Letras
Yo no soy Torquemada

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1

La Niña zarpó de madrugada rumbo a España.

La noche me encontró en el corazón de la selva, deslumbrado por la desnudez edénica de Ymeray y anegada mi voluntad por las abundantes libaciones de zumo de maíz que enardecían mi sexo.

Por la mañana, desde lo alto de la colina acompañé con la mirada las siluetas de las tres carabelas y sólo cuando se perdieron en la infinitud del horizonte me sentí tranquilo. Inspiré profundamente llevando a mis pulmones ese aire nuevo, cargado de libertad. Comenzaba una nueva vida.

Mis hijos son hombres altos y fuertes, como era yo cuando poseí a Ymeray. La tomé como conquistador, pero ella me conquistó. Descubrimos juntos el amor. La llamaba Eva en mi corazón, como la primera mujer, recordando el relato del viejo libro que poseía mi padre.

Padre me enseñó que al decir nuestro libro estaba significando que no era sólo mío y suyo, sino que pertenecía a nuestros antepasados y a las generaciones futuras. Él lo llevaba siempre consigo, adosado a la espalda, pero cuando debía trabajar a torso descubierto, me lo confiaba haciéndome prometer que no lo perdería de vista ni un solo instante.

Yo no lo podía leer porque las páginas estaban escritas con unos signos retorcidos como las lianas de la selva, pero él sabía descifrarlos y no dejaba de llenarme de estupor su capacidad de convertir en palabras esas letras extrañas. No vivió lo suficiente para enseñarme a leer, sólo aprendí a dibujar la letra inicial del Gran Relato, que era de mayor tamaño que las otras y que fue la que grabé sobre la piedra de su tumba para diferenciarla de las demás.

 

2

Pronto descubrí que no había sido el único en desertar. Muchos se habían escondido en la espesura de la selva, como yo, para no volver a España con el capitán Pinzón.

Gracias a Ymeray me integré rápidamente a la vida de los nativos. Ella fue mi mujer ante los ojos de todos, la amé con toda mi juventud pero murió poco después del segundo parto y tras ella, muchas mujeres trataron en vano de calmar mi dolor.

Guardé el libro de mi pueblo dentro del hueco de un árbol imponente, bien cubierto con abundantes barbas y hojas de maíz para protegerlo de la humedad. En las noches de luna, el árbol resplandece en el centro de un aura luminosa .

Muchos huracanes más tarde, cuando ya era el jefe de la tribu y padre de innumerables hijos, hice construir una alta empalizada alrededor del árbol, ordenando que nadie se acercara ni probara sus frutos. De los otros podían saciarse.

 

3

Cuando me embarqué en La Niña en el puerto de Palos, era el más joven de la tripulación. Tenía diez y siete años. Mi padre me ocultó durante tres días dentro de una barcaza del puente; temía que en la selección me dejaran en tierra a causa de mi edad. Sólo cuando los vientos de alta mar henchían las velas de la carabela, dejó que me mezclara con la dotación.

Mientras estuve escondido, me traía comida y agua, me narraba los cuentos del Libro para calmar mi ansiedad y me identifiqué con el relato de un hombre que estuvo encerrado en el vientre de una ballena.

Viajábamos con el fin de encontrar una nueva ruta para llegar a las Indias. No teníamos otra alternativa, quedarnos en España era tan arriesgado como afrontar la aventurosa travesía. La tripulación estaba formada en la mayoría por un manojo de hombres turbulentos, liberados de la cárcel para realizar a bordo las tareas más agobiadoras. Otros viajaban, como mi padre y yo, que no habíamos robado ni asesinado, para escapar de la Inquisición.

Torquemada era el hombre que firmaba las sentencias de muerte por herejía; su nefando cometido estaba escrito en su nombre.

Confiábamos en que el viaje a las Indias nos alejaría del alcance de su mano de fuego. La Niña fue nuestra esperanza.

Nos habían impuesto el apodo de Niños para diferenciarnos de los otros; los Pinto y los Santa María que eran los que viajaban con el Almirante Colón.

 

4

Cuando pisé el nuevo suelo, mi piel se había tornado de color canela, los cabellos dorados me llegaban a los hombros y largos músculos recorrían vibrantes mi cuerpo atlético.

El capitán Pinzón bautizó a la isla Santa Caridad de los Vientos, a causa de los días calurosos y húmedos y las noches ventiladas y frescas.

Los indígenas me respetaban y temían, a causa de mis ojos. Según una de sus leyendas los ojos azules ven más allá de las cosas y al mirar, descubren pensamientos y secretos. Mis hijos e hijas que los han heredado son muy hermosos; mulatos de ojos claros.

Siempre traté de otorgarle a mi mirada esa intensidad que requiere el mito, pero sé que soy sólo un ser afortunado por saber que poseo en mi interior ese soplo divino que recibí del que no se debe nombrar.

Les revelé a mis primogénitos lo que contiene en su corazón el árbol recintado y ellos harán lo mismo con sus hijos. Los indígenas no se acercan al árbol porque son profundamente obedientes y supersticiosos y también porque saben que de hacerlo, el castigo sería terrible.

Sólo eso les impuse. Yo no soy Torquemada.

Estoy orgulloso por haber respetado las creencias de esta gente pacífica sobre la cual gobierno. Respeto sus ofrendas de frutos, flores y primicias, sus hechiceros, sus comidas, sus ceremonias, sus ritos y leyendas (tan semejantes a algunas de las nuestras), no me pareció justo cambiar sus creencias ni derribar sus ídolos para imponerles mi dios, el Único.

 

1584

Fragmento de la crónica de Fray Terencio Loyola Figueras que se encuentra en el Archivo General de Indias junto con todas las relaciones religiosas sobre las misiones de Nueva España. El documento que fue recopilado en 1785 muestra el deterioro causado por la gran inundación de Córdoba en 1760.

.......................y en...............y ........ con las ......directivas.........

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.............y  en...Misión de la isla Caridad de los Vientos, año del señor 1584................se cuentan por miles los ...................que se han ..........la fe........pueblo de....... desconocedores del signo de la cruz.

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La Misión cuenta con una ......... de madera............que fue construida a la entrada de la aldea................ los indígenas colaboraron en la construcción ...................orden ... podar un bosque .........una leyenda......... los nativos defendieron un árbol con sus cuerpos... ..... no enardecerlos, no lo talamos ........ fue un bien............ ese árbol milenario proyecta su sombra sobre la iglesia.......

Nota de la autora: los hechos narrados no siempre coinciden con la verdad histórica.