Sala de ensayo
Charles Baudelaire. Foto: Goupil et Co (ca 1860)Gravitación del alma
Acercamiento a Las flores del mal de Charles Baudelaire

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La lectura de los poemas de Las flores del mal nos ofrece la posibilidad de asistir a uno de los espectáculos más maravillosos del mundo: la existencia efímera del hombre tal como la fugacidad de una flor, única e irrepetible.

Y ese espectáculo debe ser mostrado con toda su crudeza. El poeta, Baudelaire, ha debido franquear muchas barreras para explicar lo inefable, valiéndose del oxímoron (im)posible de la hermosura de una flor y el lado oscuro de la existencia. Ver en el alma la bondad y el mal simultáneamente constituye, sin duda, una capacidad que sólo el poeta, con su virtud de vidente, es capaz de percibir, pues su privilegiado estado poético le permite hacerse de las sombras y penetrar en lo más recóndito del alma humana. Desde esa postura, la de éxtasis idílico, puede percatarse de lo bello y lo sublime, como lo perenne en lo instantáneo —un suspiro, una mirada— y lo transitorio en lo perenne —una flor—, y transcribir en poética el lenguaje del espíritu.

En Las flores del mal, Baudelaire parece decirnos que el mal florece en el jardín del alma, pues es inherente a la esencia misma del ser. Negarlo sería asumir una actitud hipócrita frente a una verdad inocultable. Ver sólo una parte de una gran verdad equivale a una conciencia a medias, como pensar un paraíso sin infierno o la vida sin la muerte. Por ello, el poeta nos encara a esa verdad, incómoda pero incuestionable, del quehacer (in)humano.

Baudelaire consigue explicar esa verdad a través del Tedio, que logra constituirse en el hilo conductor de lectura de los poemas, y no es por casualidad, sino por el convencimiento del hastío del hombre en una sociedad incongruente. El gran mérito del poeta es su facultad de no engañarse en ver sólo lo bello, sin percatarse de las pequeñas miserias del ser humano. Es meritorio el hecho de expresar que él también forma parte de ese entorno, es decir, no se excluye, como un ser privilegiado o de poeta encumbrado, para acusar a los demás.

En los primeros poemas, Baudelaire nos proporciona una línea de lectura como clave de acceso a las temáticas que aborda en cada sesión, en el que todos los poemas se van sucediendo y mantienen una unidad coherente, desde el poema introductorio, Al lector, hasta Rebelión, concluyendo con un final sobre La Muerte, como única salida y fin del sufrimiento. En ellos, Baudelaire nos va paseando por las diversas etapas del hombre, en todas sus manifestaciones y aspectos, desde lo más sutil hasta lo más vil, en los que dolorosa y gozosamente él es un protagonista: las voluptuosidades, pecados y virtudes, belleza y fealdad, dolor y tristeza, orgullo y remordimiento, obsesión, música, colores y olores; desembocando inevitablemente en el hastío, sin embargo transformados por el poeta en materia de creación poética. Las horas de ocio que pasaba en el bulevar, “necesarias para su perfeccionamiento”, observando a las gentes, bien le sirvieron.

Aunque Baudelaire retrata la vida de la bohême de la París de la segunda modernidad, época que le tocó sufrir inconsolablemente, quería romper con todas las fronteras, pues el mal que observa en su propio entorno, transgrede las leyes universales de los valores humanos. Es necesario e impostergable, entonces, cantar su verdad, aunque eso signifique convertirse en un proscrito en su propia tierra y en un hereje abominable. Baudelaire llegó a afirmar: “Quiero poner en contra mí a toda la raza humana” (Benjamín, Walter. Poesía y capitalismo: 27), como un acto de inmolación (metafóricamente), con el objetivo de demostrar la decadencia del hombre.

Así, en Las flores del mal nos introduce en el ambiente producto de la situación sociopolítica de la época. El trapero parisino (clochard) se ha convertido en símbolo del pauperismo reinante. Esa situación la refleja Baudelaire, por ejemplo, en el poema Abel y Caín, donde hace referencia a los desheredados, como una clase infrahumana producto de “un cruce de ladrones y prostitutas” (Benjamín, Walter. Poesía y capitalismo: 34): “¡Ah!, raza de Abel, tu carroña / abonará el suelo humeante. / Raza de Caín, tu tarea / no está del todo concluida”, en ella se debe incluir a todas las variantes del pauperismo. Entonces, de la estirpe de ambos hermanos bíblicos, seguirá resurgiendo esa clase, en un tiempo cíclico, como síntoma de la decadencia y la inutilidad de las luchas del hombre (de igual modo se puede interpretar el Eclesiastés). Tal circunstancia, ayer y hoy, generaría la pregunta muda: ¿cuándo se alcanza el límite de la miseria humana? (Benjamín, Walter. Poesía y capitalismo: 32).

En ese mismo sentido, en Al lector, que funciona como introducción o prólogo del libro y nos da ciertas reglas para la lectura de todo el poemario, abarca las temáticas que dan cuenta de las miserias humanas y sus diferentes manifestaciones:

“El pecado, el error, la idiotez, la avaricia, / nuestro espíritu ocupan y el cuerpo nos desgastan, / y a los remordimientos amables engordamos / igual que a sus parásitos los pordioseros nutren”.

El “pecado” son todos los pecados capitales que invaden nuestras almas. Tras cada remordimiento viene otro pecado, que es lo mismo que alimentarlos, por ello los “engordamos”.

“Nuestro pecar es terco, la constricción cobarde; / la confesión hacemos pagarnos con largueza, / y volvemos alegres al camino enfangado / pensando que un vil llanto lave todas nuestras faltas”.

Acudimos siempre al pecado, tercamente, porque no renunciamos a él, y la confesión sólo permite que volvamos a pecar ya que no hay un arrepentimiento sincero y honesto. Creemos que con el llanto se pueden lavar nuestras faltas, pero ese vil llanto, es un llanto hipócrita que sólo quiere una tregua para reincidir. Arrepentirse es muestra de debilidad y frente a ella, el pecado es fuerte. El camino fangoso es la vida abonada por todos nuestras faltas, por lo tanto, un camino inestable que no nos sostiene firmemente. En el verso “En la almohada del mal es Satán Trismegisto”, eleva a Satán a un nivel superior al de Dios, pues es Satán quien domina al hombre, sometiéndolo, sin embargo, de una manera tierna y suave, como una almohada. Y esa almohada es la del mal, pues en ella dormimos cuando no hacemos daño, lo contrario sería el mal que hacemos en vigilia. Satán es además un alquimista que transforma el oro de nuestra voluntad, la que podría, si no fuésemos tan débiles, permitirnos elegir entre el bien y el mal. Como Satán es hábil y hechicero, encanta nuestro espíritu y doblega nuestra voluntad; entonces el poeta lanza un grito: “¡El Diablo los hilos que nos mueven sujeta!”. Satán, ahora elevado a Dios, nos mueve a su voluntad, es decir, ya no tenemos el libre albedrío que nos profesa la fe cristiana. Es casi un decreto de la muerte de Dios. Satán es el “confesor de los conspiradores” (Benjamín, Walter. Poesía y capitalismo: 35), de los poderosos de la sociedad burguesa, en definitiva, es el dios de todos, los de arriba y los de abajo, es decir, los cínicos y los rebeldes. Así, notamos que Baudelaire parece atraído con idéntica fuerza por lo divino y lo diabólico al mismo tiempo. Encontramos esta misma temática en las Letanías de Satán y en otros poemas, casi como una obsesión, pero en realidad es el convencimiento de que el hombre se encuentra más cerca de Satán, quien más se nos ha mostrado.

“Las flores del mal”, de Charles BaudelaireSatán nos cambia la forma de ver las cosas y por ello “Encontramos encanto a objetos repugnantes”, producto de su influencia, pero también por nuestra debilidad. Y poco a poco nos vamos acercando al infierno: “hacia el infierno damos un paso cada día”, a través de las tinieblas, físicas y mentales, pero lo hacemos casi sin la percepción de su horror, ya que se ha ido perdiendo la conciencia del bien, y el mal es aceptado como parte de un destino inexorable, por lo tanto válido.

En la quinta estrofa establece una comparación entre el pecho maternal con el de una ramera: “Igual que un libertino pobre que besa y come / el pecho torturado de una antigua ramera”, al cual extrae clandestinamente un placer pasajero. El seno adquiere aquí dos aspectos: uno de lujuria pecaminosa y el otro, de ternura, tal vez para aferrarse a la esperanza de un seno puro en esencia, el de la madre. Y en: “robamos al pasar un placer clandestino”, un “pobre libertino” besa el pecho buscando un placer que no va a encontrar de otro modo, pues ese placer es pecaminoso e inmoral. El hecho de “robar” como un acto natural, es el hombre que ha sido dominado por el mal y que ha llegado a un nivel de degradación que ningún placer sano le puede ser proporcionado, por ello lo hurta, y quizás de ese modo encuentre más placer.

En la sexta estrofa hace referencia al pecado como gusanos (helmintos) bullendo en nuestros cerebros. Son los demonios que se han apoderado de nuestra razón y han minado nuestro pensamiento:

“Preso y hormigueante como un millón de helmintos / un pueblo de Demonios bulle en nuestros cerebros / y cuando respiramos, la Muerte a los pulmones / baja, río invisible, / con apagadas quejas”.

La Muerte, en mayúscula —está personificada por ser trascendente— aparece vigorosa y cruel, la cual respiramos mientras se desciende al infierno, porque ya no es posible respirar el aire de la vida y estamos más cerca de la muerte. Traspone el “río”, icono de vida, como símbolo de muerte.

La séptima estrofa: “si el estupro,1 el puñal, el veneno, el incendio”, es una enumeración de elementos y formas con los que es posible ejecutar un crimen. El “si” condicional indica que si esos elementos no se han utilizado aún para cometer un crimen es porque no se es lo bastante osado para hacerlo, sin embargo pudiera hacerlo, entonces el ¡ay!, que es una interjección para dar cuenta de que puede ser así, y eso constituye un motivo de asombro para el poeta, quien se da cuenta de ese hecho.

En la octava estrofa enumera animales feroces que simbolizan los siete pecados capitales: “Pero entre los chacales, las panteras, los linces, / los simios, las serpientes, los buitres y escorpiones”, y son muestras de nuestras corrupciones. Baudelaire agrega un pecado más que es aun peor: “¡hay uno más malvado, más inmundo, más feo!”, ese pecado es el Hastío, devastador para la tierra y el hombre. Es el último pecado al que se puede llegar después de haber cometido todos los demás. El Hastío, o tedio, aparece con carácter humano y además, al acecho, esperando tranquilo, “fumando su pipa”, a que caigamos en él, y, con un bostezo, engullirnos. Es el pecado de la destrucción porque lleva al hombre al fastidio que produce el ocio,2 que se opone a la acción y todo acto creativo y benévolo. El hastío conlleva a que nada nos satisfaga, y busquemos otras formas para saciar el aburrimiento, por ello siempre caemos en el pecado, ya que resulta más atractivo y menos aburrido.

En la décima estrofa encontramos signos de exclamación y guiones para establecer un diálogo directamente con el lector: “Lector, tú ya conoces a ese monstruo exquisito, / ¡Mi semejante —hipócrita lector—, hermano mío!”. Es una acusación al lector, es decir, todos nosotros, por no reconocerse en esta descripción; pero también el poeta se incluye en ese género. En la expresión “monstruo exquisito” nuevamente recurre a la unión de dos opuestos, tratando de decir que, a pesar de ser horrendo, el Hastío es, a su vez, atractivo, por ello caemos en él como si una fuerza irresistible nos atrajera hacia él, pero lo hace en forma delicada y apenas lo percibimos claramente ya que es engañoso. También pudiera interpretarse como “pecado atractivo”, como se acotó anteriormente.

La temática de los siguientes poemas se conecta con los tratados en Al lector, pues se relacionan con la voluptuosidad, el mal, el vicio y la fealdad, transformada en algo sublime, las sensaciones, el ideal, el tedio, la melancolía el fracaso y la muerte.

Sus poemas hablan del eterno conflicto entre lo ideal y lo sensual; en ellos se describen todas las experiencias humanas, desde las más sublimes hasta las más sórdidas. La meditación poética encuentra una unidad profunda en el poder de la síntesis por la cual las diversas impresiones de los sentidos son puestas en correspondencia, tal como lo refleja en el poema “Correspondencias”. La sensibilidad poética presenta diversas variaciones que se desarrollan en una perspectiva de vastedad: “La Creación es un templo de pilares vivientes, / que a veces dejan salir sus palabras confusas; / el hombre la atraviesa entre bosques de símbolos / que le contemplan con miradas familiares”, las correspondencias abarcan la inmensidad del mundo y la transforman en la intensidad de nuestro ser íntimo, más cercana y familiar. La referencia a los símbolos pudiera indicar el rechazo por el excesivo realismo, se hace necesario, entonces, imponer el poder de la palabra y la magia del símbolo. Por ello busca reinterpretar el lenguaje del entorno como una red de correspondencias que se conectan con el ser humano y afectan sus sentidos.

Se da importancia a lo sensorial fusionando todos sentidos: “Hay aromas tan frescos como carnes de niños, / dulces tal los oboes, verdes tal las praderas”, contrapuesto a “hay otros, corrompidos, ricos y triunfantes”, como dos formas de una misma sensibilidad. Todo lo que hay que apreciar, lo esencial, está en el mundo, y el poeta es capaz de captar y diferenciar las diversas formas y establecer las correspondencias. Llega a unificar los contrarios, la claridad del día y la oscuridad de la noche forman una tenebrosa unidad: “vasta como la luz, como la noche vasta”. Luego, con la luz y la noche “se responden sonidos, colores y perfumes”. Todas las cosas tienen su encanto, tanto lo bello como lo sublime tienen su correspondencia en las diferencias. La realidad no es exacta porque está hecha de correspondencias mezcladas que impactan y confunden los sentidos —sin embargo conforman una unidad—, todo depende de la sensibilidad para saber captar esas correspondencias.

Por otra parte, los variados poemas de amor, de atormentado amor, fugaz, pecaminoso, salvaje, tierno y sensual, los podemos encontrar en “Sed non satiata”, “El vampiro”, “La cabellera”, “Perfume exótico”, “La serpiente que danza”, “Con sus ropas ondulantes y nacaradas”, “El balcón”, entre otros, inspirados por sus amores furtivos, apasionados e idílicos.3 Las decepciones amorosas y el entorno agobiante hacen que el poeta se entregue al vicio. Cuando se ha probado todo, las cosas se hacen insignificantes y carentes de sentido creando el malestar, que se manifiesta en tedio. Entonces, el intento de evadir ese Tedio se torna en fracaso y se cae en el vacío y la Melancolía. Es cuando el Mal se ha apoderado de las almas y sólo puede venir la Muerte. Es un ciclo, convertido en un círculo vicioso, de donde parece imposible salir. De allí la trascendencia de la poética de Baudelaire, que ha llegado a nuestra época con el mismo ímpetu y vigencia —según creo pues los hombres pasan y los pecados quedan, más aun, pareciera que acumulados, “engordados”. Y con ello, el hastío.

El malestar al que Baudelaire hace constantemente referencia, pudiera ser interpretado como el mal espiritual en el que el poeta se siente inmerso, extrañado; sin embargo se extiende al hombre en general. La búsqueda de respuestas a los misterios de la vida, por una parte, y al absurdo de la existencia, por otra, se convierten en una quimera, el poeta se siente condenado al sufrimiento; por ello, sólo puede reconocerse en lo más íntimo, en medio del misterio y la nocturnidad, como el único espacio para la superación o aceptación del dolor.

En un ejercicio de imaginación, Baudelaire pareciera decir ahora, un tanto irónico, o más bien desencantado: “...y sin embargo florecen”, a pesar de todo.

 

Notas

  1. Dicc. Der. Acceso carnal con persona mayor de 12 años y menor de 16, conseguido con engaño.Der. Por equiparación legal, algún caso de incesto. Antiguamente, coito con soltera núbil o con viuda, logrado sin su libre consentimiento.
  2. El ocio en su aspecto negativo. El ocio creativo fue muy productivo para Baudelaire, tal como acota Benjamín en Poesía y capitalismo: 41.
  3. Principalmente por Jeanne Duval, una mulata a la que estaría ligado casi toda su vida, y a Marie Daubrun, como un amor platónico y a quien le dedica el poema “Canto de otoño”.

 

Bibliografía

  • Baudelaire, Charles. Las flores del mal. Traducc. Luís Martínez de Merlo. Madrid: Editorial Cátedra, S. A., 1993.
  • Benjamín, Walter. Poesía y capitalismo. Traducc. Jesús Aguirre. Madrid: Editorial Taurus, 1980.
  • Literatura. Recuperado de http://monje.tripod.com/espanol/literatura.html (10/7/2007).