Artículos y reportajes
El retablo de las maravillas

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Vivimos en un mundo en el que el eufemismo y lo políticamente correcto se imponen sobre la verdad doliente y el espíritu crítico. Eres libre de pensar de cualquier modo, pero no está bien visto que lo manifiestes en voz alta, máxime si se trata de una crítica, sea de la clase que sea. Te callas y punto, de lo contrario eres un grosero o alguien falto de entendimiento. Así las cosas, no es de extrañar que hoy lo mediocre, e incluso lo vulgar y deleznable, pase por bueno o, lo que es más, genial.

Por la calle de la Hipocresía, decía Quevedo, acabamos pasando todos. Tal vez sea ley de supervivencia en nuestra cotidianidad. Pero hay quienes, por el papel que desempeñan en el progreso de una sociedad y una cultura, no pueden dejarse seducir por la liviandad y el halago. Me refiero al artista y a quienes hacen de alguien un artista: los críticos y su público.

Se habla apocalípticamente, para ir al grano, del destino del teatro. Se ve poco, se le ayuda poco. La cuestión es echar balones fuera. No es que quiera yo echar por tierra quejas que llevan algo de razón. Ciertamente, habrá proyectos de valía que se queden en nada por no ser suficientemente auspiciados. La concisión que yo creo que se debiera hacer en voz alta es que ayudas se dan, sólo que es posible que se destinen de forma ligera, o sencillamente equivocada.

El artista no puede o no debiera quejarse de falta de reconocimiento; le sobran aplausos y eso es una realidad que delata cualquier espectador amante del arte escénico, y lo que encubren esas falsas palmadas es lamentablemente la agonía de la dramaturgia.

Pongo como ejemplo un montaje teatral reciente que lleva por título Bebé. La difícil tarea de ser padre. Consultas la prensa o entras a una página web cualquiera y buscas una reseña orientativa. Vamos a poner por caso ésta: “Bebé es una hilarante pieza del gran Christopher Durang sobre la paternidad y la infancia”. Respecto del autor, de nacionalidad estadounidense, se añade:1 “Uno de los pocos dramaturgos contemporáneos que tienen la capacidad de hacer añicos nuestras creencias e instituciones para demostrarnos la hipocresía y las insuficiencias de la sociedad”.

Entonces estamos salvados. Primera puntualización que es inexcusable hacer. Si el crítico en cuestión va a hacer uso del vocablo hilarante debiera primero informarse de su significado. Éste es: “Cómico, que mueve a risa”. Así lo entienden los hispanohablantes. Yo asistí a este espectáculo una noche del 2007 en un lugar de cuyo nombre prefiero fingir que olvido y no consiguió arrancar una sola carcajada desternillante, ni siquiera una corta y sincera.

No sé si culpar al autor del todo. Es posible que la interpretación, llevada al término de la afectación más extrema, provoque esos estragos en un texto. Pero no, no voy a pecar yo también de exceso de clemencia. Ahí no hay literatura por muy comedia negra que sea, por muy teatro del absurdo que se pretenda hacer, o por muy de psiquiátrico que esté el autor, dueño, al igual que el bebé protagonista de la obra, de un pasado infantil traumático. Que Kafka rentabilizase literariamente su niñez no significa que eso sea factible para otros tinteros. Desde luego, para apodarse “gran” entiendo yo que ha de tratarse de una celebridad, un Monstruo de la Naturaleza o Fénix de los Ingenios cual Lope de Vega, y no es precisamente el caso. Favor que le hizo quien habló en esos términos de su figura.

“Un cuento emotivo y mordaz”, dice en plena efusividad Rosana Torres. Para que algo sea emotivo debe emocionar, conmover, y a mí lo único que me removió fue el culo del asiento. Y si sólo se tratase de mí quizá pensaría que mi gusto es mío y se acabó. Tiré 20 euros a la basura. Esas cosas pasan, puedo asumir la pérdida. Me levanto de mi asiento y me largo, mientras todas las miradas de cordero en matadero se fijan en mí, deseosas de poder aplaudir de una vez para así largarse a casa. Pero hubo una indignación tan generalizada con esta obra entre el respetable que creo que merece su difamación. Por otro lado, está el calificativo mordaz. Yo creo que necesariamente la mordacidad ha de ir unida de forma inextricable a la inteligencia, y quienes debían parecerlo en escena, los personajes encarnados en los actores, eran seres más bien cercanos a la mayor de las idiocias inimaginables.

“Una comedia muy terapéutica y catártica”. ¿Terapéutica? ¡Si aún se me hincha la aorta al recordarla!¿Catártica? ¿En qué sentido? ¿En el original del término o en otro que se ha sacado de la manga, en pleno rapto verbal, la dueña de la reseña? Si es que ella se siente identificada con lo que se dramatiza en esas escenas, mi consejo es que acuda a su psicoanalista sin más dilación. Seguro que Durang le puede prestar al suyo. El gran “...” de grandes. De sobra sabemos, gracias al magistral Woody Allen, que bajo toda almohada de norteamericano burgués, yace un correligionario de Freud.

Es posible que la obra no cuaje a mis ojos porque nuestra sociedad, aún en algo distante de la norteamericana, no ha llegado a esas cotas de degradación que se nos retratan en la obra. En tal caso, no ha habido una feliz adaptación, amén de otros yerros.

Pues con todo y con eso, descubro, no sin asombro mayúsculo, ¡ingenua!, que no sólo se le hace una promoción extraordinaria, en carteles publicitarios y televisión, sino que además ha sido un montaje galardonado y subvencionado por la Generalitat Valenciana. Claro que a saber qué calidad intelectual tendrá el responsable de conceder ayudas y premios. A la XII Muestra de Teatros de las Autonomías, celebrada entre el 6 de marzo y el 1 de abril de 2007, concurre esta compañía valenciana, La Pavana, con su Bebé; en la Muestra de Teatres de la Generalitat Valenciana recibe el Premio a la Mejor Dirección (Rafael Calatayud), ni más ni menos, a la Mejor Adaptación (Juli Disla, que también interviene como actor haciendo de padre de la criatura, con iguales resultados), una nominación a Mejor Actriz de Reparto para Lola Moltó, la nani lasciva-neurótica del retoño, una nominación también al Mejor Diseño de Vestuario (Alejandro Sáez de la Torre) y Premio al Mejor Espectáculo. En los Premis Abril, Nominación a Mejor Espectáculo, a Mejor Actriz Protagonista (Marta Balenguer, la madre estúpida), nominación de nuevo para Lola Moltó por Mejor Actriz Secundaria, nominación a la Mejor Versión y a Mejor Vestuario. Todo ello en el 2007. En el 2008, nominación a Mejor Director en los Premios Chivas Telón. Y candidatos a los Max por Mejor Espectáculo.

En fin, no era mi objetivo cebarme en concreto con este montaje; lo único que pretendía era demostrar cuán grande se está haciendo el abismo entre el público y quienes lo representan y promocionan.

Si montajes de este corte son el soplo de aire que el teatro necesita para existir, yo creo que bien merece que le dejemos suicidarse en paz. De ninguna manera el teatro puede alentar sin aquel que le da su razón de ser: el pueblo hecho público. Comenta la periodista citada antes en otro de sus textos que el teatro ha vivido siempre en crisis y que quizá hoy se siente más por la aparición de otros medios de evasión, especialmente la televisión. ¡Qué fácil! Ya está expedido el certificado de defunción. Un teatro para minorías, para una isla de elegidos, que son los artistas y unos pocos iluminados que entienden los derroteros por los que discurre hoy en día. Ellos lo guisen y ellos se lo coman. Siempre nos quedan los musicales.

Yo quiero pensar que existe algún modo en que el teatro sepa hallar la fórmula de hacerse atractivo aun en los tiempos que corren, al menos para quienes son aficionados a la escena. De momento, la cuarta pared es una realidad más cierta hoy que nunca. El propio artista levanta día al día el muro. Tarde o temprano, como han hecho otros, habrá de caer.

 

Nota

  1. En la revista digital de teatro Entre Bambalinas, 7 de febrero de 2008, y en la página www.guiadelocio.com/madrid/teatro. La reseña es de Rosana Torres, periodista especializada en información teatral del diario El País.