Artículos y reportajes
En eso estamos, de Wilson Armas Castro

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Publicar es exponerse, es dejarse ver a trasluz y que sea el otro quien nos defina; y publicar poesía en estos tiempos de mezquindades y frases hipócritas, supone un riesgo por lo menos doble, porque la poesía desde siempre fue una empresa del alma pero no de las finanzas, y precisamente por eso, es exponerse una vez más en carne viva. Porque quien escribe se ofrece desnudo —si del otro lado hay un lector atento—, dejando al descubierto verdades, falencias, los más recónditos secretos, mostrando los vericuetos sicológicos y sentimentales.

A eso se expone Wilson Armas con su libro En eso estamos, y aun más, se arroja a las fauces del lector, transgrediendo las normas del “escribir bien” o respetar las normas académicas que las más de las veces encorsetan el lenguaje; pero que en él es un desafío al lector, exponiéndose al escarnio o la aprobación pública.

Para cualquiera esa empresa resulta más que temeraria pero para un individuo que ya ha traspuesto la frontera de las ocho décadas supone una temeridad poco usual, o mejor dicho nada usual.

Nacido en 1919, Wilson Armas cuenta con una interesante trayectoria como actor teatral en el ya mítico Teatro del Pueblo (ver Letralia Nº 150, 9/10/2006), y con un buen número de libros publicados, y si se lo propone (ya que material escrito es lo que le sobra) con por lo menos un par de buenos libros de cuentos y una novela que lo ubicaría cómodo como un buen narrador. Una etiqueta que por otra parte le colocó el lector con la justicia que dan sus buenas obras narrativas, pero Wilson asumió un nuevo reto y decidió exponerse otra vez. Empezó con el libro Pocacosa, editado en 2005, y no conforme con eso insiste con este conjunto de poemas bajo el título En eso estamos, algo que resume precisamente su filosofía como autor.

En eso estamos parece ser la voz constante de este poemario donde Wilson sigue apostando a la amistad, al amor, a la lealtad, y la indoblegable tozudez de cuestionar los preceptos y las etiquetas impuestas por esa sociedad que como creador pretende modificar.

Acepto que emito un juicio parcial y subjetivo, ya que es algo inevitable, y se convertiría en una tremenda mentira intentar expresar cualquier opinión sobre un hecho artístico desprendiéndose de los gustos y predilecciones. Porque todo individuo es por la circunstancia que lo llevó a ser; y por supuesto todo creador es por la circunstancia que lo llevó a crear, que lo movilizó a sentarse frente al papel en blanco, por la historia que tuvo que recorrer para llegar a ese acto íntimo y solitario, por las personas que dejaron su huella en su pensamiento, por la vida que tuvo o que no tuvo. Y eso inevitablemente queda plasmado en lo que escribe, pinta o compone arriba de un escenario.

En Wilson notoriamente esa influencia, ese bagaje histórico-vivencial se refleja en sus poemas, que lo movilizan a estar vivo y en constante combate consigo mismo.

Es que en muchos de estos poemas el autor parece desprenderse del individuo para interpelarse, para enfrentarse, para confrontar y a la vez obligar al lector a hacer el mismo ejercicio.

Es como enfrentarse a la obra de dos individuos en puja constante, y de esas interrogantes planteadas salir a buscar nuevas preguntas más que las viejas respuestas que lo han desvelado durante su existencia.

Wilson Armas CastroPero también para el lector resulta un ejercicio por momentos desconcertante: el no saber si se está enfrentando a un autor joven, escéptico y envejecido por la sabiduría, o a un autor viejo que ha decidido olvidarlo todo y se hace las mismas preguntas cargadas de ironía porque ya sabe que no tiene las respuestas.

Precisamente, la ironía navega en estos poemas, esa visión ácida y mordaz con que nos ve y se ve. Que se expone y a la vez nos muestra en todo su materialismo más liso y llano en las cosas más trascendentales del individuo.

Mientras otros poetas han gastado interminables versos y sesudas metáforas para decir que tarde o temprano, inevitablemente, todos moriremos, Wilson afirma su existencia en el mundo como el mortal más llano y material que es: “¡Y patapúfate, me borré del suelo!”. Pero también se afirma en este mundo como individuo finito y mortal buscando trascender en las cosas cotidianas de la vida: “Cuando yo muera, amigos, / hacedme un homenaje estricto / de silencio...”.

En definitiva no dudo que a ustedes les quedarán casi las mismas impresiones que a mí: que estamos frente a un poeta mayor por edad, por experiencia y por calidad poética, y a la vez estamos frente a un poeta joven, por vitalidad, por entereza y la manera desafiante de plantarse frente a las cosas. Pero también estamos frente a un notable mentiroso, un extraordinario e irónico individuo capaz de presentarse frente a nosotros como un ser apocado y desvalido para abofetearnos sin piedad, obligando a reconocernos en nuestra pequeñez de seres con más preguntas que respuestas.

A continuación una escueta selección de sus poemas.

No todo es vejez

Yo sé qué dice tu mirada,
que brilla con fulgor;
te veo preocupada
y te doy la razón,
porque meter de golpe en tu maleta
pinta, vejez, impacto y desconfianza,
no queda en pie la apreciación concreta.
Tenías la impresión de que tratabas
a un tipo muy audaz, parlanchín y poeta,
pero cuando lo conociste a fondo
te diste cuenta, que no era tan fiero
el león como lo pintan.
Eso es para que veas
que no todo reluce como el oro,
que rascando un poquito
uno encuentra,
lo que quiere encontrar,
y se contenta...

 

Interrogantes

¡Cuántas interrogantes,
cuántas preguntas me hago!
El otro yo me las formula
y yo no las respondo.
Mi esmirriado morrión, debe llenarse.
Pero tal vez no llegue ese momento
por más que lo desee.
Debo explicarme con despaciosa calma,
las mil interrogantes que me asedian;
mas, nada resulta fácil;
lo fácil es tramposo, es impostura;
pero yo no conozco la verdad,
jamás la he visto.
¿Cuánto debo esperar?
No hay otra alternativa: Esperar...

 

¡A ver tú!

¿Cuándo se es siempre?
Contéstame bien rápido,
petulante intelecto...

 

Presente

Sentado en esta silla
de espaldas al sol que me deslíe,
bebo el aire
el verde del follaje
y el ocio generoso
del estío.
Quiero no dar cabida a la tristeza,
quisiera convivir sin mi memoria.
Es cosa inútil, digo,
echar atrás el tiempo:
al futuro lo pondría de testigo,
y al presente
—si yo pudiera hacerlo—
lo volvería entelequia inerte.

 

Escaleras abajo

Es difícil asir de un manotón
un instante feliz de permanencia.
En regocijo pleno de espíritu
es fácil dar un salto en el espacio,
escuchar sonidos de violines,
y coros de ángeles cantando.
Ya no me queda ni un mísero recuerdo
de mis vagidos niños;
mis ansias de vivir ya no me asisten:
se me ha pasado el tiempo.
Mi instrumento enmudeció de pronto,
Sólo migajas viejas me quedaron
y están hechas de angustias.
Mi pecho ya no canta,
ni entona melodías mi garganta.
Rápidamente se me va la vida,
y ni siquiera mi visión responde...
¿Qué es lo que me va quedando?
¿Qué es lo que me está faltando?...
No puedo contestar, no puedo...