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¿Que te gusta mucho la guerra?

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¿Que te gusta mucho la guerra?, claro que te gusta mucho la guerra, muchachito. Que juegas a hacerla todos los días, todas las noches. Polvo negro, amarillo, estallido, gasolina, arena, fuego, cables, ciclonita, PENT, estampida. Sí que te gusta mucho la guerra y te sacrificas haciéndola, pum aquí, pum allá. Sales, corres, te escondes, callas, no miras, tiras, pum pum, lees, sí, lees para que el convencimiento no se te apague, y vuelves a la estrategia, a la trama, al golpe certero, al estallido oportuno, a la misión cumplida.

Que te gusta mucho la guerra, claro que sí, muchachito, cómo no te va a gustar, si te creíste todos los cuentos de liberación y botaste todo lo inútil de tu vida por ello: tu ropa de marca, tus libros de ecuaciones, tus amigos con carro, el futuro escogido por tu papá, si botaste todo, hasta tus promesas de regreso y amor eterno.

Haces la guerra, que te gusta mucho, ¿verdad? Muchachito, y no rezas por tu vida porque cambiaste de religión y porque estás convencido de tu muerte, de esa muerte que te convertirá en mártir, en un héroe para los tuyos. Sí, en héroe, como el del afiche que tienes encima de la cama, ese, el de barba trasnochada y boina incendiaria. El comandante de todas tus ideas, al que veneras luchando en su nombre y cantándole su canción cuando estás borracho.

Ah, porque a veces te embriagas, pides una cerveza y otra, y retrocedes al pasado, la piensas, pero vuelves a la guerra, nunca sales de ella, aunque bebas infatigablemente, una cerveza, otra, otra, siempre está la canción combativa, la palabra que te pone en el frente, la llamada instructiva.

Muchachito, y te gusta la guerra, tanto que has olvidado limpiarte la cara, peinar tu cabello, mirarte en el espejo. Sí, has olvidado todo, hasta tus sueños. Esos sueños que eran de nadie, esos sueños que no leías, sino que sentías cada vez que mirabas al mundo. Olvidaste hasta su risa, esa que besabas en una antigua fotografía, que botaste apenas te armaste de heroísmo.

Te gustó mucho la guerra, aunque al principio sólo vociferabas frases enardecidas que no eran capaces de herir ni a una mosca y te fuiste con montones de ideas románticas de cambiar al mundo y regresaste con una bomba de tiempo en tu cabeza. Qué va, ni siquiera volviste, porque la guerra te gustó y te atrapó. Y ella lloró tus promesas, pero te gustó tanto la guerra que no sentiste su llanto. Hiciste tanto la guerra que te perdiste para siempre, sí, moriste en mi recuerdo. Pum aquí, pum allá. No existes, muchachito.