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Colores

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Su corazón siguió latiendo por costumbre. Afortunadamente, no hizo falta que le pusieran un marcapasos, tiempo atrás, cuando cayó enfermo. Como si de una carrera de obstáculos se tratara, aurículas y ventrículos dieron un impulso que hicieron pensar a los demás lo peor. Pero salió reforzado de tal suceso, y siguió viviendo.

Después de estar tantos años trabajando en el mismo sitio, con la misma rutina diaria, con el mismo empleo, no supo qué hacer cuando le dieron la jubilación. Tenía que buscar un entretenimiento que le relajara lo suficiente y que a la vez le ocupara unas cuantas horas del día. Había oído que en la asociación de vecinos de su barrio estaban inmersos en muchas actividades y allí se dirigió, pensando que encontraría, aparte de una ocupación, la posibilidad de conocer nuevas personas.

Probó diferentes juegos de mesa con los vecinos, e intentó durante un tiempo entretenerse con el juego del dominó y el del envite, con el juego de damas e incluso con el ajedrez, pero no le terminaban de animar. No sabía lo que quería, pero estaba seguro de que no era aquello lo que estaba buscando.

Se hacían otras muchas actividades, y casi todas las intentó sin éxito. Hasta que un día llegó más temprano al local y vio un pequeño grupo de personas que aprovechaban la luz del día que entraba por las cristaleras del edificio de la asociación, pinceles en mano y afanadas cada una delante de sus lienzos, intentando plasmar con líneas más o menos expertas, algo que podía ser un paisaje, una especie de bodegón, e incluso retratos de luminosos rostros copiados de alguna vieja fotografía.

Una profesora joven les iba enseñando uno por uno, repasando con firme trazo las distintas imágenes que cada “pintor” trataba de esbozar.

Le pareció maravilloso el bodegón que pintaba una de las señoras de avanzada edad, inspirándose en unas frutas de plástico que estaban colocadas en una cesta sobre la mesa.

El paisaje que vio en el lienzo de otro de los vecinos le hizo entusiasmarse. Era una composición en la que se reconocía fácilmente la plaza de la iglesia del barrio, con la fuente en el centro, y unos niños correteando alrededor, en un conjunto perfectamente equilibrado de líneas y colores.

Otra señora pintaba el rostro de su pequeña nieta cuya imagen tenía de modelo en una foto que besaba de vez en cuando mostrándola orgullosa.

Todo lo veía fascinante. Pero no sabía si él sería capaz de conseguirlo algún día. Sin pensarlo dos veces, habló con la profesora y a la semana siguiente empezó su actividad con el convencimiento de que podía hacerlo tan bien como cualquier otro a pesar de que partía de cero en aquel arte que desconocía por completo.

Trajo los materiales necesarios: unos pinceles planos, otros redondos, un lienzo tensado sobre un bastidor, unos cuantos tubos de pintura al óleo y una pequeña paleta para mezclar las pinturas.

Colocó en el caballete aquella tela blanca soñando con poder plasmar en ella todo lo que veía a su alrededor. En su cabeza bullían mil imágenes que pretendía dibujar en aquel lienzo. A pesar de que sus conocimientos artísticos previos eran nulos, quería descubrir por sí mismo nuevos horizontes que nunca había imaginado y nuevas aptitudes que estaban dormidas y que pugnaban por salir.

Para que exista el color, debe existir la luz, le dijo la profesora, explicándole lo que se conoce como “la teoría del color”: Newton observó que la interferencia de un rayo de sol con un prisma de vidrio proyectaba una imagen que no era otra cosa que el espectro solar, es decir, la descomposición de la luz en los siete colores del arco iris. Esa primera frase le impresionó y trató de descifrarla en su mente.

Empezó aprendiendo cuáles eran los colores fríos y cuáles los cálidos. En un perfecto círculo cromático fue comprobando la calidez de los rojos y naranjas, en contraposición a la frialdad de los verdes y azules. Aprendió que el amarillo, el rojo y el azul son colores únicos, pero que si los mezclaba entre sí conseguía otros distintos y nuevos.

Los colores fríos le producían un efecto tranquilizante, y los cálidos lo estimulaban provocando en su ánimo una sensación de vitalidad, fuerza y alegría, al contrario que los tonos obscuros que le producían la sensación de tristeza y melancolía.

Día tras día, mezclaba y mezclaba los colores para conseguir otros nuevos. Azul con amarillo es igual a verde. Amarillo con rojo es igual a naranja. Rojo y azul producen el violeta. Así estuvo probando y probando, obsesionado con la unión de los distintos colores. Alterando las proporciones de las pinturas, conseguía infinidad de mezclas.

Le parecía extraordinario y maravilloso conseguir tonos más oscuros o más luminosos simplemente con añadir negro o blanco al color y se enfrentaba cada día al lienzo con una nueva misión: lograr nuevos y singulares matices.

Entonces, se olvidó de su deseo de plasmar dibujos y figuras, animadas o inanimadas, y sólo acertaba a rellenar aquella superficie plana intentando encontrar los colores perfectos. Ya no quería representar aquellas frutas que estaban encima de la mesa y que habían servido como modelo a muchas personas antes que él, ni era su objetivo conseguir la expresión de un rostro o la luminosidad de un nuevo paisaje. Sólo pretendía lograr nuevos y desconocidos colores, distintos de los que su retina identificaba hasta ahora, pero cada vez lo encontraba más complicado.

Un día salió desilusionado por no poder conseguir los maravillosos colores que veía en su subconsciente. Había dejado de llover y caminaba sin rumbo pensando en ello, cuando se dio cuenta de un halo de luz que se reflejaba en el horizonte.

Se quedó paralizado ante tanta belleza. Comprobó que diminutas gotas de agua suspendidas en el aire hacían el efecto del prisma de Newton, descomponiendo la luz del sol en distintos rayos coloreados. Un arco iris perfecto integrado por miles de tonalidades de colores, las que él quería conseguir, le convencieron de que a veces, la mano del hombre no puede lograr lo que la naturaleza brinda por sí sola.

Al día siguiente, se dirigió a la asociación con la intención de dibujar aquellas frutas de plástico que le esperaban impacientes en la mesa para ser pintadas.