Artículos y reportajes
“Bogotá por Bogotá”, del Fondo de Promoción de la CulturaHistorias bogotanas

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En la reciente Feria del Libro de Bogotá, hubo como cada año muchos acontecimientos, conferencias con prestigiosos escritores, lanzamientos de libros de la más variada estirpe, actividades disímiles, en torno a esa figura sacramental, el libro. Dentro de la diversa programación, un evento pasó desapercibido, pero resultaba muy significativo, pues era la culminación de un proceso de un largo año, por lo cual y para lo cual es necesario hacer algo de memoria.

El Fondo de Promoción de la Cultura, en el marco de la celebración de Bogotá, Capital Mundial del libro 2007, realizó una convocatoria a los bogotanos (sin excluir habitantes de Bogotá venidos de otras tierras, que son a la postre la mayoría), para escoger narraciones dignas de contar, con la condición de que fueran ciertas, no producto de la imaginación, pues no se trataba de un concurso de ficción literaria. En ese orden de ideas y desorden de sensaciones, el Fondo recibió cientos de historias. Un jurado conformado por Andrea Echeverri Jaramillo, Juan Luis Isaza Londoño y Ricardo Silva Romero, se dieron a la tarea de seleccionar dentro de tantas verdades expuestas, los textos reales que tuvieran el encanto de las mentiras bien contadas. Al final salieron un poco más de ochenta historias que serían publicadas en un libro, financiado por el Fondo.

Historias de las cuales recibimos noticias en un blog especial creado en El Tiempo.com, y que finalmente trascendieron a la radio en un experimento de integración entre emisoras de radio de Colombia y el Reino Unido, gracias a la difusión del programa “Vasos Comunicantes” de la emisora de la Universidad Nacional de Colombia y el British Council.

Transcurrieron varios meses y se notaba la impaciencia y ansiedad de los autores de aquella obra colectiva, a través de un grupo espontáneo que se formó en la dimensión cibernética, tejida por los correos electrónicos. De alguna manera, en los mensajes que se enviaban por Internet aparecían algunos de aquellos valores y antivalores que integraron la antología. Para tranquilidad de unos y emoción contenida de otros, el Fondo informó sobre el lanzamiento del libro en plena Feria, los autores nos encontraríamos finalmente (no había comentado que el suscrito servidor fue uno de los escritores seleccionados). En mi caso, al llegar al recinto ferial, me confundí de salón y durante media hora disfruté de un coctel ajeno, pues alguien más despistado que yo me aseguró que el evento del Fondo seguiría después de finalizado el que estaba transcurriendo en aquel sitio, pero no entro en detalles, porque eso daría para una nueva historia.

Luego de retomar el camino correcto e ingresar al salón en que se desarrollaba la sencilla ceremonia, experimenté una fuerte emoción al ver, palpar y comenzar a leer el libro que retoma estas historias, Bogotá por Bogotá. La verdad y solamente la verdad. De igual forma, compartir con los demás autores, así como con los jurados y responsables de tan original idea, generó un sentimiento muy especial. Sin saber sabiendo, allí estaban diversas historias bogotanas encarnadas en el cuerpo de autoras y autores. Estábamos todas las historias, unas dulces, otras duras, unas tristes, otras cómicas, algunas nos saludamos con un buenas noches, al menos con un levantar repentino de cejas. Esa noche Bogotá se reencontraba en toda su plenitud, sus palabras se daban cita para estrechar sus múltiples manos. El acto terminó rápidamente sin estridencias, cada historia salió con el orgullo un poco más alimentado, gracias al cariño de otras historias. En mi caso, salí sonriente, abrazado con la historia amada.

Después vendría la lectura del libro. Resulta un ejercicio saludable leer los textos de personas nacidas entre las décadas del treinta y del ochenta, cincuenta años que separan, unen, confluyen en la misma edición, algunos con experiencia en el ejercicio de la escritura, otros para quienes su historia es la primera en ser editada, protagonistas y espectadores de una ciudad que se escribe en la memoria de sus habitantes. Mujeres y hombres que transformaron en palabras, una anécdota, una vivencia, algo que marcó tan profundamente sus vidas, el hito que le ganó la batalla a la amnesia progresiva.

Al final, queda la sensación que se trata de un múltiple homenaje a la ciudad-madre que nos vio nacer, que nos crió, que nos ha dado estudio y trabajo. A la que tanto criticamos, de la que nos vamos pero a la cual siempre volvemos. Nuestro puerto particular, Bogotá por Bogotá. La verdad y solamente la verdad. Lo juro.

 

La entrevista de trabajo

El 19 de junio de 1990 nos llegó a los colombianos una alegría redonda desde Milán, lejana ciudad italiana, durante el mundial de fútbol que se celebraba en ese país. En el minuto noventa del partido entre Alemania y Colombia, Freddy Rincón marcó el gol de su vida, el gol más alegre de la historia del fútbol colombiano y uno de los mejor elaborados en mundial alguno. Era época de vacaciones de mitad de año en los centros educativos, yo estudiaba en la Universidad Nacional y buscaba aprovechar el descanso para lograr un ingreso extra, había encontrado en el periódico un aviso interesante, el cual prometía un buen empleo a un joven inteligente, elegante, con actitud positiva, potencial comercial y deseos de obtener un sueldo acorde con tales cualidades. Luego de llamar por teléfono, la empresa programó la entrevista a las tres de la tarde de ese 19 de junio, debía llegar con traje formal, vestido de paño y corbata.

Al finalizar el partido, Colombia era un solo monólogo, un grito de gol anidado en millones de gargantas, que luego se vistió de alegría y desenfreno en ciudades y pueblos. Aunque yo compartía la alegría, el carnaval espontáneo en las calles atentaba contra mi propósito de llegar impoluto a la entrevista de trabajo. El agua y la maizena cayeron de los cielos, subieron desde los suelos, se mezclaron en el aire, formando una alegre neblina, una lluvia risueña. Me asomé con cuidado en las esquinas hasta que divisé el autobús que me sacaría del barrio y el cual me llevaría a la dirección de la empresa, pude sentarme y alcancé a cerrar a tiempo la ventana, mientras una bolsa de agua se estrellaba contra el vidrio, algunos de los pasajeros del autobús no habían tenido tanta suerte, pero aceptaban con resignación estar mojados o cubiertos de la harina blanca. El automotor logró evadir las peligrosas bombas húmedas, burló a los terroristas de la maizena, cruzó de sur a norte una Bogotá cubierta de banderas de Colombia, con el Himno Nacional sonando de fondo, las voces desgarradas de locutores deportivos, inventando metáforas y exagerados retruécanos. En medio del ambiente festivo, pude llegar al edificio.

Al ingresar a la portería, un vigilante que seguía con la mueca de la victoria petrificada en su rostro, me contestó que la oficina de bolsa de empleos (yo ignoraba que fuera una intermediaria, pensaba en una empresa directa), había cerrado esa tarde por el logro de la selección. ¡Era día patriótico y a nadie se le ocurriría trabajar durante esa fecha, de nuestra gloria inmortal!