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“Metrópolis”, de Fritz LangEl proyecto de currículum educativo en Venezuela

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He leído las 77 páginas que aparecen en Internet sobre el proyecto de reforma educativa que el gobierno de la República Bolivariana de Venezuela está proponiendo a sus nacionales para los próximos años. En principio, el documento de trabajo me parece un esfuerzo importante de reflexión académica. Hace años me extrañé y me causó gran admiración que el organismo que rige las políticas de educación en ese país se llamara “Ministerio de Educación, Cultura y Deporte”. Hoy me doy cuenta que se llama simplemente Ministerio del Poder Popular para la Educación. Me hubiera gustado que hubiese conservado aquel honroso nombre de antes.

En verdad, Andrés Bello embelleció el lenguaje y lo extendió con su Derecho Civil desde Chile hasta Panamá. Es una frase corriente entre nosotros que “Bello nació en Venezuela, enseñó en Chile y se habla en Colombia”. Tenemos razones para honrar a la Patria de Bolívar como cuna de grandes figuras cultoras de la lengua castellana, del arte y el progreso.

En el análisis del documento mencionado, resulta obvio que de entrada, cuando se habla de la educación que se impartirá a los niños, no se enfatiza en la enseñanza del arte, en el cultivo de su sensibilidad y en el afecto especial que necesita en sus primeros años. Da la impresión de que se le trata con impersonalismo y ya como un adulto. Se le impone una chapa de comportamientos de choque desde la infancia.

Se insinúa un ideal educativo basado en la moral y virtud y aún en la humildad. No se explica cuál es el significado de moral. Tal vez son las normas del Estado que debe acatar el hombre. Da la impresión de que se quiere confundir con la ética. No se sabe qué es la “virtud” que se predica. Tal vez se acerque al significado de “virtù” en El Príncipe de Maquiavelo como sinónimo de astucia, y la búsqueda de la Fortuna en el azar de la vida. No se concibe cómo se puede hablar de humildad en medio de tanta insistencia en la posición crítica que debe asumir el educando. Es sorprendente cómo estos conceptos —típicos de la religión romana— se preconizan tan importantes dentro del Currículo Nacional Bolivariano en una “nación nueva” que intenta emanciparse de culturas medievalizantes...

El documento repite una y varias veces, hasta el cansancio, su meta de formar una identidad venezolana, una cultura propia, y se le da el apelativo de “férrea” a esta educación del “nuevo” hombre. Y también repite luego que será flexible y que será integral y que reconoce que existe una cultura universal. A veces siente uno, desde la barrera, que la educación concebida en esta forma autocrática, no es un espacio para humanos sino para autómatas. Que la cultura que se está insinuando es una máscara de hierro frente a otras culturas que lucen ajenas, extrañas, lejanas y hasta enemigas y peligrosas.

La palabra integración con otros países, en consonancia con la idea de la anfictionía de Bolívar, no aparece por ninguna parte, lo cual llegaría al aislacionismo. Soterradamente hay un mensaje hacia la dominación. Hacia un nacionalsocialismo. Pero, paradójicamente, existe un sabor subliminal a admitir la creencia de que Venezuela es un país dominado por fuerzas hegemónicas e inferior. Insta la propuesta a la liberación de ese yugo con la educación como medio.

Se repite como eco de una misma y sola voz que los puntales y ejes sobre los cuales se sostiene la educación son Francisco de Miranda, Simón Bolívar, Simón Rodríguez, Ezequiel Zamora, Luis Beltrán Prieto, Belén Sanjuán, Paulo Freire y Martí. Serán los inspiradores de la educación en Venezuela. Se insertan en el documento frases y citas sueltas que van dibujando el proyecto como un mapa ideologizante, sin un claro lineamiento de políticas educativas. Sin embargo, las citas no guían como hilo conductor sino que están inconexas. No es clara la formulación de un marco teórico que le dé unidad y fuerza. Las citas se convierten en jirones de consignas tomadas por la fuerza para entintar el papel. Es más una proclama de pautas de adoctrinamiento militarista y populista. Quedan por fuera otros pensadores nacionales y foráneos, actuales y de reconocido talento, lo cual le resta panorama universal y dinámica al conocimiento.

Se podría estar dando lugar a la xenofobia y estar propugnando un etnocentrismo que establece que sólo lo propio es lo necesario y útil. El pensamiento es libre, dinámico, cambiante, no se puede encerrar, petrificar en unas frases de ayer. Con toda seguridad, si vinieran Martí, Simón Rodríguez y Bolívar cambiarían esta jerga de papelón y vallas por un lenguaje nuevo y unas metas diferentes. Es la labor que deben hacer los cerebros que intentan tejer nuevos escenarios para la creación, el arte, la ciencia y la tecnología, conservando, por supuesto, la historia y sus legados.

Para el joven no se propone un idealismo acorde con su edad. No se habla de lanzarlo en proyectos de envergadura, no se le inserta en el reto de la investigación. Esta palabra sólo aparece una sola vez en el documento, en la página 60. Se habla de encaminarlo en el sendero del “trabajo” —ya un lugar común—, pero no se proponen hitos. Venezuela es rica en recursos naturales, posee lo que otras naciones necesitan. No se impulsa al joven a la productividad, a la formación de una industria propia, independiente. No se contextualiza la riqueza patria con la educación. La educación que se propone deberá ser formulada para un país real, con recursos, rico en etnias, vasto en tierras y mar, con herencia de Páez y Bolívar, con sierras y llanuras a caballo en pos de la libertad.

El perfil del nuevo educador encuadra su quehacer en el modelo del constructivismo tan combatido ya por su sedimento conductista. ¿Dónde queda la formación de un modelo propio, no apegado a moldes alienizantes? ¿La reforma no busca precisamente eso? El documento no viene acompañado de la promesa de ofrecer capacitación y refresco a los docentes y descarga en ellos la tarea del Estado de adecuarlo al perfil nuevo que se requiere. Las reformas no se hacen con decretos, pues son el resultado de un proceso dinámico, sostenido y arduo. Hace falta que el esquema, los conceptos, la intencionalidad de la reforma pasen por el cedazo del debate, para llegar a un consenso nacional.