Letras
Estampas de nostalgia

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Estampa 1: Eco glacial

Lo que quiero es trabajar
y que me paguen...
fue la última frase
que escuché de tus labios.
Y mi pregunta que no escuchaste
fue ¿y qué del cielo luminoso?
Allá a lo lejos, se oye un canto lastimero
que hiere las vísceras,
que desmaya el ánimo,
que remoza dolores atávicos,
y hay una joven que se retuerce
con la danza del vientre,
y su sombra se proyecta
hacia el desierto,
con el baile íntimo a su amado,
que no la puede ver
porque le robaron los ojos.
Entretanto, al jovencito,
que ha vivido menos que mi hijo,
le tiemblan los labios
porque hoy es el primer día
en que cegó una vida.
Y se halla perplejo,
desencajado,
aislado de su misión
de salvar al mundo.

Lo que quiero es trabajar
y que me paguen...
y tu frase se multiplicó en mi mente
al tiempo que los retratos se humanizaron,
desfilaron uno por uno,
sin prisa, sin entusiasmo,
obtusos, exasperados,
torpes de frío.
Abraham, Jesucristo,
Mahoma y Budha,
iniciaron la procesión
cabizbajos,
solitarios,
espaciados.
Hay tantos que se acuestan
con tripas retorcidas,
labios agrietados,
ojos brillantes,
esperanzas perdidas,
desnudos de fe,
pies descalzos.
Tienen ojos rasgados,
torsos oscuros,
mechones dorados,
cuerpos cobrizos.
Hay un futuro incierto.
¿muertos en vida?

Lo que quiero es trabajar
y que me paguen...
¿Y qué voy a hacer yo del amanecer perfumado?
Los jinetes apocalípticos
se acercan impetuosos,
con elegancia aterradora.
¿Y qué voy a hacer yo con las gaviotas
que forman figuras geométricas
en sus vuelos serenos,
profundos,
imperturbables, ancestrales?
Mientras tanto,
los ángeles esperarán la orden
de soltar los vientos.
Las olas del mar besan la playa.
El sol brilla impetuoso.
La arena se tiñe
de dorado encanto.
Mis emociones se mezclan,
cambian de matices,
se yuxtaponen.
Así,
miro a lo lejos,
respiro profundo,
estoy feliz y triste,
satisfecha y vacía,
ambiciono y renuncio
a tu presencia.

¿Qué voy a hacer con las notas musicales
que fluyen plácidas,
que recorren el aire que me rodea,
que invaden el espacio de armonía,
que me penetran
y traen a flor de piel
tu rostro amado?

Lo que quiero es trabajar
y que me paguen...
Tu voz, poco a poco,
se convirtió en eco glacial,
y una fiebre álgida
se apoderó de mis huesos.

Lo que quiero es trabajar
y que me paguen...
me dijiste,
y tu mirada hueca
se resbaló en mi pecho.

 

Estampa 2: Desatino

Bajo la luna de luz cristalina,
bajo el encanto íntimo,
soñoliento,
que brinda la falsa paz,
pierde la barca su norte.
El paisaje cambia bruscamente,
olas negras, gigantescas,
amenazadoras, aviesas,
despiadadamente se le avecinan,
y abren sus fauces como leones hambrientos
y la despojan de ese poco de fe
de al menos estar a la deriva.
Y menguada queda
toda esperanza de salvación.

Se la ve tan pequeña,
y se la ve tan indefensa,
tan desolada,
tan cerca de la ruina,
muda.

No hay ya luna ni nueva ni de plata,
noche terriblemente negra,
agotadoramente negra,
hermética y misteriosamente negra.
Un silencioso desquiciamiento
increíblemente sincroniza
los sentimientos limítrofes,
y suave
gradual
casi imperceptiblemente
se trastrueca el paisaje,
por uno venialmente preferible,
y una aurífera y mansa
emisión fosforescente
muestra cada estrella en su lugar,
una
por
una,
cada estrella en su lugar.

Poderoso, enternecedor y horripilante paisaje.
La barca sigue su rumbo sin rumbo.

 

Estampa 3: A mi padre

Hace varias noches
que el sueño me huye,
y deja a su paso
un tropel de nostalgias
donde tu estampa protectora
se erige firme, persistente
en el enjambre de mis recuerdos.

Te siento bullir, en el palpitar de mi sangre,
y te encuentro en el reflejo
que me devuelve el espejo.
Te veo en la forma de mis ojos,
en la picardía que de tanto en tanto
se incendia en mi sonrisa
al recordar mis travesuras de infancia.
Caminas en mis pasos
porque tenemos el mismo andar lento,
con la cabeza gacha,
los hombros caídos
como apabullados por la dureza del tiempo.
Compartimos la misma solidez de ánimo
para enfrentar los infortunios,
para impugnar las desventuras.

Te encuentro en mis ansias de justicia,
en la austeridad para desafiar lo irremediable,
y entonces, papá, te recobro intacto,
y de mi sangre se aleja
ese terror que tengo de perderte,
de ya no verte,
de ya no sentarme en tu regazo,
y escuchar de tu voz enronquecida por los años
mi canción de cuna,
que con tono cansado y profundo
recorre el espacio y el tiempo
desafiando estos cielos extraños
que me abrigan,
para llegar hasta mí,
para arrullarme,
para llenarme,
para disipar mis miedos,
para hacerme fuerte,
para hacerme eterna.

Me jacto de ser tu descendencia,
porque así me inspiran
tu aguda inteligencia encubierta
por esa humildad inigualable,
tu andar taciturno, grave,
tu impertérrito amor por la verdad,
tu afición a la paz,
tu prudencia incomparable,
tu honestidad intachable,
tu nobleza imperturbable:
el cariño simple
que se desprende
de tu frente amplia,
y son para mí, papá,
fuente inagotable
de entereza.
Me hacen sentir
que mientras te tengo,
guardo un tesoro
y presumo altiva
de este decidido orgullo
de que seas mi padre.

 

Estampa 4: Señor del bosque

Al indio guaraní

Ese vivir tuyo entre paréntesis,
se desentiende de tu pasado no lejano.
Sólo los bosques desde antaño y por siempre
son tus cómplices,
tus protectores comprometidos,
y aunque le ha cedido esos sonidos
de rara belleza a la modulación
de tu lengua eireté
e imprimieron en tu tiempo
la solemnidad que te compone
ya no están a tu alcance.
Ahora que te ves relegado a espacios desconocidos,
tu semblante está deshecho,
las murallas de tu arrojo desmoronadas.
En realidad,
te secaste como restos humanos en las tumbas.
Ahora que el tiempo corre más rápido,
ya no tienes ocasión de reivindicarte,
caminas como si fueras transparente,
no estás porque no quieren verte.
Nadie quiere escuchar el grito del cosmos
que se ahoga lento en tu sangre.
Ese llanto que más que intenso es infinito,
inagotable recurso de sabiduría.

Eres simplemente materia de olvido.
Y este olvido
más que largo se torna insondable,
eterno,
por cierto.
Es mejor no nacer si se va a tener miedo,
te dices, en ocasiones,
para darle razón a tu existencia.
Y en medio del llanto y la palabra
Señor de la noche, Señor del bosque,
de las profundidades del olvido,
sombrío, soberano,
apareces a veces
en el interior de algún verso hueco.
Te atenazan a resquicios
de pálidas compasiones,
de lástimas inútiles.
Y así,
Los huecos de tu alma, poco a poco
se van llenando
de violencias ajenas,
porque lo que no es justo,
no
es
justo.