No conoció los restaurantes que ofrecen “comida internacional”, ni habló jamás de viajes a Europa, ni siquiera de ir a Cartagena, Santa Marta o San Andrés. Sus ojos quedaron sin mirar la inmensidad del mar ni rozar con su piel el azulado y cristalino líquido de ese prodigio de agua. Probó las delicias de la arepa de Ubaque y Cáqueza y su fritanga famosa, lo mismo que los proverbiales huesos de marrano de donde Martha en Soacha, o los desayunos con changua o caldo de papa y carne en el Barrio Restrepo, cerca de casa en el Quiroga. De mis años de niño recuerdo los “piquetes” que cargábamos en canastos y ollas para llegar a pie a “La Chorrera” en las afueras de Villagómez cerca de Pacho.
Yo sí tuve la fortuna de ir a conocer el mar en 1970. Mis ojos casi naufragan cuando por la ventana del avión se querían salir para mirarlo bien. El mar no es como lo veía pintado en un libro o en un “retrato” colgado en una pared. El mar es un monstruo hermoso, vivo, danzante, coronada su cabeza de mirtos de espuma y lleno de manchas negras y verdes como un toro miura de lidia. Ruge como el león y encrespa su lomo como para quitarse ese mundo azul que se le monta encima. Es como una madre de ubres con agua que da alimento a caballitos, peces grandes y chicos, a ballenas y delfines, a estrellas y mantarrayas. De día cabalga y lucha con vientos y enemigos humanos. De noche busca la playa o una ensenada amiga que dé reposo a sus flancos y a sus fauces siempre abiertas.
Sí. Mi padre no conoció ese bello mar. Sí conoció los ríos. ¡Oh, ríos! ¿A dónde os habéis ido? ¿Por qué en muladar os habéis convertido? ¿Quién os robó los musgos y arboledas que te escoltaban antaño? ¡Oh mar! En dónde se perdió tu blancura y verde lozanía? ¿Quién te quitó la guirnalda, quién contaminó tus aguas, quién puso a sangrar tu lomo y quién te ha llevado casi inerte a una arena hedionda a dormir en noches sin luna?
Mi padre no era un poeta, ni un planificador, ni llegó a alcalde de pueblo. No conoció el mar. No era un analfabeta y seguramente cantó y bailó canciones al mar. Vivió en la sierra y el campo, viajó en bus y lomo de caballo, bañó su cuerpo en los ríos, bebió del agua del arroyo sin miedo a las amebas. Se fue del mundo con su mundo porque, si volviera, otro mundo encontraría. Río Negro ya sería río seco y Playa Blanca ya sería playa muerta, llena de escombros y algas ocres, de petróleo y desechos químicos, nauseabunda y solitaria. ¿Quién os defiende? Porque sois otros niños grandes expósitos. De seguro no vendrá Bienestar Familiar a examinar vuestro oscuro ADN.