Artículos y reportajes
Cristian ValenciaHay días en que amanezco muerto
(O cómo amanecer vivo en una calle muerta)

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Uno sabe si un escritor tiene calle o no.
Rubén Blades.

A finales de la década del sesenta un grupo significativo y aislado de periodistas norteamericanos (encabezado por Tom Wolfe, Gay Talese y Hunter S. Thompson) empezó a experimentar en sus reportajes y artículos con una serie de novedosas técnicas literarias. Ellos, que además se alejaban concientemente de la supuesta objetividad del periodismo tradicional y se adentraban en el corazón de la historia, fueron nominados bajo el fardo de El Nuevo Periodismo. Esta tendencia, que a estas alturas de “nuevo” sólo tiene el nombre, sembró pautas y mecanismos que siguen teniendo vitalidad en el momento de contar la realidad.

De esa estirpe de periodistas cojonudos y arriesgados, que en Colombia gracias al auspicio de algunas revistas como Soho, Horas y Gatopardo ha tenido una buena cosecha; hace parte el también escritor de ficción Cristian Valencia. Justamente Valencia echa mano de algunas de sus mejores crónicas publicadas en estos medios para conformar el volumen de Hay días en que amanezco muerto.

Lo que sorprende y a la vez conmueve de estas crónicas, más allá por supuesto de los ambientes lumpenizados, marginales o aislados y de los personajes mutilados, perturbados o empobrecidos, es la capacidad de Valencia para transmutarse en ellos, para calzarse sin medias un par de zapatos rotos y apretados, y recorrer un buen número de páginas-calles. Lo que sorprende es la capacidad de narrar desde el mismo andén desde el cual capta las historias, poniéndose siempre al nivel y no por encima de sus personajes. Lo que conmueve, finalmente, es la decisión de Valencia para escribir con los pies y el culo puestos sobre la tierra.

Escribe desde abajo (ya lo he dicho) pero también desde adentro: de la basura, del Cartucho, de una cantina de tangos. Y a veces sube (lo reconozco): a un burro, a una zorra, a un bus con vendedores, a un camión de carga. Habla seriamente con un payaso, se convierte en marino (o ya lo era), atraviesa el país de copiloto o pierde el tiempo en busca de un pueblo perdido. Tiene la determinación del periodista que vivencia la historia y asume a quemarropa todos los riesgos, pero carece del egocentrismo, la vanidad y la banalidad de la gran mayoría de los periodistas herederos del Gonzo.

“Hay días en que amanezco muerto”, de Cristian ValenciaValencia tiene el olfato, la vista y el oído que le permiten encontrar detrás de cada vida, por anodina que sea, una historia para llevar al papel, pero a su vez tiene el tacto y el gusto para no olvidar que detrás de las palabras plasmadas hay una vida de carne y hueso, más de hueso que de carne en el caso de estos personajes.

En el interior de estas crónicas hay cuestionamientos sobre el oficio y preocupación por golpear en el centro del problema, pone en evidencia los mecanismos y las amarras que le ayudan a construir las historias, y expone una ética que no le permite sacrificar la verdad por la verosimilitud o la espectacularidad, se enfrenta a los hechos sin un plan preconcebido, se deja orientar por ellos y confía en sus personajes porque sabe que la realidad se escribe sola y a menudo escribe mejor que uno.

Cristian Valencia es solidario y compasivo con sus personajes, y generoso con el lector. Algunas de estas historias son salvadas de la hecatombe con referentes de la literatura, del cine, de la música y del arte en general; que actúan como diluentes a través de metáforas empleadas con ingenio y humor. Pero sobre todo por la música, letras de canciones puestas, cantadas por los personajes o por el mismo narrador, que matizan el dolor de las historias y hacen pensar que una vida con banda sonora quizás no sea mejor pero sí más soportable.

En las doce historias que contiene este libro el lector no encontrará retratos de celebridades, ambientes del jet set ni la asunción de retos artificiales o inútiles, sólo calle. Uno sabe si un escritor tiene calle, Cristian Valencia la tiene, sumada a un talento, un coraje y una bondad natural sin los cuales le habría sido imposible amanecer vivo en ella.