Bustamante bajo la dirección de Anita Reeves. Su recepción inicial en Chile fue negativa y las presentaciones no prosperaron. Sin embargo las puestas en escena en Broadway y Londres, así como un premio ganado en Inglaterra, la catapultaron a la palestra teatral mundial. Múltiples representaciones en diversos países validaron aun más la obra y la versión cinematográfica de Roman Polansky terminó por otorgarle la popularidad. La historia que se cuenta es la de Paulina Salas, una mujer que secuestra a quien cree es su torturador y violador de hace veinte años atrás. Ella debe enfrentarse con el doloroso recuerdo del abuso físico y de la vejación de su cuerpo por parte de un individuo que representa a un Estado macabramente represivo. En este encuentro fortuito debe ceder ante la posibilidad de redención moral que le otorgará el perdonar o al menos conseguir no actuar igual que su antiguo verdugo.

A man whose car breaks down on the highway is given a lift home by a friendly stranger. The man’s wife, believing she recognizes in the stranger the voice of the torturer who raped her some years before, kidnaps him and decides to put him on trial (Dorfman).

En esta cita extraída del postfacio de la obra, Dorfman nos cuenta el argumento básico de la obra y menciona un detalle significativo: “to put him on trial”. Tanto el autor como el personaje son conscientes de la facultad reparadora que puede tener la justicia, y cómo ese entendimiento de la justicia va a ser muy subjetivo. Especialmente al relacionarlo con la víctima y que de pronto tiene la oportunidad de cobrar revancha ante lo perpetrado en su contra por un orden estatal terrorífico. Dorfman tiene la intención de universalizar el tópico y no circunscribirlo a una geografía específica: “El tiempo es el presente y el lugar un país que es probablemente Chile, aunque puede tratarse de cualquier país que acaba de salir de una dictadura”. Con este enunciado Dorfman sitúa su obra en un ámbito realista por la alusión al tiempo, al hablar de Chile en un contexto político específico la coloca en un plano histórico y social y por último al hablar de cualquier país aparece el intento de universalizar la reivindicación que puede llevar el texto literario.

Junto a Paulina encontramos a Gerardo, el esposo y recientemente nombrado presidente de una comisión nacional de derechos humanos que se encarga de averiguar las atrocidades perpetradas en el pasado. El otro personaje es Roberto, un doctor y antiguo torturador de Paulina que de pronto pasa al lado contrario y se convierte en una víctima del terror, quebrando una dolorosa y traumática oposición binaria que por un juego del destino se desmorona, desmoronando una de las expresiones básicas de un orden monolítico; en el caso nuestro un orden del terror y el abuso. Finalmente, La muerte y la doncella, la pieza musical de Schubert,ii puede también llegar a funcionar como un personaje para formar una triada si la consideramos como un sustituto en la ausencia del marido de los hechos pasados a Paulina mientras estaba en poder de sus torturadores. Es una historia interesante la que se orquesta a través de los tres personajes humanos pues incorpora una historia domestica (de amor y dominación) entre los dos esposos, una historia política (el pasado de la dictadura y las violaciones de derechos humanos) y un relato literario en el que se manifiesta la historia como en un thriller cargado de suspenso. Conviene aclarar que esta obra dramática no pertenece al nuevo teatro, las posibles conexiones se pueden establecer en el plano del compromiso ético y moral por el cual apuesta. Aunque existe un intento de transformación social por medio del teatro al igual que en las enseñanzas del nuevo teatro.

En lo que respecta a la utilización de otros lenguajes en el texto dramático está la presencia de la música y la escenografía en el juego de los espejos. La inclusión de otros elementos provenientes de otras disciplinas artísticas dependerá de la puesta en escena pues sólo está indicado por el dramaturgo y puede ser aceptado o no por el director y la compañía que represente la obra. Dorfman sigue un modelo clásico de teatro contemporáneo. Esa obediencia es expresada por el mismo autor en el prefacio cuando califica a su texto como una tragedia ceñida a las exigencias de la poética aristotélica. Esto quizá se deba a que pretende despertar, “shockear” a la sociedad chilena, mediante una obra catártica que remueva el pasado doloroso y oscuro de la dictadura.

 

Los derechos humanos en La muerte y la doncella

Como he mencionado la obra plantea desde el comienzo el dilema de dónde colocar nuestras libertades, y entendiendo a éstas como presupuestos básicos y fundamentales de los derechos humanos. Todo se organiza alrededor de Paulina, mujer violada y torturada veinte años atrás por un régimen no democrático, que sorpresivamente se ve expuesta al recuerdo de la experiencia traumática al descubrir en un desconocido a su torturador y enfrentarse con el dilema del perdón como mecanismo de humanización. Un médico que invadía su cuerpo y su psique al compás de una pieza musical determinada y que junto con la voz del hombre constituye una pista decisiva en la identificación del torturador. Ella decide tomar la justicia en sus manos por la simple razón que sabe que ésta no le pertenece pues es un producto ideado y controlado por otros. ¿Conseguirán el simulacro representado por la comisión de los derechos humanos y la exigencia del perdón individual devolverle su integridad inicial? La respuesta puede variar. Yo me inclino a decir que no, por la siguiente razón.

En el texto el discurso de los derechos humanos está reproducido como un discurso manipulado por el género masculino y la mujer está excluida del manejo y disfrute cabal de los beneficios que le corresponden como sujeto cívico y ciudadano. Paulina es presentada como un sujeto fragmentado e incapaz de una emotividad válida. Si bien es cierta la fragmentariedad del sujeto puede ser un rasgo positivo al presentar una visión múltiple del universo, no lo es en este caso pues es presentada más bien como un rasgo psicológico que se acerca a la anormalidad psíquica. La fragmentación del yo tiene una implicancia psicológica que muestra al personaje femenino como un discapacitado psíquico, un perturbado necesitado y dependiente de un guardián o tutor. ¿Quién es este guardián? En el clima de paz lo es Gerardo, el esposo quien se encarga de protegerla y supervisar su caótica autonomía y realiza el papel de bisagra entre el orden político-legal y ella. Un orden político-legal-patriarcal que no está dispuesto a aceptar como interlocutor a un sujeto femenino sino que encomienda esta labor a un guardián masculino; sin olvidar que ella como hembra es un elemento que necesita supervisión, cuidado e intervención sobre su cuerpo de modo constante. Lo cual también se reproduce en el clima del terror cuando el guardián lo es el torturador quien realiza otra clase de subyugación sobre el sujeto femenino mediante el empleo de una política de obediencia y sometimiento absolutos basados en la más pura violencia sobre el cuerpo individual.

Paulina está sometida en el espacio mismo de los derechos humanos. La cesión de su voz crítica al esposo no es un acto libre. Su personaje se ve empujado por las indicaciones hechas por el autor. Al final de la obra, durante el intermedio del concierto los dos esposos se separan momentáneamente y mientras Paulina compra unas golosinas, (“Paulina va yéndose hacia un lado, donde está instalado un puesto de venta. Gerardo seguirá hablando con quienes lo rodean hasta que ella vuelva”; Dorfman, 82) es el esposo quien da la versión desde una perspectiva patriarcal. A lo que debemos añadir que esa historia que narra Gerardo no es la de la esposa, sino la de una mujer de edad que ha perdido al marido y quien gracias al papel de la comisión recobrara su dignidad: “...de pronto eres otra vez un ser humano, contando tu historia para que todos la puedan escuchar... que por lo demás ella nunca perdió” (Dorfman, 83). Sin embargo, de qué dignidad habla Gerardo cuando el tratamiento que él da a su propio pasado (la tortura y la violación de Paulina) queda únicamente teatralizado en la intimidad cómplice del hogar. ¿Dónde está ese auditorio que devolverá la dignidad humana al sujeto vejado? La Pau es tan sólo un decorado de esa escena que consolida una visión patriarcal de los derechos humanos. “La Pau hace un pisco sour que es de miedo” (Dorfman, 83), y será vista y entendida sólo como un elemento dócil y reinsertado en una dinámica social que privilegia los derechos del hombre sobre la mujer. Mejor dicho, que subordina los dolores de la mujer al poder, al perdón y a la vigilancia del hombre. La violación, práctica corporal violenta, será desaparecida del recuerdo, borrada de la historia por su omisión y no por una terapia regenerativa del sujeto abusado. Gerardo preferirá decir: “te torturaron”, y el silencio poblará sus labios cuando sea el instante de conjurar la palabra maldita: violación. Maldita, en tanto afecta su rol dominante y la posesión sobre el cuerpo dócil de Paulina; ya que introduce a otro sujeto dominante que desafía y traspasa su dominio sobre Paulina. Su masculinidad debe ceder ante la hipermasculinidad del Estado dictatorial y abusador.

Gerardo: ¿Pero entonces qué vas a hacerle?... lo vas a... Y todo esto porque hace quince años atrás a ti te...

Paulina: A mí me... ¿Qué cosa?, Gerardo... nunca quisiste decirlo. Dilo ahora. A mí me...

Gerardo: Sólo sé lo que me dijiste esa primera noche cuando...

Paulina: Dilo, a mí me...

Gerardo: Te torturaron...

Paulina: ...¿y qué más? ¿Qué más me hicieron, Gerardo?

Gerardo: (susurrándole) Te violaron (Dorfman, 49).

Es decir, Gerardo no considera el hecho con los mismos parámetros que Paulina, no puede entender la experiencia que le ha tocado pasar; por eso su llamado a la razón inicial: “todo esto porque hace quince años atrás...”. La valoración es distinta y sin embargo se exige una misma reacción a ambos géneros. El espacio en que se inscribe a los sujetos es totalmente desigual.

La obra hace público el dolor de Paulina pero no la hace en ningún momento sujeto de la historia. Un hombre, Gerardo, será portador oficial de la voz no oficial de esa mujer. Al final de la obra, Paulina queda en una posición secundaria, marginada, con menos protagonismo. Sólo se le ha dejado al final su propia mirada sobre las cosas. La sociedad se ha hecho cómplice de este silencio... Gerardo ha adquirido la voz interpretativa. Pero la víctima sigue careciendo de voz (Jofre, 97-98).

Concuerdo con la interpretación de Jofre en que Paulina es marginada (excluida), pero me gustaría agregar que no lo es únicamente del espacio público sino también del espacio que promueve el discurso de los derechos humanos, y que dicha marginalización-exclusión, dependiendo de nuestra interpretación, obedece al carácter patriarcal represivo de ambos estados: el de terror (la ausencia de la democracia) y el sociocultural (lo patriarcal). La interpretación del mundo y la correspondiente tarea de normativizarlo es un rol que corresponde a la estructura patriarcal profundamente emparentada con la normatividad legal y política del Estado moderno. La falta de voz en el sujeto femenino es crucial para entender desde una perspectiva igualitaria a la obra. Dorfman cede la voz de Paulina a su esposo, al macho que cuida la casa, a la cabeza visible ante el orden social, al hombre elegido como dirigente de una comisión de notables ciudadanos que se encargarán de rescribir el apestado pasado. Solamente que en esa labor de reescritura se darán dos detalles. Primero que esa reescritura será hecha con el objetivo de cerrar una brecha en el simulacro, en la teatralización del espectáculo moderno de la democracia. Y segundo que esa reescritura no alterará las violaciones, postergaciones y exclusiones del sujeto femenino con respecto a los derechos y privilegios de un orden social que no ha dejado de ser en ningún momento patriarcal. El reclamo por su sufrimiento quedará reducido a una suerte de ritual doméstico y terapéutico entre ella y su nuevo sometimiento al canon masculino, al momento en que ella se declare como curada socialmente y esté dispuesta a olvidar el dolor de su pasado que le impide “funcionar normalmente” en el orden patriarcal y social.

 

Bibliografía

  • De Castro, Perco. “La muerte y la doncella: de quién son las bolas, opresor oprimido o viceversa”, en Revista Chilena de Literatura, pp. 61-67. Santiago, 1998.
    —. “La muerte y la doncella, cuarteto en dolor mayor”, en Revista Chilena de Literatura.
  • Jofre, Manuel. “La muerte y la doncella, de Ariel Dorfman: transición democrática y crisis de la memoria”. Atenea. Revista de ciencia, arte y literatura de la Universidad de Concepción. 469 p. Pp. 87-89 (enero- junio 1994). Concepción.
  • “Las mujeres y los Derechos Humanos en América Latina”. Red entre Mujeres. Lima, 1994.
  • “Los derechos de la mujer son derechos humanos”. Instituto de Estudios sobre participación y Estado. Buenos Aires, 1993.
  • Prado, Juan. Derechos humanos, conceptos introductorios para su estudio. Universidad de Buenos Aires. Buenos Aires 1997.
  • Vintilia, Hora. Los derechos humanos y la novela del siglo XX. Emesa. España, 1991.
  • Vidal, Hernán. Crítica literaria como defensa de los derechos humanos. Juan de la Cuesta Monografías. Newark, 1994.

 

Notas

  1. En la declaración universal de los derechos humanos de 1789 aún existían distinciones marcadas atendiendo al género y a la raza. Tanto la mujer como el negro fueron excluidos de muchos de los beneficios. La exclusión es más evidente y expresa en el caso del negro.
  2. La muerte y la doncella es un cuarteto de cuerdas en do menor compuesto por Franz Schubert en 1825. Ilustra musicalmente el tema de la doncella guerrera. En la obra de teatro el tema musical se reproduce tanto en lo literario como en lo significativo que pretende transmitir el texto.