Sala de ensayo
Fotografía: Thom LangÁngel de instancias: ángel desertor

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La poesía es el último misterio que nos queda,
nuestra última carta de parentesco con la divinidad.

Jaime Jaramillo Escobar

...la relación inicial, primaria,
del hombre con lo divino no se da en la razón,
sino en el delirio. La razón encauzará el delirio en amor.

María Zambrano

I
La rebelión solitaria del ángel desertor

El lenguaje envuelto con metáforas que algunas veces integra un texto poético revela ambientes de una profunda intimidad e incertidumbre. Esto se evidencia en unas palabras de la filósofa española María Zambrano (1907-1991): “La presencia inexorable de una estancia superior a nuestra vida que encubre la realidad y que no nos es visible. Es sentirse mirado no pudiendo ver a quien nos mira. Y así, en lugar de ser fuente de luz, esa mirada es sombra”. La palabra, la imagen recreada de la voz. La soledad, compañera de la noche y fuego desértico del hombre. Todos, en alguna oportunidad, hemos descendido al infierno de la realidad y hemos regresado con más pliegues en el alma. Sin embargo, la esperanza, el amor corporal de quienes nos acompañan, alivia el dolor, lo cauteriza. Siempre nos vigila para darnos de beber un sorbo de espiritualidad.

El poemarioÁngel de instancias, deAntonio González Lira (Caracas, 1959),publicado en 1998 por la editorial La Liebre Libre, es un libro de una honda búsqueda que se reitera y renueva en cada verso. El autor maneja un lenguaje sugerente que expresa la tragedia de alguien semejante a nosotros, es el peregrinaje de un ser:

Qué dice un ángel
al partir

se echa
para quebrar los vientos

Rebelión solitaria, representa en el ángel una búsqueda constante. El ser celestial, inconforme, desea romper en estos versos las ataduras que lo oprimen para “quebrar los vientos”. Es por ello que los vientos simbolizan liberación. Allí el ángel se siente oprimido, lleno de preguntas que tendrán respuestas en la brusquedad del hombre común; su huida se debe a la curiosidad, representa un acto de conocimiento interior.

El ángel es visto por el ojo del hombre que lo detalla a lo lejos, confundido: “Otea las tierras planas / y busca los refugios”. Tenemos a un ser que “sigue la corriente de un prodigio // o destila otro entusiasmo”. Es en su totalidad la necesidad de partir tras la corriente de un prodigio, no inmortal ni místico, sino terrenal. El ángel del poeta González Lira recorre otro paraje ya no inmaterial, ni perfecto, deja sus alas a un costado y su eternidad para experimentar él mismo lo profano del hombre, el pecado de lo humano para sencillamente ser carne.

En este poemario se respira la existencia divina y humana, paradójicamente entrecruzadas para dejar a alguien que vive, yerra y es hombre y Dios al mismo tiempo. El ángel viene a buscar y padecer como nosotros, pero ofrece protección a aquello que encuentra: “Y sé que padeces / mi valimiento // por eso llamas tarde / con palabras / de baja monta // enjuta la frente / y sobrio / el augurio / apaciguo / tu salmo”. Vemos aún conservar la huella divina capaz de calmar el dolor que aqueja. Sin embargo, irá perdiendo en adelante este don, y ese valimiento será recíproco: “Tu cuido / llega / en el despropósito / del vértigo”. En estos versos el ángel recibe el cobijo del hombre, a la vez mujer, un solo género unificado, para rescatarlo del miedo a las alturas que se ha apoderado de él. Así, ahora tenemos a un ángel que se humaniza:

Como él
carezco de toda
urdimbre

de todo
vuelo soterrado

se hace de mí
y a sus huesos
huelo

como un nudo
me corre
en el descuido.

Aparece la pérdida de la idealización distintiva que lo define, su vuelo oculto se hace visible para volverse reflejo nuestro. Lo circunda lo pagano, lo sombrío, el silencio, la tristeza, el pecado, el odio y el mal. Temblará ante la certeza y lo desconocido, ante la desdicha y la fortuna, ante el martirio y el placer. La esencia de intermediario entre Dios y el hombre desaparece para transformarse en hombre. Existe un camino donde el ángel, con su vuelo soterrado, se eleva motivado por las contradicciones, simbolizadas en los enigmas de la noche: “Quien atiende // al que convida / el sombrío / vuelo / de la noche”. En el vuelo de la noche se ignora quién lo convida, quién lo invoca. Nos lleva a un recorrido, nos hace escuchar distintas voces, “Pero el dolor / es voz / de quien sucumbe”.

El ángel desertor es una coraza, un esbozo que proyecta imágenes de desconsuelo, el arrepentimiento y la posterior plegaria. Por ello, los versos de González Lira expresan:

me resigno
a la pericia del temor
cuando rasgas
la rebelión
que no fui.

La poesía, fuente de lejanas incógnitas, es una llave etérea. Su rostro, algunas veces ingenuo y blasfemo, enmascara el pecado que nos circunda. Espacio donde se diluye el miedo y se propaga la inocencia.

 

II
Mutaciones celestes: la voz poética del poema y su representación en la figura del ángel

Remo Ceserani describe las amplias posibilidades semánticas y cualidades del discurso poético, del “yo”, de esta manera:

“...una voz, concreta manifestación de una persona, que puede referir experiencias, sensaciones, pensamientos personales, que puede narrar una historia, describir paisajes, momentos vitales o situaciones, o puede atribuir pensamientos, reacciones o impresiones a un personaje inventado, imaginado, que pronuncia ese discurso”.

Más adelante, cierra el párrafo de la siguiente forma: “la poesía, por tanto, posee un punto de vista, un mundo de pensamientos, valores y sentimientos que filtran el discurso, dan a esa voz un tono específico”.

De forma más sucinta, Culler comprime todo lo anterior afirmando que el yo poético “es la voz que habla en el poema”, con todas sus variaciones y profundidades que asimilan formas infinitas y que aluden, en gran medida, al estilo y a las necesidades expresivas de cada poeta. Ese “punto de vista” es el ángel desertor de la poética de González Lira que se ha puesto alas y ha pronunciado un discurso; una voz donde se ha depositado metafóricamente la sensibilidad vital y la agudeza escrituraria del autor.

El ángel y su voz se transmutan al contacto con lo terreno. La fuerza carnal avasalla su condición celeste hasta oscurecerle pedazos de su infinito, pero, ¿cómo es el ángel de González Lira?

Bien visto, el ángel es el centro de la poética del libro. Puede resultar una obviedad ya que el título lo evidencia, a pesar de ello, no resulta explícita su presencia en cada texto. En distintas “instancias”, se asocia su imagen a una expresión espiritual de la conciencia, y al mismo tiempo, de sus limitaciones. Cada vez que el ángel indaga las costumbres del hombre, se percata de que la infinitud, la vastedad sin límites de su eternidad, necesita del contacto con seres humanos, y no a manera de aparición divina y reveladora de milagros, sería más bien una aventura que marca con una gota de luz en su itinerario.

Si consideramos este criterio para construir una imagen mucho más concreta del ángel de González Lira, podríamos agregar que su visión de la realidad es oblicua. Tiene la facultad de mirar otros espacios que la limitación humana desconoce. Nos detalla milimétricamente cada rincón del cuerpo, la mente y el espíritu, observa la desmesura de nuestros pecados y nos dice: “te curaré desde adentro // en la carne / del sigilo”.

A este respecto, en una lúcida nota que en su momento realizara Alberto Hernández al libro, señala lo siguiente: “Ángel de instancias verbaliza la vigilia, la plegaria y los tormentos de una presencia ubicua, invisible”. Esta omnipresencia transparenta el verbo, como señala Hernández, es una confesión. El ángel está en todos lados por su esencia ubicua, sin embargo, no le es suficiente para su tranquilidad y equilibrio.

En el poema de Eugenio Montejo “El ángel indeciso”, el yo poético se debate en una lucha contra la presencia de un ángel que intenta asimilar a la voz que se escucha el poema: “vivo en el ángel indeciso / el que en mí se demora / revoloteando siempre entre los libros / y aferrado a mi alma / con las raíces de una parásita. / No me deja elegir entre uno y otro taxi, / entre una mujer y su recuerdo, / procura estar a un tiempo en dos ciudades / en dos continentes. / Elogia la geometría de los aviones / batiéndome sus alas / y prefiere los barcos. Me hace rogar a Dios y ser ateo, / amar al prójimo y mostrarme indiferente. / vivo a su sombra: es mi guarda, / de mi custodia pero me escarnece. / Me lleva de la mano de rutas ilusorias / busca la nieve de los trópicos, la prisa de la piedra. / Me extenúa, nunca acepta mis réplicas. / Cree que el ángel soy yo, que él es el vaho / al fondo del espejo”.

Orlando Chirinos ha señalado que el yo poético de Montejo en este poema trata de conciliar el desdoblamiento, la “escisión de la espiritualidad”. En el libro del poeta González Lira la “escisión” no existe. El yo poético y el otro, materializado en el ángel, forman una unidad indivisible, sin fisuras. La lucha que observamos en el poema del autor de Terredad trata de unificar ambas caras, ambas máscaras. En su impulso, casi demoníaco, el ángel indeciso (que no es el yo poético del poema) intenta la unión a través de la asimilación o sustitución, como sucede en el relato garmendiano “El difunto yo”, que asesina a su alter ego, a su doble. El ángel de Montejo representa la lucha con el yo poético, en González Lira el yo poético es el ángel mismo. Ni luchas ni conductas hostiles. Ni despojos o exorcismos. El trayecto hacia un estado superior se logra en la unidad: “Cómo / en la ascensión / sin el mal / que nos / hizo / uno”. El ángel desertor ha transitado libremente su martirio. No hay necesidad de arremetidas violentas en contra de quienes cohabitan el poema. Las alas son amplias y al final resuena un mismo eco en una manifestación, compacta y rítmica: el yo.

“Yo soy el ángel / el que borra toda huella / espíritu de lo que es perfecto / y ha de ser perpetuo / Mis alas son raíces / de la rosa más abierta”. En este poema de Freddy Hernández Álvarez detallamos a un personaje que se autoproclama divinidad. Describe sus facultades gallardamente. Hace mención explícita de su carácter celestial, nos dice “yo soy el ángel”. Por el contrario, en Ángel de instancias no existe esta condición, salvo en un único poema, de manera indirecta, y en tercera persona, los demás no insinúan ese carácter, sólo lo sugiere, es tácito, implícito. El ángel de Hernández Álvarez está orgulloso de su naturaleza, es un ser infalible, perfecto. El ángel desertor es inseguro y capaz de cometer errores, pero a diferencia del primero, por su extraña cercanía a las dolencias terrenas, es más íntimo y sensible a la respiración humana.

Juan Sánchez Peláez aparece con su aliento onírico distintivo y una convivencia dual entre ambos extremos: “yo soy / mi propio ángel y mi único demonio”. El yo poético fusiona dos caras y manifiesta su doble naturaleza: la divina y la profana. Miramos por unos segundos varios siglos atrás, hacia el Siglo de Oro, y vemos un antecedente que anuncia un trazado común:

Porque aquel ángel fieramente humano
No crea mi dolor, así es mi fruto
Llorar sin premio y suspirar en vano

“Ángel fieramente humano”, ha dicho Góngora. De nuevo, “ángel fieramente humano” es el personaje que nos aguarda en la instancia de la revelación. Otro, a diferencia del poeta español, prefiere ignorarla, dar la espalda como lo hace Adriano González León en estos versos: “obedecí a tu voz y omití el ángel”. El autor de País portátil asevera que “ni ángeles, ni demonios, ni dioses” serán suficientes porque ya “nos volvimos humanos y comenzamos a comernos la tierra del amor”.

Distintas focalizaciones nos dan Montejo, Hernández Álvarez, Juan Sánchez Peláez, González León, Góngora y Antonio González Lira. Multiplicidad de ángulos de una voz que intenta diluirse o penetrar en una figura: el ángel.

Los desafueros que la realidad pronuncia, los anuncios olvidados en la cotidianidad despiadada apuntan hacia un estigma tristemente tatuado en nuestras sienes. Un milagro efímero. Una instancia desgastada por las olas. ¿Somos humanos por la razón o es acaso ese órgano enjaulado en el lado izquierdo del pecho que nos hace ser, clandestinamente, palpitaciones pasajeras? Tal vez un ángel habite entre los orificios de la mente, y una serie de luces sucesivas e incesantes sean nuestra única salvación porque, como dice el poeta Antonio González Lira, somos “menciones de un destino”.