Sala de ensayo
Estatua del Cid en Burgos (España)El Cid cabalga: entre tradición y modernidad

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El poema es tiempo arquetípico; y por serlo, es tiempo que encarna en la experiencia concreta de un pueblo, un grupo o una secta. Esta posibilidad de encarnar entre los hombres lo hace manantial, fuente: el poema da de beber el agua de un perpetuo presente que es, asimismo, el más remoto pasado y el futuro más inmediato.1

Como todos sabemos, la atracción por una Edad Media sugerente y exótica había germinado en la lírica como tema moderno con el romanticismo y heredado por el parnasianismo, el simbolismo y el modernismo. El criticismo prerrafaelista ve en este medioevo idealizado y atemporal una forma de vida franca y natural; una imagen del mundo colmada de sentido, belleza, nitidez y simplicidad en firme oposición a la actual esterilidad del arte junto a una sociedad disgregadora, mercantil, industrial y capitalista, que bien define Darío al escribir su semblanza sobre Fra Domenico Cavalca:

Cuando en nuestra bolsa de oro se cotiza duramente, cuando no hay día en que no tengamos noticia de una explosión de dinamita de un escándalo financiero o de un baldón político, bueno será volar en espíritu a los tiempos pasados, a la Edad Media.2

Esta renovada y profunda seducción por lo arcaico y lo bárbaro, por lo épico y legendario, dará nuevo impulso a poetas como Manuel Machado para rescribir viejos textos y transformarlos en algo original y de carácter universal. Bajo las formas de un simple “retrato de época” se halla, en su poemario Alma,3 una sección que se compone de un solo poema de título análogo: “Castilla”. La crítica, habitualmente, suele ver en esta composición el epítome de un grupo de escritores que recupera de modo regeneracionista o noventayochista un territorio en particular —lo que a simple vista y sin parcialidades el mismo poema se encarga de demostrar—, sin embargo, observaremos cómo “Castilla”, en su metamorfosis y sin disipar su aroma tradicional, se despliega más allá de las fronteras nacionales.

El poema deja de ser una mera evocación de una tierra en particular ni de unas gentes determinadas como sostenía Unamuno,4 sino de un espacio que deja de ser territorialmente castellano para ser ficticio, irreal y visiblemente exótico, símbolo central del espíritu de la modernidad.

En esta composición, Machado va a rescribir completamente la serie cuarta del Cantar de Mio Cid y elabora su palimpsesto sobre uno de los pasajes más dramáticos y conmovedores para el lector de todos los tiempos. Su agudeza se centra sobre un episodio clave donde las numerosas y fecundas sugerencias le permiten inscribir su creación, dotada ya de un “alma” nueva, en un original universo estético. El primitivo cantar, que fija preponderantemente su atención sobre la figura doliente del héroe desterrado, nos presenta la situación de este modo:

Conbidar le ien de grado,     mas ninguno non osava:
el rey don Alfonso     tanto avie le grand saña.
Antes de la noche     en Burgos dél entró su carta,
con grand recabdo     e fuertemente sellada:
que a mio Çid Roy Díaz     que nadi nol diessen posada,
e aquel que gela diesse     sopiesse vera palabra
que perdiere los averes      e más los ojos de la cara,
e aún demás     los cuerpos e las almas.
Grande duelo avien     las yentes cristianas;


Los de mio Çid     a altas voces llaman
los de adentro     non les querién tornar palabra.
Aguijó mio Çid,     a la puerta se llegaua
Sacó el pie del estribera,      una feridal dava;
Non se abre la puerta,     ca bien era çerrada.
Una niña de nuef años     a ojo se parava.5

En manos del poeta moderno, el texto comienza rápidamente su proceso de descontextualización cuando el mismo suceso es transportado y transmutado y, como sostiene Unamuno, “el viejo y recio romance castellano, el de los períodos anquilosados, el de los relativos y preposiciones y adverbios, parece que se disgrega y se hace más invertebrado y suelto en estos versos...”.6 De las viejas formas a las nuevas, una silva arromanzada donde se armonizan libremente endecasílabos y heptasílabos frecuentemente encabalgados que variarán, alternativamente, el tono del poema.

Manuel MachadoPrevio al encuentro entre la niña y el héroe, Machado dispone —mediante una descripción insistente e impasible— un espacio extraño en el que se conjugan hostiles imágenes sensoriales. Una atmósfera luminosa que enceguece y turba los sentidos,7 la escena se carga de un potencial peligro. La apócrifa meseta castellana se convierte aquí en un adverso territorio donde —en acertada metonimia— el “ciego sol”, “llaga de luz” “se estrella” contra el espectro de un pasado proverbial que se funde y confunde en el raro espejismo de un “ahora”. De “Castiella la gentil” a “la terrible estepa castellana”, nuevo escenario donde va a refundir solamente una imagen: vagas siluetas marchando bajo una lacerante e inexorable luz solar.

El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamean en las puntas de las lanzas.8

Revelador y supremo fuego perturbador que abrasa, misteriosamente, todo instrumento bélico, hiere y consume las crestas de las lanzas, funde al rojo vivo los petos y espaldares creando un violento ambiente casi inhumano. Sobre esta imagen ígnea el poeta moderno va a resucitar la figura épica y casi “mesiánica” del Cid que, significativamente, avanza en su éxodo solamente “con doce de los suyos”. Aquellos “sessaenta pendones”, han quedado atrás:

El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
—polvo, sudor y hierro— el Cid cabalga.

Cerrado está el mesón a piedra y lodo...
Nadie responde. Al pomo de la espada
y al cuento de las picas el postigo
va a ceder... ¡Quema el sol, el aire abrasa!9

Súbitamente se suspenderá la tensión alcanzada y se extingue el potencial siniestro anunciado desde el inicio del poema. La rudeza de la acción se mitiga ante la aparición de una angélica figura que irradia paz a la escena; delicadeza suspendida en el portal de un opuesto universo. Se acentúan los contrastes y sus significados: de la roja esfera candente a la nítida blancura; de la aspereza expresiva de los recios hombres a la indefensión absoluta; de la pluralidad de sonidos estrepitosos a un singular tintineo cristalino. Si el cantar de gesta no se detiene en caracterizar a aquella “niña de nuef años” que “a ojo se parava”,10 aquí, contrariamente, es este personaje quien recibe mayor cuidado descriptivo:

A los terribles golpes,
de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal, responde... Hay una niña
muy débil y muy blanca
en el umbral. Es toda
ojos azules y en los ojos lágrimas.
Oro pálido nimba
su carita curiosa y asustada.11

Es precisamente en este punto de la composición donde Machado dramatiza vigorosamente el ancestral encuentro optando libremente por incrementar o reducir elementos del viejo cantar. Las correspondencias entre un medio ambiente desolado y el avance de la escena crean un intervalo de extrema incertidumbre, expresado por puntos suspensivos, un abrupto encabalgamiento y la incesante aliteración de la bilabial oclusiva sorda —p-: “Cerrado está el mesón a piedra y lodo... / Nadie responde. Al pomo de la espada / y al cuento de las picas el postigo / va a ceder...”. Se ha modificado completamente el tono del poema pues se rompe el predominio anterior de endecasílabos y comienzan los heptasílabos de continuo encabalgamiento que, junto a las pausas, logran el ritmo entrecortado que refleja el temor y la inseguridad de la criatura:

—Buen Cid, pasad... El rey nos dará muerte,
arruinará la casa,
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja...
Idos. El cielo os colme de venturas...
¡En nuestro mal, oh Cid, no ganáis nada!12

Si bien las palabras que la pequeña dirige al héroe tienen un carácter más restringido y menos informativo que en el antiguo poema, Machado aumenta el número de verbos (“...nos dará muerte, / arruinará la casa, / y sembrará de sal el pobre campo / que mi padre trabaja...”, logrando ampliar con esto el castigo real; pero muy a pesar de las intimidaciones, añade a su composición una invitación fraternal inexistente en este fragmento del cantar: “—Buen Cid, pasad...”. Además, los dos versos finales de su parlamento son citados casi textualmente: “Çid, en el nuestro mal —vos non ganades nada; / mas el Criador vos vala— con todas sus virtudes santas”.13 El poeta moderno ha trocado el orden de los mismos incrementando la angustia de la escena al introducir un vocativo en medio de la súplica de la niña: “Idos. El cielo os colme de venturas.../ ¡En nuestro mal, oh Cid, no ganáis nada!”. Luego de las palabras de la pequeña, el silencio nuevamente envolverá la escena para cargarse, ya hacia el final, de un hondo patetismo. Todo contribuirá a marcar el contraste y la oposición entre los dos mundos enfrentados.

Calla la niña y llora sin gemido...
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita: “¡En marcha!”.14

Cierto es que el poeta medieval ya había puesto frente a frente un exquisito contraste entre el heroísmo y la sensibilidad, pero la salida de Burgos nos la presenta con un héroe que solamente desiste ante el dictamen del rey: “Ya lo vede el Çid —que del rey non avie graçia. / Partiós dela puerta—, por Burgos aguijaua”. En el poema de Machado, se resalta al máximo su conversión cuando toma una decisión inexistente en el cantar claramente motivada por el “sollozo infantil”. El poema, que se encarga previamente de ubicarnos en un paisaje desnudo, mineral y más próximo a un “Oasis”,15 ahora centra su atención en el encuentro entre los dos personajes y en el impacto emocional que provoca este instante. De este modo, el héroe del cantar de gesta, de crónicas y romances que había excitado la imaginación artística de todos los tiempos, cobrará con su actitud su más profunda y piadosa significación.

Si bien el legendario poema comienza “in media res” y prescinde de relatar el origen del personaje, se encarga permanentemente de exaltar su figura por las frecuentes aposiciones explicativas, y una de ellas está referida a su nacimiento (“el que en buena hora nasco”). En el poema de Machado, se invoca la grandiosidad del héroe tradicional con la sola mención del título honorífico, no obstante, este “Cid” es estética y simbólicamente “resucitado” de las cenizas de un pasado surgiendo en medio de una “llaga de luz”, con “doce de los suyos” e inmerso en un nuevo tormento. Nada hay detrás ni hacia adelante, sólo “cabalga”, cubierto de polvo, sudoroso, extenuado y sediento; todas sus necesidades físicas son sacrificadas ante la súplica infantil, estableciendo un encubierto paralelismo muy frecuente en su momento,16 con un referente cristológico que aumenta el valor del sacrificio final del héroe. Y a partir de sus únicas palabras, el Cid nuevamente deberá sumergirse en la letanía del estribillo conformado por los mismos versos monótonos, estáticos e insistentes de la apertura. Como si todo retrocediera para volver a comenzar:

El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
—polvo, sudor y hierro— el Cid cabalga.17

Se reaviva el fuego inicial y la imagen atemporal se circunscribe a un horizonte solar e inhóspito donde trece hombres continuarán buscando un “oasis” donde saciar su atávica sed. Machado ha logrado, por medio de la creación de un paisaje paradójico, inmortalizar lo más sencillo, encantador y apasionadamente humano de aquel encuentro entre la niña y el Cid. “Viejo y nuevo en uno; de ayer, de hoy y de mañana; fuera de tiempo, es decir, eterno”.18

 

Notas

  1. O. Paz, (1996) “La consagración del instante”, en El arco y la lira. Fondo de Cultura Económica, México, p. 188.
  2. R. Darío, “Fra Domenico Cavalca”, en Los raros (1896). Editorial Losada S.A., Buenos Aires, 1994, p. 202.
  3. M. Machado, (2000) Alma, Caprichos, El mal poema. Editorial Castalia, S.A., España. Edición, introducción y notas de Rafael Alarcón Sierra.
  4. M. de Unamuno, En torno al casticismo (1895) Editorial Biblioteca Nueva, S. L., 1996. Este mismo concepto será compartido por Dámaso Alonso, (1965) quien sostiene que “Manuel Machado, como auténtico representante de la posición del 98, ha vuelto sus ojos intuitivos a muchos otros rincones de la tradición patria: a Berceo y a su Santo Domingo de Silos, a Álvar Fáñez, al Arcipreste de Hita...”. “Ligereza y gravedad en la poesía de Manuel Machado”, en Poetas españoles contemporáneos. Editorial Gredos, S. A., Madrid, p. 91. Para una mayor confrontación vide Gordon Brotherston, (1976) “Modernismo dentro del Modernismo”, en Manuel Machado. Taurus Ediciones, S.A., Madrid.
  5. Poema de Mío Cid. Edición, prólogo y notas de Luis Guarner. Acervo (ORO: Clásicos españoles) Barcelona, 1979. p. 23, vv. 1-10.
  6. M. de Unamuno, “El ‘Alma’ de Manuel Machado”, en Heraldo de Madrid (18 de marzo de 1902); recogido en De esto y de aquello. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1950, p. 201.
  7. Cf. la poesía de su hermano que presenta también la creación de una fúlgida atmósfera de plenitud solar que era muy frecuente en la poesía de fin de siglo: “en la hora del arrebol”. A. Machado, “Soledades (1899-1907) Canciones, XLV”, Obras. Soledades y otros poemas. Editorial Losada, Buenos Aires, 1997. Tomo I, p. 106, vv. I-V.
  8. M. Machado, “Castilla”, op. cit., p. 131, vv. 1-4.
  9. M. Machado, op. cit., p. 131, vv. 4-12.
  10. Poema de Mío Cid, op. cit., p. 24, v. 20.
  11. M. Machado. Ibíd, vv. 13-20.
  12. M. Machado, op. cit., p. 132. vv. 21-26.
  13. Poema de Mío Cid. Op. cit., p. 24, vv. 27-28.
  14. M. Machado, Ibid, vv. 27-30.
  15. Cf. la descripción de este espacio con el de “Oasis”, situado en el desierto de Damasco. M. Machado, op. cit., p. 125.
  16. Cf. “Antífona”, op. cit., p. 126-128. En esta composición Machado alude al arte como la religión del poeta y la equiparación entre el poeta y el Nazareno. En “Castilla” reitera los referentes cristológicos en correspondencia trimembre: “El ciego sol, la sed y la fatiga”; polvo, sudor y hierro” de raigambre cristiana.
  17. M. Machado, Ibid, p. 132.
  18. M. de Unamuno, “La poesía de Manuel Machado”, op. cit., p. 14.

 

Bibliografía

  • Alarcón Sierra, Rafael (1999). Entre el Modernismo y la Modernidad: la poesía de Manuel Machado (Alma y Caprichos). Edición: Diputación de Sevilla, Área de Cultura y Deportes, España.
  • Alonso, Dámaso (1965). “Ligereza y gravedad en la poesía de Manuel Machado, en Poetas españoles contemporáneos. Editorial Gredos, S. A., Madrid.
  • Bousoño, Carlos (1985). Teoría de la expresión poética, Tomos I y II, Gredos, Madrid.
  • Brotherston, Gordon (1976). Manuel Machado. Taurus Ediciones, S.A., Madrid. Versión española de Nuño Aguirre de Cárcer.
  • Doménech, Jordi (2001). Antonio Machado. Prosas dispersas (1893-1936). Introducción de Rafael Alarcón Sierra, Editorial Páginas de Espuma, S. L., Madrid.
  • Guillén, Claudio. (...) Entre lo uno y lo diverso. Introducción a la literatura comparada (Ayer y hoy). Tusquets Editores, S.A., Barcelona, 2005.
  • Machado, Manuel (2000). Alma, Caprichos, El mal poema. Editorial Castalia, S.A., España. Edición, introducción y notas de Rafael Alarcón Sierra.
  • Senabre, Ricardo (1999). Claves de la poesía contemporánea. De Bécquer a Brines. Ediciones Almar, España.
  • Williams, Raymond (2000). Marxismo y literatura. Ediciones Península, S.A., Barcelona.