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Manifestación progubernamental en Cuba. Foto: EnergíaDe los conflictos entre la literatura y la Revolución cubana

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Como ocurrió en la mayoría de los países comunistas de la Europa Oriental, la literatura cubana también entraría en conflicto con el sistema sociopolítico substratista, con la Revolución, pero con la diferencia de que en este caso lo haría desde los comienzos. En un discurso pronunciado en la Biblioteca Nacional de Cuba en 1961, Fidel Castro se dirigió a los intelectuales cubanos en estos términos: “Con la Revolución todo, contra la Revolución, nada”. La máxima castrista hizo historia pues se trataba realmente del primer intento de la Revolución por someter la creación y el pensamiento intelectual a los rígidos parámetros del régimen.

Las razones de esa relación conflictiva entre los escritores cubanos y la Revolución han sido abordadas por muchos pensadores, pero éstas siguen siendo motivos de especulación. Carlos Alberto Montaner considera que esas razones hay que buscarlas en la personalidad de Fidel Castro, quien desprecia a los escritores por manejar éstos un lenguaje que él desconoce y rechaza: el de la erudición. El Ché Guevara era de la tesis de que la gran mayoría de los escritores cubanos formados con anterioridad a la Revolución no eran verdaderamente revolucionarios. De hecho, la mayoría de ellos habían heredado valores burgueses, asimilados en gran parte de la cultura europea y, en específico, de la literatura francesa, de la española y de la norteamericana. En su libro Los guerrilleros en el poder, K. S. Karol ha hecho un detallado recuento de la relación de conflicto que se desarrolla entre la literatura y el poder en la Cuba castrista, al que remito al lector interesado.1

Sin embargo, creo que las razones de esa relación conflictiva hay que buscarlas más bien en la naturaleza machista de la Revolución. Los escritores cubanos y la Revolución se ubican en las antípodas de un complejo sistema paradigmático sobre la sexualidad. La Revolución fue hecha por machos. Y los machos no leen, y mucho menos escriben. Dedicarse a la literatura, a la cultura, al arte, en un país atravesado por el torbellino de una Revolución machista es socavar esos valores. A los ojos de la camarilla machista en el poder, los escritores mariconizan la Revolución. De ahí el malestar y el desprecio mutuo entre ambas entidades, desprecio que crecería con los años.

Pero esta forma negativa de percibir la cultura en general no nace exactamente con la Revolución. Cuba nunca consideró la cultura (y mucho menos la literatura) como un valor a proteger y fomentar; nunca la respaldó como uno de los pilares de la sociedad; durante siglos ésta no gozó sino de la más rotunda indiferencia oficial. El grupo Orígenes, presidido por José Lezama Lima, nunca contó con el apoyo de la oficialidad, sino más bien con su indiferencia y rechazo. La revista Orígenes, una de las publicaciones literarias más importantes que ha dado Cuba en sus tres o cuatro siglos literarios, fue costeada en su totalidad por José Rodríguez Feo y por el propio Lezama Lima. Los gobiernos republicanos jamás se preocuparon por la suerte de la cultura, de un movimiento literario, de una revista o de una corriente estética. Ni el mejor poema de Cintio Vitier, ni el más atrevido, jamás les habría intranquilizado. La burguesía cubana, con capacidad económica para subvencionar las artes y la cultura en general, fue siempre inculta hasta la médula. Por ello, todo eso que desde la actualidad puede llamársele la cultura cubana no ha sido otra cosa que el esfuerzo individual y desgarrado de un grupo de almas sensibles preocupadas por la cultura. Pero, aunque con anterioridad a 1959 la apatía gubernamental hacia la cultura era rotunda —o tal vez precisamente por ello—, también es cierto que nunca la atacaron. En un país aterradoramente inculto, la literatura carecía de todo peso en la vida nacional.

Pero con la Revolución, las relaciones de la literatura con la oficialidad entran en una tensa situación de conflicto hasta ahora desconocida. De pronto, lo que los escritores podían decir en sus textos empezó a verse como muy importante. La palabra impresa se expurgaba, se revisaba y se releía hasta que un oficial en un ministerio remoto autorizaba o rechazaba su circulación. Algo que nunca se había tomado en serio, ahora lo era. La literatura estrenaba un estatus que nunca había tenido. Su importancia se ratificaba a cada instante con el auge desmedido que adquiría la censura, el amedrentamiento y los posibles encarcelamientos. De esta forma, dentro del fervor revolucionario y en calidad de posible enemigo, la literatura pasa a ser en la Cuba castrista, cuestión de Estado.

Los escritores que durante este convulso período (y desde su posición canónica) lidiaron directamente con la Revolución eran todos de formación prerrevolucionaria. Su plataforma programática, desde donde existían como grupo, era el semanario literario Lunes de Revolución, dirigido por Guillermo Cabrera Infante. Lunes estaba asociado al periódico Revolución, el vocero principal de un régimen que se consolidaba y radicalizaba a pasos agigantados. Entre sus miembros se encontraban Carlos Franqui, Guillermo Cabrera Infante, Virgilio Piñera, Ambrosio Fornet, Heberto Padilla, Antón Arrufat y muchos otros. Todos eran escritores plenamente formados cuando ocurre el triunfo revolucionario de 1959. Y por ser las figuras del momento, fueron ellos las primeras víctimas de una Revolución que vería al escritor como enemigo.

Sin lugar a dudas, Lunes de Revolución y sus integrantes lucharon por abrir nuevos espacios de libertad y por ampliar los conceptos estéticos que la Revolución les quería imponer. Bajo la tutela de Carlos Franqui surgen las Ediciones R, dirigidas por Virgilio Piñera, quien comenzó a publicar la obra de las nuevas promociones de escritores jóvenes que no tenían acceso a otras editoriales.

En ese mismo año de 1961 se convocó al I Congreso de Escritores y Artistas, auspiciado por la Revolución bajo el lema “Defender la Revolución es defender la cultura”.2 Las sesiones terminaban con nutridos aplausos y con la aprobación unánime de todas las cláusulas que la Revolución proponía para el campo de la cultura. En realidad se trataba de un espectáculo de adhesión total a un régimen que no iba a tolerar la libertad de expresión, ni la crítica, ni la creatividad artística, en ninguna de sus formas o manifestaciones hasta ahora conocidas. Pero no se trataba exactamente de la sumisión de la literatura cubana al realismo socialista de corte estaliniano que doblegó y aniquiló la literatura soviética de la época. Creo más bien que la máxima castrista fue una amenaza política, pero no sobre la literatura sino sobre los escritores, de quienes se esperaba una adhesión incondicional a los principios de la Revolución. O el escritor escribía sin perjudicar la obra de la Revolución, sin criticarla, o sería silenciado al precio que fuera necesario. A diferencia del modelo represivo soviético, que afectaba no sólo al escritor sino al texto en sí, la Revolución cubana se preocupaba más por la militancia de los escritores y por lo que éstos dijeran de ella que por los modos, el estilo, en que lo dijeran. Determinadas tendencias estéticas no le iban a quitar el sueño a una Revolución profundamente inculta. Pero un texto que la criticara, no importaba cuán ligeramente, había incurrido, cuando menos, en una provocación política que era preciso castigar.

La primera generación nacida enteramente dentro del marco de la Revolución cubana fue el grupo de poetas conocido por El Puente. El nombre es simbólico, pues marca el puente de transición entre la literatura pre-revolucionaria y la totalmente surgida después del triunfo.

Entre los miembros de El Puente estaban José Mario (su figura central), Isel Rivero, Reinaldo García Ramos, Nancy Morejón, Ana Justina, Mercedes Cortázar y otros. En 1962, Reinaldo Felipe (seudónimo de Reinaldo García Ramos) y Ana María Simo, ambos miembros del grupo, recopilan, editan y publican, bajo el sello de Ediciones El Puente, la antología Novísima poesía cubana, obra que sirvió para exponer el carácter de verdadero movimiento renovador del grupo. En su prólogo, los autores dejan sentado que van a manifestarse con “todo el rigor” de que son capaces en esos momentos. Cito a continuación un pasaje de ese prólogo, el que demuestra el carácter innovador, genuino y desenfadado que caracterizaba a este grupo en sus comienzos:

Queremos impulsar así un movimiento que erradique definitivamente el amiguismo y la mala fe que han llevado la escasa crítica literaria que existe en Cuba al estado inoperante y lamentable en que hoy se encuentra (Novísima 5).

Con estas palabras, y tras la inauguración de la nueva política cultural de la Revolución, anunciada en las “Palabras a los intelectuales” de 1961, los integrantes de El Puente no tardarían en ser considerados como “problemáticos” por la Revolución y por los escritores de la oficialidad. En efecto, El Puente sería rápidamente eliminado del mapa cultural cubano. Su figura principal, el poeta José Mario, fue amenazado y más tarde encarcelado. La atmósfera de persecución y terror provocó la clausura de las ediciones, y poco después la dispersión de este brillante grupo de poetas jóvenes. José Mario abandonó la isla y se estableció en España, país donde falleciera recientemente. De “los novísimos”, sólo Nancy Morejón aceptaría los nuevos parámetros ideológicos y literarios que la Revolución exigía del intelectual cubano. En la actualidad, Nancy Morejón vive y escribe en la Cuba revolucionaria. Pero, en general, con la supresión del grupo El Puente la Revolución aniquilaba a la primera generación literaria nacida con su triunfo.

 

Notas

  1. Karol, K. S. Los guerrilleros en el poder. Tran. Jordi Marfá. Barcelona: Seix Barral, 1972.
  2. Para más información sobre la estética que la Revolución demandaba de los escritores cubanos, consúltese el ensayo de Lisandro Otero “Cuando se abrieron las ventanas de la imaginación”, en el que Otero ofrece los acuerdos y conclusiones del I Congreso de Escritores y Artistas de Cuba (1961). El trabajo se puede encontrar en Internet, en la siguiente dirección: http://www.uneac.com/LaGaceta/2001/Gaceta4/lisandro.htm.