Letras
Espalda e idioma de perro

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I

Dormidos, ¿soñamos?, replegados a una existencia de larvas, despertamos. Entonces, aullido de lobo sin el lobo, metamorfosis de algo antiguo y ya extinto. Es preciso comprender, sí, pero el ramo de rosas no sobrevive ni un día en el vaso y Orfeo es presa fácil de las llamas. Si fuese aire lo que llena los pulmones y espíritu perdido lo que corre por el laberinto. Si fuese una frente lo que pernocta entre rocas lunares y lluvia lo que cae sobre la glorieta. Pero, ¿lo es? Esto, me dice y se señala el vientre. Lo acaricio. Pero no hay mundo todavía, aún no hay océano, la tierra es caos y confusión y oscuridad por encima del abismo. Sólo su voz aletea por encima de las aguas.

 

II

Que todo esto sea leído a través de una fisura, un relámpago de desnudez. Que sea leído con un temblor de pez en la superficie. Antes del cielo de plomo y la tierra sin reflejo alguno. Antes del sonido de la última campana en el páramo. Antes, incluso, del animal que husmea mientras el agua se aleja tanto de la tierra que se vuelve extranjera. Que sea leído sin medidas ni estaciones ni categorías. Esto que no soy yo ni jamás podrá serlo. Parturienta que grita hacia lo remoto y pare una criatura toda espalda y con idioma de perro.

 

III

Los muslos fríos y la mujer remota. De eso salió el hijo, largos brazos blancos surcados por venas oscuras. Tan desligado de la tierra como del cielo, siempre a un paso de convertirse en mero eco, en mera sombra. Inmóvil bajo soles muertos, como un animal que mira y aúlla hacia los nidos vacíos. Antes que el tiempo lo pudra será el padre.

 

IV

(A Egon Schiele)

Arden y luego son oscuros. Pero ahora arden. Arden y en el rápido quemarse de la carne encuentran deleite y contestación. No necesitan justificarse porque así, de ese modo, debe ser. Se ofrecen el uno al otro vestidos con camisas cortas que dejan ver los sexos. Yemas de dedos, lenguas, palmas de las manos, labios. Envueltos por una luz naranja, naranja rojizo, marrón rojizo, se abrazan y abrazados se retuercen, se yerguen, se arquean, se contorsionan. Serán oscuros, se dijo antes, pero ahora arden y al arder encuentran deleite y contestación.

 

V

Finge. Disimula. Encubre. Pero se quema si pone la mano en la llama y pregunta cuando duda. Siente frío en el invierno y no encuentra máscara capaz de cubrirle el rostro. Habla, como todos, un idioma chirriante y sumergido. Aparenta. Oculta. Engaña. Pero a la última ropa que cae está desnudo. La luz le revela pies y manos anchos y alargados. Y no queda tiempo, las lágrimas pierden rápido el sabor a sal y la última mujer con su pelo trágico, su olor y su vestido rojo sube por fin al tren y se aleja.