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El gato de tres patas

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Ese gato que en tres patas hacía acrobacia por los bordes de las empalizadas, se llamaba Simón. Era de color negro, de una estatura que no había logrado desarrollar por la malicia, que transmitía en su mirada de borracho.

Simón sólo comía carne, pescado y huevo, quien lo conocía podría imaginarse que perdió la pata faltante destapando calderos, platos de la mesa o hamaqueándose en los cordeles de carnes o pescado salados, pero no fue así.

Simón no solamente encerraba el misterio de tener tres patas, también se decía tener pacto con lo malo, o era el mismo diablo. Se rumoraba que podía caminar por los techos de zinc, sin ser notado, pues al cojear, su parte trasera producía una musicalidad que adormecía.

El día de su nacimiento, a eso de las cinco de la mañana, viajaban unas nubes verdes. El viento soplaba fuerte, las gallinas cacareaban inquietas y los gallos enmudecieron.

A esa hora solamente Homero, el dueño de la casa, estaba de pie tomando una ducha. Con una latita se echaba el agua que interrumpía de manera misteriosa su caída.

Ramona, la señora de la casa presenció esto del agua. Aun inclinando la lata, se devolvía, se interrumpía en el espacio, y luego con una presión estrepitosa, salió un chorro inmenso que inundó la vivienda. Mientras la cama flotaba, el esposo casi ahogándose, logró treparse a ella, y notó una mujer desnuda intranquila, con las piernas cruzadas. Ella en esta pose, parecía diosa griega, él se excitó y cuando miró los pies de la mujer que aún transpiraba el éxtasis, ella no estaba; encontró, en vez, una gata barcina, parida con ocho gatos.

De estos gatos, Simón era el único diferente en color, entonces doña Ramona su dueña y quien asistió en el parto, dijo que Simón había estado atado a los intestinos entrando y saliendo del vientre de la recién parida. Lucía descolorido, sus pelos secos, daban la apariencia de no haber venido del mismo lugar que los otros gatos; se hubiera creído, de no ser por las huellas dejadas por las tripas, que Simón era marciano.

El señor, más impresionado (seguía sin atuendos aún, flotando en el gran charco producido por la latita de agua) vio a Simón llenarse de vida, mientras absorbía a los otros felinos.

Todo esto le pareció muy extraño, pero más sorprendido estaba, al notar la esquina de la cama (donde se produjo el parto), estremeciéndose. Simón en su intento por evitar ser engullido por sí mismo, abrió la boca, de un mordisco se cortó la pata trasera izquierda y se llenó de flores. La casa se volvió un jardín.