Letras
Dos cuentos

Comparte este contenido con tus amigos

Escuela de aviación

—Te lo dije... no más es cosa de darle el avión. No más dile que sí a todo... hazlo sentir que es el mejor, que tiene razón y empieza a volar —dijo uno de ellos. Traía una camisa de algodón con cuadros color rojo ribeteados de una línea de dos centímetros, más o menos, de color negro. Las lonjas de su excesivo vientre se asomaban en el cinturón de cuero que llevaba en la cintura. Tomó el refresco y lo bebió de prisa. Un chorro de bebida se le escapó por una de las comisuras de los labios. Se limpió con el dorso de la manga y siguió hablando:

—Así son esos mamones... diles que son los más cabrones, y aunque sean los más pendejos, se sienten soñados y a andar por los cielos.

—¿Vistes la cara que puso, cuando le empecé a echar el choro de la reflexión docente y la manga del muerto? —dijo el otro, con el acento en su voz como si el español no fuera su lengua materna. Era delgado, su piel parecía que estuviera a punto de tronarse.

El gordo asintió mientras colocaba su mano derecha en su boca para disimular el sonido de su eructo.

—La verdad, me estaba sudando —continuó hablando el que era delgado—, si no me echo ese rollo, capaz que el culero me revienta. Pensé que el cabrón me iba a mandar a la chingada. No he hecho ni madres, pero con ese chisme ya la hice, me dio chance de entregar luego... aquí todo es fácil.

El gordo jaló con fuerza los mocos de su nariz, los pasó a su boca y escupió al piso y dijo en tono solemne:

—Así es amigo. Todo mundo tiene su debilidá. Y eso que el cabrón se ve muy serio, pero no hay piedra que al calor de unas palabras bonitas no se truene. Pinche carrizo en secas, en lugar de estar chingando la madre con pasar lista todos los días y que entregues los trabajos a tiempo, debería de enseñarnos algo, pero él ¿pues qué chingaos va a saber?

—Por la virgencita que yo no más vengo por el papel —dijo con cierta amargura el que era delgado—. Y como dices ¿qué te puede enseñar ése? No tiene experiencia, qué va a saber...

—Deja de que si tenga experiencia o no, encima de todo, es un huevón. Te digo, no entiendo. Pa qué jodidos pide los trabajos a tiempo si ni los lee, no más por encimita. No se vale. Ni una notita. ¿Cómo vamos a aprender a enseñar si él no nos dice cómo? Él nos tiene que decir cómo hacerle, si no ¿pa qué chingados está? ¿No? Pero no más sale con su mamada de que reflexionemos, que seamos independientes, que nos esforcemos en tratar de construir soluciones a nuestras problemáticas. ¡Pura pendejada!

—Sí compadre, tienes razón, pero qué cabrones podemos hacer nosotros. Si no le hacemos como dice nos chinga...

—La verdad es que en esta pinche escuela, sólo aprendemos a dar el avión —terminó de decir el gordo. Luego jaló otra vez los mocos de su nariz, pero esta vez con más fuerza. Los pasó a su boca y volvió a escupir al piso.

 

El negocio de pensar

—No seas cabrona. Ándale, échame la mano. ¿Cuánto vas a querer? ¿Lo mismo de siempre o qué? —dijo angustiado. Apretaba con fuerza el manófono.

—No ya te dije que no. Además aquí está mi marido, qué tal si me escucha. Ahora sí me parte la madre por seguir haciendo esas mamadas. No me perjudiques, mejor búscale por otra parte.

—No seas mierda, nena... ¿cómo me puedes hacer esto? Si tú no me echas la mano quién. Además contigo ya hay confianza, buscar otra persona, es comenzar de ceros, y tú y yo, tenemos avanzado. Estoy bien desesperado —hubo un silencio. Luego siguió hablando el hombre—. ¿Qué? ¿Es cosa de dinero? ¿Quieres el doble de lo acostumbrado?

—No mames, pendejo. Si no es por dinero... ya no puedo hacer esas chingaderas, no van conmigo. Mejor que cada quién se rasque con sus propias uñas, ¿no?

Hubo otro ligero y tenso silencio, luego el hombre dijo:

—No me salgas con tus pinches chingaderas que has cambiado, tu conciencia y la puta mierda —se escuchó la voz severa, ronca, temblorosa de coraje—. Ahora sí muy pinche santurrona. Pero las otras veces ni del rogar te hacías, y la lana bien que la gozabas, ¿no? Hasta el puto de tu marido te decía que te buscaras más de estos trabajitos, ¿no?

—Pues será el sereno, pero ya te dije que no. Y precisamente por mi marido y mi hijo, ya no lo puedo hacer... El güey de Roberto tiene una buena chamba, se raja bien la maceta para que tengamos un quinto más, y con lo mío que gano honradamente, ya completamos el gasto. Antes porque no teníamos ni qué, pero ahora... bueno a ti qué chingados tengo que decirte... No, no, no y no —dijo enfática la mujer.

Él pensó que la mujer iba a colgar. Por un momento cruzó por su mente y su cuerpo como un latigazo de agua helada, la idea de que se iba a pasar otra noche interminable, retorciéndose en la frustración y desesperación de no ver satisfecho su anhelo. Pero la mujer no cortó la comunicación, entonces se animó a no aflojar en su propósito.

—Amorcito, nenita —dijo el hombre, empalagó su expresión—, no te enojes, ya sabes cómo soy. Discúlpame... mira, para que veas que quiero las cosas con buena voluntad, te doy el triple de lo de siempre y no se hable más. ¿Qué dices?

Hubo otro silencio, pero esta vez se prolongó más que los dos anteriores, luego la mujer dijo:

—Cuatro veces extra de lo que me has dado para los otros trabajos, y así, sí nos entendemos. ¿Sale? Es que esta chambita va a ser especial.

—Sale cabrona, no sé hable más. Entonces ¿cómo le hacemos?

—Nos vemos mañana aquí en mi casa, mi marido no va a estar, mi hijo se va a la escuela y así podemos hacerlo en paz, sin que nadie nos esté chingando.

—Hecho nena. Sabía que no me podías dejar solo. Allá te veo, besos.

La mujer colgó, dio medio vuelta, se tiró un pedo, y comenzó a reír escandalosamente.

—¡Roberto! ¡Roberto! ¡Roberto! —gritó con voz en cuello.

—¿Qué chingados quieres? —murmuró Roberto, mientras que se acercaba sigilosamente hacia su mujer.

—Tenías razón, mi vida. Nada más había que meterle más presión al pendejo de Eduardo, e iba a aflojar más lana. La neta no creí que sería así de fácil.

—Te lo dije mamita linda —dijo el hombre parsimoniosamente—. A ese cuate no le interesa pensar ni la docencia, lo suyo es el negocio, la lana. El dinero que te va dar, es una inversión para él. Teniendo el papelito, sabe que le van a pagar mejor, esa es su tirada. Por cierto de a cómo quedaron.

—Pus le dije que cinco mil y no chistó ni madre. ¿Está bien, no? ¿O cómo ves?

—Pos chido, es una buena feria.

—Pus sí. No es lo mismo una pinche tarea para fin de semestre de una asignatura que el escrito para hacer el examen profesional.

Roberto guardó silencio. Giró sobre sus pies lentamente. Pensó por unos instantes y luego dijo para sí mismo y para su mujer:

—Aunque sea cosa de negocio pal lalo, la neta, no entiendo cómo puede haber alguien que pague para que piensen por él... Además cómo es que los profes no se dan cuenta que él no escribe, pa mí que ni siquiera leen los trabajos de sus alumnos, y eso que es una escuela para formar maestros. Pura mamada en la educación —dijo con un dejo de amargura.

La mujer lo miró encolerizada, se acercó toscamente a él y le dio un empellón. Luego le dijo:

—No seas estúpido Roberto. Esto es como cuando le haces las tareas a tu hijo y le sacan diez... ¿y eso qué? Ni modo que el niño, no esté pensando o sea lerdo. Lo que pasa es que en la vida no te queda otra, hay que ser chingón. Si no la sabes hacer, te lleva la chingada. ¿Qué putos tiene que ver si haces las cosas bien o mal? ¿A poco no vive mejor el lalo que nosotros? —Roberto asintió—. Ya lo sabes mi rey... —continuó la mujer— ponte las pilas cabrón. ¿De cuándo acá te agarró el ataque mojigato?