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Poemas

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La ojera de las vanidades

1

Junto mis huesitos
en la hoguera de las vanidades
porque según la abuela Jana
nadie teje con agua del propio río
Nadie cruza él mismo
a nado el fuego
Nadie nada sabe
de las cosas que realmente
pasan en el mundo.
Tengo un esqueletito
que brilla en la noche
y me alumbra
Voy tras él
veré de reunirme con mi espalda
Huesito quemado y ceniza
seré carbón tizne tinta
hilo sin hilar
haré crochet con las memorias
de mi origen.

 

2

Dicen que soy cursi
¿Lo soy? pregunta en el espejo
De la letra deformante
Y se ratonea con Alan Pauls
No soy Nadie
Sylvia tampoco fue Sylvia antes de hacer
Plaff.
Moriré piensa
En la incertidumbre
Como cualquier otra molécula
en las aguas del Mar Muerto.

 

Fotos de familia

1

Papi mataba un cordero
Cada cumpleaños
Los cuereaba y les sacaba despacito
El corazón
Delante de mí
Papi sí que sabía de vacas y caballos
A las vacas
Las miraba a los ojos
Y ellas permanecían impávidas
Pensando, vaya uno a saber qué.
A los caballos
Les acariciaba las patas con
Delicadeza y después,
Les daba una palmadita
Como podrían saludarse los viejos amigos
Papi me decía “nena, no se dice
puta”
Y yo aprendí con inocencia
De cordero
“pu, no... ta, no...”, le decía,
“Puta sí”.

 

2

Mami tampoco era inocente
Le retorcía el cuello
A una gallina
En un santiamén
Con la excusa del puchero
Una vez la vi llorar
Frente al despeñadero
De plumas
A lo mejor era nostalgia
Por las causas perdidas
O tal vez lloraba con lágrimas
Del pato
Que —estoy segura— amaba
A la bataraza en el cadalso.

 

Poesía desgenerada

“Ella va a demostrarles quién es mujer y cómo se es mujer”
(José Donoso, en El lugar sin límites)

La Manuela tiene un tajo
En su costado izquierdo
Igualito al que quisiera
Allí debajo
De su pollera
Te mereces un amor a la altura
De tu vientre
Ay, Manuela,
Te amaría si no fuera
Que amo a un hombre más hombre
Que tu Pancho
Un varón que no vuelve
(Porque, hombre,
se murió sin decirme que moría
de no saber amar, Manuela mía).
Ya ves, también yo tengo un tajo
Una rajadura
Acá en el corazón
Y ahí,
Abajo
Donde nos une no el amor
Sino el espanto
Todo lo que no se dice
y se desboca.

 

La infancia

Iaia se perdía cada tarde entre los malvones del patio de ladrillos, tendiendo la ropa.
Iaia lavaba las camisas, los pantalones, lavaba a mano, sobre la tabla, toda la ropa.
Y mientras lavaba me contaba historias de sus hermanos, y de mi padre, y de los hermanos de mi padre
y de los hijos de los hermanos de mi padre.