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“Argonáutica”, de Gelindo CasasolaGelindo Casasola: Argonáutica

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Comenzar un viaje poético (vital y artístico, como la vida misma) por el Apocalipsis y no por un cierto génesis es ya, desde el principio, por decir lo menos, desconcertante; pero su poesía es así, honda y maravillosa, fascinante; me refiero a Gelindo Casasola (Udine, Italia, 1956 - Mérida, Venezuela, 1980).

Hace 10 años, un 20 de marzo de 1998, la Fundación Cultural Ítalo-Venezolana Paolo D’Isidoro y Aurelio Pinto, conjuntamente con el Fondo Editorial Predios y el Fondo Editorial Piedemonte, colocaron en manos de los lectores un compendio de poesía cuyo clásico nombre lo dice todo: Argonáutica. Libro editado post-mortem del inigualable poeta merideño nacido en la península itálica y malogrado por su propia mano, en mala hora, en el filo de los comienzos de la terrible década de los años ochenta de la pasada centuria.

En este bellísimo poemario están reunidos, en un haz de incontrovertible hermosura estética, varios libros, cual si de una “muñeca rusa” se tratara, de uno de los más esclarecidos y evolucionados fundadores del mítico Grupo Literario Laurel, llamado por sus iguales, indistintamente, Gelindo o Calligaro.

Un lector de poesía únicamente puede ser conmovido hasta las lágrimas por una poesía genuina, auténticamente original, y la de Casasola destaca por ser una poesía cuyo rasgo más sobresaliente, distintivo, es su radical originalidad. Ajena a ostentaciones sinonímicas, alejada de fastos pseudometafóricos, distante de ripios léxicos pedantescos; la poesía de Gelindo Casasola exhibe una marcada tendencia al laconismo. Sus versos tienden más hacia la sentencia y el laconismo; lo que advierto con una discreción evidente en sus textos poéticos, y el poeta no hace nada por ocultarlo, son huellas judeocristinas que revelan una impronta religiosa en textos poéticos ciertamente muy contados pero no menos significativos.

La metafísica sensible de esta poesía destaca más por su abundante proliferación de imágenes plásticas que brotan del estro lírico del bardo con asombrosa naturalidad verbal. Los ríos no piden permiso para enviar sus aguas al mar.

El mar insistente que vuelve, como en Ramos Sucre, “con el ritmo de infatigables olas” en su poesía es una marca temática que suele el lector encontrarla hermanada de la muerte, ese otro invitado inevitable del vivir. La desolación y el desconcierto están umbilicalmente unidas al amor y lo tenebroso gracias a una sui generis dialéctica verbal en la que la contradictio in terminis hace las veces de engranaje de perfectibilidad en la unidad de los contrarios. El lenguaje poético de Casasola revela una rutilante magnificencia expresiva mediante un magicismo lingüísticodicho por intermedio de una nada usual contradictoriedad de las similitudes y, simultáneamente, una similaridad de las contradictoriedades representacionales e imaginarias.

La poética de Casasola postula un raro e inusual arte del laconismo expresivo. Su poesía le huye a los exornos léxicos inútiles e innecesarios. El poeta nos obsequia a sus lectores para solaz de nuestra memoria sensible enternecedoras imágenes de ciudades que jamás visitó e incluso que nunca existieron fuera de su febril e indómita imaginación; ciudades construidas con la persistencia de melancólicas evocaciones de un poeta brotado de los cimientos insondables de una civilización extinta que no puede ser pensada más que por jirones de reminiscencias.