Entrevistas
Héctor Abad FaciolinceHéctor Abad Faciolince
“Escribo libros como los arquitectos diseñan casas”

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Con el éxito de su libro El olvido que seremos, dedicado a la memoria de su padre, el escritor y periodista colombiano Héctor Abad Faciolince logró el reconocimiento ya no sólo de su país de origen sino de toda América Latina y España. Con catorce ediciones en Colombia y tres en España desde su publicación en el 2006, este libro de difícil clasificación (¿testimonio? ¿ensayo? ¿memorias? ¿novela?) ha logrado cosechar un sinnúmero de comentarios elogiosos y ha ubicado a su autor como uno de los más representativos escritores latinoamericanos del momento.

Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) se ha desempeñado como periodista, traductor, editor y escritor. Autor del libro de cuentos Malos pensamientos (1991), las novelas Asuntos de un hidalgo disoluto (1994), Fragmentos de amor furtivo (1998), Basura (2000, ganadora en España del I Premio Casa de América de Narrativa Innovadora y Angosta (2004). Es además autor del libro de “género incierto” denominado Tratado de culinaria para mujeres tristes (1996, traducido al alemán, italiano, griego y portugués), los libros de ensayos breves Palabras sueltas (2002) y Las formas de la pereza (2007) y la crónica de viajes Oriente empieza en El Cairo (2002). Como periodista, ha sido columnista de las revistas Cromos, Cambio, El Malpensante y de los periódicos El Espectador, El Colombiano y El Nacional de Caracas. Abad Faciolince vive actualmente en Medellín y trabaja como columnista de la revista Semana de Bogotá.

 

El olvido que seremos

Lilian Fernández Hall: El olvido que seremos fue un libro cuya escritura, como tú mismo has dicho, ocupó tus pensamientos durante casi veinte años. Ahora ya está escrito y ha sido recibido de manera muy positiva por los lectores y la crítica. ¿Qué sientes? ¿Satisfacción, vacío, alivio, nostalgia?

Héctor Abad Faciolince: Ni mis editores ni yo creímos nunca que el libro fuera a tener tantos lectores ni tantas reseñas entusiastas. Para mí era un libro casi privado, escrito en primer lugar para mis hijos y mi familia. Para que mis hijos entendieran el pasado del que venían y para que comprendieran algunas obsesiones mías. Escrito también, no para mi padre, pues él no lo puede leer (no creo en la vida después de la muerte), pero sí por mi padre, por su memoria, por su vida. Yo siento una gran tranquilidad después de haber escrito el libro; era algo que tenía que hacer, uno de los pocos deberes ineludibles de mi trabajo como escritor y de mi responsabilidad como persona.

LFH: En El olvido... dices: “Mi vida y mi oficio carecerían de sentido si no escribiera esto que siento que tengo que escribir, y que en casi veinte años de intentos no había sido capaz de escribir, hasta ahora” (p. 232). ¿Fue alguna circunstancia en particular que te permitió escribir este homenaje después de 19 años, o fue simplemente un producto de la reflexión de todos esos años?

HAF: Ninguna circunstancia en especial sino la constancia de los años. Como una y otra vez lo intenté sin éxito, pero nunca dejé de intentarlo, un día, al fin, me di cuenta de que había hallado el tono adecuado. Adecuado, al menos, para llegar hasta el final de la historia. Si escarbo entre mis papeles encuentro muchos intentos fallidos, e incluso en mis libros publicados hay intentos de contar episodios de la vida o la muerte de mi padre. Diría que en todos los libros se me salía un pedazo de esta historia, pero sólo esta vez pude llegar hasta el fondo.

LFH: Tú describes a tu producción anterior a El olvido... como “divertimentos y allegrettos de palabras” (Las formas de la pereza, p. 110), a los cuales te has dedicado mientras maduraba el proyecto del libro dedicado a tu padre, y a los que retornarás sin remordimiento una vez concluido ese trabajo. ¿Consideras realmente tu trabajo literario anterior solamente como una práctica de “el viejo arte de la evasión”? ¿Incluyes también en esa descripción a novelas como Angosta o Basura?

HAF: Tal vez fui un poco injusto con mis libros anteriores. Yo tiendo a menospreciar lo que he hecho en el pasado. Vivo muy intensamente el presente y el pasado se me va borrando. Lectores que me quieren dicen que las cosas no son así. Tal vez algún día yo llegue a decir que tampoco El olvido... es literatura bien escrita. Tengo muchas dudas sobre lo que ya publiqué; afortunadamente confío en lo que estoy haciendo. Es cuando pasa el tiempo que me parece que ya no sirve, que ya no vale. Uno no sabe nunca bien si lo que escribe vale la pena o no, pero yo no sirvo para otra cosa.

 

Europa

LFH: Hace poco concluiste tu período de trabajo en Berlín, como becario del Servicio de Intercambio Académico Alemán. Cuéntanos algo de esta etapa: ¿qué ha significado para ti en el plano laboral, y qué te ha aportado como experiencia personal?

HAF: Bueno, la del DAAD es una beca extraordinariamente generosa: un año sin compromisos, con todo el tiempo para leer y escribir y pasear, y sin ninguna obligación. Es el ideal y el paraíso del antiguo mecenazgo europeo. No escribí mucho, pero sí leí, pensé, caminé, viví intensamente en una ciudad que es muy agradable. Museos, bicicleta, parques, exposiciones, amigos, comida, cerveza. Digamos que fue un año de felicidad y que también allí se gestó la idea y los primeros pasos del libro que sigo escribiendo. La historia es bonita, y se la debo a la paz de Berlín.

LFH: Tú has dicho en una entrevista: “No me gusta ese miedo, esa xenofobia que hay en el primer mundo contra nosotros”. ¿Cómo has percibido el ambiente europeo en ese sentido, desde tu estadía en Berlín y tus frecuentes viajes?

HAF: Yo no he tenido dificultades. En Berlín nunca me hicieron sentir mal. Lo cierto es que yo me puedo camuflar como un europeo del sur, y eso hace mucho más fáciles las cosas. Si eres negro o aborigen australiano o indio suramericano, la cosa es a otro precio. La gran mayoría de los europeos no son racistas ni xenófobos, pero hay un porcentaje alto de personas que sí lo son. La inmigración es un gran problema del siglo 21. Habrá que definir qué porcentaje de población foránea están dispuestos a aceptar los europeos. Yo creo que si se llega paulatinamente a un 20 o 30 por ciento de población de orígenes étnicos distintos, los europeos no deben temer por la desaparición de su cultura, y sí por un enriquecimiento cultural, económico, comercial. El miedo que a mí más me molesta es el de las visas y los controles paranoicos, como si todos fuéramos terroristas; eso es inaceptable.

 

Literatura

LFH: Si bien te dedicas fundamentalmente a la narrativa, muchos de tus libros no pueden clasificarse en géneros tradicionales: narrativa “innovadora”, homenaje, testimonio, “divertimento”. ¿Es una característica personal tuya la de borrar o transgredir las fronteras de los géneros o es algo común a los escritores latinoamericanos actuales? Tú has hablado de la “hibridación” de la novela contemporánea, ¿te refieres a este fenómeno?

HAF: Creo que hay dos tipos de artistas: los que hacen toda la vida variaciones sobre una misma obra, y los que en cada período de su vida se enfrentan con problemas distintos y tratan de meterse por un nuevo camino. Hay pintores que hacen básicamente toda la vida el mismo cuadro (Botero), o que escriben el mismo libro (Rulfo, en parte García Márquez) y pintores que varían (Picasso) o escritores que buscan (Calvino). No creo que unos sean mejores que otros, sino que es cuestión de personalidad. Hay gente más fiel a lo que hace y a su vida y a sus obsesiones. Otros nos aburrimos y somos infieles. Ni una postura ni la otra es garantía de nada; es una actitud vital que tiene que ver con la personalidad. A mí me aburriría mucho hacer siempre cosas parecidas y por eso cada libro mío tiene poco que ver con el anterior.

LFH: Un tema que surge con cierta recurrencia en tus escritos (sobre todo en el Tratado de culinaria para mujeres tristes, pero también en otros textos) es la reflexión sobre la huella que deja el tiempo en nuestros cuerpos, el lento decaimiento que indefectiblemente sufre el ser humano con el transcurrir de los años, y la manera de enfrentar o sobrellevar este cambio. ¿Es la tuya nada más que una reflexión sobre este fenómeno, o implica también una cierta angustia personal ante el hecho indefectible de envejecer?

HAF: Decir que la vejez es agradable es un consuelo que se inventan algunos viejos. Envejecer, ante todo, es acercarse a la muerte, y si a uno le gusta la vida, esa sola cercanía es molesta. Mejor sería no envejecer nunca y suicidarse cuando uno se aburra de estar vivo. Quedarse para siempre a los 33 años, máximo. Claro, hay vejeces sanas y vejeces enfermas, vejeces solitarias y sedentarias y vejeces vitales. No me gusta envejecer, pero lo acepto, y espero envejecer con dignidad, sin ocultar los rastros del tiempo. ¿Qué más se puede hacer? Es como la estatura o la belleza: uno nace de cierto tamaño y con ciertas características físicas. Lo mejor es aceptarlas, así a uno le gustara medir diez centímetros más o menos, y tener los ojos o las orejas distintos.

LFH: Uno de los temas de tu novela Basura es la finalidad de la escritura: por qué, para qué y para quién escribimos. Tu personaje Davanzati dice: “Escribo como quien orina, ni por gusto ni a pesar suyo, sino porque es lo más natural, algo con lo que nació, algo que debe hacer diariamente para no morirse y aunque se esté muriendo”. ¿Por qué y para quién escribes?

HAF: Nunca he entendido por qué no les preguntan a los ingenieros por qué hacen puentes y a los escritores sí por qué escriben libros. Es como si lo nuestro fuera una vocación sacerdotal, dictada por el Espíritu Santo, un llamado del mundo ultraterreno. Creo que es simple. Así como un ingeniero ve que se le dan bien las matemáticas y que le gusta manipular objetos mecánicos, el escritor se da cuenta de que le gusta leer, contar historias y que le sale bien escribir (que le celebran lo que escribe). Es así de simple, sin llamados misteriosos, sin vocaciones venidas del más allá. Es una combinación: uno descubre que tiene un talento, como lo descubren los músicos (no hay músicos sordos, salvo al final de su vida), y si le va bien al desarrollarlo, tal vez se dedique a eso toda la vida. Escribo libros como los arquitectos diseñan casas. Tal vez la diferencia está en que los arquitectos lo hacen para vivir. Yo escribiría aunque nadie me pagara por escribir. ¿Será esa la parte sacerdotal de la escritura? ¿Que es una pasión?

LFH: Alguna vez dijiste que estabas convencido de la inutilidad de la literatura. ¿Sigues pensando lo mismo?

HAF: Lo que pienso es que la literatura no es una actividad tan importante. Tal vez tiene más prestigio de la cuenta, y los escritores se creen mucha cosa. En el gremio de los escritores hay de todo: genios, bobos, buenos, malos, idiotas, malévolos, bondadosos. No entiendo por qué a los escritores los ponen a opinar sobre los temas más distintos; es mejor que llamen a los expertos de cada área pues en general los escritores no saben sino de literatura, y eso es muy poca cosa. La utilidad de la literatura, para mí, es que paso horas leyendo, y esas horas me han hecho muy feliz. Si consigo lo mismo con algún lector, alguna vez, habré cumplido con mi tarea.

 

Blogs

LFH: Tu experiencia como blogger fue corta y tus motivos para abandonar esa modalidad de escritura son muy razonables y respetables. Nos quedó a muchos, sin embargo, el deseo de seguir leyendo tus reflexiones y comentarios. ¿Reincidirás alguna vez?

HAF: Mi abuela materna, que se murió en 1982, solía repetir esta frase: “¡Malhaya no haber nacido en esta época!”. Frente a los bloggers a veces yo he sentido algo parecido, aunque yo vi nacer Internet y probablemente fui uno de los primeros en tener correo electrónico. Soy un enamorado de las posibilidades de la red, y los blogs me parecen un mundo abierto. Sin embargo, yo nací todavía en la era del libro de papel. Soy librero (de libros viejos), editor de libros, traductor de libros y también escribo libros. Me puse a hacer un blog pensando que la cosa era simplemente un cambio de soporte: la red en vez del papel. Es eso, pero es más que eso, y requiere mucho más tiempo del que yo pensé. En todo caso nunca digo de esta agua no beberé. Si hubiera nacido diez años más tarde, seguramente yo sería un blogger. No soy asiduo de ninguno, pero en mis búsquedas voy a dar a muchos, y casi siempre encuentro material de lectura y de aprendizaje muy interesantes.

 

Colombia

LFH: ¿Qué planes tienes ahora que estás de vuelta en Medellín?

HAF: He vuelto a mi trabajo como editor; paso a ratos por mi librería y me he hundido otra vez de lleno en la realidad nacional. Colombia es un país tan intenso que no te permite sentir nostalgia de nada. Llegas, y la realidad es tan fuerte que se impone. Pienso seguir viviendo aquí, con salidas esporádicas afuera. Quisiera, antes de morirme, vivir un año en varias ciudades del mundo. Creo que la próxima será Buenos Aires. Pero creo que me voy a morir en Medellín, “y el día esté lejano”. Mis planes son ya los mismos de siempre: leer, escribir, comentar el presente, encontrar las palabras para contar bien las cosas y tratar de no volverme un fanático en ningún sentido.

LFH: Tú hablas del poder cuestionador y contestatario de la literatura en una sociedad cerrada y autoritaria, mientras que, en el otro extremo, en una sociedad abierta y permisiva, estarían los escritores que deben luchar para que sus textos no desaparezcan o sean ignorados o asimilados por una sociedad inmune a todo cuestionamiento. ¿Cómo es escribir en Colombia?

HAF: Hay muchos temas. Y te tienen en cuenta: te leen, te insultan, te amenazan. Es como si la gente confiara todavía en el poder de la palabra, en la influencia del periodismo. Uno se siente protagonista de lo que ocurre, aunque sea una mera ilusión. Colombia es una sociedad semiabierta. No hay censura, no hay prohibiciones por parte del gobierno, pero sí hay un control amenazante de parte de muchos poderes. No tanto en la literatura como en el periodismo, y más si eres de radio o de televisión. No somos un país muy letrado. No nos aburrimos nunca, en mi país, pero yo aspiro a vivir en un país un poco más normal, menos interesante, un poco más aburrido. Debemos aspirar a ser normales, como los matrimonios normales, que son un poco aburridos, pero uno no puede vivir en pasiones, melodramas, amores furtivos permanentes. Qué cansancio.

LFH: Pienso en el escritor Fernando Vallejo: provocador, egocéntrico, conflictivo, pero, en definitiva, un destacado escritor. Se notó su ausencia en la Feria del Libro de Guadalajara (dedicada este año a Colombia). A pesar de haber renunciado a la nacionalidad, no podría menos que considerarse como un escritor colombiano de renombre. ¿Por qué crees que no se lo invitó?

HAF: Creo que lo deberían haber invitado. Él no hubiera ido, pero hoy no tendría un motivo más para quejarse de la maldad y mezquindad de su horrible país. Además él tuvo que recuperar su ciudadanía hace poco. Estuvo en Bogotá haciéndose un transplante de córnea, y en Colombia está prohibido que se donen córneas a los extranjeros. Tuvo que desempolvar la cédula.

LFH: ¿Sigues siendo optimista en cuanto al futuro de Colombia?

HAF: A largo plazo, sí. Digamos que antes de la extinción del universo, antes que se apague el sol, viviremos un período suizo, de próspera tranquilidad. Pero ese tiempo no se cuenta en años sino en siglos. Aunque también creo que el mundo de aquí a cincuenta años no es siquiera imaginable. A lo mejor ni siquiera existan muchos países y haya otro tipo de fronteras. La profesión de profeta es muy ingrata: sólo aciertan unos pocos, y los que aciertan, aciertan por azar.

Esta entrevista fue publicada en mayo de 2008 en la revista El Hablador.