Artículos y reportajes
“El pensador”, de Rodin. Foto de Eddy Risch (2007)En escucha de pensamiento

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En escucha de pensamiento, el hombre habla, y la palabra es obra de su escucha y hecho del pensamiento. La expresión “el hombre habla” indica que palabra y pensamiento hablan en el hombre bajo el modo de una conversación. La conversación de pensamiento y palabra converge en el hombre y lo convierte en guardián del habla. El hombre no es guardián de sí mismo: el hombre guarda lo que le ha sido dado. Y lo que le ha sido dado le es propio, aunque no le pertenece, así como la vida que le ha sido dada le es propia, pero no le pertenece. Lo propio implica aceptación de lo dado. Nadie es guardián de sí mismo, como nadie se acompaña a sí mismo. Guarda y compañía aluden a una capacidad de entrega en la apertura como a una aceptación en la recipiendez de lo dado. En lo abierto, se da; y en lo abierto, se recibe: es ésta la máxima correspondencia para quien sepa contemplar y pueda comprender. He ahí la plenitud del vacío, la afirmación primera en la negación última: la vacuidad del yo negado se transforma en la vacuidad del espíritu afirmado para que el hombre transfigurado supere la dualidad.

En el habla, meditamos. En el don del habla, meditamos la gracia. La gracia de ser se agradece en la gratuidad del habla. En ese agradecer la gracia, el hombre se convierte en el guardián de la palabra. De entre los símbolos sagrados que nos conectan con lo divino, la palabra es el más profundamente religante, y en modo tal que no se puede concebir sin ella la comunión con los dioses que habitan en Dios.

Meditar significa abrirse al encuentro de lo abierto: no se medita para rendir, sino para entregarse; es el acto mayor de consentimiento a lo dado, la mayor aceptación de lo que hay. Hay lo que se da, como hay lo que se recibe. El ser está inmerso en ese haber tanto como el no ser: no importa la distinción, la denominación, la definición, la dominación, eso es el criterio del mundo, ésa es la proposición gramatical-lógica que el mundo enuncia por los cuatro costados de su limitación, y otra cosa no se le puede pedir, ello constituye su “razón de ser”, su pequeña “ser de razón”. Habérselas con el haber de lo que hay es “lo otro” de la cosa, o “lo otro” sin más. Precisamente, en esa otredad, se abre la posibilidad del meditar, y en él se abre la necesidad de la entrega recíproca, del mutuo darse de donante y donado.

En el meditar, la gracia sobreabunda bajo el modo del agradecer permanente.

Eso, dijimos, no es el mundo, pero lo sostiene, todavía hoy, en el final de un ciclo, lo sostiene.