Letras
Tres relatos

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Una tenue luz en el silencio

A Edward Hopper

El calor era amodorrante en aquella habitación. Un hombre y una mujer cuyos días de juventud eran ya lejanos, descansaban algo adormilados. El hombre intentaba leer el periódico, su rostro mostraba amargura y resignación. La mujer, sentada ante un piano, deslizaba perezosamente un dedo por el brillante teclado.

El hombre se removió en su sillón tratando de hallar una posición cómoda. Cada plinck que salía del piano le crispaba los nervios.

La mujer pulsó otra tecla y el vibrante sonido perduró en el aire por algunos segundos.

El hombre la miró con desagrado, odiaba esa costumbre, una vez más se preguntó cómo pudo un día haber deseado casarse con ella.

No la odiaba, pero tampoco la amaba. Todo sentimiento hacia ella había muerto.

Como traída por una repentina brisa, regresó a su mente la idea que de tiempo en tiempo acariciaba. Asesinarla, era una idea que siempre volvía en momentos de tedio, aunque no la pusiera en práctica.

Mil formas había ideado de matarla, la que más le atraía era la de envenenar esos chocolates que ella tanto adoraba y que consumía con verdadera voracidad siempre que podía.

No vayan a pensar por esto que ella era gorda, no, todo lo contrario, a pesar de su edad conservaba una silueta que era la envidia de sus amigas y vecinas.

Mientras pensaba en lo de los chocolates su mirada cayó en unos titulares que decía: “Marido celoso mata a su esposa a cuchilladas”.

Un método bastante vulgar, muy de clase baja, se dijo, si él decidiera matar a su esposa, jamás utilizaría medios tan sangrientos. Además ella nunca le había dado motivos para sentir celos, su vida era casi vegetativa, tal vez era eso lo que lo molestaba.

La tarde se aproximaba y la luz del día hizo visibles las miles de partículas de polvo que flotaban en el aire.

Con desgana dio vuelta al periódico buscando la sección deportiva, los deportes eran una de las cosas que lo relajaban. No practicaba ninguno pero le gustaba leer acerca de los profesionales.

La mujer se dio vuelta con lentitud, se puso en pie y le preguntó a su marido si deseaba una taza de café.

Por supuesto, amor. Respondió él.

 

Cinco segundos en el vacío

La señal de alerta comenzó y una pequeña luz roja en el interior del casco me la confirmó; la reserva de oxígeno se estaba agotando y en poco tiempo moriría. Estaba inerme, inerme en el vacío del espacio.

Los restos de la nave se perdían en la distancia, poco a poco la oscuridad del espacio engulliría esa muestra del ingenio y arrogancia del ser humano.

La conquista del espacio sonaba muy bien en la ciencia ficción, pero en la realidad las cosas no fueron tan sencillas.

Dicen que cuando estás a punto de morir ves pasar tu vida como en una película. Yo no veía nada, absolutamente nada.

Pensé en las personas que dejaba en la tierra, lo que hice, lo que dejé de hacer, lo que dije y dejé de decir. Oré, no por mi salvación ya que esto era algo imposible, rogué por mi familia y amigos y deseé que la vida que tenían por delante fuera plena y feliz.

No valoramos la vida, nunca lo hemos hecho.

A lo lejos las estrellas lanzaban sus señales de luz tratando de comunicarme un mensaje que escapaba a mi entendimiento. Eran tan hermosas.

 

Embrión final

El anciano se rascó su larga y afilada nariz, estiró una mano para tomar el vaso de agua que había sobre la mesita y bebió un corto trago. Su mirada recorrió las paredes de su habitación, hacía ya veinte años que vivía en esa casa. Lejos de todo, incluso de su pasado.

Se levantó de la mecedora y caminó hasta la ventana; afuera la noche era cálida, soplaba una ligera brisa. Se pasó las manos por el escaso y encanecido cabello, su alta y desgarbada figura vestida con un pijama gris y una bata a cuadros resultaba melancólica.

Nunca se había casado, nunca le tuvo miedo a la soledad, es más; siempre la buscó con alegría. Ahora, algo en él le decía que ya todo finalizaría.

Miró al gato que dormía tranquilamente enroscado en la cama, su único amigo en los últimos años, lo extrañaría. No le preocupaba qué le ocurriría una vez él muriese, los gatos son sobrevivientes por naturaleza, lograría salir adelante. En realidad somos nosotros los débiles, no podemos resistir sin cosas como familia, amigos, trabajo, cultura.

Cerró los ojos y escuchó voces, pensó que estaba perdiendo la razón, tal vez el haber estado solo tanto tiempo le había afectado finalmente. Las voces le tranquilizaron diciéndole que en el fondo él sabía que ellos realmente estaban allí.

El anciano les preguntó quiénes eran y ellos respondieron; eran una raza llegada de los confines del espacio, llegaron mucho antes de que el hombre apareciera en la Tierra y permanecieron observando el lento desarrollo de las formas de vida en el planeta, criaturas sin forma física ajenas al paso del tiempo.

Y por qué se comunican conmigo, preguntó, no soy importante, estoy muriendo.

Ellos permanecieron en silencio por algunos minutos buscando las palabras para hacerse entender. En los siglos que llevaban observando descubrieron que el hombre no es más que un recipiente, el embrión de algo más avanzado.

Él era el primero en alcanzar ese estado y por lo tanto decidieron ayudarle en ese paso tan difícil de dar y que tantos siglos había llevado lograr.

El anciano sonrió, eso respondía muchas dudas que obsesionaban al ser humano desde que tenía capacidad de raciocinio. Qué somos, hacia dónde vamos, preguntas estúpidas ya que al final el hombre no era verdaderamente nada.

¿Dolerá? Fue la inevitable pregunta.

Ellos le tranquilizaron, luego del cambio no conocería el miedo, el dolor, ni el odio. Su hogar sería, al igual que el de ellos, el universo.

El anciano acarició al gato que ronroneó feliz, regresó a su mecedora y cerrando los ojos con lentitud, volvió a nacer.