Sala de ensayo
“Macbeth”, de William ShakespeareLa noche en Macbeth
Imágenes de locura y de muerte

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Para complacer a su nuevo señor, Jacobo I de Inglaterra, a quien fascinaba el tema de la brujería en su natal Escocia, William Shakespeare escribió en 1606 la obra que narra la historia de un rey escocés que se hizo de la corona asesinando a su antecesor. Cuando Macbeth, duque de Glamis y luego, gracias a su desempeño en batalla, thane de Cowdor, descubre por boca de seres sobrenaturales que será rey, se desencadena un sangriento efecto dominó, cuya primera pieza es el buen rey Duncan, empujado por la influencia de la poderosa e inescrupulosa Lady Macbeth que no desea otra cosa que la máxima gloria para su esposo.

Para escribir la historia, dentro de la que convergen líneas inmortales y personajes de gran fuerza, Shakespeare se sirvió de las Crónicas de Holinshed y posiblemente también del Tratado sobre la Hechicería de Reginald Scot y de la Demonología de Jacobo I. Así, en las Crónicas, un débil rey Duncan es muerto en batalla, mientras que la tinta poderosa del Bardo dibuja a un bondadoso rey que es asesinado cobardemente en su cama. Por otro lado, el largo diálogo entre Macduff y el príncipe Malcom es una traducción directa de Holinshed; y el incidente del bosque que se mueve hacia el castillo es una imagen común en las leyendas semíticas e indoeuropeas. La atmósfera sobrenatural, las apariciones, y una sonámbula Lady Macbeth son factura personal del Bardo.

Ahora bien, entendemos que, ni en los dramas de Shakespeare, ni en la historia del Reino Unido (ni de otros reinos), la intriga y la sangre alrededor de una corona resulte gran novedad. Sin embargo, el hilo que nos conduce desde el primer acto hasta el último de la tragedia de Macbeth se sirve de una fuerza dramática completamente excepcional que logra, entre otras cosas, mantenernos en vilo dentro de una atmósfera completamente tenebrosa en la que el ambiente es denso y oscuro como la sangre; lo que nos conduce a nuestro punto de estudio: la noche, la oscuridad, la locura y la muerte en Macbeth.

 

¿Fue alguna vez de día en la Escocia de Macbeth?

Quizás. Un par de veces por un par de horas. Una de las pocas alusiones al día que hay en la obra es la mañana en la que se hace pública la muerte de Duncan, así que el carácter de claridad y serenidad que trae la luz del día se esfuma inmediatamente con la noticia. En esta Escocia el sol es frío y oscuro. Resulta muy difícil imaginar las macabras escenas de Macbeth en una atmósfera luminosa. Es más, la obra no sólo se sirve de la noche para arropar crímenes imperdonables, sino todo lo que ésta trae consigo: oscuridad, tinieblas, frío, miedo, silencio y por supuesto, el ambiente sórdido y amargo que trae consigo la sangre derramada.

El personaje de Kirk Douglas en Lo malo y lo hermoso sabía lo que decía en su línea “La oscuridad tiene vida propia”.1 Para que se desencadene cualquier cantidad de desgracias en las obras dramáticas por excelencia, lo primero que debe pasar es que se haga de noche. El resto viene por sí solo. Recordemos que nuestras imágenes malignas, en su mayoría, están rodeadas de oscuridad (un gato negro, pájaros y espíritus nocturnos).

Así, la tragedia de Macbeth se desenvuelve casi en su totalidad con la noche y la oscuridad de fondo. Y quizás sea no sólo por la concepción que tenemos de todo lo que puede haber dentro de la noche y su oscuridad espesa, sino que dentro de ella los crímenes quedan ocultos. Y esto lo sabe sin duda Lady Macbeth al invocar a los espíritus malignos para que le den la fuerza suficiente para actuar:

“Ven, noche espesa, y envuélvete en el humo más oscuro del infierno para que mi puñal no vea la herida que hace ni el cielo asome por el manto de las sombras gritando ‘alto, alto!’ ”.

Otro punto importante dentro de la noche y la oscuridad está en el hecho de que es en ésta en la que, al dormir, se mantiene a raya todo aquello que la noche trae consigo. En la obra Macbeth está condenado a no dormir más pues su conciencia lo atormenta hasta la locura a causa de sus crímenes. De modo que está completamente expuesto a las voces terribles de la noche. Teniendo esto en cuenta, no es de extrañar que el número de víctimas aumente con la paranoia del nuevo y tambaleante rey. Ya a través de Banquo, Shakespeare da un anticipo de lo que será, en principio, la tragedia insomne de Macbeth:

“...el cielo economiza. Apago sus luces (...) La llamada al sueño me pesa como el plomo, mas no quiero dormir. Poderes benignos, refrenad en mí los malos pensamientos que invaden un alma en reposo” (acto II, escena I).

Aunque, al principio de la obra, Macbeth prefiere no participar en la sucesión de hechos que las brujas predijeron, cada elemento a medida que la obra avanza lo presiona. No puede esperar; lo empujan voces internas, visiones, la indignación frente al nombramiento de Malcolm como heredero y por supuesto, la figura con más poder sobre él: Lady Macbeth. Así, el thane de Cawdor pone manos a la obra, lo que desencadena su propia tragedia:

“Me pareció que una voz gritaba ‘¡no durmáis más!’. Macbeth mata el sueño, el sueño inocente (...) el morir de la vida diaria, baño de fatigas, bálsamo de almas laceradas (...) ‘¡No durmáis más!’. Glamis ha matado el sueño y por eso Cawdor ya no dormirá. ¡Macbeth ya no dormirá! (acto II, escena II).

Llama la atención cómo la maldición recae en todos y cada uno de sus nombres. Quizás a través de este recurso se demuestra que todos los títulos por los que Macbeth ha luchado, todas sus personas, hasta su propio nombre de origen, se manchan con su crimen... y no queda duda de sobre quién recaen las consecuencias.

 

Las oscuras contradicciones en los personajes principales

Si Shakespeare logra nuestra admiración por sus personajes, lo logra aun más por la gran pasión que los desenfrena, sus condiciones mentales, su indiferencia o admiración, su serenidad y desesperación. Como la vida misma, los personajes tienen tonalidades, flaquezas, dudas. Lo vemos sobre todo en la evolución de Macbeth y Lady Macbeth. Ambos están en uno y otro extremo, y luego intercambian lugares. Lady Macbeth, quien concibió y presionó en todo cuanto fue posible el asesinato de Duncan, no puede con la culpa, que la hace enloquecer y morir. Por el contrario, Macbeth, quien en un principio tuvo dudas y luego perdió el sueño a causa de los remordimientos, se hace, hacia el final de la obra, de una gran serenidad de sangre fría.

Veamos de cerca el contraste, primero en Lady Macbeth:

“Le dejé a punto los puñales (...) si no se pareciera a mi padre dormido, lo habría hecho yo (...). —A Macbeth —Débil de ánimo, dame esos puñales. Los durmientes y los muertos son como retratos. Sólo el ojo de un niño teme ver un diablo en pintura (...) Ahora mis manos están del color de las tuyas, pero me avergonzaría de tener un corazón tan pálido” (acto II, escena II).

“El barón de Fife tenía esposa, ¿dónde está ella ahora? ¡Ah! ¿Nunca tendré limpias estas manos? (...) Aún queda olor a sangre. Todos los perfumes de Arabia no darán fragancia a esta pequeña mano mía. ¡Ah! ¡Ah!” (acto V, escena I).

En Macbeth:

“¿Qué me pasa que todo ruido me espanta? ¿Que manos son estas?, ¡ah! ¡Me arrancan los ojos! ¿Me lavará esta sangre de la mano todo el océano de Neptuno? No, antes esta mano arrebolará el mar innumerable, haciendo rojas las aguas” (acto II, escena II).

“Hubo un tiempo en que el sentido se me helaba al oír un chillido en la noche, y mi melena se aterrizaba ante un cuento aterrador cual si en ella hubiera vida. Me he saciado de espantos. Y el horror, compañero de mi mente homicida, no me asusta” (acto V, escena II).

Ambos personajes intercambian pensamientos al final de la obra. Curiosamente con la misma imagen de la mancha de sangre en la mano. Quizás sea un recurso para hacer de este intercambio algo más obvio.

La obra comienza y se desarrolla sobre contradicciones; y no solamente en los personajes, pues cada imagen representa dos cosas contrarias a la vez. Días feos y hermosos, personajes menos grandes y más grandes, la historia de un crimen y de intrigas terribles que nos atrapan como si fueran hermosos relatos. Todo dentro de la noche, de la que se sirve Shakespeare para brindarnos todo el efecto y todas las sensaciones.

Es así como entendemos a plenitud que las terribles brujas que abren la obra son sabias en su introducción a una obra terrible por su historia, pero maravillosa por su fuerza dramática, complejidad de intriga y genialidad discursiva. Por instantes inolvidables y de gran intensidad, Macbeth hace que el espectador se transporte a otro mundo. El diablo a veces puede decir verdad: Hermoso es lo feo y lo feo hermoso.

 

Bibliografía

 

Notas

  1. “The dark has a life on it’s own”. The Bad and the Beautiful (1952).