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Sumando sendas
Homenaje a mi Maestro de siempre

Como suma el amor su savia pura,
Desde el eje inicial de su existencia,
Como suma el río, mar y horizonte,
Así mis pasos quieren sumar sendas.

Miguel Ramón Utrera

Mi oración se confiesa
En su rincón de verdades desnudas,
Añorando un rumbo claro e infinito,
Más allá de estas piedras que me escuchan.
Sonad la diana de mis claros días,
Sumad al aire mi esperanza oculta;
Como suman los lirios, blanca historia,
Donde mis sueños a Tu amor se suman,
Como suman las alas, mariposas,
Como suma el amor su savia pura.

Se calienta en los techos
El lenguaje que fragua horas eternas.
Sudor y polvo vestidos de arcilla,
Van sobre el torno transmutado en tierra:
Y desnudos de historias peregrinas,
Agonizan los sueños que me quedan.
Decidle al Alfarero universal
Que se agrieta mi sed de beber sendas,
Que ha añorado más agua esta vasija
Desde el eje inicial de su existencia.

Decidle que hay caminos
Que agonizan de sueños y de norte,
Que constelo mis versos fugitivos
Sobre el cielo estrellado de Sus noches.
Por cada estrella fugaz, una muere,
Dejando un simple adiós de mil colores:
Cada uno de mis sueños se rebela
A morir, desmayado de ilusiones,
Y quisieran sumar vuelo y quimera,
Como suma el río, mar y horizonte.

Hasta el último canto
De su voz desafiante, se rebela,
Y en la aldea, el eco fiel a mis preguntas
Que atento adivinaba las respuestas,
Ni siquiera me responde como antes:
Sólo calla y me mira con tristeza.
¿Qué detiene mi barco en este puerto,
Si he añorado arribar a nuevas tierras?
Sumando sol y presentidos mares:
Así mis pasos quieren sumar sendas.

 

Las dos abuelas

Sus cabellos de plata reflejaban,
Sobre el negro manantial de tus ojos,
Su desmedido amor, mientras jugabas:
Mas su amor no alcanzaba para todos.

Te brindó su amor en la leche tibia
Que insinuaba el calor de sus abrazos,
Y blanqueaba en la taza de sus días,
Con la espuma infantil de tus encantos.

El corredor definía sus pasos,
Cuando la tarde quedaba en silencio;
Y en la blanca pared, su itinerario
Siempre llegaba al corazón de un nieto.

En la esquina del patio estaba yo,
Con mirada de búsqueda infinita;
¿Por qué esta linda nieta la encontró,
Y yo no la encontraba todavía?

¿Donde consiguió el mapa de sus besos?
¿Por qué se niega a compartir su amor?
Para la nieta que aguarda en silencio,
No hay mil abrazos, ni besos de sol.

Sólo migajas de amor prohibido
Daba su mano desde la ventana:
Y como maná al corazón de un niño,
Su amor comprometido me salvaba.

En un descuido de su corazón
Se dibujó un “te quiero” clandestino,
Y de su mano, mi mano alcanzó
La hoja de maíz que había tejido.

Me apresuré a pedirle mil detalles,
Y tejí en un segundo el Universo
Con la mágica fibra del instante
En que mi abuela me brindó un “te quiero”.

De repente buscaba arrepentida,
Ese alguien que pudiera haberla visto
Salpicando mi corazón de niña
Con gotitas de amor desprevenido.

Tus historias descubren el amor
Guardado en el baúl de las abuelas:
yo celebro el tesoro que te dio
Y comparto, por ti, sus horas buenas.

Mas hoy, nuestra memoria las encuentra,
Con su dulce mirada en el espejo;
No eran dos, tan sólo una, nuestra abuela:
única fuente de todos sus besos.

Llegó el vuelo final para sus alas,
Era uno el viaje, y mil las despedidas:
Me dejó un solo adiós en la ventana
Con su efímero “Dios me la bendiga”.

En un grito de amor quise decirle,
Que los sueños de infancia no se olvidan,
Que su breve descuido aún se escribe
Entre los claros versos de mis días.

Que era uno el corazón, y una la esencia,
Desbordando su amor por las heridas,
Con la savia de Dios que se confiesa
Cuando sabemos amar sin medida.

Sé que mi abuela me espera en el cielo,
Con el abrazo que tanto anhelaba,
Y en hojas de maíz, tejidos nuevos,
Y un amor infinito en su ventana.

 

Nuestra cena con un ángel

Encontré anclado en el tiempo
Un atardecer lejano,
Con su capitán Juangriego
A quien sorprendí pescando.

Una cena junto al mar;
Los niños iban brillando,
Con pinceladas de sal
Que el Caribe había pintado.

De repente una figura
De muy menuda presencia,
Nos pedía con dulzura
Las sobras de nuestra mesa.

Se detuvo aquella escena,
Con su sol anaranjado,
Con sus barquitos de perla
Y sus recuerdos anclados.

Todos lo reconocimos:
Un ángel había llegado,
Tenía vergüenza al pedirnos,
Mas él era el gran regalo.

Nos dijo, yo no hago ruido,
Comeré abajo en la acera,
Y masticaré escondido
Para que ustedes no vean.

Mas cómo darle las sobras
De nuestra miseria humana,
Si hemos anclado sus horas
A tan injusta batalla.

Con lágrimas en los ojos
Lo invitamos a la mesa;
Fuimos testigos de un rostro
Al que todos se asemejan.

Él tenía nueve anos,
Mi hijo cedió su cena.
Él se llamaba Gerardo:
El de las alas de seda.

Comió todo frente a él,
Como saciando su sueño,
Y algún día llegar a ser
Un pescador de Juangriego.

Su padre vendía zapatos
En una tienda del pueblo,
Pero decía que pescando
Se aseguraba el sustento.

Ni por su ojito derecho
Entraba el atardecer,
Él decía que estaba ciego,
Mas ese es su parecer.

Si nos negamos a ver
El hambre de sus caminos,
El ciego de proceder
Es culpable de su olvido.

Estamos ciegos de alma,
Reyes de un reino vacío.
Nos ve con alma descalza
Este angelito perdido.

No te olvidaré, Gerardo,
Pues te has quedado por dentro,
Ya no en un puerto lejano,
Sino en ardiente recuerdo.

Su llama forjará sueños,
Y esa anhelada respuesta,
Que dibuja el frágil vuelo
De tus alitas de seda.

 

Alitas de seda

Vuelo etéreo que vislumbra
Un cielo azul de justicia,
Sin tanta nube que cubra
El sol que hay en tu sonrisa.

Tus huellas siguen buscando
Caminitos de esperanza,
Donde anochezca tu llanto
Sobre el pozo de la nada.

Pues vamos sobre la marcha
Ondeando nuestra bandera,
Mas sus colores no alcanzan
A desmentir tu tristeza.

Suficiente es para mí,
Que al ritmo de tu silencio,
No te permita decir
Que has pagado un alto precio:

Por mi triunfo sobre el mundo,
Y mi logro material,
He acortado tu futuro
Sin dejarte preguntar:

¿Hacia dónde van tus pasos
Caminante de mis días,
Que incendias mil pies descalzos
Para que nadie te siga?

Yo quiero seguir tu rumbo
Tras mi derecho a vivir;
Entre hambre y ruido no escucho
Lo que tratas de decir.

¿Que lamentas mi tragedia
Y deseas mi buena suerte,
Aunque perturbe la cena
Que sólo tú te mereces?

Pero me han dicho en el cielo
Que pertenezco a esta tierra,
Mas que le espera arduo vuelo
A mis alitas de seda.

Soy ciudadano del mundo,
¿Por qué olvidas mi tristeza?
Si cuando tu hablas yo escucho
¿Por qué no escuchas mi pena?

Prometiste no olvidarme
Con el sol atardecido,
Que preludiaba tu viaje
Sobre mi sueño infinito.

¿Podrás abrir un espacio
En el estante de libros,
Para recordar los pasos
Que cruzaron mi camino?

¿O incendiarás otro invierno
Y abrigarás a algún niño,
Que te pida un buen sendero
Para sus pasos perdidos?

¿Reconocerás mi cara
En algún puerto lejano,
Y harán eco mis palabras
Cuando te pidan sus manos?

 

Mientras muero de frío

Mis manos temblaban ya,
Contra el frío del recuerdo,
Entre versos que al azar,
Deletreaban el silencio.

Mas hoy ya no hablo de tardes
Cuando los fuegos de otoño,
Con el riesgo de quemarme
Solían incendiarlo todo.

Estoy muriendo de frío
Bajo esta lluvia de ausencia,
Y la brisa que respiro
Sólo prolonga mi pena.

El abrigo de mis días
Refugia en calor y tiempo,
Cada gota que desliza
Sobre la piel del recuerdo.

¿Mas cómo encender de olvido
Estas horas ya sin prisa,
Donde esperar es prohibido
Para mi espera infinita?

Aguardo en cada mañana,
Tímido sol de promesas,
Para este frío que no acaba
Aunque me queme tu ausencia.

 

Cielo infantil

Tras los cuentos de una nube,
Corrí hasta alcanzar mi infancia.
La esperanza prisionera,
En su jaula me cantaba.

Desmontándose al ocaso
Iba un barco de piratas,
O un carrusel que escapaba
A girar sobre mi almohada.

Mil carrozas en el cielo
No alcanzaban a papá,
Que sonreía en silencio
Queriéndolas encontrar.

Mira lejos, hacia el norte
Junto a mis sueños de luz,
Como a tres cuadras de nube,
Desde donde sueñas tú.

Cuidado con mis tres cisnes
Con sus alas extendidas,
Desean llegar al Danubio
Si los ayuda la brisa.

Hay jirafas suspendidas
Con lazo blanco y azul,
Y un pedacito de cielo
Que no se define aún.

Tiene cola de delfín
Que saltó en ola viajera,
¿Cuándo saldrá a respirar
Para que todos lo vean?

Mi hermana asegura un oso
Detrás de aquella palmera,
Y con brújula de infancia
Hasta una aguja se encuentra.

Cómo azuleaban los sueños
Desde mi cielo infantil,
Mágica historia de nubes
Con personajes sin fin.

 

Extrañando a Huáscar

Andan esos fieles libros
en busca de un buen lector,
Quien aprese sus verdades
Y dé norte a su canción.

En ese canto de vida
que lleva ritmo y dolor,
Que es verdad atardecida
Para quien ya lo bailó.

Allí te encuentro en silencio
Hablando ríos de tristeza
Sin llovizna de palabras:
Con sol ardiente de penas.

Pero me miras en sueños,
Y me abrazas con verdades;
Como quien sopla en el viento
Burbujas de realidades.

Suben, bajan y revientan
Como metas no alcanzadas,
Como aquellas despedidas
Que no fueron avisadas.

Se acelera el Corazón
Con carrera de esperanza,
Con velocidad de sueños
Que nunca suman distancia.

Todo pasa frente a mí,
Como desfile de fiesta,
Aunque mis pies desesperan
Por bailar lo que celebran.

Allá afuera hay gente alegre:
¿Cuál libro se habrán leído?
Hay tristeza y despedida
En cada Rincón del mío.