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Guadalupe LoaezaCompro, luego existo, de Guadalupe Loaeza: el consumismo hecho literatura

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Vinculada a la economía de mercado e inspirada “en los felices años veinte”, la sociedad de consumo se corresponde con una fase avanzada del capitalismo industrial que sitúa en la segunda revolución industrial y en la Comuna de París de finales del siglo XIX sus antecedentes más remotos afianzándose, en las primeras décadas del XX, con la expansión del taylorismo, el fordismo y las políticas keynesianas cuyo uso, liderado por Estados Unidos, se generalizó en el mundo capitalista de los años 50 y 60 dando lugar a la producción en masa y a un nuevo estilo de vida conocido como el modo de vida americano (Lipovetsky, 2002: 10) que pronto se difunde al resto del mundo y alcanza, concretamente en México, una notable dimensión, como refleja Guadalupe Loaeza en Compro, luego existo.

Este aumento masivo de la producción, que revela que es más fácil fabricar que vender, supone el paso de un primitivo capitalismo industrial (basado en la producción) al “neocapitalismo de consumo” (Carrasco, 2007: 3) que vincula la riqueza económica a la actividad comercial, con la consiguiente importancia que la publicidad adquiere en la conquista mercantil. El papel de la información y el consecuente efecto consumista que provoca se hacen presentes, en Compro, luego existo, a través de la cita literal de los anuncios publicitarios trascrita al lado de la mayor parte de los artículos mencionados en la obra, como refleja la escena de “Miami” donde Sofía sucumbe a la seducción de un slogan publicitario y opta por un rimel concreto, aunque éste no sea de su marca favorita, lo cual pone de manifiesto la magia de la publicidad y su relevancia en la sociedad de consumo:

Aunque no les tenía mucha confianza a los maquillajes norteamericanos más bien cheap, como ella pensaba que era Max Factor, había algo en su publicidad que la había conquistado: “¡Lo único que engordará son tus pestañas! Es hipoalergénico y está oftalmológicamente probado” (Loaeza, 1992: 43).

La crisis de los setenta y el fenómeno social de la moda precipitan la caída del fordismo. Ello, unido al deseo natural en el hombre de distinguirse de sus semejantes, lo cual es factible gracias a los avances de la tecnología y al creciente auge de las corrientes posmodernas, conduce al modelo de producción japonés del toyotismo que, definido, entre otros aspectos, por la fabricación de series limitadas, está más en consonancia con la demanda del mercado de la sociedad postindustrial de talante fragmentado y “prosumerista” (Carrasco, 2007: 2), fruto de la profusión de marcas de productos y variedades en constante renovación y de cuya elección únicamente el individuo es responsable:

Ante la plétora de modelos, el individuo se ve obligado a escoger permanentemente, a tomar iniciativas, a informarse, a criticar la calidad de los productos, a auscultarse y a ponerse a prueba, a mantenerse joven, a deliberar sobre los actos más simples: ¿qué coche comprar, qué película ver, dónde ir de vacaciones, qué libro leer, qué régimen, qué terapia seguir? (Lipovetsky, 2002: 109).

Frente al consumidor de masa pasivo, el prosumidor se presenta asociado a la acción, la creatividad, la responsabilidad y la independencia (Lipovetsky, 2002: 110).

A dicha diversificación del consumo se debe el hecho de que, en el departamento de zapatos del mall de “Miami”, Sofía, que ha fijado su atención en “unas sandalias italianas de tono cobrizo marca Ferragamo, unos zapatos de noche de Karl Lagerfeld, unos para caminar de Calvin Klein y unos mocasines, [opte finalmente por llevarse] el modelo de tenis Ralph Laurent color de rosa que le gustó” (Loaeza, 1992: 27). Tal diversidad permite también a Sofía pedirle a la vendedora del mostrador de Christian Dior que le muestre “los últimos colores de lipsticks, tanto nacarados como mate [...], aunque se acababa de comprar toda la línea de belleza de La Prairie y parte de la de Chanel” (Loaeza, 1992: 27). Condicionado únicamente por la mediatización publicitaria, la tesitura a la que se enfrenta el consumidor a la hora de tener que elegir entre un número incontable de artículos constituye una manifestación del individualismo que caracteriza a la sociedad posmoderna que exacerba el consumismo:

Qué error haber pregonado precipitadamente el fin de la sociedad de consumo, cuando está claro que el proceso de personalización no cesa de ensanchar sus fronteras [...]. Estamos destinados a consumir, aunque sea de manera distinta, cada vez más objetos e informaciones, deportes y viajes, formación, relaciones, música, cuidados médicos. Eso es la sociedad posmoderna; no el más allá del consumo sino su apoteosis, su extensión hasta la esfera privada (Lipovetsky, 2002: 10).

De este modo, mientras que en el período de formación de la sociedad de consumo imperaba una visión despersonalizada del sujeto concebido como masa, en esta segunda etapa asistimos a un proceso de personalización a partir de la cual el consumista pasa a ser hiperconsumista (Lipovetsky, 2006: 2).1

Los objetos dejan de tener un valor funcional y será la pérdida de su (valor) atractivo lo que los convierta en obsoletos, siendo el fenómeno social de la moda lo que determine su obsolescencia (Sapir, 1937: 140). Este cambio de valores, característico del capitalismo, conduce a una visión saussureana de los objetos en virtud de la cual el consumo no descansa en la utilidad de los productos sino en lo que éstos representan (Featherstone, 1982: 57).2 Por eso, en el capítulo titulado “Miami”, “cada vez que Sofía [extiende] su Gold Card American Express [...] constata que [es] rica pues en esta tarjeta radica precisamente la diferencia entre querer y poder” (Loaeza, 1992: 21).

La saturación de imágenes en la sociedad de consumo que asocia los bienes con lo exótico y lo bello, lo cual es, como apunta Baudrillard, sinónimo de vivir en una alucinación estética de la realidad (Baudrillard, 1975: 148), borra las fronteras entre lo imaginario y lo real al hacer que el valor utilitario de los objetos resulte imperceptible. Esto conduce, en opinión de Kroker, a una nostalgia de lo real: a una fascinación y búsqueda desesperada de la gente, los valores y el sexo verdaderos (Featherstone, 1987: 68) derivada de la pérdida de lo real y lo social que hace que, a pesar de que para Sofía “la frase ‘May I help you’ [en boca de un dependiente sea], en ‘Miami’, como un verdadero canto de sirena” (Loaeza, 1992: 19), y que, en el interior de un almacén, ésta pierd[a] la noción del tiempo, que deja de transcurri[r, y] se olvid[e] por completo de la realidad sintiendo más la necesidad de dejarse llevar por sus fantasías [a medida que lo] recorre” (Loaeza, 1992: 26), Sofía piense que, pese a las carencias del mercado mexicano, en México está lo que la llena y necesita para vivir:

Por más shock cultural que Sofía acostumbraba tener al regreso de sus viajes, siempre terminaba por decirse: “Ay, no, la verdad es que como Mexiquito no hay dos. Entre más viajo, más aprecio mi casita en Las Lomas, a mis maids, y la calidez del pueblo mexicano. Yo jamás podría vivir ni en París ni en Nueva York. Allí hay que ir a pasearse y a hacer el shopping, pero nada más” (Loaeza, 1992: 62).

Sin abandonar totalmente su mentalidad materialista ni su sentido de la propiedad y sin negar que la reflexión de Sofía muestra una humanización de sus valores, visible en el cariño manifiesto hacia su país, esta exaltación de lo mexicano, que se identifica con la “búsqueda de la calidad de vida, la rehabilitación de lo local, de lo regional y de determinadas creencias y prácticas tradicionales, [nos sitúa] en la segunda fase de la sociedad de consumo [que anuncia] el fin de la idolatría del modo de vida americano (Lipovetsky, 2002: 10). La reacción de Sofía denota la descentralización de la propia sociedad de consumo cuya madre patria, representada por Estados Unidos, se desdibuja ante la revalorización de la patria chica adquiriendo, por tratarse de México, tintes malinchistas.3 De acuerdo al proceso de personalización, estamos ante una representación geográfica del individualismo vinculado a la sociedad de consumo.

La necesidad de generar consumo constituye otra de las paradojas de esta sociedad en la que “una gran parte de la población activa trabaja en sectores dedicados a la reducción general del tiempo de trabajo” (Carrasco, 2007 4), lo cual explica el desarrollo de las llamadas industrias del ocio y de la cultura dedicadas a la explotación del tiempo que también es consumible. Como ejemplos, cabría citar no sólo las tiendas de los museos de Nueva York, como la del MOMA, que vende “unos pósters ¡di-vi-nos!” (Loaeza, 1992: 139) o “the Museum Shop de la MET [donde Alejandra tiene previsto] comprar muchas cosas” (140) de “Un week-end en Nueva York”, sino también la organización de una fiesta como la celebración del sexto cumpleaños del hijo de Ana Paula en “La cena”, que tuvo lugar en “un salón del hotel Presidente Chapultepec [donde], en una suite gigante, estuvieron payasos, magos, un cinito que proyectaba las primeras caricaturas de Mickey Mouse y más de cuarenta niños que corrían de un lado para otro preguntando a qué hora se romperían las piñatas” (Loaeza, 1992: 70).

Igualmente, el crucero que tienen previsto realizar Alejandra y Antonio, tal y como éste anticipa a sus amigos en “La cena”, combina ocio y cultura:

Fíjense que estamos a punto de hacer un crucero en el Royal Princess, pero todavía no nos decidimos por el itinerario. Alejandra muere de ganas de ir a Escandinavia y a Rusia pero a mí, me atrae más volar a París y de Cannes tomar el Princess para ir a Barcelona, Nápoles, etcétera [...]. La verdad es que no lo encontré muy caro. Doce días en una super suite, con una veranda privada, televisión, refrigerador, tina y un walk-in-closet impresionante para que mi mujercita guarde allí todo lo que se vaya comprando conforme visitemos ciudades. ¿Saben cuánto sale por persona? La verdad es que es un regalo. Diez mil dólares, todo incluido (Loaeza, 1992: 101).

La abundancia conduce, en definitiva, al derroche y, lejos de la estricta supervivencia, se consume más de lo necesario.

A su vez, la ostentación de los centros comerciales no sólo modifica los hábitos de consumo de la sociedad sino que transforma también su estilo de vida convirtiendo la actividad de comprar en un hecho social, lo cual exige tener que prestar una mayor atención a la imagen personal:

La actividad de comprar deja de ser una visita rápida a la tienda de la esquina para convertirse en una expedición a un espacio público más anónimo que requiere una determinada forma de vestir adecuada al contexto (Featherstone, 1987: 19).4

Además de requerir tiempo y dedicación, las compras suponen la reorganización del espacio social que ofrece al individuo la ocasión de exhibirse (Clark, Critcher y Jonson, 1979: 245).

Esta nueva concepción del consumo guarda una estrecha relación con el llamado culto al cuerpo propio del sistema capitalista que anima al individuo a combatir su deterioro a partir de la idea de que el cuerpo es un vehículo de placer y de expresión individual (Featherstone, 1987: 18). La proliferación de productos dietéticos en el mercado, unida a los remedios destinados a frenar el envejecimiento así como la incesante promoción mediática del ejercicio físico, hacen del cuerpo un objeto vendible (Featherstone, 1987: 18) desde el momento en que el cuidado del mismo, del que el individuo es el único responsable, se vuelve una fuente de consumo pues la preocupación por mantenerlo favorece la venta de determinados productos (Featherstone, 1987: 19).

A esta importancia no es ajena Sofía que, además de someterse durante 21 días a un tratamiento “an-ti-en-ve-je-ci-mien-to [que la hará verse] de 32 años [y acabará con] esas patas de gallo [que tanto la inquietan]” (Loaeza, 1992: 33), “después de haber visto, como hipnotizada, anuncios y más anuncios de productos para adelgazar” (Loaeza, 1992: 38) en la televisión de “Miami”, contempla unas clases de gimnasia en la pantalla:

“And one, and two, and three, and four, and five. O.K., let's do it again”, decía el maestro abriendo y cerrando los brazotes llenos de músculos y sus piernazas ante un grupo de jóvenes muchachas bronceadas y en bikini, con tipo Chicacosmos. Sofía miraba sus cuerpos sanos, firmes, con los vientres bien planos y se dijo que, llegando a México, dedicaría mucho más tiempo a trabajar en su bicicleta fija (Loaeza, 1992: 42).

La resolución de Sofía reproduce la importancia que adquiere el look en la sociedad de consumo ya que el bienestar interior del cuerpo (referido a la salud) exalta el aspecto externo (relacionado con la estética corporal) (Featherstone, 1987: 18).

Vinculada a la liberación sexual iniciada en los sesenta, la obsesión por los regímenes alimenticios conduce a una nueva relación del individuo con su cuerpo y presenta las dietas como un modo de liberar las tentaciones de la carne (Featherstone, 1987: 18), como sugiere el hecho de que Sofía se pregunte, en “Miami”, “¿[a] qué espera para hacerse con unas nalgas que harían soñar hasta al hombre más indiferente [ahora que existe] Up Lift, [un producto que] reafirma las nalgas, las levanta y las moldea, [además de] actuar contra la celulitis y reafirma[r] la parte interna de los muslos?” (Loaeza, 1992: 53), según reza el anuncio publicitario de una revista.5 Igualmente, en “La cena”, “asociarse con una de esas clínicas norteamericanas que te hacen un lifting, te operan la nariz, las bubies, las piernas, etcétera, podría ser un negociazo en México [donde] ya existe mercado para ese tipo de negocios” (Loaeza, 1992: 107), como prueba la confesión de una clienta del salón de belleza del que Ana Paula es asidua en “Un week-end en el D.F.”:

Pues fíjate que ya me hice la operación de las bubis (22 000 000 NS 22 000, en el Hospital Ángeles, con el Dr. García Naranjo). No sabes cómo me quedaron. Te juro que me siento Raquel Welch. Desde entonces, mi marido está loco conmigo (Loaeza, 1992: 173).

Menos evidente pero más doloroso es el tratamiento estético seguido por Ana Paula cuando acude al salón a “hacer(se) de todo: tinte con Mari, depilación con Lety, manicure y pedicure con Anita y corte y peinado con Alain” (Loaeza, 1992: 172). Ponerse “guapérrima” (Loaeza, 1992: 175), como Ana Paula pretende, supone un gran sacrificio que, no obstante, ella está dispuesta a tolerar, “aunque tenga que sufrir como una enana [...] para estar bella” (Loaeza, 1992: 178). Por eso Ana Paula “aguant[a], como una verdadera Juana de Arco, los jalones de cera incluyendo la ingle, los cachetes, las cejas y la panza y, todavía con algunas manchas de irritación en la cara y las piernas, [soporta el picor] de la crema decoloración en sus brazos, que hoy sí [l]e está picando mucho [...], mientras espera que se le aclaren las luces de su cabeza [antes de proceder con el tinte que la obliga a estar una hora] bajo el casco candente de la secadora hirviendo” (Loaeza, 1992: 179). Asimismo, el arreglo de sus pies es tan doloroso que “el rostro de Ana Paula [da lugar a] pensar en una nueva interpretación de Cristo” (Loaeza, 1992: 179). Con todo, su visita al salón no es, en absoluto, comparable a los efectos del colágeno que se inyectó para “rellenar las arruguitas labiales” (Loaeza, 1992: 183), siguiendo el consejo de una amiga que “lleva[ba] tres años inyectándose las pompis y la cara [y aseguraba ser], desde entonces, otra” (Loaeza, 1992: 182), a juzgar por el aspecto que presentaba Ana Paula al día siguiente de la intervención cuando “amaneció con la cara moreteada” (Loaeza, 1992: 185) para sorpresa de su marido que, “cuando vio aquellas manchitas a un lado de las comisuras de su boca, [no pudo evitar preguntar] ¿qué le pasó a su reina?” (Loaeza, 1992: 185).

“Compro, luego existo”, de Guadalupe LoaezaEsta nueva etapa del capitalismo se corresponde con el hiperconsumo que surge a causa de la información, la publicidad y la propagación del hedonismo porque las diferencias de clase se han difuminado (Lipovetsky, 2006: 29) y se inicia con la llamada “Tercera Revolución Industrial, la revolución de la microelectrónica, del automatismo y de la informática” (Carrasco, 2007: 3), siendo Internet uno de sus principales medios de difusión pues el fácil acceso a Internet propicia el hiperconsumo al acabar con las barreras espacio-temporales (Lipovetsky, 2006: 2). La sorpresa de Sofía con “esos semáforos [de Miami] que un[o] mism[o] hace funcionar para atravesar la calle cuando quiere” (Loaeza, 1992: 18) o su visita a la tienda de electrodomésticos del aeropuerto de Miami donde, además de los “dos walkmans, la radio portátil [...] o el reloj computarizado” (Loaeza, 1992: 52) que adquiere como obsequio para el servicio doméstico, descubre la existencia de un aparato con el que podrá poner fin a los ronquidos de Fernando, su marido, gracias al sofisticado sistema del “Snore Stopper” (Loaeza, 1992: 53), ponen de manifiesto los avances de este tipo de tecnología.

Los medios de comunicación participan del proceso de personalización cuya extensión se vuelve inestimable:

[L]as redes por cable, las radios libres, los sistemas “interactivos”, la explosión del vídeo, el magnetoscopio, los videocasetes, [etc.] personalizan el acceso a la información, a las imágenes. Los videojuegos y las mil fórmulas que ofrecen aumentan y privatizan a gran escala las posibilidades lúdicas e interactivas. La microinformática y la galaxia vídeo designan la nueva ola de la seducción [que es fundamentalmente] privática (Lipovetsky, 2002: 20-21).

La seducción descansa por lo tanto más en la autonomía del individuo que en la magia de la tecnología propiamente dicha, aunque la primera es consecuencia de la segunda. A dicho atractivo sucumben, en “Un week-end en el D.F.”, Nacho y Paty, como leemos en el fragmento que sigue y donde el proceso de personalización abarca también la esfera tecnológica:

Tenemos una biblioteca, con una tele Mitsubishi de 50 pulgadas. Estamos suscritos a todo lo que hay: Multivisión, Cablevisión y los canales decodificados de la parabólica. Yo le digo a Paty que no deje que los niños vean tanta tele, que lean. Ahora es peor; entre las videocaseteras y el Nintendo, no se despegan de la pantalla. Me acaban de regalar un sistema nuevo que se llama Interactive: son unos videocompact discs a los que se les preguntan cosas; hay de museos, pero el del golf está buenísimo (Loaeza, 1992: 191).

Hacia esta clase de consumo, que ya se atisba en México en 1992 cuando, a diferencia de lo ocurrido en 1984, fecha en la que la crisis había obligado a cerrar las fronteras y los mexicanos tenían que “conformar[se] con lo que había en su país” (Loaeza, 1992: 187), ya se consiguen, en México, “refrigeradores dúplex con tres puertas, incluso una chiquita para los niños, con fábrica de hielo y agua helada” (Loaeza, 1992: 187), avanza la sociedad mexicana en vísperas de la firma del TLC con Estados Unidos y Canadá cuya entrada en vigor esperan ilusionados e impacientes los personajes de Compro, luego existo. De esta nueva y cosmopolita identidad nacional, surgida del choque cultural (Long, 2001: 118) que propicia el consumo, da cuenta Loaeza en esta obra.

Además, considerando que el lenguaje constituye la base de las nuevas tecnologías comunicativas que, a través de la imagen y los canales electrónicos de transmisión, dan lugar a la sociedad de la información, y dado que la literatura no es ajena a las corrientes posmodernas de pensamiento de las que se hacen eco las autoras latinoamericanas del postboom, podemos interpretar el hibridismo genérico de Compro, luego existo como una representación literaria de la sociedad de consumo que muestra su carácter plural y heterogéneo a través de la combinación del cuento y el ensayo cuyas similitudes permiten que se lleguen incluso a confundir (Stavans, 1997: 15).

La discriminación de dichos géneros en la esfera literaria y la amplia difusión de los mismos en América Latina, donde gozan de una gran popularidad y tradición, suponen la incorporación al texto del elemento marginal así como la reivindicación de la Otredad de la literatura latinoamericana femenina cuya calidad también ha sido cuestionada por la sociedad de consumo, pese a los éxitos de venta cosechados en la misma por las autoras.6 La hibridez de géneros y la consiguiente sencillez formal resultante de la combinación del cuento y el ensayo es adecuada a la literatura consumista con la que se asocia el postboom femenino.7

Tanto el cuento como el ensayo son, junto con la novela, géneros democráticos por definición (Stavans, 1997: 5). La flexibilidad del ensayo y el relato breve se corresponde con el versatilismo de la sociedad de consumo, siendo la combinación de ambos géneros una alusión indirecta al velado autoritarismo de los gobiernos posrevolucionarios mexicanos denunciado aquí por Loaeza.8

La convivencia de dichos géneros literarios en la obra traduce las contradicciones de la lógica del consumo pues el ensayo aporta al texto la veracidad que le falta al cuento haciendo de Compro, luego existo una obra a medio camino entre la fantasía y la realidad acorde con la naturaleza plural del consumismo y de cuyo individualismo también está dotado el ensayo por cuanto que une, a su libertad estructural y diversidad temática, la supremacía del tono personal sobre el formal con el que coexiste, resultando un género tan extrovertido como íntimo.9 A este individualismo del ensayo se refiere Elisa Hardwick cuando lo define como “the soloist’s personal signature” (Hardwick, 1964: 30) pues el ensayo “uses the pesonal ‘I’ or it takes an idiosyncratic angle” (Stavans, 1997: 5).

Las frecuentes intervenciones de la autora en Compro, luego existo, ya sean a modo de sustento argumental, mediante las citas introducidas a pie de página señaladas en el texto con un asterisco que guardan relación con el rigor y el bagaje cultural requeridos por el ensayo, ya sea bajo la forma de comentarios introducidos, entre paréntesis, por la autora a propósito de la actuación de sus personajes, privilegian el punto de vista de Loaeza y acentúan el hibridismo de la obra. Aunque apreciamos una cierta influencia borgiana, a diferencia de Borges, cuyos ensayos incluían mayoritariamente obras bibliográficas de ficción (Stavans, 1997: 15), Loaeza no hace del hibridismo genérico un elemento intrínseco a Compro, luego existo, donde alterna el cuento y el ensayo sin que éstos se confundan.

De este modo, la sección de “agradecimientos” (Loaeza, 1992: 12) con la que se abre Compro, luego existo y en la que Loaeza hace mención expresa de una serie de personas, entre las que figuran “Anne Delécole, quien realizó parte de la investigación y corrigió el texto [...], Alonso García de Loaeza, Fernando Tovar, Regina Guzmán, Lourdes Saucedo, [...] Rosi Corona o Alejandro Perdomo, a quienes desea agradecer sus respectivos testimonios y comentarios [que extiende a otras muchas personas cuyos nombres omite pero con quienes [la autora] considera est[ar] en deuda, [al igual que con] la Casa Nina Ricci, que le ha enseñado a distinguir entre comprar y comprar” (Loaeza, 1992: 12), unida a la bibliografía (Loaeza, 1992: 199-200) que la autora adjunta al final de la obra y a la que también nos remiten muchas de las notas intercaladas a pie de página sitúan a Compro, luego existo en la estética formal del análisis crítico propia del ensayo.

La cita exclusiva de obras de no ficción aludidas a pie de página, como La era del vacío (Loaeza, 1992: 40), El imperio de lo efímero (Loaeza, 1992: 17, 85, 117), Les heures dangereuses (Loaeza, 1992: 42) Mujeres que compran demasiado (Loaeza, 1992: 44), Los envidiosos (Loaeza, 1992: 77), Glass of fashion (Loaeza, 1992: 87), Lo cursi y el poder de la moda (Loaeza, 1992: 38, 68, 90), Seducción subliminal (Loaeza, 1992: 125), entre otras, permiten a la autora delimitar las fronteras entre el cuento y el ensayo.10 A dichos títulos se suman los adjuntos en la bibliografía, como La société de consommation, Psicología de la moda, El mundo de los bienes, Todas las imágenes del consumismo, Revistas femeninas, Escenas de pudor y liviandad o L’argent, por ejemplo que, además de imprimir al texto carácter cosmopolita, legitiman su rigor científico.11

Frente al universalismo de la obra, el individualismo de la misma descansa principalmente en la subjetividad procedente de la participación directa de Loaeza en Compro, luego existo, siendo la alusión al coste de la vida el recurso que más se repite pues, a cada mención de un bien o servicio, Loaeza añade el valor del mismo, ya sea en pesos mexicanos en cuyo caso, aludiendo a la devaluación de la moneda nacional, la autora traduce el precio en nuevos pesos, como el cheque que extiende Ana Paula por un total de “S 2 260 000 (NS 2 260)” en “Cena” (Loaeza, 1992: 84), ya sea en francos (como “[la] cazadora de lino de Max Mara [...] (1500 francos) que Sofía se acaba de comprar en París [y que luce] junto con su cinturón Gucci (660FF), su top de seda (450FF) y [...] sus bermudas (600FF)” (Loaeza, 1992: 31), en “Miami”, o en dólares, como en “Un week-end en el D.F.” (Loaeza, 1992: 192). La familiaridad que presentan algunos mexicanos con la moneda extranjera no deja de ser una crítica al malinchismo, entendido como la admiración de los mexicanos por lo extranjero y lo estadounidense en particular, y a la fuga de capital en pequeña escala.

Además de guiar al lector, del que la autora se vuelve una confidente explicándole, por ejemplo, entre paréntesis, que “Ana Paula [...] (había conservado algunas amigas de la Academia Maddox pero casi nunca las veía, salvo en los desayunos que organizaba la Sociedad de Ex alumnas)” (Loaeza, 1992: 63), las incursiones aclaratorias de Loaeza en el texto no sólo la convierten en una suerte de conciencia nacional que alerta sobre los peligros que acechan a la sociedad mexicana en 1992 sino también en la propia conciencia de algunos de sus personajes a los que, como si se tratase de una voz interior, la autora se permite asesorar, alabar o criticar compasivamente o de la manera más cruda. Su simpatía por Ana Paula resulta evidente en “La cena”, donde Loaeza interrumpe el discurso de su personaje a fin de prevenir una situación bochornosa y que ésta haga el ridículo delante de sus amigas:

—¿Qué quieren tomar?

—Yo quiero un tequilita, por favor —dijo Inés mientras se sentaba a un lado de Alejandra.

—A mí también otro, por favor —agregó Daniel.

—¡Ay, qué pena! Tenemos de todo, menos tequila. ¿No les apetece mejor un vinito blanco... —(Por favor, Ana Paula, no se te ocurra decir de “importation”)— ...bien fresco?

(¡ufff!) (Loaeza, 1992: 92).

El “¡ufff!” final con el que respira la autora manifiesta la complicidad existente entre Loaeza y su personaje hasta el punto de llegar a una comunicación intuitiva con el mismo. El hecho de que la autora contabilice y lamente los errores cometidos, en “La cena”, por Ana Paula, muestra su preferencia por este personaje a quien, no por ello, deja de recriminar su sinceridad por hacer público su desconocimiento del inglés pudiendo haberlo evitado:

—[...] Pues yo apenas estoy terminando de leer Diana, su verdadera historia. Híjole, está sensacional.

—¿En inglés o en español? Porque me dijeron que Diana: Her True Story estaba pé-si-ma-mente traducido.

—Lo estoy leyendo en español —(Ay, Ana Paula, cero y van tres. ¿Qué más te daba decir que lo estabas leyendo en inglés? ¿Tú crees que hubieran ido a tu cuarto para verificar en qué idioma lo estabas leyendo?) (Loaeza, 1992: 95).

La alegría de la autora ante el mínimo acierto de Ana Paula en “La cena” es otra prueba de la predilección que Loaeza siente por la misma:

Finalmente, todos se fueron al comedor. Allí los esperaba una mesa espléndida, como las que salen en la revista Gourmet. Las velas en los candelabros ya estaban prendidas; el pan estaba caliente sobre los platitos de plata Luis XV, de Tane; las tarjetitas con los nombres estaban en su sitio; las tazas para el consomé, humeantes; la cuchillería de Christofle, im-pe-ca-ble; el centro de flores campestres parecía de Van Dyck; el mantel organdí suizo se veía precioso; las servilletas habían sido colocadas muy artísticamente sobre los platos; las cuatro copas de Baccarat muy bien alineaditas frente a cada lugar, y la vajilla blanca de porcelana con su borde dorado era una verdadera maravilla. (¡Bravo Ana Paula! Ahora sí que te luciste très comme il faut. ¿Te fijaste en la cara que pusieron tus amigas? Ahora vamos a ver si te elogian, porque en el fondo son muy envidiosas. Primer punto a tu favor) (Loaeza, 1992: 99).

Manteniéndose de algún modo al margen pero colándose intermitentemente en el texto, la distancia entre Loaeza y sus personajes se acorta sin que la autora, que sigue ocupando una posición superior, descienda de nivel. Por otro lado, y pese a no ajustarse exactamente a la estructura de un cuento, por cuanto que no podemos hablar de un desenlace final de la historia propiamente dicho, la división de la obra en seis capítulos, cuatro de los cuales aparecen bajo un título casi idéntico, como muestra la afinidad existente entre “Un week-end en Tepoz”, “Un week-end en Nueva York” (Loaeza, 1992: 135), “Un week-end en Valle” (Loaeza, 1992: 151) y “Un week-end en el D.F.” (Loaeza, 1992: 171) correspondientes a los capítulos tercero, cuarto, quinto y sexto respectivamente y que, al igual que los capítulos anteriores titulados “Miami” (Loaeza, 1992: 15) y “La cena” (Loaeza, 1992: 63), describen los hábitos consumistas de una serie de personajes introducidos al lector desde el capítulo inicial, indica la existencia de una línea argumental que, unida a la brevedad de la extensión de la obra, revela el lado cuentístico de Compro, luego existo.

La noticia del anuncio de una cena en casa de Beto y Ana Paula con la que Fernando y sus hijos reciben a Sofía en el aeropuerto de la capital mexicana, en “Miami”, permite a la autora introducir al resto de los personajes principales y enlazar los dos primeros capítulos, como deducimos de la conversación sostenida entre Fernando y Sofía:

—[...] Oye, Sofía, llamó Ana Paula para invitarnos a cenar el jueves. Yo le dije que no sabía, que a lo mejor, llegabas muy cansada. Que tú la llamarías. ¿Qué dices?, ¿vamos? [...].

—Ay, sí, vamos. ¿Por qué no? De aquí al jueves ya habré superado el décalage. ¿No sabes a quién invitó?

—Sí, me dijo. A ver, déjame acordarme: a Inés y Daniel, y a Alejandra y Antonio. Creo que la cena es para celebrar sus 23 años de casada.

—[...] ¿Para qué invitó a Alejandra y a Antonio, si apenas los conoce? ¡Son nuestros amigos! Ana Paula y Beto para nada son del grupo [...] (Loaeza, 1992: 60).

La celebración en casa de Beto y Ana Paula es el hilo conductor que da paso al segundo capítulo que remite al lector “[a]l día de la cena, [en el que] Ana Paula despertó más temprano que de costumbre” (Loaeza, 1992: 63) y reúne a los personajes citados en “Miami”. A Alejandra y Antonio, que son “los primeros invitados [en llegar]” (Loaeza, 1992: 88), les siguen “Inés y Daniel y finalmente Sofía y Fernando a quienes se les hizo tardísimo porque primero fueron al cóctel de Casilda y Santiago [que] viven hasta San Ángel” (Loaeza, 1992: 95), según se excusa Sofía en “La cena”.

La cena organizada por Ana Paula sigue siendo el referente de “Un week-end en Tepoz” que adentra directamente al lector en el dormitorio de Inés y Daniel y a cuyo hijo, Jerónimo, va dedicado el tercer capítulo. Los capítulos cuarto y quinto, repartidos entre el fin de semana de Sofía y Fernando en Nueva York y en Valle, repiten personajes y revelan el protagonismo de Sofía por el número de veces de aparición. Por último, el capítulo sexto también muestra la importancia de Beto y, principalmente, de Ana Paula en la obra pues, aunque “Un week-end en el D.F.” introduce los nombres de Nacho y Paty, cuya aparición se presenta al lector como un hecho casual, la presencia de estos personajes nuevos no deja de estar relacionada con el capítulo de “La cena”:

—[...] Oye, Ana Paula, invité a comer a Nacho y a Paty. ¿Te acuerdas de él? Es este muchacho joven que trabaja conmigo en la Bolsa. Es un buen muchacho. El viernes, cuando ya se había ido todo el mundo, me contó su vida. Es muy platicador. Cuando toma el micrófono, ni quien lo pare. Con decirte que empezó a contarme desde que era estudiante de la Ibero...

“Soy licenciado en Administración de Empresas, egresado de la Ibero [...]” (Loaeza, 1992: 186).

No obstante los lazos de unión de los distintos capítulos, no podemos hablar de una concepción global de relato, en el sentido de que cada historia puede leerse también de forma aislada. Un ejemplo de dicha independencia lo encontramos en el relato de Nacho con el que termina Compro, luego existo dejando en el lector la impresión de que la obra no ha acabado, aunque de la historia de Nacho y Paty pueda darse, sin embargo, por concluida:

“[...] Por todo esto, [Paty y yo] contamos con un patrimonio que les permite a nuestras familias gozar de lo que nosotros nunca tuvimos. Yo viví en un departamento de la colonia Del Valle, y ahora vivo en Las Lomas, en mi casa. Los coches se pagaban a crédito, y yo los pago de contado. Mis hijos han viajado desde que están en bambineto; han visto en Estados Unidos los Santa Closes de los aparadores rodeados de gnomos que se mueven por computadoras, y no los de la Alameda, que se confunden con los Reyes Magos. Han sido atendidos por enfermeras, nanas, maestros de natación, tienen cursos de verano y estudian en un colegio que cuesta como universidad. No hay duda, he trabajado y he tenido suerte” (Loaeza, 1992: 196).

Si bien no estamos ante una recopilación de cuentos, cada capítulo de Compro, luego existo constituye, a su vez, un cuento factible de leerse por separado pues los episodios narrados, aunque acaban, pueden continuar, como de hecho sucede en los primeros cinco capítulos sin que ello signifique que estén incompletos. Por eso, coincidiendo con los capítulos integrantes de la obra, aunque no haya un desenlace propiamente dicho, cabría afirmar que Compro, luego existo termina, sin embargo, seis veces.

 

Obras citadas

  • Baudrillard, Jean. The Mirror of Production (1975). St. Luis: Telos Press.
    —. Towards a Critique of the Political Economy of Sign (1981). St. Luis: Telos Press.
  • Carrasco Rosa, Ana. “La sociedad de consumo: origen y características”. Contribuciones a la economía, enero (2007), 1-4.
  • Clark, John, Critcher, Chas y Johnson, Richard. Working Class Culture (1979). London: Heinemann.
  • Featherstone, Mike. “The Body in Consumer Culture”. Theory, Culture and Society. SAGE: London, Newbury Park, Beverly Hills y New Delhi, vol 1 (2), (1982), 18-33.
    —. “Lifestyle and Consumer Society”. Theory, Culture and Society. SAGE: London, Newbury Park, Beverly Hills y New Delhi, vol. 4, (1987), 55-70.
  • Hardwick, Elisabeth. A view of my onw: Essays in Literature and Society (1964). London: Heinemann.
  • Lipovetsky, Gilles. La era del vacío (2002). Barcelona: Anagrama.
    —. Le bonheur paradoxal (2006). Paris: Gallimard.
  • Loaeza, Guadalupe. Compro, luego existo (1992). México: Alianza Editorial.
  • Long, Mary K. “Consumer society and Nacional Identity in the Work of Salvador Novo and Guadalupe Loaeza”. Chasqui: Revista de Literatura Latinoamericana, 30:2, (2001), 116-26.
  • Sapir, Edward. “Fashion” en Encyclopaedia of Social Sciences, ed. The MacMillan Co, (1937), 139-144.
  • Stavans, Ilan. The Oxford Book of Latin American Essays (1997). Oxford: Oxford University Press.

 

Notas

  1. El culto de las masas a las marcas, así como de la cercanía de las mismas a través de la expansión de las copias y las falsificaciones correspondiente a un sistema que “celebra las nupcias entre el lujo y el individualismo liberal” (Lipovetsky, 2004: 16) son factores asociados al proceso de personalización.
  2. Dicha consideración lleva a Jean Baudrillard a formular su teoría del “commodity sign”. Para más información ver Jean Baudrillard, The Mirror of Production y Towards a Critique of the Political Economy of the Sign, respectivamente.
  3. Por malinchismo entendemos el desprecio de los mexicanos por lo propio y su admiración por lo extranjero y, en particular, por lo estadounidense.
  4. La traducción es nuestra.
  5. La dieta, proclamada en el ascetismo, deja de ser una práctica religiosa encaminada a resistir las tentaciones de la carne.
  6. El calificativo de consumista asociado a la escritura femenina en Latinoamérica se emplea como sinónimo de un tipo de literatura fácil, vendible y de lectura rápida.
  7. A propósito del fundamento de las nuevas tecnologías comunicativas en el lenguaje como consecuencia de los nuevos canales electrónicos de comunicación que propicia el consumo, ver Jean-François Lyotard, La condition posmoderne: rapport sur le savoir.
  8. La adecuación genérica al contexto político encierra una intención denunciadora que pone de manifiesto el carácter dictatorial del pensamiento ilustrado del que, al igual que otras muchas formas de gobierno, se alimenta la democracia. En este sentido, sin rechazar el progreso ni los principios democráticos a los que responde el uso de ambos géneros, la autora adopta una postura cercana a la de Jurgen Habermas quien, si bien no reniega de la modernidad, es partidario de su reilustración. Para más información sobre esta nueva ilustración de la modernidad, ver Jurgen Habermas. El pensamiento metafísico.
  9. Sobre el individualismo del ensayo ver Elisabeth Hardwick, 1964, pp. 30 e Ilan Stavans 1997, pp. 5 respectivamente.
  10. Las dos primeras obras son de Giles Lipovetsky y las restantes pertenecen a Claire Gallois, Carolyn Wesson, Francesco Alberoni, Cecil Beaton, Margarita Rivière y Wilson Bryan Key, respectivamente.
  11. Los autores de las obras mencionadas son: Gilles Lipovetsky, Marc-Alain Descamps, Mary Douglas y Baron Isherwood, Stuart Ewen, Carola García Calderón, Carlos Monsiváis y Antoine Spire. El cosmopolitismo y el universalismo de Compro, luego existo vienen dados tanto por la naturaleza de su temática como por la variedad idiomática de las obras de referencia.