Entrevistas
Antoinio Orlando RodríguezAntonio Orlando Rodríguez
“Una historia realista es como una ensalada sin aderezo”

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Una biografía ficticia que aborda las andanzas, los éxitos y los fracasos de un personaje real —Espiridiona Cenda, una liliputiense (se elevaba del suelo apenas veintiséis pulgadas) cubana, llegada a Nueva York en las postrimerías del siglo XIX, ávida de triunfar en el mundo del espectáculo— le valió a Antonio Orlando Rodríguez el Premio Alfaguara de novela 2008.

Chiquita fue el apelativo artístico de la protagonista y es el título de una obra —a decir del acta del jurado presidido por el nicaragüense Sergio Ramírez— “a la vez elegante y llena de vida, con una notable gracia narrativa y una imaginación sin descanso”.

Luego de casi un siglo de ausencia, Chiquita transita nuevamente por Nueva York de la mano del autor nacido en Ciego de Ávila, Cuba, en 1956, quien con motivo de la presentación de la novela en sociedad refirió que la primera noticia del personaje le llegó el año 2002.

“Fue a través de un correo electrónico de una amiga que sabe de mi gusto por los personajes excéntricos, curiosos. Hasta entonces no tenía la menor idea de la existencia de una famosa liliputiense cubana”, comenta.

Tras una mínima investigación el también autor de Aprendices de Brujo cayó en la cuenta de que en sus manos había caído un personaje fascinante. “No sólo por su singularidad física, sino que para que esa mujer lograra lo que logró tuvo que tener todo un temperamento. El personaje me cautivó, pero lo que me impulsó a hacer una novela fue la época que había vivido y los triunfos que alcanzó”.

Rodríguez comenta que como consecuencia de ese hallazgo le sobrevino una crisis de pánico pues se le ocurría imposible que otro autor no hubiera descubierto antes a Chiquita. “Me puse a investigar ya no sobre Chiquita sino qué libros se había escrito sobre ella; quedé aliviado cuando descubrí que era un personaje virgen... para la literatura. Yo tenía la potestad de convertirla en un personaje literario”, apunta.

La escritura del libro le llevó cinco años, el primero de los cuales estuvo dedicado a investigación. “Claro que algunas veces detenía la escritura para investigar sobre un personaje. Sobre Nellie Bly, por ejemplo, la reportera de Pulitzer, escribí un capítulo completo que luego tuve que quitar”, relata.

A ese respecto confiesa que le cuesta mucho ser selectivo y se define más bien como un escritor intuitivo quien, a diferencia de otros autores, no confecciona una previa estructura detallada de la obra.

“Yo voy dando tumbos y descubriendo personajes y anécdotas. Si fuera uno de esos escritores —a quienes envidio mucho— que hacen una estructura, quizás no me hubiera demorado cinco años sino dos. Yo voy descubriendo personajes, me fascino con ellos, leo sobre ellos como si fueran a ser los protagonistas de la novela, y al final quedan reducidos a dos páginas o a dos párrafos”, afirma.

Otro ejemplo, a modo de ilustración: “En una de las escenas de París, Chiquita habla por teléfono, así que yo reviso si había teléfonos en París en aquella época; ¿cuántos?, ¿la Bella Otero podía tener uno en su casa?”.

Esa inquietud le demandó dos días de investigación hasta que descubrió que en aquel momento en París había un directorio telefónico con cien números inscritos, uno de los cuales podía corresponder a la Bella Otero.

 

“Chiquita”, de Antonio Orlando RodríguezLos sueños y lo inverosímil como parte de la realidad

Antonio Orlando Rodríguez afirma que en su visión —tanto de la narrativa como de la vida— lo fantástico, los sueños, lo inverosímil no son añadidos de la realidad sino que forman parte de la misma.

“No concibo una historia realista. A veces he intentado construirla, pero la fantasía, el absurdo y el humor negro se introducen en la historia sin que yo me lo proponga”, afirma. “Sé que existen grandes novelas realistas, y soy capaz de admirarlas, pero para mí —como creador— una historia realista es como una ensalada sin aderezo. Para mí el aderezo es lo sobrenatural, lo onírico, lo fantástico”.

Según explica, lo real está presente en su obra, “pero visto a través de una lupa, la de la fantasía, que permite percibir grietas, matices y texturas. Vista (la realidad) sin esa lupa todo sería más chato, más plano. La fantasía permite apropiársela de una manera mucho más rica y que impacta más sobre el lector”, anota.

Autor de varias obras para niños —Mi bicicleta es un hada y otros secretos por el estilo y La maravillosa cámara de Lai-Lai, entre otras—, no se ha quedado corto a la hora de incluir una gallina que pone huevos de oro en Chiquita, una novela no precisamente dirigida a los infantes.

Y ¿no es demasiado? A su juicio, la literatura para adultos necesita ese demasiado; sacudir al lector, volverlo a lo que aceptaba cuando leía libros para niños y que de adulto cuesta tanto trabajo.

“Si en un libro hay una gallina que pone huevos de oro y otra que pone simplemente huevos, ambas son ficticias, son representaciones de una gallina, ninguna es de verdad. Se trata de literatura”, concluye.

Antonio Orlando Rodríguez cita a El Maestro y Margarita, del ruso Mijail Bulgakov, como su “libro de cabecera” pero además proclama sus afectos por la obra del cubano Virgilio Piñera (“para mí es muy importante su literatura... dejó una huella muy fuerte en mis años de formación como escritor”).

De Jane Austen afirma que “fue la escritora de quien aprendí lo importante de mantener la tensión del lector una página detrás de otra”) y cataloga al argentino Manuel Mujica Lainez como “un maestro, uno de mis ídolos, de quien más he aprendido con novelas como Bomarzo o El Unicornio”.

Si se trata de establecer un paralelo entre su trabajo literario y el de algunos autores cubanos, ya disímiles entre sí, el autor de Chiquita tiene claras las diferencias: “Miguel Barnet me parece un escritor muy importante en la literatura cubana sobre todo por lo que aportó al desarrollo de la novela-testimonio”, acota.

Precisamente Barnet, en su novela Canción de Rachel, recrea la vida de una vedette y el universo del vodevil en la Cuba de los años 1920.

“De alguna manera tangencial, puede haber algunos puntos de contacto con este libro (Chiquita), pero creo que técnicamente nuestros enfoques son bien diferentes”, sostiene, y precisa que Barnet construyó al personaje principal como “la suma de muchas vedettes de la época e hizo una investigación histórica”.

En cuanto a Pedro Juan Gutiérrez, autor de libros como Trilogía sucia de La Habana, deslinda con firmeza: “No es un autor que yo sienta afín; representa a una corriente literaria respetable pero en las antípodas de mi literatura”.

 

Cuba en su esplendor

El escritor incide en que Gutiérrez “se regodea en el lado más crudo, soez y feo de la realidad cubana y —para mí— la realidad cubana de hoy es lo suficientemente cruda, fea y soez como para magnificarlas. Me interesa volver al pasado y rescatar una Cuba en su esplendor, una Cuba de la que Dulce María Loynaz dijo que había sido como un París en miniatura, una pequeña Viena”.

Y llega el instante casi inevitable en que al escritor se le pide una opinión acerca del hoy en Cuba, o se le interroga, cuál oráculo, acerca del mañana en la isla, entonces responde: “Quisiera tener una bola de cristal. No lo tengo claro, pero no creo que esté pasando mucho y no veo —mi apreciación no es de un politólogo— que vaya a pasar algo de inmediato”.

Observa que en los puestos directivos, “las personas que podrían propiciar cambios son los mismos desde hace cincuenta años. Ojalá me equivoque; me encantaría que pasaran cosas, que hubiera cambio, que Cuba se abriera al mundo y el mundo se enriqueciera”.

En todo caso, el escritor asegura que no vive pendiente de las noticias de Cuba, “lo cual es un milagro viviendo en Miami”. Para el autor, “Cuba forma parte del mundo, pero no es el mundo. No soy un cubano profesional”, puntualiza.