Letras
El cocido de los jueves
(Sobre textos de Francisco Umbral o sea de Francisco Pérez Martínez)

Juan Antonio Gallardo (izquierda) y Jota Siroco

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Escena I. Introducción

Canción

Algo más que fané y descangallado
y menos que un Don Juan deshabillé,
como un borracho voy de lado a lado
jugándome la vida en un traspiés.

Cuando era joven, ay, se me rendían
las ninfas una a una ante mis pies,
pensaba yo que fuera la poesía
la que daba calor a su corsé.

 

El bisabuelo, D. Martín Martínez, tenía destrozado el piso de cuatro calles de la ciudad con los cascos de su caballo: “Sirio”.

—Mire usted, D. Martín Martínez, le decía el Alcalde, yo no le digo que vaya usted a sus fincas andando, pero cuando llegue al centro urbano le ruego que se baje del caballo.

—¡Con lo que usted me roba en nombre de Cánovas o Sagasta, que para el caso es lo mismo, tiene suficiente para adoquinar toda la ciudad!

En casa del bisabuelo todos los jueves tocaba cocido, como está mandado, y a él invitaba a todos los personajes más ilustres... daba lo mismo que fuera un liberal o un dictador.

En eso comprendí que el abuelo era un frívolo.

Años más tarde vi que yo salía a él, lo cual me consternó, pero me gustó.

 

Y aunque ahora me la monte de poeta
estoy más viejo que Mathusalem,
ya no les dicen nada mis cuartetas
y soy un bardo más que demodé.

Ya no se cuelgan, ay, en mi mirada,
cansada como nota de cuplé,
no soy más que una sombra de la nada,
mas que un azucarillo en un café.

 

Sí, ya sé que he venido a hablarles de la postguerra, pero permítanme que les ponga un poco en situación y por favor no empujen, que para todo hay tiempo.

...Veamos... érase una vez... o sea.

 

Hoy se pierden mis ojos en su talle
y en el atlas rosado de su piel,
mas no paso por alto un gran detalle
y es que los suyos a mí ni me ven.

No hay marcha atrás,
ni sombra sin mañana,
ni brisa sin el mar.
Y aún tejes tú
esa tela de araña
de eterna juventud.

 

Escena II

Tiempos de infancia y observación

Un tal Pablo Picasso andaba por la ciudad haciendo retratos a las señoritas que se dejaban: la Tía Algadefina se dejó y la sacó en bolas.

Cuando el Bisabuelo, D. Martín Martínez, vio el desnudo de Tía Algadefina en un escaparate de la Puerta del Sol, dijo que le gustaba que su biznieta estuviera tan buena.

Cuando el Abuelo Cayo vio el retrato, dijo que toda la familia estaba condenada y se recluyó en su habitación con higos secos, varias botellas de vino de Rioseco y... el Kempis.

Pasados los primeros espantos Tía Algadefina presentó al joven Pablo a su grupo de amigas. Picasso se empeñó en pintar a una de ellas: Sasé Caravaggio.

—En su culo, Sasé, está el origen del cubismo.

—¿Y qué es el cubismo, Pablo?

—¿Y tú me lo preguntas?... El cubismo eres tú...

Al día siguiente Picasso comenzó a pintar el primer retrato cubista de la Historia. Le puso a Sasé muchas más tetas de las que habitualmente tenía, confundiendo nalga con carrillo y boca con coño.

La Tía Algadefina pidió explicaciones a Picasso:

—Pero...¿Le estás pintando el culo a esa gorda?

—El culo y la cara.

—Creí que para culos tenías bastante con el mío.

—Lo tuyo es otra cosa. Lo tuyo es el stradivarius de los culos.

—¡Stradivarius! ¡Stradivarius!... Pues no volverás tú a tocar este violín.

 

Ayer por fin me eché la novia gótica,
vestida como virgen del dolor,
me daba gran terror su sombra sórdida,
más negra que la de un inquisidor.
Pero, señor,
aquellas carnes blancas,
cual culo de alemán o de prior,
alzaron su disfraz de conde drácula
y el envoltorio a mí se me olvidó.

 

Y así acabaron las cosas. Tía Algadefina comenzó a salir con Rubén Darío. Un indio feo, diplomático, meloso y borracho.

Rubén vivía en el Hotel París, junto a la Puerta del Sol. Cuando se ponía su uniforme de Embajador estaba impresionante en su fealdad, pero a medianoche andaba descalzo por la calle del Arenal, recitando en francés versos a la luna y declarándole su amor a Tía Algadefina, con la que se emborrachaba en una cervecería de la calle Hileras.

Mientras paseaba con él por el Retiro, Tía Algadefina principió a comprender que estaba en un cambio de época, en un cambio de siglo. El modernismo la estaba haciendo mujer y quiso escapar a los rosarios en familia, a las revistas decentes, los novios para toda la vida y las tardes de mirador. Rubén, como decía Tía Algadefina, era un “revolucionario de la poesía y de la vida”.

Pero a Rubén le trasladaron a París y a Tía Algadefina le dejó un mazo de cartas y versos, que ella conservó hasta la muerte. Ya en París fue devorado por el alcohol. El se lo había dicho a Tía Algadefina: “Hay poetas secos y poetas húmedos... Yo soy un poeta húmedo”.

...Cuando se fue, mi tía enfermó de vulgaridad, aburrimiento, pena y soledad.

En fin, que decidió ponerse tísica.

 

Ayer por fin me eché una novia cándida,
una oenegé florida del amor,
escritas en el culo frases lánguidas:
haz el amor, no fumes, guerra no.
Pero, señor,
no tuvo más fronteras
que las que le marcaba la ocasión
dejó regar su flor en primavera
y vaya si el capullo floreció.

 

Hablando de capullos...

Tía Algadefina siempre estaba invitada en los bailes del Palacio Real y un día hasta bailó con el Rey. Todas las mujeres de ese matriarcado en el que me crié habían salido un poco ligeras y afrancesadas, muy dadas al cancán y al anís.

—Dicen que el Rey seduce a las modistillas.

—Y a las chalequeras.

—Y a las pantaloneras.

—¿Por qué nos discrimina a la gente bien?

Al bisabuelo D. Martín Martínez, republicanote viejo, le hacía gracia que su biznieta bailara con el Rey. Al Abuelo Cayo y a la Abuela Eloísa aquello le parecía el final de la familia y de la religión, tras decir esto se metían a beber tinto peleón en la despensa.

 

Ayer por fin me eché una novia orgiástica,
era en el sexo un cóctel molotov,
usando de sus malas artes lúbricas
le echaba gasolina a la pasión.
Pero, señor,
esa su risa mórbida
dejóme seco cual olmo de “Machao”,
por más que hoy lo intento ya no puedo,
pues tengo pendulón el coraçao.

 

...Un día en plena crisis tísica de Tía Algadefina, apareció de nuevo en casa Picasso:

—Ustedes disculpen mis ausencias, pero ando de huelga general y... aprovechando que nadie trabaja, nosotros vamos a trabajar.

Así que nos fuimos al Jarama de merienda y baño. Mientras mis tías y primas se mojaban el culo, él hizo un retrato colectivo.

—¿Y cómo lo va usted a titular, Pablo?

—Las Señoritas de Aviñón.

—¿Por qué?

—No lo sé... Pero en el arte hay que jugar, putrefaccionar, confusionar...

 

Ayer por fin me eché la novia sáfica,
experta en la soflama antivarón,
me enseñaba las leyes de la erótica
mientras que me ponía en situación.
Pero, señor,
qué cosa tan graciosa,
cosquillas tuve hasta en corazón,
no la escuché, que andaba en otras cosas
más dignas de cumplir que su sermón.

He de vivir
sin novias unos días...
o por lo menos...
hasta que acabe el swing...
pues esa rubia
que pone las “bebías”
a mi me pone
casi a trescientos mil..
Charleston, Charleston,
¡Cómo se alegra mi corazón!

 

Si el charlestón vino a descoyuntar una época... Miguel Primo de Rivera vino a descoyuntar a D. Miguel de Unamuno.

D. Miguel y Primo coincidieron en algunos cocidos de los jueves.

—General, usted acabará exiliándome de España.

—¡Por favor, D. Miguel, una gloria nacional, un hombre de su prosa!

—¡Ustedes los militares, con perdón de las señoras, se pasan la prosa por los cojones!

—¡Vaya... vaya!... Eso lo va a repensar usted en Fuerteventura.

¡Claro que lo repensó!

Cuando Unamuno volvió del destierro canario, a la caída de Primo, nos dijo:

—Lo que España necesita es un Bismark con mano de hierro.

—Pero, decía el bisabuelo, usted predica la dictadura.

—España, como Rusia, precisa una dictadura. Sí señor. Cuando se haya matado el hambre jugaremos a la democracia.

 

D. Miguel Primo de Rivera era viudo, cuartelero y cachondo. En el cocido de los jueves se fijó en la belleza dibujada e irónica de Tía Algadefina.

—¿Quiere usted, le dijo D. Miguel, trabajar en mi secretaría particular?

—Soy biznieta de D. Martín Martínez, mi abuelo es liberal y yo no me pongo al servicio de ningún dictador.

—Accederá al menos a venir conmigo a las verbenas de mi amado Madrid.

—¡Iré por las verbenas, no por usted!

Pues sí. Tía Algadefina pensó que podía tener un tonteo con aquel señor que mandaba en España...

 

chotis

La pija del carmín y el chanel cuatro,
recién llegada de la capital,
se vino a la verbena de mi barrio
y se desmelenó ante el personal.

No había en ella nada extraordinario,
parecía una piba muy formal,
llevaba como todo vestuario,
un tanga de tamaño natural.

 

En las verbenas castizas del barrio de Lavapiés, del Rastro, de la Cava... el dueño de España y mi tía bailaban el chotis. En el Retiro tiraban al blanco y Tía Algadefina siempre ganaba la botellita de anís:

—Tira usted muy bien al blanco, señorita. Estoy por alistarla en lo de Alhucemas.

—Sólo que yo estaría de parte de los moros...

—¡Eso no se le puede decir al hombre que rige los destinos de España!

—¡Pues no vuelva usted a invitarme!

...En fin, Tía Algadefina, se cansó pronto del galanteo macho de D. Miguel.

 

Por dármela de masca de las formas
quise escribirle un “rap” urbaneo,
quizá por la querencia de sus corvas
fue que salió este chotis agarrao.

¡Qué noche, sí señor, la de aquel día!
lo malo fue cuando me desperté
quería dedicarle una poesía
y allí no estaban ni ella, ni el parné.

 

También venía al cocido de los jueves la Condesa de Pardo Bazán.

—¿Pero qué hace usted D. Martín con esa aristócrata vieja y fea?

—No crea, cuando se quita la dentadura postiza, no crean ustedes, me las hace muy bien.

Yo no entendía la frase, pero me daba bastante asco, no sé por qué.

Otro día oí en el Ateneo a Blasco Ibáñez diciendo que a la Pardo Bazán se le estaba poniendo el bigote amarillo de comerle el moño —¿he dicho moño?— a una cómica famosa.

 

Yo no entendía cómo los mayores eran tan guarros, aunque yo mismo, cuando me apretaban las ganas, en vez de hacerme una gayola, me beneficiaba a mi cabra Penélope. Ya entonces iba siendo un niño raro: estaba enamorado de mi tía Algadefina y era amante de una cabra.

 

Maldito sea el carmín y el chanel cuatro
que me dejó sin blanca en un hostal,
malditas sus caderas su refajo
epílogo cruel de mi historial.

 

Al bisabuelo le tenían pedido todas las pájaras de la familia que invitara al cocido de los jueves a D. Ramón del Valle Inclán.

 

(de la Pipa de Kif)

Como un asesino
grazna el bombardino
sacando la nuez
El clarín se irrita
y se despepita
su lengua soez
El señor Serapio
reparte el morapio
con esplendidez

 

—Esto no es una invitación, dijo no más entrar el manco del espanto, sino una obra de caridad, porque yo no como sino muy de tarde en tarde.

—¿Querrá usted decir que no come cocido?

—¡Quiero decir, señoras, que no como absolutamente nada!

Un día coincidió Valle en casa con Unamuno.

 

—Lamento, dijo Unamuno, que desperdicie usted su talento, Valle.

—Soy el escritor que más lo aprovecha de España...

—Es usted un inmoral, Valle.

—Gracias a Dios.

—Además hace sólo frases.

—La verdad se acuña en frases, D. Miguel.

—¿Por qué no lo aplica usted a algo espiritual?

—¡Soy más católico que usted!

—Su catolicismo es pura estética, Valle... Yo difundo verdades...

—Y yo mentiras, que es mucho más divertido.

—Su cinismo está pasado.

—El cinismo, D. Miguel, no pasará nunca, porque viene de los perros y de los griegos... Y yo soy un cínico callejero de la Puerta del Sol.

 

Como un asesino
grazna el bombardino
sacando la nuez
El clarín se irrita
y se despepita
su lengua soez
El señor Serapio
reparte el morapio
con esplendidez

 

En los cocidos de los jueves fui yo diferenciando los grandes españoles en hidalgos y señorucos.

Eran Hidalgos: Mi bisabuelo, Unamuno, Rubén e incluso D. Miguel Primo.

Eran Señorucos: Galdós, Baroja y Azorín.

—¿Y Picasso?

—Picasso era un gitano paragüero y genial.

—¿Y Valle?

—Valle Inclán era también un genial hidalgo.

 

El señor Serapio
reparte el morapio
con esplendidez

 

Los gobiernos de Primo de Rivera se suceden,

D. Alfonso XIII se pierde tras un farallón de militares,

Pablo Iglesias convoca a las masas y hasta D. Antonio Machado va a escucharle,

Tía Micaela se abarragana con un primo lejano llamado Luis Gonzaga que, tras rezar tres avemarías, le rebana el cuello en una fría pensión de Palencia,

la prima Maena comida por el juego verde del Casino se pega un tiro con una pistolita de plata en la Puerta del Sol

yo me visto de hombre por primera vez justo cuando Buñuel filma El perro andaluz,

Valle profetiza que los Borbones están al caer

y Carlos Gardel trae a España el tango porteño y canalla.

 

“Tomo y obligo
mándese un trago
de las mujeres
mejor no hay que hablar.
Todas amigo
dan muy mal pago
y hoy mi experiencia
lo puede afirmar.
Siga un consejo
no se enamore
y si a la fuerza
le toca hocicar
Sufra, canejo,
sufra y no llore,
que un hombre macho
no debe llorar.

 

Escena III.

Intermedio

La República y la guerra

(OFF: Suenan tenues las notas del Himno de Riego y sobre ellas...)

Tras las elecciones municipales del año 31, el Rey se retiró elegantemente y el bisabuelo descubrió que no era republicano.

 

Sin embargo a mí eso de la República me ayudó bastante. Yo, con mis pantalones bombachos, comencé a animarme... Por fin le metí mano en los cines a Sasé Caravaggio, disfrutando así de sus abundancias cubistas.

Yo comprendí el arte de Picasso a través del coño de Sasé Caravaggio... Pero mi alma seguía siendo un rehén incestuoso de Tía Algadefina.

 

Hoy la vida me ha buscao las vueltas,
hoy mi musa se me ha hecho mayor,
ya no soy aprendiz de poeta,
ni te espero los martes al sol.

Ya la noche no me quita el sueño,
es el día quien me hace soñar,
me emborracho en palacios de invierno,
me enamoro de la soledad.

 

La prima María Eugenia, por su parte, en la clausura de las Bernardas, hizo amores con la Priora y tuvieron amores de celda que fueron un tormento. Desgraciadamente la Priora murió de una sobredosis de licor de pera e hicieron Priora a una monja vieja que ignoraba el sexo. El nuevo amor de María Eugenia fue el capellán de las Bernardas, D. Marcelino, un castellano recio, grande y miope.

 

Yo iba comprendiendo, niño como era, que en los conventos de clausura había más pasión que en la Gran Vía, siempre con las mismas putas y los mismos poetas. A María Eugenia íbamos a visitarla los domingos y nos dijo que “venía la República y que iban a disolver las congregaciones religiosas”.

Cuando los milicianos empezaron a quemar conventos fuimos a salvar a María Eugenia de la quema. D. Martín se puso al pescante del simón de la casa y al grito de “Soy republicano, soy de Azaña, soy liberal” nos abrieron paso hasta las puertas del convento. María Eugenia salió de paisano. D. Marcelino, el capellán, quiso sumarse a la mudanza, pero D. Martín le rechazó con un golpe de bota: “Anda ahí, que se joda el capellán que se las habrá fornicado a todas”.

 

La República era una cosa popular, churrera y bonancible hasta que empezó a agriarse. Yo la vivía contento de que España fuese el Reino de las putas, las marquesas rojas y los escritores maricones. Pero el error de Azaña fue traer un programa europeo a un país africano. Encarceló a March y March dio a Franco un cheque en blanco para su Alzamiento: March había encontrado su militar y Franco había encontrado su banquero.

 

Fue mi vida como una ruleta,
me tocó más perder que ganar,
me cubrió con laurel de poeta,
dime tú qué te podría dar.

 

Mi bisabuelo se murió a tiempo. Seis caballos negros llenaron de honra y mierda la cabalgata hasta el cementerio, donde reposó junto al cuerpo de mi propio padre, un soldado de Galán y García Hernández.

Tras el entierro mi prima Maria Luisa que ejercía de puta en una pensión de la calle Jacometrezzo y me dijo:

—Yo fui amante del bisabuelo, ahora lo quiero ser del biznieto.

 

Hoy me rompo donde hay que romperse
en recuerdos que llegan del mar,
en canciones que son como peces
que se escapan y no vuelven más.

 

De mi infancia quedaban cada vez más lejos mis niñas/coliflor:

Clarita, a la que recuerdo jugando a las tabas durante los bombardeos.

Amalita, de la que recuerdo su tortuga de oro y sus braguitas malva.

Teresita, de la que hablaré más adelante.

Agustinito, a quien se le aparecía Pio XII, cuando iba a mear al corral, para decirle: “Ni un rojo en tu santa ciudad, ni un rojo en tu santa provincia”.

Y a Davidito, con el que iba los domingos a magrear criadas: “Francesillo, me decía Mª de la Plata, eres más cachondo que la música de los caballitos”.

 

bolero

La falsa flaca
que me miraba
como las malas
de un culebrón,
sólo se encela
cuando la sueña
la magia negra
de una canción.

Gata de seda,
novia secreta,
ninfa discreta
de mi pasión,
bajo su falda
se dibujaban
las rojas nalgas
de un corazón.

 

Por lo demás yo seguía fornicando con mi cabra Penélope (debía ser esta una costumbre muy extendida entre los escritores pues, según he sabido, también Cela tenía su cabra... la cabra Petronila) con mi prima Mª Luisa, que, como ya he dicho, trabajaba de puta en “Chicote”, y dedicando los domingos a Tía Algadefina...

—Ya sólo te veo una vez por semana, Francesillo.

Tía Algadefina acercó mi cabeza a la suya y me besó en la boca.

 

Ya no me mira,
la muy felina
se vuelve esquiva
¡válgame dios!
Me guiña altiva
por las esquinas
deshabitadas
del desamor.

 

Ya en la Guerra pasó por la ciudad Millán Astray.

Le faltaba un ojo, un brazo y... le sobraba media España.

Millán llegó a la ciudad cuando yo acababa de llegar a la pubertad.

—Si quieres, me dijo, te firmo una fotografía.

Por la tarde se lo dije a Teresita Rodríguez:

—Que he conocido al General Millán Astray y lleva grabado en el pecho un Corazón de Jesús.

—¿Y más abajo?

—¿Más abajo?

—Sí, dicen que los moros le volaron un huevo y que es ciclán.

—¿Ciclán?

—...o sea que le falta un testículo. ¿Y tú vas para escritor? ¡Pues vaya diccionario que tienes!

—¿A mí me falta un testículo, Teresita?

—Tienes dos, Francesillo... ¿No esperarías tener cinco?

Teresita Rodríguez se casaría después con un Cadete de Caballería. Gracias a eso, gracias a los Cadetes, somos libres.

 

Ya sólo en sueños
digo te quiero,
descorro el velo
de la obsesión.
Como un bolero
me desespero
le pongo freno
a la tentación

 

Un día de primavera me senté frente a la tisis bella de Tía Algadefina:

—¿Cómo ha podido Unamuno venderse a Franco, Tía?

—No se ha vendido, Francesillo, se ha entregado. Venderse es más noble.

—¿Más noble?

—Venderse es de grandes traidores. Entregarse de pobres meretrices.

—¿Y Valle, Tía?

—El mayor y mejor escritor de España, Francesillo... ¡Anda, léeme una sonata, que tienes buena voz como tu padre!

“Hoy, marchitas ya las juveniles flores y moribundos todos los entusiasmos, divierto penas y desengaños comentando las Memorias amables, que empezó a escribir en la emigración mi noble tío el Marqués de Bradomín, que, como yo, era feo, católico y sentimental”.

Al concluir miré a Tía Algadefina. La besé en los labios... fríos. Estaba muerta. Había perdido mi amor, mi guía, mi norte y mi verdad. Me sentí absurdamente traicionado.

 

Pasa de largo,
se vuelve amargo
el viejo tango
de mi obsesión.
¡Vaya jaleo!
¡qué bamboleo!
¡quiero y no puedo!
¡qué sinrazón!

 

Escena IV

La postguerra

¡Hitler... le había dicho a Guillermina de Holanda, que, abriendo sus canales, le inundaría las partes... bajas!

 

Los señores del Casino habían dicho que ganarían la guerra... y efectivamente la ganaron, pero... la paz no fue mejor que la guerra. En la postguerra empezamos a pasar frío, hambre... Teníamos que ir a la cola del pan, de la leche, de los huevos... a todas las colas donde nos mandaban nuestras madres.

 

Era tal la escasez de bienes de consumo, que la oferta de uno de ellos podía considerarse como una declaración de amor en toda regla:

Yo te daré,
te daré niña hermosa,
te daré una cosa...
una cosa que yo sólo sé.
¡Café!

o también aquello de

El que tenga un jamón
que lo cuide, que lo cuide,
no sea que venga Abastos
y lo requise y lo requise.
... ... ...

 

A Federico García Lorca lo habían matado en Granada, pero Granada estaba muy lejos y nosotros no conocíamos a Federico. Nosotros conocíamos Burgos, Salamanca, Valladolid. También los “Poemas de la Falange Eterna” de Federico Urrutia, y el “Blanco y Negro”.

Para mí el recuerdo de la postguerra es el de un largo invierno de varios años... sin duda debió de nevar mucho.

... ... ...

Sí, el hambre se saciaba con canciones. La hambruna creaba sueños musicales como...

Tengo una vaca lechera
no es una vaca cualquiera.
Me da leche merengada
¡Ay, qué vaca tan salada!
Tolón, tolón.

A pesar de todo iba renaciendo un cierto optimismo en el país. La gente empezaba a sacar carbón de las minas de Asturias, sin huelgas ya, y en las noches del sábado los matrimonios salían a bailar eso de...

Arriba con el tirurirurí,
abajo con el tiruriruriero...
(bis)

...y los que podían volvían a veranear pacatamente y a descubrir el eterno amor en los litorales...

El vino en un barco
de nombre extranjero
lo encontré en el puerto
al atardecer...
Cuando el blanco faro
sobre los veleros
su beso de plata
dejaba caer...
Era hermoso y rubio como la cerveza,
su pecho tatuado con un corazón...
y en su voz amarga había la tristeza
doliente y cansada del acordeón...
... ... ...

HISTORIA DE ESPAÑA ES LA NARRACIÓN ORDENADA DE LOS SUCESOS MÁS IMPORTANTES LLEVADOS A CABO POR LOS ESPAÑOLES, DESDE LOS TIEMPOS MÁS REMOTOS HASTA NUESTROS DÍAS.

 

Resultaba que los españoles, desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, nos lo habíamos pasado haciendo machadas por el mundo y diciendo frases a cada paso. Los españoles teníamos frases para todo:

—Más vale honra sin barcos, que barcos sin honra.

—Yo no he venido aquí para luchar contra los elementos...

—Llora como una mujer, lo que no has sabido defender como un hombre.

—¡Manos blancas no ofenden!

—Estos son mis poderes y a donde no se llega con la mano, se llega con la punta de la ...espada.

No podía ser. Queríamos ir a colegios de hombres y nos llevaban a colegios oscuros, en patios interiores, con olor a cocinas pobres y corriente de pasillo, donde hacíamos palotes, temblorosas y atormentadas caligrafías, bajo la mirada miope y dura de unos maestros con mandilones grises, bigotes negros y regla de pegar en la mano. En aquellos colegios sórdidos nos enseñaron a odiar nuestro propio cuerpo y nos obligaron a prender lo de “amor, amor, amor” en el lugar del excremento.

 

Menos mal que para aquella época existía el “guateque” ...exacto, geométrico, calculado... unas cuantas parejas, unas gaseosas, un picú... a veces había sangría. Un baile, una confidencia, un beso perdido, un perfume, nada. Mejilla contra mejilla. Besos de gaseosa y sentimentalismo dominical. Por nuestros brazos delgados comenzaron a pasar... mujeres.

 

Y mis manos en tu cintura
pero mírame con dulzor
porque tendrás la ventura
de ser tú mi mejor canción...

 

Pero claro, la naturaleza adolescente comenzó a cansarse de ese leve escarceo de los sábados... Un día tomamos el camino de aquel barrio de conventos, meretrices y lagartos. Aquel barrio lejano y oscuro, donde habíamos perderse durante la guerra a los moros y a los legionarios.

Allí comprendimos que las mujeres honradas no tenían pechos y que las meretrices, como aprendimos que se llamaban las putas, tenían unos senos vivientes.

—¿Qué buscas, muchacho? ¿Qué haces aquí?

—¿Y tú, quién eres, cómo te llamas?

 

Bienpagá,
me llaman “la Bienpagá”,
porque tus besos compré
y úu me quisiste dar
por un puñao de parné.
Bien pagá,
bien pagá
fuiste mujer.
... ... ...

 

También nos rondaba el pederasta. El pederasta estaba en todas partes, aunque entonces no sabíamos que se llamaba así y le decíamos tío bujarrón. Cuando nos veía nos hacía señales, guiños, muecas, ofertas, hasta que conseguía tenernos a su lado sobándonos mucho las manos y el pescuezo. ¡Qué asco de tío bujarrón! o ¡Pobre bujarroncito, pederasta, mariconuela loca!... que un día cogían entre cuatro o cinco golfos y lo tiraban al río helado para que se refrescase... y aun así volvía a buscarlos por las esquinas del barrio o a sorprenderlos con sus gafas de miope en los urinarios de los cines,

... ... ...

 

La cosa de la postguerra era el piojo verde. A los niños nos pelaban al cero en nuestras casas, porque el piojo hacía nido en la cabeza, como la cigüeña en el campanario y con nuestras cabezas rapadas y pelonas andábamos como más seguros por las calles, las ideas claras y los pensamientos transparentes.

... ... ...

 

Pero la enfermedad terrible era la tuberculosis, nosotros la decíamos tisis. En la postguerra lo peor que se le podía llamar a alguien era “tísico” o “rojo”. La verdad es que, como habían dejado el país, había más tísicos que rojos.

Los ricos se curaban la tisis con jamón, los pobres con misas y con cementerios. En caso de muerte los ricos solían morirse los sábados, para así ser enterrados los domingos con mucha pompa y circunstancia. Los pobres se morían cualquier día, a lo mejor un viernes. ¡Son ganas de molestar! Eran especialmente sensibles a la tuberculosis las señoritas que estudiaban piano, los dependientes de droguería, las mecanógrafas, los novios románticos de las prostitutas de clase y los carteros urbanos. Como era una enfermedad muy lírica, alguien le escribió una canción...

 

Somos los tuberculosos
los que más
los que más
nos divertimos
echando pollos, gargajos,
en el plá
en el plato del cocido
y cuando vamos de gira
los que más
los que más sangre escupimos
una ensalada de costras
con trocí
con trocitos de pulmones
y un vaso de pus caliente
para hacer bien
para hacer bien las digestiones

 

Para terminar les diré que había dos formas serias de ser español: Ser futbolista o ser opositor. Gainza, Zarra, Ramallets, Campanal, Iriondo... los periódicos venían llenos de fútbol como antes habían venido llenos de guerra. Ser futbolista era una de las formas más serias de ser español. El fútbol era la épica nacional y el ideal patrio hubiera sido un país con tantos futbolistas como ciudadanos. El español llevaba dentro un futbolista nato, como antes había llevado un torero.

 

Hacía ya treinta años
treinta y un años y un día
que el Mojón Alto del Duque
en la Liga no vencía

¡Qué equipo, qué poderío!
Kingkong en la portería,
Agujetas, Roque, el Tuerto,
Melenas y el Pollafría,
Condoncorcho y el Flemones,
el Aborto, el Avería
y Juaniqui el de la Guarra,
¡Cualquiera así ganaría!

 

Así como el inglés sólo nace inglés, y luego con la vida los años y los estudios se hace ingeniero de minas o bibliotecario diplomado, el español nace español y futbolista, y a más a más español y opositor. Había madres a las que las comadronas, ya nacido el niño, les decía: “Señora, ha tenido usted un opositor”. Y eso llenaba de orgullo a las parturientas.

Yo mismo quise ser ejemplar y comencé a preparar las oposiciones de Banca. ¡No para ser banquero, sino para ser bancario... que a la larga, bien lo sabe Mario Conde, se ha demostrado más seguro!

 

Epílogo

Que me quiten lo bailao

que me pongan lo corrío
repetío
en cualquier lao,
que no me den por vencío,
ni acabao.
¡que llevo viento de popa
en la pasión
y aún puedo arrancar la ropa
a un corazón!

Que le den aire a la pista,

que permitan el despegue
al que se mueve,
a quien resista
ser el último en caerse
de la lista.
que ya partí la careta
a mi dolor,
mi máscara de poeta sufridor.

Yo iba entonces algunas noches al Diario Pinciano a entregar mi colaboración, mi tímida colaboración, y fue allí donde por primera vez tuve fe en que la Literatura era una cosa de verdad.

En aquella sala de máquinas aceitosas decidí ser escritor.

 

José Mª Stampa, era el más corpulento y el más brillante alumno de Derecho de la Universidad de Valladolid. Paseábamos de madrugada a la salida del Diario y me dijo:

—Tú tienes que ir a Madrid. Tu mundo literario, tu mundo narrativo lo tienes aquí, pero tu porvenir lo tienes en Madrid.

 

Me fui del periódico sin despedirme de nadie. En la estación saqué un billete de tercera. En un tren tranvía llegué a Madrid para siempre, justo cuando Eisenhower llegaba a la capital para abrazar a Franco.

¡Ay, Madrid!... Madrid era un chotis bailado por Lara y Conchita Cinton.

 

Que no me roben el mar,

ni el overbooking de olvidos
consentido
como el mal,
hasta el último latido
he de soñar.
Sólo el quinto mandamiento:
no matar,
me servirá de sustento
hasta el final.

 

En nuestra memoria de ex niños sigue sonando, organillo triste de postguerra, la fascinación pobre, nacionalista, cachonda, de una vida mejor... que era la vida de Madrid.

 

Tararea el chotis: Madriz, madriz, madriz / pedazo de la España en que nací...

Ni política de alfombra,
ni bohemia de salón,
ni sonrisa de gioconda...
¡A hacer puñetas, Milord!

Mientras cae lentamente el

T E L Ó N