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Leonardo da VinciLeonardo da Vinci y su obsesión por la creatividad

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Frecuentemente cuando pensamos en las personalidades más relevantes del Renacimiento, traemos a presencia los nombres de Leonardo da Vinci (1452-1519) y Nicolás Copérnico (1473-1543); por cierto que hay otros artistas y científicos que descuellan por su originalidad en el siglo XV, pero los autores mencionados eclipsan en nuestra memoria a los demás. Ello no es extraño —desde el punto de vista del hombre relativamente bien informado— puesto que la genialidad de Leonardo o la de Copérnico ha quedado consignada como tal, ora en la historia de las ideas, ora en la historia de las ciencias; por lo tanto, el tránsito con los aportes de estos sabios, desde las enciclopedias especializadas y los textos de historia del pensamiento científico hasta nuestra memoria, es mucho más explícito. El caso de Copérnico, por ejemplo, es muy significativo porque su obra representa la puesta en escena de un nuevo paradigma astronómico que revoluciona a la comunidad académica y científica en general, al formular la tesis heliocéntrica que sostiene que el sol el centro del universo y que la tierra gira con los demás planetas conocidos, a su alrededor. Y el caso de Leonardo da Vinci, por ejemplo, que concitará toda la atención del lector en estas notas, su obra es muy conocida y nos asombra todavía por sus extraordinarios aportes científicos, técnicos y artísticos. Sobre tales tópicos versa el presente análisis.

 

Leonardo da VinciEl hombre y sus rasgos

Hijo ilegítimo de un notario y su sirvienta, nace en un pueblito cerca de Vinci. Tiene una infancia grata y placentera y se comporta como un muchacho curioso y amante de la naturaleza. Disfruta enormemente corriendo por las colinas y los huertos de su pueblo natal; es frecuente verlo inspeccionando insectos y plantas, así como también jugando con su tío Francisco. A los dieciséis años la familia se traslada a Florencia, en esta ciudad, a pesar de que muchos intelectuales interesados en las discusiones humanistas de su tiempo, lo tildan de “hombre sin letras”, lee con pasión a los clásicos de la literatura y de la ciencia antigua. Entre los primeros, se contacta con las obras de Esopo, Ovidio, Plinio; entre las obras científicas, prefiere las de Euclides y las de Arquímedes. Ello, sin olvidar tampoco a autores modernos para su época, como Petrarca, Cecco d’Ascoli y otros. Del primero de estos autores absorbe su poesía y sus ideas humanistas. Y del segundo, es tentador pensar que tales lecturas hayan servido —en parte— para el futuro interés por la medicina y la astronomía, que más tarde dominará el joven Da Vinci, puesto que Cecco d’Ascoli era poeta, profesor, médico y astrónomo.

Desde el punto de vista de su formación artística, comienza trabajando bajo la tutoría del maestro florentino Andrea del Verrochio. Entre los compañeros con quienes comparte el taller y los conocimientos del maestro, están también Lorenzo di Credi y Botticelli; en este período Leonardo ya se destaca por sus acabados bocetos y dibujos en general, luego, a los veinte años se inscribe en la Compañía de Pintores de Florencia.

Entre las notas psicológicas que dan cuenta de su carácter, se dice que era muy aficionado a las vestiduras llamativas y a briosos corceles. Esto nos muestra probablemente su necesidad de huir de lo común y de lo vulgar, y es consecuente con su búsqueda constante de la perfección estética en todos los planos: en el arte, en el diseño y por tanto, también en su vestimenta. En el fondo esa intensa necesidad de perfección es casi una obsesión, un movimiento constante para no ser parte de la masa, sino para resaltar, para ser el mejor y ser valorado por ello. Lo común, lo tosco, probablemente le recordaban su origen como hijo ilegítimo y trataba inconscientemente de alejar dicha situación de su mente. También improvisaba en música y poesía. Su estampa era gentil, de rasgos bellos, bien formado y fuerte; daba la impresión de ser un sujeto constante en sus propósitos y en su discurso; al respecto, una de sus expresiones típicas era: “Antes la muerte que el cansancio”.

Imbuido en las técnicas pictóricas y de conocimientos de ingeniería civil y militar, recorre Italia. En 1483 ofrece sus servicios al duque de Milán, Ludovico Sforza, quien lo contrata para cumplir diversas tareas artísticas en beneficio de su familia y del bienestar de los habitantes de la cuidad. La llegada de Leonardo coincide con el inicio del periodo más glorioso del arte lombardo y de la grandeza de Milán.1 En esta ciudad funda una academia de pintura y entre sus discípulos están: Melzi, Marco d’Oggiono, Ambrosio de Predis, Bernardino de Conti y Giovanni Ricci. Al caer la dinastía de los Sforza, cuando los franceses invaden Milán, en 1499, Leonardo deja la cuidad y llega nuevamente a Florencia. Más tarde, durante los primeros años del cinquecento, sirve en Romaña como ingeniero militar para el príncipe César Borgia. En 1516 acepta el ofrecimiento de Francisco I para trabajar bajo su auspicio, y marcha a Francia, instalándose en el Castillo de Cloux, cerca de Ambroise. Allí se concentra principalmente en labores arquitectónicas para las residencias reales, en sus estudios de anatomía y en los dibujos del fin del mundo. La muerte lo sorprende en estas tareas en 1519.

 

Inventos de Leonardo da VinciAlgunas de sus contribuciones científicas

Aunque Leonardo se dedicó principalmente a trabajos vinculados a la pintura y a la estética en general, su aporte en otros campos es altamente relevante; en especial por la originalidad de sus ideas en temas científicos y por lo novedoso de sus diseños técnicos. Es claro que muchas de sus ideas científicas se formularon posteriormente con mayor rigor y corrección, pero la genialidad del autor estriba en haberlas ya avizorado y esbozado con antelación en un contexto cultural y político muy diferente. En un marco social donde la ciencia prácticamente no existe, sino más bien, un universo libresco, un mundo de libros; y aunque éstos principian a aparecer desde 1454, cuando Johannes Gutenberg publica por primera vez en su imprenta unos trescientos ejemplares de la Biblia,2 todavía circulan miles de libros escritos a mano y que difunden las verdades consagradas, y el recelo por los libros impresos es manifiesto. Ello acontece entre los estertores de la cultura medieval y la eclosión del Renacimiento. Sus contribuciones científicas deslindan campos como tales como la mecánica, la geometría, la arquitectura, la física, la hidráulica, la astronomía, la medicina, la fisiología y la anatomía, entre otras.

Desde el punto de vista de la historia de las ciencias, es sabido que se adelantó a su tiempo en la mentalidad moderna; por ello no es extraño que haya avizorado, antes que Galileo, que la ciencia cumple una doble función: esto es, que permite explicar los hechos del mundo y que también actúa como un mecanismo efectivo de transformación de la realidad. Leonardo coparticipa de la construcción de un nuevo significado para la noción del movimiento; esto lo lleva a sostener un enfoque “ideal” o “relativo”, en que el centro de referencia para toda medición de un movimiento local puede ser elegido por el mensurador. Esta noción se opone a la idea aristotélica que concibe el movimiento como “natural” o “absoluto”; esto es, que los cuerpos buscan su lugar natural (los pesados caen y los livianos suben) y que la forma geométrica del movimiento depende de la naturaleza del cuerpo en cuestión. Como el experimento del corcho refuta a Aristóteles: el corcho sube y baja; sube en el agua y baja en el aire, luego un cuerpo es pesado y liviano, —según el medio en el cual se desplaza—, un anticipo de las nociones de relatividad física.

Sus estudios y experiencias sobre el movimiento lo llevan a intuir la noción de inercia (por ejemplo, al analizar el vuelo de las aves) aunque jamás llega a enunciar o formular el principio de inercia. Será más tarde Galileo el primero en enunciarlo y Newton, en el siglo XVII, el encargado de formularlo expresamente.

En el plano de la fisiología realiza estudios sobre mecánica de la fonación y acerca del movimiento de los miembros del cuerpo humano. En lo referente a sus trabajos de anatomía, se aprecia la confección de más de 600 dibujos sobre distintas regiones y partes del cuerpo. En tales dibujos, por ejemplo, se observa por primera vez las curvaturas normales de la columna vertebral, y también es posible visualizar la correcta posición del feto dentro del útero. Y, en cuanto a la mecánica, la concibe como “il paradiso delle scienze matematiche”, y en ella es posible avizorar ya los principios de inercia y de acción y reacción. Su admiración por la ciencia matemática lo lleva a postular que la misma actúa como elemento integrador de las distintas formas del conocimiento: “La fuente de todo saber es la matemática”, expresa más de cien años antes de que Galileo afirmara que “el gran libro de la naturaleza está escrito en lenguaje matemático”. Leonardo precede al astrónomo Copérnico en la afirmación de la tesis heliocéntrica del movimiento planetario, que sostiene que la Tierra es un planeta más dentro de un sistema cuyo centro es el Sol.

Desde el punto de vista de la aprehensión cognoscitiva, privilegiaba la experiencia por considerarla “madre de todos los conocimientos”, por ello estima la aplicación de los sentidos sobre los diversos aspectos de la naturaleza, con el objetivo de descubrir nuevas facetas o propiedades de la misma. Piensa que la ciencia tiene que comenzar por la experiencia y terminar en el experimento. Estima que las propiedades del mundo real son posibles de conocer por el hombre, a través de la experiencia, mediante una adecuada planeación y uso adecuado de los sentidos, previamente dirigido por el intelecto, para llegar así a las reglas generales.

Concibe la naturaleza como un sistema dinámico e integral de fenómenos y fuerzas en interacción, en concatenación con todos los procesos del universo; el hombre es sólo una parte más del todo organizado del cosmos. “La metamorfosis del movimiento y la conservación de la energía mecánica conduce a Leonardo a entrever la grandiosa unidad que abarca todos los fenómenos de la naturaleza”.3 Para él, la ciencia, la técnica y el arte, pasan todos obligados por un contacto directo con la naturaleza. En este sentido, se comprende que Leonardo recomiende a los artistas la máxima agudización de sus sentidos y sugiera la búsqueda de nuevos caminos de investigación de lo real. Ello probablemente queda de manifiesto en su aforismo: “El artista debe ser hijo y no nieto de la naturaleza”.

Leonardo concibe la realidad como si fuera una puerta que conduce hacia el horizonte infinito del conocimiento; contactarse con la realidad es una forma de ver el todo y de verse también a sí mismo, sin prejuicios y sin la racionalidad previa de la cultura libresca. Quiere verlo todo; la expresión del moribundo, el gozo del niño al succionar el pezón materno, la última mirada del ajusticiado, e incluso las formas y tonalidades del interior del cuerpo humano difunto, para apreciar las formas exactas de la naturaleza allí escondidas.4

 

Inventos de Leonardo da VinciLeonardo y las ciencias aplicadas

Sus proyectos de ingeniería aluden al diseño de máquinas a propulsión, otras para levantar pesos y diversos aparatos para transmitir movimientos. Entre sus bosquejos figuran navíos, carros blindados, máquinas-herramientas, excavadoras y aparatos para bucear. También concibe un planeador, el paracaídas, una grúa giratoria y un cañón de bocas múltiples, entre otros. Planea la construcción de canales y acueductos, así como máquinas de guerra y grandes edificios.

Como ingeniero militar, sugiere modificaciones en las instalaciones militares y en los mecanismos y aparatos que usaban los soldados, tanto en sus técnicas ofensivas como defensivas. Empero, si sus inventos hubieran sido posibles de realizar en su época, no habrían funcionado, puesto que Leonardo no tomaba en consideración suficientemente las leyes de la física, tales como los fenómenos de rozamiento, la resistencia mecánica y otros.5

En Milán completa la construcción del Canal de la Martesana, del Navigilio interno y del Navigilio Grande. También a él se debe el perfeccionamiento de las esclusas, con lo cual los barcos logran salvar las diferencias de nivel. Más tarde, cuando la guerra con Francia se hace inminente, Leonardo es nombrado Ingenieri Camerale y suspende sus estudios y tareas decorativas del Castillo de los Sforza, dedicándose de lleno a las labores de un acueducto para conducir el agua del Adda a Milán.

En Milán también proyecta un plano urbanístico: concibe una ciudad con calles amplias, viviendas cómodas y con una red de canalización con fines sanitarios; todo lo cual dista mucho de la realidad urbanística de la época. En el plano de la ingeniería naval realiza una serie de experiencias para determinar la forma más apropiada de los barcos, en cuanto a la resistencia que ofrece el agua. Al parecer, sus conclusiones coinciden con la opinión predominante en el siglo XV, en cuanto a que una proa ancha es más favorable para el desplazamiento en el agua.

Su capacidad inventiva, por otra parte, le permite idear una serie de artificios. Entre los que aún no hemos mencionado, recordemos un barco dotado de ruedas con paletas que supuestamente navegaría a cincuenta millas por hora, el “tornillo de elevación” y un aparato denominado “arquitonitro”, con el que pudo experimentar la fuerza que genera el vapor de agua. En rigor, realiza más de 7.000 esbozos técnicos con detalladas descripciones de los mismos. Muchos de estos dibujos obedecen a propósitos bélicos; como el carro de asalto, las bombas de succión para secar los fosos de los castillos, las granadas de mano, las bombas de gas, máscara contra gas y otros.

 

“La última cena”, de Leonardo da VinciSu obra artística y sus tareas inconclusas

Tal vez la faceta artística de Leonardo sea la que más se ha popularizado, aunque sus obras pictóricas no pasan de la docena. Ello probablemente por la admiración que ha despertado en muchos críticos y conocedores del arte, quienes a su vez han promovido la divulgación de las mismas. Entre éstas figuran: La Asunción, La Adoración de los Magos (1481), San Jerónimo, La Virgen de las Rocas (1483), La Cena (1498) y La Gioconda (1504). En el plano de la técnica de la pintura, se aprecia que combina la fidelidad anatómica y corrección del dibujo con la distribución y ponderación estética del colorido; se puede colegir también, claramente, la denotación de movimiento de las figuras. La idea de movimiento está presente en todas sus facetas; en su Trattato della Pintura, por ejemplo, insiste mucho en la importancia de expresar el movimiento por parte del artista: “...la figura cuyos movimientos no expresan las pasiones, los pensamientos, no tendrá miembros correspondientes a la significación de la figura, y al juzgar esa figura concluiremos que el artista no tiene ningún valor”. Da Vinci prácticamente identifica el movimiento con la vida: “Il moto e causa d’ogni vita”.

Sin embargo, sus obras no sólo denotan movimiento, perfección anatómica y colorido, sino también expresan una teoría de la representación del carácter de los personajes. En este sentido han sido admirados el fresco La Cena y el retrato La Gioconda. En la primera se aprecia toda la fuerza de la representación de los caracteres, sin perder la simetría ni las exactas proporciones. La Gioconda, a su vez, es muy conocida por el misterio que expresa en los ojos y semisonrisa del personaje (Lisa Gerardini). Se dice que Leonardo amaba tanto esta obra que siempre la tenía a su lado. Más tarde, curiosamente, la vende al rey de Francia, pero no se la entregó nunca; ¿gesto extraño de incumplimiento del genio o recuerdo de algún amor platónico? Al parecer en este punto continuamos en la incertidumbre, pues de su vida amorosa se sabe muy poco; empero si realmente la obra y la posesión ritual, hay que entender que el artista no tenía grandes riquezas que ofrecer a las mujeres de la nobleza de la época; pero sí espíritu, fantasía y creatividad. En este sentido, tal vez haya que pensar esta conducta de Leonardo como un mecanismo para dejar atrás antiguas heridas amorosas y una expresión material de toda su capacidad de entrega, pero que no era entendida debidamente por la psiquis femenina; o tal vez pudo ser un escudo protector para que algunos vieran su interés por el género femenino y no pensaran en acusaciones de homosexualidad. En todo caso, lo anterior muestra un aura de soledad y tristeza. Y es muy curioso, pues uno de sus autores favoritos, Petrarca, también vivió una situación similar en cuanto a un amor platónico (Madonna Laura) y también este escritor destaca mucho la importancia de la mirada, pero desde la perspectiva poética claro está. Así, por ejemplo, este humanista escribe en su Cancionero (1470): “...bendito sea el año, el punto, el día / la estación, el lugar, el mes, la hora, / el país, en el cual su encantadora / mirada encadenóse al alma mía”. Así, el uno destaca la fuerza vital de la mirada en la poesía y el otro en la pintura.

En el ámbito de asumir los compromisos, Leonardo presenta algunos deslices. Al parecer compromisos no asumidos y tareas inconclusas son también una nota más de la personalidad del artista. En las tareas no acabadas del maestro figuraban la estatua de francisco Sforza, La Adoración de los Magos y el fresco de la Batalla de Anghiani. Algo similar puede sostenerse de sus Cuadernos de apuntes.

La estatua ecuestre de Francisco Sforza, en Milán, es esbozada por Leonardo pero no alcanza a terminarla. Más tarde será el blanco de los honderos de Luis XII. Miguel Ángel había dado en el clavo al reprochar a Leonardo que hubiese abandonado el “cavallo” “porque no sabía cómo terminarlo”.6 La Adoración de los Magos, solicitada por los monjes de San Donato di Copeto para el altar mayor de su convento, también queda inconclusa. La República de Florencia lo contrata para la confección de un fresco sobre la Batalla de Anghiani, que debía ubicarse en las paredes de la Sala del Gran Consejo del Pallazzio Della Signora; el fresco se deteriora casi de inmediato y luego de unos años desaparece totalmente; en la actualidad sólo resta del proyecto un cartón de estudio realizado en 1506, previo a la obra pictórica, en el que se aprecian extraordinariamente la anatomía y movimiento de los caballos.

Con respecto a La Cena realizada por Leonardo en Milán, entre 1495 y 1498, los estudiosos de su obra tampoco están muy conformes. La mayoría coincide en la excelencia de caracteres y expresión de la faceta psicológica de los personajes; empero consideran la técnica empleada, a base de pintura al temple, como muy deficiente. “Si Leonardo no se hubiese metido a querer mejorar los procedimientos del fresco, hoy tendríamos aún bien conservada La Cena...”.7 Lamentablemente, en la actualidad dicha obra es ya una sombra de una joya pictórica.

Por otra parte, su propio Cuaderno de apuntes, en el que se aprecian sus consideraciones científicas y técnicas, es un conjunto abigarrado de temas diversos, con más de 6.000 hojas, que incluyen notas, dibujos y citas. Al parecer proyectaba una enciclopedia que nunca vio la luz. Ello no se puede atribuir a la inexistencia de imprentas en Italia a fines del siglo XV, puesto que precisamente fue Italia el primer país que se sirvió ventajosamente de la imprenta. Recuérdese por ejemplo la casa Schweinheim y Pannatz, que imprime desde 1465, primero en Sublato y luego, en 1467, ya tiene sucursal en Roma.8 ¿Qué razones tuvo Leonardo para no esforzarse en publicar, toda vez que siempre contó con mecenas que podían ayudarlo económicamente? Ante esto, es frecuente escuchar la tesis de un probable miedo a la Inquisición, por parte del genio; por ello es dudoso, por el acceso fácil que tenía ante las autoridades políticas de su época y que le solicitaban que ejecutara obras artísticas. Hasta ahora esto sigue siendo un desafío para ser dilucidado por los historiadores de las ciencias.

El otro desafío es explicar por qué no terminaba muchas de sus obras. Al respecto hay opiniones encontradas: Desiderio Papp estima que Leonardo era muy exigente con sus producciones y que buscaba la perfección en las mismas, y al no quedar satisfecho abandonaba muchas de ellas.9 Brion sugiere que Leonardo se ve arrastrado por su poderío y por un abuso de su espíritu de juego, que siempre lo acompañó en su trabajo.10 Pater, a su vez, piensa que Leonardo estaba obsesionado por la transformación de ideas en imágenes, y que por ello debió dejar muchas obras incompletas y otras recomenzarlas.11

Independientemente de si compartimos estas tesis o no, cabe preguntarse: ¿Leonardo dejó esas obras a medio terminar, o éstas en cierto sentido vencieron su espíritu perfeccionista? Y su clásica expresión: “Antes la muerte que el cansancio”, ¿tenía algunos parámetros para las excepciones? Lo anterior nos muestra que también los genios tienen eventuales conductas de hombres comunes. Tal vez, ésta es nuestra tesis, Leonardo dejaba tales obras inconclusas por el exceso de fantasía e imaginación; porque su mente siempre bullente de ideas, que cubrían más de 25 áreas del saber, estaba apuntando a nuevos mundos, a nuevos temas, y ante la imposibilidad ontológica y psicológica de estar en todos a la vez, se veía obligado a realizar ciertos virajes para continuar con su producción intelectual y artística. Después de todo, Leonardo no podía saltarse el tiempo y el espacio y cubrirlo todo. En ese sentido, las obras incompletas serían la expresión de un choque entre la expansión mental hacia el todo abstracto del máximo posible y la realidad material que obliga a volver a la concreción puntual, hacia la finitud.

A pesar de todos los aspectos extraños y misteriosos de la personalidad de Leonardo da Vinci, así como de lo inconcluso de algunas de sus obras, sus biógrafos han logrado despertar una gran simpatía por el artista, y la historia lo ha juzgado como un genio. Sin discutir este punto, cabe preguntarse: ¿no lo habrá también sobreidealizado?

Agradezco a la señorita Casandra Rojas K., quien en una primera etapa de esta investigación y compilación biográfica e histórica, trabajó con el autor, especialmente en la identificación y descripción de los aspectos psicológicos de la personalidad de Leonardo da Vinci.

 

Notas

  1. Cf. Malaguzzi V., Francesco: Milano (Parte II). Serie Italia Artística, Collezione di Monografie Ilustrate, Vol. 26, Instituto Italiano di Arte Grafiche, Ed. Bérgamo, 1906, pp. 2 y 12.
  2. Cf. Asimov, Isaac: Cronología de los descubrimientos, Ed. Ariel S. A., 1992, Colombia, p. 113.
  3. Papp, Desiderio: Descubridores y descubrimientos, Ed. U. de Concepción, 1982, p. 36.
  4. Cf. Oyarzún, Luis: Leonardo da Vinci y otros ensayos, Ed. Fac. B. Artes, U. de Chile.
  5. Cf. Enciclopedia Internacional Focus, Vol. 9: “La técnica y la materia”, Ed. Argos, Barcelona, 1968; p. 19.
  6. Brion, Marcel: Leonardo da Vinci, Ed. Sudamerican, Bs- Aires, 1954; p. 30.
  7. Pérez H., José: Historia del Renacimiento, Ed. Barcelona, 1916, T. III; p. 59.
  8. Cf. Pérez H., José; op cit; T- I., p. 259.
  9. Cf. Papp, Desiderio : op cit; p. 32.
  10. Cf. Brion, Marcel; op cit; p. 301.
  11. Cf. Pater, Walter: El Renacimiento, Ed Interamerican, Bs. Aires, 1944; p. 25.