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Junot Díaz. Foto: NY Daily NewsAprende a reír con tus labios rotos

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Sobre Negocios, libro de cuentos de Junot Díaz. Traducción de Eduardo Lago. Random House Mondadori, 1997.

Junot Díaz es uno de los escritores latinoamericanos más reconocidos del momento, aunque, curiosamente, su éxito le ha llegado viviendo en un país como Estados Unidos, donde se naturalizó hace ya varios años. Ser el ganador del premio Pulitzer de este año 2008, gracias a su novela La maravillosa vida breve de Oscar Wao, le ha permitido abrirse paso en medio de la marea de artistas dedicados a las letras que se han radicado en Norteamérica. Hay que decir que su éxito no fue una casualidad, ya que no se trata de un escritor neófito. En 1996 había escrito un libro de cuentos llamado Drown, el cual fue traducido al español como Negocios, en el que ya dejaba ver gran parte de su talento y vocación, además de una maestría patente a la hora de definir un estilo propio para narrar las historias.

Negocios contiene 10 cuentos que transportan al lector a las calles de pueblos y ciudades de una República Dominicana habitada por historias que se acercan a cualquier espacio latinoamericano habitado por niños y jóvenes, y a los barrios de una New Jersey que parece no inmutarse ante la presencia de una generación de muchachos que crece entre sus avenidas, cargando a cuestas con una vida que se muestra opaca y que no ofrece, al parecer, salidas viables que permitan dar paso a la esperanza.

El libro tiene la virtud de mostrar que en el fondo, y muchas veces, no existe una marcada diferencia entre las historias que van atravesando la existencia de sus protagonistas, porque aun a pesar de la distancia y el contexto propio de cada cuento, el trasfondo de cada uno deja ver elementos y características que se hacen generales. Temas como la violencia, el desarraigo, la desesperanza —ya sea patente o escondida—, la soledad, la tristeza o el desamor, se mueven sin ningún pudor entre las páginas del texto. Aun así, hay que decir que la presencia de estos elementos, que se encuentran comunicados por el hilo de otros más como la crueldad y la resignación, no alcanza a permear en su totalidad el instinto de supervivencia que caracteriza a los protagonistas.

Acerca del texto, Eduardo Lago señala que este primer libro de Díaz fue publicado cuando tenía 28 años, y que se trató de “(...) un delgado volumen de relatos” que “centró en él la atención del mundo editorial de su país, que vio en Junot Díaz al más firme valor de las emergentes letras hispánico-norteamericanas” (Lago). Es cierto. El autor logra brindar en el texto una clara muestra del carisma literario que lo caracteriza, imprimiendo con fuerza la calidad y versatilidad que acompañan a sus letras. Esto resulta de un valor inestimable, ya que ayuda a abrir el camino para que un país como Estados Unidos comience a reconocer con más claridad aquellas obras que novelistas llegados de tierras latinas, y que habitan en sus entrañas, conciben gracias a su talento.

Pero la creación literaria tiene sus vaivenes y nadie más crítico en el momento de examinar y calificar una obra, que su autor mismo. “Soy terriblemente duro conmigo mismo, padezco la enfermedad del perfeccionismo. Destruyo incluso cosas que me salen bien para intentar mejorarlas, de modo que parte del proceso consistió en derrotarme a mí mismo” (Lago), señala Junot Díaz acerca de su proceso creador.

Pero la labor autocrítica, al final, rinde sus frutos, ya que sus textos presentan una interesante conformación del relato en todos sus niveles, brindando así a las historias un dinamismo único que se va paseando por las narraciones, las cuales, libres de ambages, llegan a tocar crudamente las temáticas cargadas de pasiones, emociones y reflexiones humanas que se asilan al lado de las vidas que nos recrea el autor.

En Negocios resulta interesante descubrir la transparencia con la cual se cuentan las historias, lo cual le permite al lector asimilarlas tal y como lo ha pensado el escritor. En los textos no existe nada forzado, ya que todo linda con el terreno de la verosimilitud, y las experiencias de los personajes, aunque fuertes, permiten identificar puntos de cohesión suficientemente claros con respecto a un modo de vida puntual, el de una juventud que se mueve entre espacios que puede considerar propios y ajenos, que le brindan refugio pero que a la vez se muestran hostiles, que les acercan las oportunidades pero que muchas veces juegan cruelmente con sus esperanzas.

Resulta justo señalar que parte de las historias que se cuentan se desarrollan en un mundo aparentemente blindado, pero que indudablemente muestra fisuras de manera intensa en niveles emocionales, lo que denota un deterioro en las relaciones, un alejarse voluntariamente de las cosas que podrían resultar cercanas, para evitar así un daño que resultaría más notorio porque nace de los espacios que de una u otra forma se consideran aparentemente seguros pero que, aun a pesar de esto, alcanzan a infligir heridas.

Cada uno de los parámetros que se pasean por la obra de Díaz genera la suficiente tensión como para que el lector se mantenga atraído y aferrado a cada narración, casi que sin ningún esfuerzo, porque la naturalidad con la que se transmite el escrito le imprime a las acciones esa franqueza creadora que resulta tan importante en un escritor cuando se trata de ofrecer su obra a un público que se cuestiona y que no traga entero.

 

Entremundos: Radio Bemba y escritura

Hay que hablar del modo de narración, el cual se da constantemente en primera persona. Esta es una estrategia que rinde sus frutos ya que logra acercar más el lector a los protagonistas, porque éstos continuamente le están hablando, le están contando, le están permitiendo entrar e indagar en sus vidas. Negocios muchas veces da la sensación de ser un diario personal, donde cada joven expresa lo que siente, la manera en que ha vivido cada momento, cada experiencia, el modo de defenderse o escapar.

La forma de hablar de los personajes deja traslucir un modo de vida emparentado con una difícil realidad social. El lenguaje fuerte y desparpajado denota un desprendimiento con lo establecido socialmente como culto, pero a la vez permite entender de manera cruda y con una gran profundidad, las circunstancias, condiciones y el ambiente que les rodea. Mijail Bajtin nos dice que “no existe un determinado patrón de lenguaje cotidiano y práctico. Los enunciados reales (...) se construyen de maneras muy diversas de acuerdo con las diferentes esferas y propósitos de la comunicación social cotidiana. Entre las construcciones comunicativas cotidianas y prácticas determinadas, las diferencias formales pueden ser incluso más profundas y drásticas que aquellas que existen entre un tratado científico y una obra poética” (Bajtín [1], 158).

Teniendo en cuenta lo anterior, resulta importante brindar la importancia que se merece el modo de expresión oral que presenta Negocios. Y es que de las diferencias que se muestran con otros modos de expresión existentes, aunque estén por fuera del texto, nace el fundamento que en gran manera logra dar vida a ese trasfondo que acompaña cada historia y que le ofrece vigencia a cada una de ellas en cuanto a su autenticidad verbal, como medio de comunicación de un grupo determinado.

El hecho de que el texto se narre en primera persona, hace que éste se manifieste con una oralidad interna muy interesante. Pero esto a la vez hace que la escritura tenga que responder a una serie de “valores” que se correspondan con esa oralidad señalada. Walter Ong señala que “(...) las culturas orales no carecen de una originalidad de carácter propio. La originalidad narrativa no radica en inventar historias nuevas, sino en lograr una reciprocidad particular con este público en este momento; en cada narración, el relato debe introducirse de manera singular en una situación única, pues en las culturas orales debe persuadirse, a menudo enérgicamente, a un público a responder” (Ong, 48).

La oralidad que internamente contiene el texto hace que la parte escrita deba actuar con similar originalidad a la hora de transmitir el lenguaje que normalmente los personajes expresan de manera oral. La fluidez y naturalidad deben corresponderse para que, a pesar de las diferencias propias entre oralidad y escritura, no se generen rupturas de fondo en el momento de comunicar claramente y con el significado preciso las ideas y el trasfondo que manifiesta cada palabra que “sale de la boca” de los personajes y se plasma en las páginas del texto. En esto Junot Díaz logra acertar de manera indiscutible, ya que la forma en que conjuga los dos elementos hace que cada narración se alimente de un tono preciso y adecuado, para nada impuesto, conteniendo ese valor que la palabra posee y evitando que pierda de alguna manera su esencia.

Veamos un ejemplo de esa forma de escritura que recrea la oralidad que se pasea por el libro. Se trata del cuento “Aurora”, donde el personaje cuenta la manera en que percibe a la mujer que quiere:

Si tuviera medio cerebro habría hecho lo que me dijo Cut. Mandarla al carajo. Cuando le dije a mi compadre que estábamos enamorados, se echó a reír. Soy el Rey de los Comemierdas, dijo, y tú me acabas de dar un plato extra, mi pana.

Encontramos un piso vacío cerca de la autopista, dejamos fuera los perros y la leche. Ya saben ustedes qué se siente cuando se vuelve con alguien de quien se ha estado enamorado. Nunca habíamos estado mejor ni lo volveríamos a estar. Al terminar pintó en las paredes con su lápiz de labios y su esmalte de uñas unos trazos que representaban hombres y mujeres singando (Díaz, 57-58).

Leer el texto de Díaz es en cierta forma estar frente al personaje que habla, como si se tratara de un ser que se ha materializado y nos cuenta su historia sin aspavientos ni ambages. Por eso resulta tan interesante entender y descubrir en el texto esa manera tan particular de narrar la historia, porque para que resulte realmente exitosa requiere de ciertas características que le permitan equilibrar sus movimientos internos sin ir en detrimento de su verosimilitud o de la autenticidad de tono.

 

“Negocios”, de Junot DíazNuestro pan cruel de todos los días

Es inevitable observar cómo en algunos textos de Negocios se manifiesta la crueldad como una forma de expresión por parte de sus personajes. Este elemento se acompaña en no pocas ocasiones de un desinterés por interponerse entre el generador de violencia y su víctima. La situación habla de manera diciente de una profunda desintegración en el modo de comunicación y sociabilización establecido entre los jóvenes que pueblan las páginas de la obra, pero también de una frialdad casi perversa a la hora de sentir misericordia por otros.

Uno de estos casos lo vemos reflejado patentemente en el cuento “Ysrael”. Este personaje sufre de un aislamiento marcado debido a un accidente sufrido cuando aún era muy pequeño. En un descuido un cerdo entró a su casa y le mordió parte de su rostro, dejándolo desfigurado de por vida, razón por la cual usaba una máscara que cubría las heridas producidas por el ataque del animal. A pesar de su problema, los demás muchachos no le tienen compasión alguna, y muy por el contrario, lo atacan y se burlan de su condición:

El verano pasado le pegué una pedrada a Ysrael y por la forma en que le rebotó contra la espalda me di cuenta de que le había dado en un omóplato.

¡Le has dado! ¡Le has dado, cabrón! Gritaron los demás muchachos.

Iba huyendo de nosotros y el dolor le hizo arquearse y uno de los chicos casi lo atrapó, pero Ysrael se recuperó y salió disparado. Es más rápido que una mangosta, dijo alguien, pero la verdad es que incluso aquella comparación se quedaba corta: nos echamos a reír y volvimos a nuestros juegos de pelota y nos olvidamos de él hasta que volvió al pueblo y entonces dejamos lo que estábamos haciendo y echamos a correr detrás de él. Enséñanos la cara, le gritábamos. Déjanos verla sólo una vez (Díaz, 14).

La marcada crueldad hacia Ysrael denota una primitiva forma de rechazo. No sólo se trata del aislamiento obligado, sino que además se presenta el maltrato emocional y físico expuesto por los demás muchachos. Su presencia hace que los demás juegos queden atrás y que sólo exista uno: perseguirlo y golpearlo. Esto da cuenta, entonces, de la violencia como forma de extensión del juego, donde se pasa de juegos inocentes o tradicionales a una forma de “juego” cruel, con una víctima específica que actúa como centro de burlas y desaires. El juego viene a ser en la sociedad una forma de aprendizaje, conocimiento y comunicación. En este caso, pasa a ser una manifestación de fortaleza en contra de un individuo, pero lo cual no significa que de alguna manera no se genere la presencia de los elementos mencionados anteriormente, acompañados además de una complicidad sádica y fría. Se trata de la presencia de la violencia como forma de juego e interacción, para brindar a cada individuo su espacio y enseñarle de cierta forma los límites a los que puede llegar.

La crueldad trata de enfatizar el grado de poder que se quiere demostrar, como forma de lograr un “estatus” que está validado por implícitas normas callejeras. Atacar a Ysrael se convierte en una manera de luchar para obtener un lugar en medio del grupo que tácitamente grita por una víctima visible que sea blanco del escarnio.

El personaje que nos habla nos cuenta más adelante que, junto a su hermano, se transportaron hacia el lugar habitado por Ysrael. Allí lo encuentran, se muestran amables con él y por unos instantes logran entablar una corta conversación con el muchacho para ganar su confianza. Pero no se trata sino de una trampa para poder tenerlo con la guardia baja y atacarlo sin misericordia alguna. Cuando Ysrael responde con un “soy de por aquí” y esboza una sonrisa a través de la máscara que usa, el mayor de los hermanos lo ataca rápidamente sin darle tiempo a defenderse:

(...) y entonces mi hermano describió un arco con el brazo y le rompió la botella en la cabeza. Al estallar, el grueso disco del fondo salió disparado como un monóculo enloquecido y yo dije: ¡Anda’l diablo! Ysrael trastabilló una vez y se golpeó contra un poste que había clavado al borde de la carretera. Por la careta rodaban esquirlas de cristal. Se volvió hacia mí y cayó de bruces. Rafa le dio patadas en las costillas. Ysrael no pareció notarlo. Tenía las palmas de las manos apoyadas en el suelo y estaba cogiendo impulso para ponerse de pie. Voltéalo boca arriba, dijo mi hermano y así lo hicimos, empujando como locos. Rafa le quitó la careta y la lanzó a lo lejos. Fue dando vueltas hasta caer en la hierba.

La oreja izquierda era un muñón y a través de un orificio que tenía en la mejilla se veía la masa venosa de la lengua. Carecía de labios. Tenía la cabeza apepinada, los ojos se le habían vuelto blancuzcos y llevaba al descubierto los músculos del cuello. Cuando el cerdo entró en la casa él era un niño de pecho. Se veía que el daño era de hacía mucho tiempo, pero aun así di un salto hacia atrás y dije: ¡Por favor, Rafa, vámonos! Rafa se agachó y utilizando tan sólo dos dedos volteó la cabeza de Ysrael a un lado y otro (Díaz, 17-18).

Este pasaje muestra de forma contundente esa necesidad manifiesta de querer hacer sufrir a un ser humano más débil y que no se encuentra en condición de defenderse. La forma desproporcionada e injustificada del ataque da cuenta de la degradación a la cual se ven sometidos tanto la víctima como los victimarios. Pero, como ya se dijo, este hecho se convierte en una manera de marcar un territorio invisible, donde se le dice a la víctima que ni aun en el lugar donde habita está seguro, porque su presencia no es bienvenida ni tolerada.

Acerca de la violencia que se infringe y el resultado que busca, Muniz Sodré considera que “en verdad, la idea de fuerza es un denominador común para la realidad multifacética o plurivalente del fenómeno de la violencia, a la cual se atribuyen, de acuerdo con las circunstancias, significados variados (negativos y positivos). Así, cuando se define violencia como todo tipo de acción que resulte en daño serio para la vida o sus condiciones materiales, incluso tomando en consideración el aspecto indirecto del fenómeno, no se están incluyendo los aspectos organizativos (o rituales) que la violencia puede asumir en determinados contextos. En verdad, la violencia integra como valor fundacional —al lado del miedo, según Hobbes en varias de sus obras— las estructuras de la sociabilidad humana” (Sodré, 22).

La crueldad, como manifestación de la violencia, adquiere un valor simbólico y si se quiere ritual dentro de la estructura de la historia, ya que su presencia se enmarca dentro de una lucha por la búsqueda del poder. Tanto la víctima como el victimario reconocen su lugar en la cadena de poder, pero el segundo tiene la necesidad de hacer sentir con más fuerza su presencia, como manera de establecerse y permanecer.

Pero la crueldad en este caso también nos puede llevar a un encuentro con el espejo. El victimario ve en su víctima el reflejo de su propio ser, quizá no en la parte física pero sí en la emocional. Y es que el descubrir lo que existe debajo de la máscara de Ysrael representa un arma de doble filo, porque se logra un “triunfo” pero también una derrota. La deformidad física del muchacho es la misma deformidad anímica y emocional del agresor, quien a través del sufrimiento de la víctima hace una especie de expurgación de sus propias miserias.

Mediante una estrategia curiosa, Negocios le muestra al lector que la crueldad se extiende. Cuando éste se dirige al cuento “Sin cara”, puede decir que se encuentra frente a la continuación de “Ysrael”, y no sólo porque la historia se trata de un muchacho que debe usar una careta debido a la mordedura de un cerdo, sino porque la persecución física y emocional realizada por otros muchachos le acompañan hasta allí. El hecho de que “Ysrael” sea el primer cuento y “Sin cara” el noveno, da cuenta de la permanencia de dicha crueldad. En este último leemos:

La emboscada tiene lugar mientras hace cálculos para ver si le queda para comprar otro yaniqueque. Lo agarran entre cuatro muchachos y las monedas le salen disparadas de las manos como si fueran saltamontes. El gordo cejijunto se le sienta en el pecho y lo deja sin respiración. Los demás están parados en derredor. Está asustado.

Te vamos a convertir en muchacha, dice el gordo, y el eco de sus palabras reverbera por la masa fofa de su cuerpo. Quiere respirar, pero tiene los pulmones tensos como vejigas (Díaz, 134).

Así pues, vemos que este elemento forma parte intrínseca de una juventud que se regodea en atacar a aquellos que demuestren debilidad. Los espacios son despiadados y aquel que no resista el sufrimiento desaparece. Todos los que miran alrededor del infortunado, y aun el agresor, son igualmente víctimas de la violencia, porque están validando una forma de dominio a la que quizá temen calladamente, pero por la cual abogan como único medio de seguridad, identidad y aceptación.

 

El padre lejano

Algunas historias de Negocios tocan un elemento particularmente llamativo, el del padre ausente. Dicho tema resulta importante si se toma en cuenta una realidad social que resulta determinante y es el de la desintegración familiar. Este tópico le permite al autor indagar en los recovecos más entrañables que posee la mirada de un niño, cómo va formando su mundo a partir de la falta de su padre y cómo suple su separación. En “Fiesta, 1980”, el personaje vive con su padre, madre y hermanos, pero el primero de éstos tres es autoritario, distante e infiel a su esposa, de allí que la imagen del padre se torna desdibujada de acuerdo a los parámetros que se consideran correctos. En un pasaje, el personaje está siendo reprendido por su papá y señala:

Pendejo o no, no me atreví a mirar. Papi era de la vieja escuela; cuando le estaba dando una pela a alguien, no quería que la víctima se distrajera. Tampoco le gustaba que le miraran directamente a los ojos; aquello no estaba permitido. Lo mejor era clavarle la vista en el ombligo; lo tenía perfecto e inmaculado. Papi me agarró de la oreja y me puso de pie (Díaz, 21-22).

Y más adelante:

Aquel mismo año yo había escrito una composición para la escuela que se titulaba “Mi padre el torturador”, pero la maestra me mandó escribir otra. Creyó que era una broma (Díaz, 25).

Como se ve, en esta narración el miedo y la visión de un padre “torturador”, no sólo a nivel físico sino sicológico, viene a actuar como conductor de la relación padre-hijo, el respeto o el cariño quedan a un lado debido al temor y las represalias. Esa figura actúa como el elemento de ruptura dentro de la narración, viniendo a crear una abrupta separación entre la inocencia de la niñez y el despertar de la juventud.

En su Estética de la creación verbal, Bajtin señala que “el personaje vive cognoscitiva y éticamente, sus acciones se mueven dentro del abierto acontecimiento ético de la vida o dentro del mundo determinado de la conciencia” (Bajtin [2], 20). Es por esta razón que la figura paterna que vemos en la narración se mueve dentro del ámbito que le corresponde por natural desarrollo de sus acciones. De allí que llegue aun a otros extremos, como el de la infidelidad a su esposa delante de su hijo:

¿Por qué no vas a ver televisión? Sugirió papi. Miraba a la puertorriqueña como si fuera el último trozo de pollo que quedara sobre la faz de la tierra (Díaz, 31).

La figura del padre se sigue desmitificando y ya el personaje va convirtiéndose en un ser lejano para el hijo. Es una especie de orfandad silenciosa que involucra a los protagonistas, mientras que colma los espacios y se va apoderando de la narración mientras que ésta se va desarrollando, ahondando aun más en ese desprendimiento anímico que se convierte en una pared entre uno y otro personaje.

Pero no es el único caso en Negocios, ya que en el cuento “Aguantando” se presenta otra ruptura en este tipo de relación. Se trata de un muchacho que vive con su madre y su hermano únicamente, porque su padre un día partió y no regresó. De todas formas, la presencia del recuerdo del padre ronda cada rincón de la pequeña casa, moviéndose entre la esperanza y la desesperanza, entre la lucha y la resignación:

Mi padre estuvo ausente de mi vida hasta que cumplí nueve años. Estaba en los Estados Unidos, trabajando, y sólo lo conocía por las fotos que mi mamá guardaba en una bolsa de plástico para sándwichs, debajo de la cama (Díaz, 59).

Y después:

Mi padre era el resultado de ir uniendo retazos de los padres de mis amigos, de los hombres que jugaban al dominó en la esquina, de las cosas que decían mami y el abuelo. Yo no sabía nada de él. No sabía que nos había abandonado. Que aquello de que un día iba a venir no era más que una farsa (Díaz, 60).

Nuevamente se torna áspero el ambiente ante el abandono. Ese crear un padre a partir de lo que se ve o lo que se oye, hace que la figura paterna se torne difusa y no alcanza a llenar las necesidades emocionales de un hijo que no guarda en su memoria un rostro ni una forma definida. Todo se va convirtiendo en una mentira, en un espejismo creado por el tiempo y la distancia.

Como se ve, en Negocios los personajes se enfrentan a un destino que les ha separado de las bases que se piensan fuertes. No hay raíces, no hay de dónde asirse, no hay algo seguro. En ese mundo la desesperanza se vuelve familiar y lo efímero adquiere una fortaleza inusitada. ¿A dónde ir, en quién confiar?

 

Las máscaras del amor

El amor es otro de los elementos que se ven deformados ante el lente de una realidad que resulta tan cruel como algunos de los personajes de las narraciones. Dicho sentimiento amoroso se ve relegado o disminuido ante la necesidad de no estar solo, ya sea por orgullo o simple instinto. Además, entran a jugar otros aspectos, como lo son el egoísmo, el adquirir un nombre o el sentirse como sujeto dominador de la relación. Leamos un ejemplo de esta deformación del amor en el cuento “Aurora”. Allí, un personaje se encuentra al lado de la mujer con quien lleva un tipo de relación muy particular:

Me quita los lentes y me besa en una parte de la cara que casi nunca se toca, la piel que queda debajo de los cristales y la montura.

Tienes las pestañas tan largas que me entran ganas de llorar, dice. ¿Cómo es posible que nadie haga daño a un hombre con unas pestañas así?

No sé, digo, aunque la que debería saberlo es ella. Una vez trató de clavarme un lapicero en el muslo, pero fue la noche que le dejé todo el pecho marcado de moretones, o sea que no creo que cuente (Díaz, 46).

Mientras tanto, en el cuento “Boyfriend” se nos narra el tipo de vida que lleva otra pareja:

Aquella semana Boyfriend vino un par de veces para recoger sus cosas y también para rematar el trabajo, supongo. Era un pendejo engreído. Escuchaba hasta el final cuanto Girlfriend le tuviera que decir, argumentos que ella había tardado horas en elaborar, y cuando terminaba, soltaba un suspiro y decía que daba igual, que él necesitaba su propio espacio, punto (Díaz, 99).

El amor, como se ve, pasa a un segundo plano en estas historias, donde al parecer los faltantes emocionales hacen que alguno o los dos miembros de la pareja, se conviertan en víctimas. De igual manera, cuando alguien quiere ser victimario lo hace sin remordimiento, sin pensar en el otro, sin doblegarse. Resulta lógico que en medio de estas deformaciones los sentimientos también adquieran otro matiz. Podemos hablar de una especie de monstruosidad sentimental para referirnos a los tipos de relaciones que vemos en Negocios. No hay una coherencia entre lo que se quiere sentir y lo que se ofrece, de allí que no se denoten uniones que trasciendan un momento específico. En un espacio así, el amor puede resultar en una excusa para satisfacer necesidades, mas no en una realidad para llegar más allá de lo común.

Ante esta perspectiva, si pudiéramos indagar a nuestros personajes acerca de su posición frente al amor, muy seguramente éstos responderían con otros interrogantes: ¿para qué dar más? ¿Acaso importa? la respuesta, en su caso, está guiada por lo inmediato, por lo necesario. Quizá en su condición el amor les resulte inconveniente, pero quizá en el fondo no sea así. O quizá opinen como el esposo de Nilda, personaje del cuento “Negocios”:

(...) escuchó con mucha atención los latidos de su propio corazón y se quedó pensando en que era un órgano de lo más escurridizo y engañoso (Díaz, 173).

 

El desarraigo

En el texto, el desarraigo viene a ser un cohesionador de las acciones. Cada cuento tiene inscrito de alguna manera ese factor dentro de su estructura, a tal punto que página a página se va volviendo familiar. Se trata de un desarraigo del lugar de nacimiento, del lugar en que se vive, de la familia, de los seres cercanos, de los amigos, de lo que aparentemente es seguro, de lo que se puede o no conocer o esperar.

En el último cuento del libro, que se titula de la misma forma que éste, es decir, “Negocios”, hay un personaje que vuelve de visita a Santo Domingo después de muchos años. Pero las cosas ya no son como él las esperaba, como soñaba que podía ser ese regreso, y su seguridad va perdiendo espacio frente a la incertidumbre de saber si alguna vez perteneció a ese lugar que ahora se le hace lejano:

En el avión se había sentido seguro de sí mismo. Habló con la vieja que estaba sentada al otro lado del pasillo, y le contó que estaba muy ilusionado (...).

Viendo el país en que había nacido, viendo a su gente en control de todo, sintió que no estaba preparado. El aire le salía a presión de los pulmones. Hacía casi cuatro años que no se atrevía a hablar español en voz alta delante de los norteamericanos y ahora oía que todo el mundo lo hablaba a voz en cuello.

(...)

Se sintió turista, yendo a guagua a Boca Chica y haciéndose fotografiar con Nilda delante del Alcázar de Colón (Díaz, 174).

El tiempo y la distancia van resquebrajando las raíces, pero también lo hacen el aislamiento, la soledad y el abandono. Lo conocido se hace desconocido. No es sólo este personaje que regresa a su tierra después de varios años, sino que también es Ysrael sintiéndose vulnerable en su propia casa, es el hijo temiendo al padre o desconociéndolo, es la mujer que ama y que no es correspondida, es el trabajador que no avizora otro futuro, son los muchachos que molestan a alguien más débil que ellos para sentirse parte de algo.

El desarraigo es una estación conocida para los personajes de Negocios, porque es a partir de su presencia que sus vidas comienzan a desestabilizarse. ¿De dónde soy? ¿En qué lugar quedó mi esencia? Esas preguntas rondan el interior de las páginas del libro y permiten vislumbrar que quizá una respuesta a esas preguntas se halle lejana, porque estos personajes, voluntaria o involuntariamente, emprendieron un viaje que no tiene regreso, pero aprendieron a reír con sus labios rotos.

Para terminar con este estudio, puede decirse que es precisamente el desarraigo junto con la crueldad, los dos elementos que marcan profundamente la historia. El uno habita al lado del otro, empujando a cada habitante del texto a recomponer su forma de ver el mundo. Es que de no ser así, esa misma crueldad que se les presenta y los ataca inmisericordemente les cobraría la osadía de no responder.

Quizá el más fuerte, en últimas, sea Ysrael, quien con su pequeña careta y su soledad a cuestas vuelve a levantarse a pesar de las circunstancias. El destino en forma de cerdo furioso o hambriento le imprimió en su rostro esa marca que los demás llevan en su alma, sólo que la careta de los demás permanece escondida. La crueldad le recuerda día a día que el mundo casi nunca guarda esa nobleza que él atesora. Quizá él sea el más fuerte, o quizá no...

 

Bibliografía

  • Bajtin, Mijail. El método formal en los estados literarios. Madrid: Alianza, 1994 (1).
    —. Estética de la creación verbal. Madrid: Siglo XX Editores, 1982 (2).
  • Díaz, Junot. Negocios. New York: Random House, Inc., 1997.
  • Lago, Eduardo. “Estados Unidos tiene pesadillas en español” (acceso: junio 11 de 2008).
  • Ong, Walter J. Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra. México: Fondo de Cultura Económica, 1996.
  • Sodré, Muniz. Sociedad, cultura y violencia. Bogotá: Norma, 2001.