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Octavio PazOctavio Paz
Las ráfagas de una violenta historia de guerra

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Para alguien como yo, casi todas las cosas aparecen tardíamente. Es quizás una forma de ser, o una cierta intrínseca necedad con la cual he tenido que pelear toda esta vida. La presencia de Octavio Paz es uno de esos casos que se lamentan en mi interior no refiriéndome a lo poco que pudiese quedarme de existencia, sino al hecho de que llegó demasiado tarde. Y no sólo eso, Paz llegó en forma voluminosa, acarreando una serie de rodajas sangrientas que todavía se deslizan por los caminos colectivos de la patria mexicana.

Su idea política no era extraña ni incitadora. El problema era la forma de plantearla. Su idea poética no es abstracta, sino que toda su forma de ser es un algoritmo. La sexualidad de un poeta sirvió para terceros abrevando en el infinito caudal del morbo.

La enfermedad de Paz me llegó un día no sé cómo, al escritorio, y le escribí una carta deseándole pronto restablecimiento. Yo vivía en un punto del caribe mexicano. Un desconocido, era impensable que yo me atreviese a enviarle una nota.

En la geometría intelectual, la izquierda de Paz no existe. No al menos en el concepto de izquierda mexicana, esa profunda aberración digna de la continuación de la clásica novela de Mary Shelley. La izquierda de Paz es un adversario intelectual abstracto, filosófico.

Paz se catalogó de derecha, por varias razones: porque aparecía en Televisa, porque despreciaba a la izquierda, por sus irritantes conclusiones acerca de temas simbólicos, íconos de la izquierda: Cuba y derechos humanos, democracia en países de Europa Oriental, y no muchos más. Con eso era suficiente para tildarlo de derecha. Además no hay que olvidar que se le otorgó el Premio Nobel. Eso irritó hasta al más mesurado. No obstante, Paz no podía ser de derecha. Abiertamente decía que extrañaba a la izquierda como interlocutor. Esas no son palabras de derecha. Abiertamente escribía ideas de provocación.

Paz no puede aparecer con letras de oro en el Congreso de la Unión. En una extraña iniciativa de algún legislador, se propuso que se fundiera oro y se construyeran las letras que conforman su nombre. Una vez hecho esto, las letras se integrarían a una lista de personajes que adornan la fachada de una pared. No obstante, dicha iniciativa no prosperó porque se adujo, después de un análisis (profundo análisis quisiera decir, pero ya sería especulación de mi parte), que sólo los que contribuyen a la formación del Estado pueden estar inscritos ahí. Los legisladores dijeron que Paz es un hombre ilustre, y que para eso está la Rotonda de los Hombres Ilustres. Punto.

La ráfaga de una violenta historia de guerra. No contribuyó a la formación del Estado. He tenido varias charlas con personas estudiosas del tema “Estado mexicano”. Complejo. Hubo algunas voces de intelectuales mexicanos (pocas) que emitieron su desacuerdo. Yo coincido con los legisladores: Paz no contribuyó con la formación del status quo, esa malformación congénita llamada “Estado mexicano”. Es más, creo que a Paz le resultaría vergonzoso que los legisladores mexicanos aprobaran su inclusión. Se mancharía su nombre. Algún día, cuando la patria mía sea verdaderamente venturosa y justa, seguramente alguien recordará Piedra de sol, y escribirá: “Un sauce de cristal, un chopo de agua, alto surtidor que el viento arquea”.

A veces pienso que el hecho de que aparezcan tardíamente ciertos eventos, es una forma de que se propaguen en mi existencia, y que apenas estén surgiendo no sólo en mí, sino en el universo entero. Si esto es cierto, Paz estará ahora en Vuelta, escribiendo acerca de La Llama, o Sor Juana, o acaso esté escribiendo algún ensayo sobre pintores franceses. En una trinchera, malgastando los dientes en discernir lo que en el interior del pensamiento florece, y la manera de transmitirlo.

El árbol del pensamiento, la arquitectura del pensamiento en cada rama y la raíz en lo profundo del tiempo. Paz es el latido de letras que dieron forma a una existencia extraña. No se sabe en qué tiempo nació ni el tiempo de su muerte. Es un espectro, una ráfaga en la oscuridad. El recuerdo, su recuerdo, es la vida traspuesta de la persona con quien se habla, cuando no se habla con nadie.