Entrevistas
Karla Suárez, escritora cubana: la vida puede ser otra cosa

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Hay algo en las palabras de Karla Suárez que nos devuelve nuestro propio reflejo, pero más completo, con las partes que nos faltaban. El anhelo de hacer encarnar las palabras en el lector, y despertar ese rumor de vida necesario en todo arte, se cumple con vigor inesperado en la obra de esta escritora cubana, cuando recuperamos la vida mediante su recreación por la ficción.

Gracias a secretos mecanismos en su literatura, se crea una energía que nos empuja a continuar leyendo. Suárez sabe contar una historia manteniendo el interés del lector tanto por los giros y peripecias de la trama como por los temas que va abordando. Allí están nuestras pequeñas tragedias, nuestro tránsito incierto, el especial ingenio e inventiva caribe frente a los absurdos cotidianos, y el dolor, coexistiendo, como el llanto al final de cada explosión de risa. Todo eso fertiliza esa ficción sublevada que escribe Suárez, esa ficción que se emancipa hasta parecernos real, ampliando límites y posibilidades en los lectores y creando emociones; porque la buena literatura (es decir, la literatura necesaria y compañera) busca eso: conmover y hacernos sentir menos trágicos, porque la vida puede ser otra cosa.

Silencios, su primera novela, es una obra cargada de erotismo y escrita con enorme lucidez y lenguaje directo que narra la vida de una mujer cubana desde su infancia hasta su madurez. Esta historia personal, marcada por el gradual alejamiento de la protagonista con respecto a sus familiares, sirve de punto de partida para un revelador retrato de la historia y la sociedad cubanas en la actualidad.

 

—¿Existe una sensibilidad femenina en el arte, una percepción de la realidad a la que no tienen acceso los hombres, y que permite sentir e interpretar el mundo de una manera distinta?

—En general existe una sensibilidad femenina en la vida, como existe una sensibilidad masculina y esto inevitablemente se refleja en el arte, pero a mí no me gusta dividir el mundo entre mujeres y hombres, soy mujer y eso no quiere decir que mi sensibilidad esté en “sintonía” con todas las mujeres que conozco. Cada individuo percibe la realidad partiendo de lo que es, de su experiencia personal, de su historia, por eso las maneras de interpretar el mundo siempre son distintas, pero no sólo distintas entre mujeres y hombres sino distintas entre cada individuo.

—Antonio Benítez Rojo dijo que el Caribe era “esa isla que se repite...”. El Caribe parece una nación más real que las divisiones de la geopolítica actual. Es una realidad o un estereotipo el ser caribe. ¿Cuál es su percepción de este fenómeno cultural humano?

—Desdichadamente conozco muy poco las islas del Caribe, es un sueño que aún tengo pendiente, sin embargo conozco a muchos caribeños y la literatura de diferentes países y esto me permite estar de acuerdo con el gran escritor Antonio Benítez Rojo. Aunque existan estereotipos, porque siempre los hay, creo que el Caribe es una realidad, tenemos mucho en común. Cuando fui a Guadalupe, por ejemplo, que es Caribe francés, me sorprendí porque que era como estar en Cuba y no sólo por la caña de azúcar, la vegetación o el mar, sino por la gente, salvo el idioma era como estar en casa. También me ha sucedido leyendo a algún autor haitiano, o puertorriqueño, salvo las referencias específicas a las historias nacionales, que son siempre diferentes, me siento identificada con todo el resto, el comportamiento de la gente, la manera de actuar y, a veces, de pensar; no sé, pienso que son historias que bien podían haber sucedido en mi calle o en cualquiera de las otras islas. Creo que a la gente del Caribe nos une la manera de relacionarnos con los sentimientos, quiero decir, el modo de manifestar la alegría o la tristeza, la música, somos países que se han formado a partir de las mismas raíces. Encima, todos somos islas y por tanto padecemos, como dijera Virgilio Piñera, ese otro gran escritor cubano, “la maldita circunstancia del agua por todas partes”. El mar Caribe, esa sopa calentita que extraño tanto, es nuestra frontera con el resto del mundo.

“Silencios”, de Karla Suárez—La sociedad parece conspirar contra la vocación creativa, e inclinarse por oficios y profesiones tradicionales. ¿Cómo fue ser una joven escritora latinoamericana de finales del pasado siglo? ¿Qué dificultades tuvo que afrontar? ¿Qué contribuyó a que su vocación no se extinguiera?

—Bueno, partimos del hecho de que yo tengo una moderna profesión “tradicional”, soy ingeniero electrónico, sólo que mi vocación literaria me viene desde la infancia. En mi familia la literatura siempre estuvo presente, mis padres leían mucho y mi madre fue profesora de literatura, seguramente estos estímulos externos sumados a mi fantasía fueron los que me llevaron a empezar a escribir siendo niña. Pero me gustaban también las matemáticas y las ciencias en general, así que cuando llegó el momento de elegir para entrar en la universidad, opté por ingeniería y, de hecho, soñaba con ser investigadora o algo así. Lo que pasa es que la literatura es una rara enfermedad, una vez que contraes el virus es muy difícil curarse y yo estaba enferma desde pequeña, por eso mientras estudiaba ingeniería empecé a frecuentar el taller literario de la universidad y a partir de ese momento seguí desarrollando las dos cosas.

Al inicio la mayor dificultad fue cómo publicar un libro, aunque en mi caso tuve suerte, porque mi primera novela ganó un premio y por tanto fue publicada en España. ¿Qué contribuyó a que mi vocación no se extinguiera? La enfermedad, ya lo decía antes, de un catarro uno puede curarse, pero la literatura es un virus muy potente y si estás enfermo de veras no te queda más remedio que seguir adelante y ¡qué suerte!

—En su obra parecen confluir lo narrativo, lo audiovisual, lo filosófico, el cómic, la música, la poesía, y una asimilación de la cultura pop y sus símbolos mediáticos. ¿Qué visión tiene de su estilo literario, es decir, de su forma de organizar y presentar sus historias?

—¡Qué difícil, eso de definir el estilo le toca a los críticos! Todo lo que utilizo en mi escritura es lo que va pidiendo la historia que quiero contar y, lógicamente, me valgo de las herramientas que tengo a mano, de lo que he acumulado y asimilado. En cada texto es importante la ficción que se narra y el modo en que se narra. En mi caso, siempre pongo la forma de narrar en función de la historia, así que a veces hay mucha música, otras veces hay escenas teatrales y así. Lo importante es que sea la historia quien dirige y, siendo así, en la mayoría de los textos no hay una previa reflexión sobre su estilo, eso viene ya con la escritura.

—Asistimos a una revolución en los géneros literarios. Hay cuentos que parecen novelas, poemas que parecen cuentos, novelas escritas en prosa poética, ensayos en tono narrativo y hasta novelas ilustradas. Las fronteras entre las manifestaciones artísticas, y géneros tradicionales, parecen estar desapareciendo. ¿Cuál es su percepción?

—Desde el punto de vista de los géneros tradicionales, creo que desde hace mucho tiempo sus fronteras estrictas empezaron a desaparecer, pero habría que preguntarse: ¿no es que lo que se ha modificado es justamente el concepto? Una novela de inicios del siglo XXI nunca podrá ser como una novela del siglo XIX, porque los tiempos han cambiado, ha cambiado todo: el modo de vivir, la manera de pensar, los conocimientos científicos, la explosión de la tecnología. La escritura refleja todos estos cambios en contenido y, sobre todo, en la forma de manifestarse. Las fronteras entre las manifestaciones artísticas parecen desaparecer, porque justamente su concepto se ha ampliado.

—¿Como desearía ser recordada?

—Riendo, ja, ja, ja.